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viernes, 29 de enero de 2010

Extensión en 'Tiempo, deseo y saber'


Acabo de agregarle esta continuación a "Tiempo, deseo y saber", casi sin modificar del archivo original "De temores, miedos, esperanzas y placeres 22.odt":

Escena 4.

El que se limita a saber, se limita a observar el mundo. El que además desea participa del mundo, para hacerlo –en el frag­men­to que le importa– como puede ser y desea que sea. El que fantasea contra lo que sabe o cree, ya casi no observa y todavía casi no participa: se abstrae y concen­tra en el simu­la­cro de otro mundo.
El gasto que ocasiona la tarea adicional de mantener ese simula­cro es una energía emocional que puede alimentar el creci­mien­to de ciertas obse­sio­nes, de ciertos rasgos de amor impo­si­ble. (No sólo ponemos energía en lo que idola­tra­mos; también puede que idola­tre­mos aquello en lo que pone­mos ener­gía.)

Escena 5.

De una experiencia muy intensa (placen­te­ra o dis­pla­cen­te­ra), tanto la evo­ca­ción como el retorno invo­lun­ta­rio a la escena me reedi­tan el trance de una incer­ti­dum­bre, el momen­to en que algo que no podía mensu­rar me sobre­ve­nía, para mi bien o para mi mal; no me sitúan ni antes ni después, sino durante la expe­rien­cia de que algo se gesta sin que me sea posible presu­pues­tar energías para asimi­lar­lo. La parálisis a que me somete esa incapaci­dad transito­ria de estima­ción se parece a la pará­li­sis de la duda: no puedo hacer nada porque no sé qué hacer; quedo reducido a una pasivi­dad anhe­lan­te o resis­ten­te, pero siem­pre expec­tan­te.
Según la disipación de la incer­ti­dum­bre vaya con­tra­rian­do –temo– o hala­gan­do –espero– mis deseos, sentiré dolor o placer. En el placer, soy sosteni­da o incre­men­tal­men­te sorpren­di­do e intriga­do; en el dolor, sostenida o incre­men­tal­men­te de­cep­cio­na­do y desinte­re­sa­do. (En la his­to­ria de amor ideal, cada uno es soste­ni­da o incremen­tal­men­te sor­pren­di­do e intrigado por el otro, o sea, no deja de conocer ni de ser cono­ci­do –si no es recí­pro­co, la histo­ria es de fasci­na­ción, que es la mitad soli­ta­ria de un amor.)

Escena 6.

El temor, como la inercia, es una resis­ten­cia al cam­bio de situa­ción (un re­plie­gue, una concen­tra­ción de fuerzas). El deseo, al revés de la inercia, es una resis­ten­cia a la perma­nen­cia de la situa­ción (un des­plie­gue de fuerzas, una expan­sión). La regla de cada uno se traduce en la asocia­ción anóma­la del otro, como el anverso y el reverso de una misma emoción: el temor a cambiar de situa­ción y el deseo de permane­cer en ella, por un lado, y el deseo de cambiar de situa­ción y el temor a perma­ne­cer en ella, por el otro. Son la primera y la segunda línea de combate contra la frustra­ción provo­ca­da por el cambio y la perma­nen­cia indesea­dos, respec­ti­va­men­te, con los que la otredad se nos opone.