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domingo, 21 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 005 (2.0.2)



Madrugada del 21/8/2022. Hice algunos cambios menores en las secciones 2 y 3 del ensayo, que incluyen agregados, supresiones y reformulaciones. Me sorprende haber partido de una versión de apenas dos o tres párrafos el 15 y haber llegado a una versión como esta cinco o seis días después:



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista. La atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros; en el placer, no en el orgullo por o la satisfacción con lo hecho. (Lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y muy inconclusa, con mucho trabajo pendiente.)
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio (repensado ahora) y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).
   Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita que no dice nada en lugar de una obra lograda y legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura.
   ¿Dónde, cuándo y cómo están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido hermenéutico y su pérdida), que se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En la futura disolución del poeta y de su rastro está la muerte. En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que no chamuya (es ausencia de obra) ni pinta (sin pareidolia no hay una estrella en esa página).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (según Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder, como le pasará con su vida primero y con su obra después.
   La preferencia por esa mancha es un "nada importa", una falta de sentido (existencial) porque nada ni nadie importa tanto como para ser inmortal. Y entonces –infiere herido– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.


sábado, 20 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 004 (2.0.1)



20/8/2022, 20:58 horas. Eliminé, a sugerencia de Alfredo, lo que él llamó una excusatio propter infirmitatem en el paréntesis que había al final de esta oración del 2º párrafo de la sección 2:


...la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).



También agregué, sobre el final del párrafo siguiente, una explicitación de por qué viene al caso lo que pensé este año sobre el poema de Neruda:


...es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes (el azar, la locura y la muerte).

Entusiasmos XIV 003 (2.0.0)



Madrugada del 20/8/22. Completé (hasta donde tenía pendiente) la sección 3 que creé ayer. Esta es la primera versión sin el cartel ocre de "Vidriera en preparación". Por ahora, el ensayo dice esto:



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s.
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista y la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura.
   ¿Dónde, cuándo y cómo están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido hermenéutico y su pérdida), que se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En el futuro desvanecimiento del rastro está la muerte. En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que no chamuya (es ausencia de obra) ni pinta (sin pareidolia no hay una estrella en esa página).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (según Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder (la vida y la posteridad).
   La preferencia por esa mancha es un "nada importa", una falta de sentido (existencial) porque nada ni nadie importa tanto como para ser inmortal. Y entonces –infiere herido– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.

viernes, 19 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 002 (1.1.0)



Madrugada del 19/8/22. Le hice cambios medios al ensayo, con algunos retoques o supresiones y varios agregados (entre ellos, una sección 3). El estado actual del ensayo, todavía incompleto, es este:



VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s.
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista y la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece haber sido ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones» (1ª estrofa), Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (2ª estrofa). (Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.)

3.

   Lo que debería haber sido (la acción: «un solo golpe») y lo que debería ser (lo que deja la acción: «una sola estrella verde»), no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y una larga cicatriz. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por la Muerte y vence al Sentido. Vamos a las locaciones de los personajes del drama.
   En el rastro real y actual están la razón y la sinrazón, que se hacen por igual con palabras. En el futuro desvanecimiento del rastro está la muerte (del poeta y de su rastro). En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que no chamuya (es ausencia de obra) ni pinta (sin pareidolia no hay una estrella en esa página).
   

jueves, 18 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 001 (1.0.0)



Así lo dejé de ayer, después de modificar lo que había dejado al final de la jornada de la publicación, que empezó el 15 a la noche y terminó casi a la mañana del 16. Pero no guardé copia de esa primera versión, muy incompleta. Esto es lo que quedó después de avanzar ayer:



VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a escala Kafka dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Entusiasmo es lo que tengo al hacerlos: es más un ensayar que un haber ensayado, más un obrar que una obra. Pero ensayo puede abarcar esa diferencia si lo definimos como acción y efecto de ensayar, así seguimos adelante.
   En la síntesis, este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero su nombre alude a la acción más que al rastro que deja. En cuanto a la cita defectuosa, es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé ahí y no había pensado 8 años atrás en “Una larga cicatriz” es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verdad» (si hablamos del rastro). El desencadenante de este signicidio parece haber sido que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
   Lo infinito de la ciénaga hace pequeña la turbulencia; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda fantasea realizar de una la destrucción del discurso.



Y así quedó recién, noche del 17 al 18/8/22:




VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s.
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista y la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verdad» (si hablamos del rastro).
   El desencadenante de este signicidio parece haber sido que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
   Lo infinito de la ciénaga hace pequeña la turbulencia; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda fantasea realizar de una la destrucción del discurso.


martes, 16 de agosto de 2022

Una larga cicatriz 001 (0.1.0)



Lo que desde hoy es la sección 5, hasta hoy era un bloque separado dentro de la 4. Pero el cambio mayor fue que eliminé de acá y copié en el recién publicado y todavía en construcción Entusiasmos XIV el único bloque de acotación que tenía el ensayo, donde relacionaba el contraste de la larga cicatriz y su efímera sobrevida con el contraste entre la ciénaga infinita y la breve (por pequeña) turbulencia que dejó la zambullida. Así se veía el ensayo desde hace 8 años y hasta hace un rato:



1.

Hay unos versos propios de un poema largo (no recuerdo el resto), dos alejandrinos que siempre me vuelven; los transcribo de memoria:
El poema sabe que las palabras no arden,
que la tinta es ceniza de lo que ardió en la sangre.
En el segundo verso hay un fluido donde se arde y otro que es su ceniza; uno es intensamente vivencial y el otro es lo que queda, algo apagado y expresivo. El primer verso nos dice que el poema ya lo sabe.
Tinta en lugar de palabras es una metonimia del insumo por lo que se hace con él, de la materia usada por la forma que se le da, del material por la obra (dando por cumplida la metonimia –una sinécdoque– de la parte –las palabras que no arden– por el todo –el poema que lo sabe).

2.

La voz que habla en un poema de Pablo Neruda, “El golpe”, fantasea con (haber hecho) el mismo canje que ese tropos, pero no retórica sino literalmente: tinta por obra, salpicar por escribir. En Las manos del día, el poema XLVI tiene en el margen izquierdo su título, y alineado a partir de ahí dice:

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

En la metáfora de la tinta como ceniza, el fuego que hubo pudo haber sido encendido por una intensidad favorable o por una desfavorable; las cenizas que quedan no preguntan de dónde vienen. En cambio, asociar la tinta a una cicatriz es asociarla a una intensidad desfavorable, una herida. Puede ser la elección de un pesimista, pero también la metáfora de una resistencia, un rastro de heridas físicas que a su vez metaforizan otras psicológicas, sentimentales, espirituales, existenciales y algún otro color que me esté olvidando. Como sea, las cicatrices son el rastro de heridas que se cierran, no de caricias; indican superación de un sufrimiento, no celebración de una felicidad.
Pero el equilibrio que no existe en lo «apenas sensitivo», existe en lo racional: la «larga cicatriz» es como «el rastro de mi razón y de mi sinrazón» que vas guardando, querida tinta (en vez de sólo el rastro de mi sinrazón, como sería si fuera una cicatriz color racional).

3.

En letras de molde, una voz le habla a su tinta.
En la primera estrofa está lo que pasa (que es lo que hace mi interlocutora: «...me entretienes / gota a gota / y vas guardando el rastro / de mi razón y de mi sinrazón...») y lo que va a pasar (que es lo que le ocurrirá a eso que hace la tinta: «...como una larga cicatriz que apenas / se verá, cuando el cuerpo esté dormido / en el discurso de sus destrucciones»). Lo que pasó pasó, pero dejó su huella: es el rastro que guarda el goteo que entretiene.
Otro contraste a lo Kafka, a lo zambullida con pequeña turbulencia y ciénaga infinita, esta vez entre lo «larga» que es la cicatriz y lo «apenas» que se verá después de muerto: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
La cicatriz es lo larga que viene siendo el entretenimiento. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de un surco legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», realizar de una la destrucción del discurso. De esa fantasía se ocupa la segunda estrofa.
En la segunda estrofa está lo que no pasó y hubiera preferido que pasara (o más bien, fantasea con esa preferencia). El inseguro arrepentimiento final («Tal vez mejor hubiera volcado...») es un culturicidio, más que un suicidio literario. Cada uno de los deseos contrafácticos es un desandar lo andado. La reversión de lo cultural que provoca está dada por el sentido del tránsito: se pasa en todos los casos de un producto cultural a su materia prima, sin forma. Así, de la obra pasamos a los litros de tinta que lleva hacerla; de las muchas palabras, a «una sola estrella verde» para todos esos litros, «sin alfabetos ni interpretaciones»; de ir «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», a «un solo golpe oscuro / sin palabras».
Por supuesto, no son pasajes hechos, sino dichos, y se sabe que de unos a otros hay mucho trecho. De haber salvado esa distancia Neruda, no leeríamos un poema: veríamos la estrella de tinta verde que dejó el «haberla arrojado / en una sola página, manchándola». Pero la palabra mancha no mancha ni es una mancha, como la palabra oro no brilla ni es oro.

4.

Imaginemos que lo que en este mundo es una expresión melancólica de deseo, en otro es una descripción (tal vez también melancólica) de lo que hay: una página manchada, en vez de muchas y escritas. Y si no se quiere cambiar de escenario, todavía podemos cambiar de actores: imaginemos que, en vez de la página 81 del poema (y de todas las otras que escribió Neruda), hubiera una sola mancha verde estrellada contra una sola página (el efecto tiene la forma de la acción). Luego, en vez de un Neruda escritor habría un Neruda performer, que acaba de hacer un enchastre.
Imaginemos que ante esa página manchada Neruda ahora fantasease pasar (o haber pasado) de su simplicidad azarosa y sin signos a la complejidad de varias páginas llenas de alfabetos e interpretaciones. Imaginemos, ya que estamos, que a medida que va escribiendo, la tinta se va mudando de la estrella solitaria a la larga cicatriz, como un ovillo que se va desovillando. Cuando termina, la mancha inicial se vuelve el punto final de la última frase de su obra, por ejemplo; o simplemente desaparece, volcada por completo en el «rastro de mi razón y de mi sinrazón».

Se puede interpretar y decir mucho sobre el gesto de arrojar en una página la tinta de lo que habría sido una literatura entera; pero no sobre la mancha misma. La obra es conceptual, no pictórica; la obra no puede ser la mancha sin el gesto que la produce, como huella impresa suya, pero podría ser el gesto sin (que importe cuál o cómo es) la mancha, aun cuando no luzcan igual la huella de una tinta lanzada enérgicamente y la de una que se derramó cuando se volcó la copa.
La mancha no puede aspirar a comodín: no dice ni puede decir nada, no que puede decir cualquier cosa. Toda potencialidad bruta de significación implica una ausencia neta de signos, pero no a la inversa. De ese «golpe oscuro / sin palabras» no resulta una obra potencial, sino una concreta ausencia de obra, con forma de estrella, color verde y sin otro contenido que «toda tu esencia», querida tinta.