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viernes, 30 de diciembre de 2011

Sumario en zona


Cambié "Ensayos en la zona*", alineado a la izquierda, por "SUMARIO EN ZONA", centrado y con el mismo color de los títulos de ensayo.
El último aspecto que tuvo el longevo "Ensayos en la zona*" (mucho tiempo con "Índice general de" antes) fue este:




El efecto es más grande que el cambio. Hasta que la zona de ensayos apilados cronológicamente no se convirtió en un sumario, su vecina de arriba tuvo otra vinculación: se refería a la de abajo, pero como un depósito de "ensayos"; ahora lo hace como el sumario que es desde que decidí que también en Inicio los ensayos mostraran sólo su título expandible (o sea, desde hace unas horas). Centrarlo y ponerle la misma fuente y con el mismo color (con tamaño menor pero en mayúsculas) fue para terminar de integrar el gadget de arriba y la zona de entradas en el simulacro o versión digital de un sumario. En la misma dirección, también la expresión "Sumario en zona" es menos forzada que "Ensayos en la zona".

jueves, 29 de diciembre de 2011

Reordenamiento y nueva limpieza de la sidebar


Algunos cambios más de diseño, menores.
Eliminé de la sibebar el dibujo "Totem zambullista" (me acompañó mucho tiempo, pero igual es un cambio menor, cosmético). También cambié de lugar algunos elementos: básicamente, subí hasta dejar debajo del "Historial de cambios" las tres herramientas de visualización y navegación; debajo de éstas quedó el bloque "Archivo" - "Totales" - "Suscripciones y contacto", después el bloque temático y después el de comentarios.
Le puse tooltips (descripciones emergentes) a los títulos de los ensayos contraídos.
Creo que ya es lo último. Me comprometí a mandarle por mail el ensayo tertuliano a Nicolás para el 31 a más tardar; supongo que será lo último que haré antes de salir de casa.

Contraer y expandir ensayos en Inicio


Un paso más en el rediseño del sitio: ahora también los 5 ensayos de la página principal (Inicio) se cargan ocultos y sólo muestran sus títulos y un signo [+/-] para expandirlos, como ya sucedía con cualquier otra página que no fuera individual (página de entrada) ni estática (éstas, a propósito, recuperaron –si es que alguna vez tuvieron– su título-link, que habían perdido en algún toqueteo de plantilla).
Obviamente, la idea es que cada uno elija cuánto texto encarar (supongo que para muchos podía ser abrumador encontrarse de golpe con tanto) y que tenga los 5 títulos en una sola pantalla, accesibles con una sola mirada.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Menú horizontal y limpieza de sidebar


Seguí rediseñando Zambullidas, y esta vez no sólo en aspectos visuales, sino también funcionales.
La mayor novedad es que implementé el sistema de un menú en la cabecera, adonde desplacé los links al índice general y a la biblioteca zambullista, que hasta ahora estuvieron como links independientes en el mismo gadget en el que ahora quedó sólo "Ensayos en la zona*" (en Garamond y small-caps, con el mismo color de antes; antes decía, debajo de "→Libros", "→Índice general de ensayos en la zona*", en Georgia y normal). El otro link que hay en el menú, además del de "Inicio" (que se genera automáticamente), es el de "Presentación", página estática nueva (con comentarios habilitados) donde copié, pegué y adapté al nuevo estilo tres textos que hasta hoy estuvieron en la barra lateral: "Un disfrazado", "Las zambullidas" y "Sobre esto" (este último estaba con la función de expandir/contraer; en la nueva locación, de paso, le actualicé la captura de pantalla que hace de epígrafe). Los dos primeros datan de los comienzos del blog, cuando estaban arriba de todo en la sidebar.
Debajo del expandible "Sobre esto" había una foto de Julián Gallo, a la que le había puesto al pie la leyenda "Work in progress hasta la Chacarita"; la eliminé. También decidí sacar la foto que estaba al pie del blog, que desde este año se venía titulando "El ojo compartido" (pensaba quitarla cuando la incluyera en alguna galería de La silla del diablo).
Condicioné las páginas estáticas (que incluyen las del menú y las que están linkeadas en ensayos) para que no se muestren en ellas el video "Metáfora (y experiencia) de una metáfora: analogía de una zambullida en la ciénaga" y el elemento "Ensayos en la zona" (que también saqué de las páginas independientes de cada ensayo).
En el pie de navegación, "Últimos ensayos" volvió a llamarse "Inicio", ya que apunta a la misma página del link "Inicio" del menú horizontal (también supo llamarse "Página principal", que es el nombre que Blogger propone por defecto cuando uno crea ese menú).

lunes, 26 de diciembre de 2011

Dominio propio y cambios visuales


En la mañana de ayer, 25-12-11, alquilé por tres años los dominios "www.zambullida.com" y "www.lasilladeldiablo", y por un año "www.bitacora-zambullista.com".
Después del cambio dejó de funcionar el falso blogroll que usaba como "Historial de cambios"; no esperé a que se arreglara solo y con el mismo título lo sustituí por un gadget Feed, que muestra la fecha de cada entrada como quería, con día, mes y año (y no el absurdo y siempre lerdo e inexacto "Hace n días/semanas/meses": ¿a quién le puede decir algo ver, como vi, que tal post fue publicado hace 1428 días?). También dejó de funcionar el buscador interno, que es el gadget que más uso; pero la prueba que hice con uno alternativo no sirvió y me confirmó que ahí no hay otra más que esperar a que se complete el redireccionamiento de "www.zambullidas.blogspot.com" a "www.zambullidas.com".
En cuanto a los cambios visuales y de diseño, el principal es que quité el encabezado de la fecha en los post; como en La silla del diablo, ese dato ahora figura al pie: "Ensayo publicado por el Zambullista el día 22.12.11", por ejemplo (hasta hoy era un tanto irrelevante lo que decía ahí, salvo por la firma: "Publicado por el Zambullista a las 3:32", como si la hora importara tanto en este caso). Me voy a tener que acostumbrar a ese cambio, pero ahora prefiero que los ensayos importen más en sí mismos que como entradas cronológicas (cosa que igual seguirán siendo).
El rectángulo de la fecha que encabezaba los post tenía el mismo background que tienen los rectángulos de los títulos de la barra lateral y que tenían hasta hoy dos títulos del pie del blog: "Metáfora (y experiencia) de una metáfora:" y "El ojo compartido".
Hice capturas de pantalla de lo que ya no está. La primera muestra cómo eran el pie y el encabezado de cada ensayo:



La segunda captura muestra cómo era el pie del sitio:



La tercera y última muestra cómo se veían, con el encabezado de la fecha, los ensayos listados en la página a la que lleva "Ensayos anteriores":



PD 27-12-2011, 5:38h: Acabo de terminar el rediseño del "post-footer": en lugar de la información "Ensayo publicado por el Zambullista el 22.12.11" (última versión usada) en la segunda línea, ahora hay una firma (":: el Zambullista") y debajo la fecha ("· 22.12.11") en la primera línea (cortada por un "br/" y alineada a la derecha) y los temas en la segunda. Mi primera opción era poner la firma y la fecha sin nada precediéndolas, pero entonces Blogger agrega automáticamente "Publicado por" y "en", respectivamente. Por eso opté por ese par de dos puntos ("::") y ese punto alto ("·"). Seguramente se pueden evitar esos textos automáticos, pero es probable que no me moleste en buscar cómo porque me van gustando esos chirimbolos ahí.

PD 27-12-2011, 19:32h: Acabo de modificar el criterio de esta mañana en relación con la firma. Probé con distintos signos y sin ninguno, y me quedé con la segunda opción (qué poco me duró ese "me van gustando"). También agregué la opción de imprimir el ensayo y los comentarios en las páginas individuales (sin ninguna otra cosa que se vea ahí del diseño: ni gadgets de la barra lateral, del footer del blog ni de arriba de las entradas). Olvidé incluir en la PD anterior que en la sesión de esta madrugada también había ocultado el "Suscribirse a Entradas", que aparecía en el pie de cada página.

Engaños 001 (0.1.0)


En horas de la mañana de ayer, 25 de diciembre de 2011, agregué al final del ensayo el asterisco de llamada con la nota que se despliega al hacer click, que dice esto:
Así como levantarme es levantarme yo solo, sin que nadie me levante, ni otro ni yo a mí mismo, engañarse es engañarse uno solo, sin que nadie lo engañe, ni otro ni uno mismo. En la escena de un engañarse no hay un agente y responsable del engaño (las dos posibilidades del rol –u otro o uno mismo– fueron negadas). Lo que queda es alguien de quien se puede decir que experimenta el engaño, que está engañado, pero no cómo llegó ahí, si se puso a sí mismo en ese estado o si lo puso otro. Si lo hubiera puesto ahí otro, en lugar de un engañarse tendríamos un ser engañado (por ese otro). Forma parte del engaño el no ser advertido, disimulo difícil de lograr cuando el engañador es el mismo que el engañado: si yo, el engañador, sé que hay un engaño (porque lo hago, pr ejemplo), yo, el presunto engañado por mí mismo, no puedo no saberlo (salvo, por ejemplo, que el rol se me olvide una vez interpretado). Luego, si sé que me estoy engañando a mí mismo, es que no lo estaré haciendo muy bien. No puedo ser el cazador y la presa.

PD 26-12-2011, 14:50 y 19:10h: Hice algunos leves cambios en la nota. Ahora dice esto:
Así como levantarme es levantarme yo solo, sin que nadie me levante, ni otro ni yo a mí mismo, engañarse es engañarse uno solo, sin que nadie lo engañe, ni otro ni uno mismo. En la escena de un engañarse no hay un agente y responsable del engaño: las dos posibilidades del rol –u otro o uno mismo– están bloqueadas. Lo que queda es alguien de quien se puede decir que experimenta el engaño, que está engañado, pero no cómo llegó ahí, si se puso a sí mismo en ese estado o si lo puso otro.
Si lo hubiera puesto ahí otro, en lugar de un engañarse tendríamos un ser engañado (por ese otro). ¿Pudo haberse puesto a sí mismo ahí? Forma parte del engaño el no ser advertido, disimulo difícil de lograr cuando el engañador es el mismo que el engañado: si yo, el engañador, sé que hay un engaño, yo, el presunto engañado por mí mismo, no puedo no saberlo (puedo negarlo u olvidarlo después, no durante). Luego, si sé que me estoy engañando a mí mismo, es que no lo estaré haciendo muy bien, aun cuando lo esté haciendo lo mejor que pueda (o sea, al máximo de lo que la lógica me deja, lo que no impide que psicológicamente pueda ser suficiente). No es algo que dependa de mis capacidades: simplemente no se puede ser el cazador y la presa en la misma cacería (si “la lucha es de igual a igual contra uno mismo, eso es” empatar, que no es cualquier forma de demorarse).

viernes, 23 de diciembre de 2011

Lecciones de ajedrez 006 (1.1.3)


Le agregué una frase al final del ensayo. Hasta recién el último párrafo decía esto:
En el intercambio, el beneficio es alto para ambos: ascenso social o político del joven y pobre brahamán, y extracción de la piedra de la melancolía del rey inútilmente rico («¿Qué valor podrían tener a los ojos de un padre inconsolable las riquezas materiales, que no apagan nunca la nostalgia del hijo perdido?», se pregunta retóricamente el narrador).

Ahora dice esto:
En el intercambio, el beneficio es alto para ambos: ascenso social o político del joven y pobre brahamán, y extracción de la piedra de la melancolía del rey inútilmente rico («¿Qué valor podrían tener a los ojos de un padre inconsolable las riquezas materiales, que no apagan nunca la nostalgia del hijo perdido?», se pregunta retóricamente el narrador). Sin ninguna parte ventajera, el intercambio no podría haberse dado en mejores términos: cada uno paga con lo que menos le sirve a sí y más al otro; cada uno cobra en lo que mejor le viene o más necesita.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Falsedades verosímiles 001 (0.1.0)


Cambios en el último párrafo del ensayo. Desde anoche y hasta recién decía esto:
No debe haber un engaño más inexpugnable que el engaño del que no hay otra salida que la de un escepticismo sin razón, una paranoia casualmente certera.

Ahora dice esto:
No debe haber un engaño más inexpugnable que el engaño del que no hay otra salida que la de un escepticismo sin razón, una paranoia que sólo de casualidad puede ser certera (la puntería de sus desconfianzas rutinarias depende de lo que haga su blanco, como la de un reloj parado –razonó Lewis Carroll– depende de que el paso del tiempo se cruce con su hora; en ambos casos, la coincidencia necesita de un registro externo o ulterior que la rescate de la invisibilidad y la indiferencia, o sea, que le dé sentido).


lunes, 28 de noviembre de 2011

Agregado en 'Sobre los comentarios'


Extendí un párrafo más, antes del último, el texto de "Sobre los comentarios", en la barra lateral:
Por lo demás, las expectativas no son recíprocas: los comentarios no me necesitan. Podrían desarrollar diálogos y debates entre visitantes, sin que yo intervenga (incluso estando vivo).


Los perros que hablan 003 (1.0.0)


El cambio más importante lo hice en el comienzo del ensayo, que ahora es previo a la división en tomas (antes era también el comienzo de la Toma 1). Decía así:
Enfrasquémonos en una cuestión entre lógica y semántica: ¿es lo mismo “Los perros que hablan no existen” que “Los perros que existen no hablan”? El caso puede servir para ilustrar que el hecho de que todo lo equivalente sea intercambiable no implica que todo lo intercambiable sea equivalente.

Después de varias pruebas, ahora dice esto:
Enfrasquémonos en una cuestión entre lógica y semántica: ¿es lo mismo “Los perros que hablan no existen” que “Los perros que existen no hablan”? Y si no es lo mismo, ¿cuál es entonces la relación que hay entre esas composiciones conceptuales, que tal vez no estén solas en la conversación?
Los conceptos se combinan, entre otras cosas, para implicar otros conceptos, que se integran a la red. No digo trazar un mapa, pero al menos me gustaría hacer un esbozo de esas dependencias y solidaridades conceptuales, de los movimientos que hacen para relacionarse, de las rutas que trazan y de cómo las usan los flujos de creencias guiados por alguna lógica.
Ojalá se vea algo de esto al terminar el ensayo; pero para empezar, el caso puede servir para ilustrar que el hecho de que todo lo equivalente sea intercambiable –suponiendo que lo sea– no implica que todo lo intercambiable sea equivalente.

El otro cambio lo hice dentro del bloque que se muestra al cliquear sobre el asterisco de la primera frase de Toma 2, en la introducción del capítulo 1 del libro inédito (cuyo título antiguo quedó como subtítulo; el nuevo título todavía no lo puse en el archivo de texto donde está el ensayo). Hasta ahora decía y se veía así:
Para explayarme sobre este punto, voy a incurrir en la autocita de la sección “1. Presencia y existencia: el encuentro entre haber y existir” del libro inédito Ensayo sobre la diferencia ser-estar:

Cuando un verbo como correr constituye por sí solo el predicado de un enunciado...

Ahora se ve así:
Para explayarme sobre este punto, voy a incurrir en la autocita del primer capítulo del libro inédito

Ser o no estar, ésa es la cuestión
Ensayo sobre la diferencia ser-estar


1. Presencia y existencia: el encuentro entre haber y existir

Cuando un verbo como correr constituye por sí solo el predicado de un enunciado...

También suprimí la redundancia que estaba al final del paréntesis que cierra el primer párrafo de Toma 3:
Como existir sin hablar es más fácil que hablar sin existir, deducimos que la especie de perros que existen sin hablar es la única que hay (como se ve, la base de esta deducción es semántica: hacemos uso del saber de que hablar requiere existir, y no a la inversa; en fin, que si no existen, mal pueden hablar).

domingo, 27 de noviembre de 2011

Los perros que hablan 002 (0.2.0)


Acabo de agregar la llamada-asterisco en el final de la primera oración de Toma 2, con la autocita de la primera sección de Ensayo sobre la diferencia ser-estar.
Lo único que le agregué a ese original citado es la última frase del penúltimo párrafo:
Participa del juego (lo delimita) sin pertenecer a él (no es uno de sus predicados, sino el habilitador de sus sujetos o piezas, función que se deja ver en la presuposición última –o única– de cualquier jugada).


Los perros que hablan 001 (0.1.0)


Cambios medios en la Toma 2 del ensayo. Hasta ayer a la tarde decía esto:
En castellano, el verbo haber habilita piezas para el juego de atribuirles cosas, que es algo que hacemos con los otros verbos; entre éstos, por ejemplo, hablar o existir. La afirmación “Hay perros” introduce una pieza en el juego; “Los perros existen” es una jugada hecha con esa pieza, como también puede serlo “Los perros no hablan”. Con agregarles un atributo, las piezas introducidas pueden ser más específicas. Por ejemplo, hay perros que existen y perros que no existen; o hay perros que hablan y perros que no hablan.

¿Qué dice Homero de los perros que hablan? Que no existen, nada menos. Pero sobre este tema nada dice de los perros que no hablan. Si sobreentendemos esta atribución existencial, recién entonces podemos inferir que si alguna clase de perros existe debe ser la clase de los que no hablan. En lugar de comunicar esta inferencia, “Los perros que existen no hablan”, Homero comunica la observación que permite hacerla: “Los perros que hablan no existen”.
En el otro caso se dice que hay perros que existen y perros que no existen. ¿Qué se dice de la clase de los perros que existen? Que no hablan. Luego, si alguna clase de perro habla debe ser la clase de los perros que no existen. Esta clase es, por definición, vacía. Si la clase de los perros que hablan es igual (o sea, tiene la misma extensión) que ella, es también vacía.

Desde la tarde de ayer dice esto:
En castellano, el verbo haber habilita piezas para el juego de atribuirles cosas, que es algo que hacemos con los otros verbos; entre éstos, por ejemplo, hablar o existir. La afirmación “Hay perros” introduce una pieza genérica (y de morfología simple) en el juego; “Los perros existen” es una jugada hecha con esa pieza, igual que “Los perros no existen” o “Los perros hablan” (cómo ponderemos tal o cual jugada es una cuestión aparte). Con agregarles un atributo, las piezas introducidas pueden ser más específicas (y de morfología compuesta). Por ejemplo, hay perros que existen y perros que no existen; o hay perros que hablan y perros que no hablan.

¿Qué dice Homero de los perros que hablan? Que no existen, nada menos. Pero sobre este tema nada dice de los perros que no hablan. Ver a un perro, como le sucede a Homero, permite jugar que los perros existen; pero esto sigue sin decirnos nada de los perros que no hablan. Si sobreentendemos su existencia no declarada, recién entonces podemos inferir que si alguna clase de perros existe debe ser la clase de los que no hablan. En lugar de comunicar esta inferencia, “Los perros que existen no hablan”, Homero comunica la observación que permite hacerla: “Los perros que hablan no existen”.
En el otro caso se introduce que hay perros que existen y perros que no existen. ¿Qué se dice de la clase de los perros que existen? Que no hablan. Luego, si alguna clase de perro habla debe ser la clase de los perros que no existen. Esta clase es, por definición, vacía. (La clase le debe su vacuidad –o nulidad de miembros– a ese inexistir canino; su presencia en el juego donde se predica esa inexistencia se la debe a la instalación que hace de ella el verbo haber, que es más “presentativo” que existencial.) Si la clase de los perros que hablan es igual (o sea, tiene la misma extensión) que ella, es también vacía y los perros que hablan no existen.


PD 27-11-2011, 16:20h: acabo de agregar en el último párrafo la subordinada adjetiva “que es más “presentativo” que existencial” y la proposición coordinada con que cierra: “y los perros que hablan no existen”.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Momento alicianógeno 002 (1.0.1)


En la sección 2 del ensayo agregué el epígrafe de Los Simpsons e hice algunos retoques al final de los dos párrafos. Ahora se ve así:

2.


“El misterioso viaje de nuestro Homero” (T8E9)

Cuando me voy durmiendo con música, a veces sus evoluciones (melódicas, armónicas, rítmicas, tímbricas, etc.) se van metamorfoseando en personajes y argumentos del primer sueño. Esto no lo recordaría si la inmersión onírica continuara, si no se interrumpiera prematuramente, y tal vez con un fade-out simétrico al fade-in que dibujó hasta ahí. Cuando algo me hace regresar así de un sueño incipiente, personajes y argumentos desandan sus metamorfosis y vuelven a ser flujos sonoros (o yo vuelvo a escuchar música).
A la salida de los dos largos sueños de Alicia pasa algo similar: en el primero, los naipes voladores son hojas caídas del árbol bajo el que despierta; en el segundo, su gata Kitty regresa de ser la Reina Roja que ella sacude. A la salida del misterioso viaje, nuestro Homero comprueba que «el desierto era una trampa de arena y esa loca pirámide era sólo un anuncio y ese coyote que hablaba era un triste perro que hablaba». En su trance de extrañeza, X anduvo por la zona de frontera y mezcla entre realidad e ilusión, como entre vigilia y sueño Alicia, Homero y a veces yo.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Momento alicianógeno 001 (1.0.0)


Antes el ensayo decía esto:

X bajó del colectivo pensando en las compras que tenía que hacer. Antes de pasar por el supermercado, decidió comprar un paquete de pastillas de menta. Vio una esquina que tenía un quiosco de barrio, a una cuadra de donde se había bajado. Era uno de esos quioscos montados en el cuarto de una casa con ventanas que dan a la calle. Adentro no había nadie, pero encontró un cartel, escrito a mano, que decía: “Toque timbre”. Tocó timbre y esperó que lo atendieran.

Conociendo su timidez hasta para el más trivial de los intercambios sociales, había ensayado mentalmente las líneas que diría y esperaba que apareciera alguien a quien decírselas de una vez. Los ensayos, incluso, ya habían terminado al momento de tocar el timbre; había abarcado, imaginaba, todos los detalles y circunstancias más probables de la escena. Hacia la derecha, al fondo del cuarto hogareño devenido en quiosco, se veía una puerta abierta y un interior iluminado; por ahí, se suponía, en un rato aparecería el vendedor apurando el paso. Pero X no lo esperó con la mirada clavada en esa puerta, que vigilaba de reojo, sino al frente, detrás del mostrador, en el sitio en que iría a ubicarse el avisado.

Tal vez la excesiva previsión hizo que lo que finalmente ocurrió le resultase a X aún más sorprendente. Respondiendo al llamado surgió de abajo del mostrador un perro setter, que no abrió la ventanilla del quiosco pero que se lo quedó mirando a X fijo, atento, paciente. Si responderle todavía no había dejado de parecerle absurdo, no hacerlo ya empezaba a parecerle una descortesía. Sintió o temió lo que había entendido que sentía la muy educada Alicia en el País de las Maravillas, donde seres extraños se turnaban para bardearla. Estuvo a punto de pedirle al setter un paquete de pastillas de menta; tal vez ya estaba preparándose para hacerse escuchar a través del vidrio.
En el libro de Carroll, Alicia despierta de un sueño. En la esquina de Floresta, la aparición de una figura humana por el lugar que la atención de X había abandonado rompió el hechizo e hizo regresar el mundo a sus costumbres más conocidas.


Ahora dice esto:

1.

X bajó del colectivo pensando en las compras que tenía que hacer. Antes de pasar por el supermercado, decidió comprar un paquete de pastillas de menta. Vio una esquina que tenía un quiosco de barrio, a una cuadra de donde se había bajado. Era uno de esos quioscos montados en el cuarto de una casa con ventanas que dan a la calle. Adentro no había nadie, pero encontró un cartel, escrito a mano, que decía: “Toque timbre”. Tocó. La espera pareció más larga de lo que fue porque se llenó de anticipos que tampoco fueron.

Conociendo su timidez hasta para el más trivial de los intercambios sociales, al momento de tocar el timbre X había terminado de ensayar mentalmente las líneas que diría. Sin otra cosa que hacer más que esperar, pasó a necesitar que apareciera alguien para decírselas de una vez. Abarcaban, imaginaba, las alternativas más probables de la escena. El escenario era éste: hacia la derecha, al fondo del cuarto hogareño devenido en quiosco, se veía una puerta abierta y un interior iluminado; por ahí, se suponía, en un rato haría su ingreso el vendedor, más apurado cuanto más demorado (X iba recalculando ese apuro, pero uno propio le distorsionaba la percepción de esa demora). Puso furtivamente su atención en la puerta, que vigilaba de reojo, mientras apuntaba su mirada al frente, detrás del mostrador, en el sitio vacante en que iría a colocarse el vendedor.

Tal vez la excesiva previsión hizo que lo que finalmente ocurrió le resultase aún más sorprendente. En lugar de ver venir a una persona por donde la esperaba, ahí donde la esperaba más tarde vio surgir de abajo del mostrador a un perro setter, que no abrió la ventanita redonda del quiosco pero que se lo quedó mirando a X fijo, atento, paciente. Si responderle todavía no había dejado de parecerle absurdo, no hacerlo ya empezaba a parecerle una descortesía. Sintió o temió lo que había entendido que sentía la muy educada Alicia en el País de las Maravillas, donde seres extraños se turnaban para bardearla. Consideró pedirle al setter un paquete de pastillas de menta, y tal vez estuvo a punto; tal vez ya estaba preparándose para hacerse escuchar a través del vidrio.
En el libro de Carroll, Alicia despierta de un sueño. En la esquina de Floresta, la aparición de una figura humana por el lugar que la atención de X había abandonado rompió el hechizo e hizo regresar el mundo a sus costumbres más conocidas.

2.Cuando me voy durmiendo con música, a veces sus evoluciones (rítmicas, armónicas o melódícas, por ejemplo) se van metamorfoseando en personajes y argumentos del primer sueño. Esto no lo recordaría si la inmersión onírica continuara, si no se interrumpiera prematuramente, y tal vez con un fade-out simétrico al fade-in que dibujó hasta ahí. Cuando algo me hace regresar así de la entrada a uno de esos sueños, personajes y argumentos desandan sus metamorfosis y vuelvo a escuchar la música (o sea, a reconocerla).
A la salida de los dos largos sueños de Alicia pasa algo similar: en el primero, los naipes voladores son hojas caídas del árbol bajo el que despierta; en el segundo, su gata Kitty regresa de ser la Reina Roja que ella sacude. Otro tanto comprueba Homero, cuando vuelve de su “misterioso viaje”, con el arenero-desierto, el anuncio-pirámide y el perro-coyote. En su trance de extrañeza, X anduvo por la zona de frontera y mezcla entre realidad e ilusión, como entre vigilia y sueño Alicia, Homero y a veces yo.


miércoles, 26 de octubre de 2011

Dos hallazgos 002 (1.0.0)


El sábado pasado, Diego nos hacía notar que “Tomy y Daly” tenían su autonomía, que podían ser una serie independiente de “Los Simpsons”. Me acordé de este ensayo e imaginé otro similar, que le conté. Pero después vi que el argumento era tan parecido que mejor iba a ser agregarlo al ensayo ya escrito. Su antepenúltimo párrafo hasta hoy llegaba hasta acá:

En igualdad de peso de razones, lo más simple es imaginarle a lo que fueron esas ruinas funciones simplemente religiosas, sin otra vuelta de tuerca. No habiendo ilimitados recursos, aplicar muchos para hacer esa vuelta adicional es un gasto especial que debería justificarse con algún indicio o presunción. La evidencia, en nuestro caso, recién llega con el segundo hallazgo; antes, ni siquiera hay por qué creer que existe.


Desde hoy sigue así:

[...] La evidencia, en nuestro caso, recién llega con el segundo hallazgo; antes, ni siquiera hay por qué creer que existe. Es como si alguien afirmara que los episodios de “The Itchy & Scratchy show” que había en la cápsula desenterrada en realidad formaban parte de algo mayor, intercalados con los episodios de otra serie o incrustados en alguna (por ejemplo, en pantallas que miran personas de carne y hueso, u otros dibujos animados). Y se puede ir todavía más lejos: si conjeturamos una inserción no habiendo ningún indicio, ¿por qué no conjeturamos una más, y otra? Si es por no ser imposibles, lo cumplen.


Hasta acá el ensayo se tituló “Dos hallazgos (o uno en dos tiempos)”. Decidí volver al primer título.

jueves, 20 de octubre de 2011

Chau Tramas


Dejo "Temas" como única etiqueta; suprimo "Tramas".
En la sidebar, "Sobre las tramas" tenía esta presentación:
Además de temas, me interesa identificar en cada ensayo la trama a partir de la cual se desarrolla su argumentación. Puede ser un episodio (una sucesión de escenas encadenadas, como las viñetas de una historieta); puede ser una escena única (como un chiste de un solo cuadro, aunque nos remonte o nos proyecte a otros); puede ser una sinopsis (una exposición de conexiones e implicaciones conceptuales); o puede ser alguna convivencia de estas tramas.

PD del 15-03-2011:
En otro sentido, Zambullidas es una colección y un cableado de tramas. Una trama es un juego de relaciones, que es lo que me da placer ver en la escena, el episodio o el argumento de cada ensayo. Un cableado de tramas es un juego de relaciones de segundo orden o nivel de integración: los términos de esta relación son las relaciones que en el primer nivel (el de la primera integración) se forman conectando datos del episodio, la escena o el argumento en cuestión. En el primer nivel se hacen los ensayos; en el segundo, se agrupan en etiquetas.


lunes, 3 de octubre de 2011

Un encuentro 001 (0.0.1)


Mail de Hernán, relectura del ensayo y agregado:
...; ya estaba muy ida cuando se fue.

jueves, 21 de julio de 2011

Entusiasmos II 004 (1.0.1)


Acabo de hacerle cambios menores al ensayo. Le agregué la que ahora es la segunda frase, que está entre paréntesis:
Y viceversa: hay que estar relajado y despejado para estar concentrado.

Y donde decía: «un aquí y ahora y un resto infinito de...», ahora dice: «un solo aquí y ahora y un resto infinito de...»
También le agregué la foto del epígrafe de la sección 2 y en el texto el paréntesis que cuenta que es de El Bolsón.

domingo, 17 de julio de 2011

Como comodines 005 (0.1.4)


El penúltimo párrafo de la sección 1 del ensayo antes decía esto:
La potencialidad ilimitada que hace del cuadro un “unending gift” es un total de posibilidades no realizadas; las hiperrealidades del jardín de senderos que se bifurcan y de la Biblioteca de Babel son un total de posibilidades realizadas, en existencia.(«Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible.»)

Ahora lo dice así y con un poco más:
La potencialidad ilimitada que hace del cuadro un “unending gift” es un total de posibilidades no realizadas; las hiperrealidades del jardín de senderos que se bifurcan y de la Biblioteca de Babel son un total de posibilidades realizadas, en existencia.*
«No me parece inverosímil que en algún anaquel del universo haya un libro total;1
Lo repito: basta que un libro sea posible para que exista. Sólo está excluido lo imposible. Por ejemplo: ningún libro es también una escalera, aunque sin dudas hay libros que discuten y niegan y demuestran esa posibilidad y otros cuya estructura corresponde a la de una escalera.»



La personalidad de X 005 (0.3.1)


Acabo de agregar una frase al final del último párrafo de la sección 1 de ensayo:
Para decirlo a lo Gödel: si es total, no puede ser consistente; si es consistente, no puede ser total.


martes, 5 de julio de 2011

Un experimento con Funes 005 (3.1.1)


Modifiqué un argumento en el último párrafo del ensayo. Hasta recién decía:
Son los mismos meta-datos que Funes necesita no olvidar para poder comparar desde recuerdos disímiles y distantes –como los del segundo epígrafe– hasta una experiencia en curso y el recuerdo en desarrollo de una experiencia idéntica.

Ahora dice:

Son los mismos meta-datos que Funes puede necesitar no olvidar para poder hacer comparaciones, según entre qué: necesidad mínima, si las hace entre recuerdos disímiles y distantes, como los del segundo epígrafe; máxima, si quiere hacerlas entre una experiencia en curso y el recuerdo en desarrollo de una experiencia idéntica.


lunes, 4 de julio de 2011

La locura del acomodador 001 (0.0.1)


Hasta ahora, el fragmento de video sobre el gusano platelminto que acabo de bajar a la sección 3, la última, estaba arriba de todo, como epígrafe del ensayo junto con la cita de El juego del sentido. Igual, es probable que elimine toda la sección o que le agregue lo que antes encabezada el ensayo “Paradojas”. Veré.

Entusiasmos I 001 (0.0.1)


Le agregué el epígrafe de Berardi arriba del de Girvez en la sección V del ensayo.

sábado, 2 de julio de 2011

Un experimento con Funes 004 (3.1.0)


El rango de cambio medio respecto de la última versión lo alcanza esta versión 3.1.0 del ensayo en razón de un cambio de presentación, no de argumentos (de los que hubo al menos uno, pero menor y focalizado). La división de secciones ya no está numerada porque pasé a ver la segunda como una vuelta al análisis de la primera, no como un avance (de ahí que haya quitado el comienzo que tenía: “Resumamos y avancemos”). Pero además ahora hay 3 secciones: una para el relato del experimento, con el primer epígrafe incluido (El experimento); otra para un primer análisis del experimento y sus corolarios un tanto efectistas (El análisis. Toma 1); y la tercera para una segunda versión del análisis, con el segundo epígrafe incluido (El análisis. Toma 2).
En cuanto al cambio puntual de argumento que hice, distinguí entre la duplicación no parcializada del día de Funes (o del globo terráqueo tamaño natural, al que le agregué la compañía de un mapa mundi que recubre el planeta) y la duplicación parcializada del mapa de Inglaterra que imagina Royce. No es que Funes en una hora de un día recuerda lo que experimentó en ese día entero.
A las 17:17 de hoy, sábado 2 de julio de 2011, el ensayo se ve así:

El experimento

          «Ahora su percepción y su memoria eran infalibles.»
          «Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero.»
          «En aquel tiempo no había cinematógrafos ni fonógrafos; es, sin embargo, inverosímil y hasta increíble que nadie hiciera un experimento con Funes.»

          “Funes el memorioso”, de J. L. Borges.

Imaginemos que ponemos a Funes a escuchar un cuarteto vocal (con algo más moderno que un fonógrafo). Luego, le pasamos el mismo tema pero editado de modo que no suenen dos de las voces. Si Funes sincroniza su evocación de las dos voces silenciadas con la audición en directo de las otras dos, no podrá distinguir entre las que está percibiendo y las que está recordando.
En rigor, con el mismo resultado podría incluso ponerse a evocar las cuatro: dos también las estaría escuchando, pero no con mayor nitidez con que las estaría recordando (¡maaarrche otro solapamiento perfecto!).

El análisis. Toma 1

Es un buen momento para entrar en precisiones. Por ejemplo, volvamos al primer corolario hipotético del experimento, para matizarlo: nuestro Funes diletante no podrá distinguir por su contenido (o por su aspecto, apariencia, manifestación, composición, definición o como se lo prefiera llamar) entre las voces que está percibiendo y las que está recordando, si ambas cosas las hace a la perfección, sin desperdicio. Pero esa identidad no es la única relación en juego; todavía las podría distinguir por sus diferentes tiempos (lo escuchado va en simultáneo, o casi, mientras lo recordado va en diferido y siempre viene después) y/o por sus diferentes locaciones o procedencias (lo escuchado reside o se elabora en la percepción; lo recordado, en la memoria).
Redundo. Si el escuchar como recuerda y recordar como escucha le impide a Funes saber si está haciendo una cosa o la otra, es que no ha podido retener las diferencias que esos hechos presentan entre sus coordenadas identificatorias (situacionales: sus direcciones), o sea, entre sus rasgos de evento característicos (cuándo y dónde se hace una cosa y la otra).
Por un lado, no sé si el “olvido” de estas diferencias es la causa o es el efecto de la ilusión de mismidad que produce la otra identidad, la que existe entre los contenidos o la composición de una percepción y un recuerdo perfectos, infalibles; como sea, ese olvido y esa ilusión son solidarios. Por otro lado, nada se puede saber de esos datos distintivos escudriñando y comparando internamente las voces a las que se aplican, analizándolas, cartografiándolas; son meta-datos, informaciones sobre la existencia y la ocurrencia de esas voces, que por lo demás son idénticas (en razón de ser igual de escuchables que de evocables –igual de registrables que de reproducibles–, y en grado absoluto).

Antes de seguir, permutemos voces por archivos, para volver a la comparación más útil que se me ocurre para hablar sobre lo mismo y lo otro o lo idéntico y lo diferente. Dos archivos de texto pueden tener la misma cantidad de caracteres, pueden incluso tener los mismos caracteres, y pueden también tenerlos en el mismo orden; en resumen, pueden ser archivos de texto idénticos. Pero nunca pueden tener el mismo nombre completo al mismo tiempo: es decir, la misma dirección, el mismo path o ruta de acceso, la misma ubicación en la misma unidad de almacenamiento. (En tiempos diferentes, sí, como cuando restituimos un archivo de la Papelera de Reciclaje.) Esa imposibilidad, que define un principio de mismidad, produce una diferencia irreductible, siempre referida al evento de una existencia (la de un archivo o una voz, por ejemplo) en relación con otro contemporáneo.

El análisis. Toma 2

          «Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho.»

          “Funes el memorioso”, de J. L. Borges.

Alcanzadas una y otra infalibilidad, no se percibe algo de un modo mejor (con una precisión mayor) a como se lo recordará. De ahí que, sin filtro y sin pérdida, esa reconstrucción de un día de experiencias acabe siendo una duplicación, como un globo terráqueo de tamaño natural (o un mapa mundi que recubra el planeta, a diferencia del mapa de Inglaterra que Royce imagina a la misma escala 1 a 1 pero ocupando una parte del territorio a cartografiar, lo que lo abisma autorreferencialmente).*
La digresión. La equipotencia definitoria

Leemos en el ensayo de Borges “Magias parciales del Quijote”, de Otras inquisiciones:
Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte: Josiah Royce, en el primer volumen de la obra The Word and the Individual (1899), ha formulado la siguiente: “Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto que sea, que no esté registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa, que debe contener un mapa del mapa del mapa, y así hasta lo infinito.”

Bertrand Russell no se interesa por lo mismo que se interesan Borges y su citado Royce; al menos, puede postergar ese interés. Para entender mejor el que lo ocupa en lo inmediato, conviene hacer una (externamente) breve introducción a la propiedad que distingue a los conjuntos infinitos de los finitos.
A partir de Bolzano, Dedekind y Cantor, los conjuntos infinitos fueron definidos (o identificados) mediante la misma relación que antes había sido usada para impugnarlos: la correspondencia uno a uno entre sus miembros y los de algún sub­conjunto propio (para decirlo rápido, la igualdad de tamaño –o de cardinalidad, o sea, la equipotencia– entre el todo y una de sus partes, como puede ser la de los números cuadrados o los pares, que son un subconjunto de los naturales).*
La digresión de la digresión. La equipotencia impugnatoria

Suele citarse a Galileo como ejemplo ilustre de ese uso impugnatorio, aunque su argumento no sea el de que los conjuntos infinitos resulten por eso absurdos, sino el de que no se les pueden aplicar las nociones de mayor, menor o igual que, que sólo tendrían sentido en los conjuntos finitos. En el diálogo de la “Jornada Primera” de su libro Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias relativas a los movimientos de traslación, el contertulio Salviati viene diciendo:
...creo que las propiedades de mayor, menor e igual no convienen a los infinitos, de los que no se puede decir que uno es mayor, menor o igual a otro. Como prueba de ello, me vine a la memoria un argumento que propondré para ser más claro bajo la forma de interrogaciones al señor Simplicio, que ha sido quien ha puesto la dificultad.
Supongo que sabéis perfectamente cuáles son los números cuadrados y los no cuadrados.

SIMPLICIO. Sé perfectamente que un número cuadrado es el que resulta de la multiplicación de otro número por sí mismo; así, 4, 9, etcétera, son números cuadrados, y generados el uno por el número dos y el otro por el tres al multiplicarse por sí mismos.

SALVIATI. Muy bien. Sabéis también que así como los productos se llaman cuadrados, los que los producen, es decir, los números que se multiplican, se llaman lados o raíces. En cuanto a los números que no son engendrados por la multiplicación del número por sí mismo, no son, naturalmente, cuadrados. Por tanto, si yo digo que todos los números, incluyendo cuadrados y no cuadrados, son más que los cuadrados solos, enunciaré una proposición verdadera, ¿no es así?

SIMPLICIO. Evidentemente.

SALVIATI. Si continúo preguntando cuántos son los números cuadrados, se puede responder con certeza que son tantos cuantas raíces tenga, teniendo presente que todo cuadrado tiene su raíz y toda raíz su cuadrado; no hay, por otro lado, cuadrados que tengan más de una raíz ni raíz con más de un cuadrado.

SIMPLICIO. Así es.

SALVIATI. Pero si pregunto cuántas raíces hay, no se puede negar que haya tantas como números, ya que no hay ningún número que no sea raíz de algún cuadrado. Estando así las cosas, habrá que decir que hay tantos números cuadrados como números, ya que son tantos como sus raíces, y raíces son todos los números. Decíamos al principio, sin embargo, que todos los números son muchos más que todos los cuadrados, puesto que la mayoría de ellos no son cuadrados. Incluso el número de cuadrados va disminuyendo siempre a medida que nos acercamos a números más grandes, ya que hasta cien hay diez cuadrados, que es tanto como decir que sólo la décima parte son cuadrados; y en diez mil sólo la centésima parte son cuadrados, mientras que en un millón la cifra ha descendido a la milésima parte. Con todo, en un número infinito, si pudiéramos concebirlo, habría que decir que hay tantos cuadrados como números en total.

SAGREDO. En este caso, ¿Qué es lo que se deduce?

SALVIATI. Yo no veo qué otra cosa haya que decir si no es que infinitos son todos los números, infinitos los cuadrados, infinitos sus raíces; la multitud de los cuadrados no es menor que la de todos los números, ni ésta mayor que aquella; y finalmente, los atributos de mayor, menor e igual no se aplican a los infinitos, sino sólo a las cantidades finitas. De modo que, cuando el señor Simplicio me presenta muchas líneas desiguales y me pregunta cómo puede ser que en la mayor no haya más puntos que en la pequeña, yo le respondo que no hay ni más ni menos ni los mismos, sino infinitos en cada una.
Siglos más tarde, Georg Cantor demostrará que a los conjuntos infinitos no les deja de ser aplicable la Ley de la Tricotomía (por la cual dados cualesquiera dos de ellos, o son del mismo tamaño o uno es mayor o menor que el otro). Y que no son absurdos por ser equipotentes a un subconjunto propio, sino precisamente infinitos en razón de ello.

En su Introducción a la filosofía matemática (Barcelona, Paidós, 1988, p. 75), Russell escribe:
Cuando esto es posible, puede decirse que el correlator empleado «refleja» a la totalidad de la clase en una parte de ella; de ahí que estas clases se denominen «reflexivas». (...) Uno de los ejemplos más notables de «reflexión» es el del mapa de Royce, quien imagina que se desea trazar un mapa de Inglaterra sobre una parte de su superficie. Un mapa, si es preciso, ofrece una perfecta correspondencia de uno a uno con el original; luego, el mapa en cuestión, que es una parte, se hallará en relación biunívoca con el todo, y deberá contener el mismo número de puntos que éste, el cual debe ser, por tanto, un número reflexivo. Royce se interesa por el hecho de que el mapa, para ser correcto, habrá de contener un mapa del mapa, que a su vez deberá contener un mapa del mapa del mapa, y así sucesivamente hasta el infinito. Es un detalle interesante, aunque no será necesario detenernos en él por el momento. De hecho, será preferible olvidar los ejemplos visuales para concentrarnos en otros más perfectamente definidos, para lo cual nada mejor que las propias series de números.
El día que Funes usa para reconstruir un día entero tiene al menos (o como máximo) un acontecimiento más que éste: el de esa perfecta reconstrucción memoriosa. Si en un tercer día Funes se pusiera a evocar el día en que se puso a evocar un día entero de percepciones (que tal vez incluyera rememoraciones), esa evocación completa de una evocación completa sería un evento que no estaría en el segundo día ni en el primero (que ya acumularía dos diferencias).
Que éstas lo sean de meta-datos implica que el acto de la reconstrucción y el de la reconstrucción de la reconstrucción (y así siguiendo) no insumen un tiempo adicional: más que eventos a eslabonar con los vividos, siquiera idealmente son meros saberes sobre, de esos que no ocupan lugar pero porque se solapan con exactitud, sin que rebasen con su propia inclusión y sin que les falte incluir algo de lo otro. Así es como la reconstrucción de un día logra no ser selectiva y deviene duplicación.


Para alcanzar la ilusión de que lo que se escucha y lo que se recuerda son lo mismo, para que cabalmente el duplicado no se distinga de lo duplicado (ausente –la experiencia es pasada– o presente –la experiencia es simultánea al recuerdo de una experiencia idéntica–), Funes necesita ignorar u olvidar los meta-tags que los distinguen, que de uno informan que es una percepción y del otro que es un recuerdo, y que los data distintivamente (como a las nubes australes de un amanecer y a la espuma que levantó un remo).
Son los mismos meta-datos que Funes necesita no olvidar para poder comparar desde recuerdos disímiles y distantes –como los del segundo epígrafe– hasta una experiencia en curso y el recuerdo en desarrollo de una experiencia idéntica. Y a la inversa: si a éstos Funes no los pudiera diferenciar y comparar, siquiera para decir que son idénticos, se le impondrían indiscernibles: para su inteligencia o comprensión serían una y la misma cosa. (Una respuesta así fracasará en aquellas situaciones donde ese discernimiento ahorrado sea decisivo, donde esa confusión resulte perjudicial, tal vez incluso letal –como las que hacen mérito para un premio Darwin.)


PD 3:50 am del 3 de julio de 2011: Acabo de agregarle los títulos a los dos bloques ocultos bajo asteriscos, las dos digresiones.

Un experimento con Funes 003 (3.0.0)


Acabo de terminar de escribir directamente sobre el editor del blog los párrafos que aumentaron la hasta ahora intacta sección 1 del ensayo:
Es un buen momento para entrar en precisiones. Por ejemplo, volvamos al primer corolario hipotético del experimento, para matizarlo: nuestro Funes diletante no podrá distinguir por su contenido (o por su aspecto, apariencia, manifestación, composición, definición o como se lo prefiera llamar) entre las voces que está percibiendo y las que está recordando, si ambas cosas las hace a la perfección, sin desperdicio. Pero esa identidad no es la única en juego; todavía las podría distinguir por sus diferentes tiempos (lo escuchado va en simultáneo, o casi, mientras lo recordado va en diferido y siempre viene después) y/o por sus diferentes locaciones o procedencias (lo escuchado reside o se elabora en la percepción; lo recordado, en la memoria).
Redundo. Si el escuchar como recuerda y recordar como escucha le impide a Funes saber si está haciendo una cosa o la otra, es que no ha podido retener las diferencias que esos hechos presentan entre sus coordenadas identificatorias (situacionales: sus direcciones), o sea, entre sus rasgos de evento característicos (cuándo y dónde se hace una cosa y la otra).
Por un lado, no sé si el “olvido” de estas diferencias es la causa o es el efecto de la ilusión de mismidad que produce la otra identidad, la que existe entre los contenidos o la composición de una percepción y un recuerdo perfectos, infalibles; como sea, ese olvido y esa ilusión son solidarios. Por otro lado, nada se puede saber de esos datos distintivos escudriñando y comparando internamente las voces a las que se aplican, analizándolas, cartografiándolas; son meta-datos, informaciones sobre la existencia y la ocurrencia de esas voces, que por lo demás son idénticas (en razón de ser igual de escuchables que de evocables –igual de registrables que de reproducibles–, y en grado absoluto).

Antes de seguir, permutemos voces por archivos, para volver a la comparación más útil que se me ocurre para hablar sobre lo mismo y lo otro o lo idéntico y lo diferente. Dos archivos de texto pueden tener la misma cantidad de caracteres, pueden incluso tener los mismos caracteres, y pueden también tenerlos en el mismo orden; en resumen, pueden ser archivos de texto idénticos. Pero nunca pueden tener el mismo nombre completo al mismo tiempo: es decir, la misma dirección, el mismo path o ruta de acceso, la misma ubicación en la misma unidad de almacenamiento. (En tiempos diferentes, sí, como cuando restituimos un archivo de la Papelera de Reciclaje.) Esa imposibilidad hace de cualquier mismidad una diferencia irreductible, siempre referida al evento de una existencia (la de un archivo o una voz) en relación con otro contemporáneo.


La sección 2 tuvo cambios comparativamente menores. Por un lado, antes el último párrafo decía esto:
Son los mismos meta-datos que Funes necesita no olvidar para poder comparar desde recuerdos disímiles y distantes –como los del último epígrafe– hasta una experiencia en curso y el recuerdo en desarrollo de una experiencia idéntica. (Si Funes no los pudiera diferenciar y comparar, siquiera para decir que son idénticos, le resultarían indiscernibles: para su inteligencia o comprensión serían una y la misma cosa, lo que no sería una buena respuesta en aquellas situaciones donde ese discernimiento ahorrado fuese decisivo, donde esa confusión resultase perjudicial, tal vez incluso letal –como las que hacen mérito para un premio Darwin.)

Ahora dice esto:
Son los mismos meta-datos que Funes necesita no olvidar para poder comparar desde recuerdos disímiles y distantes –como los del segundo epígrafe– hasta una experiencia en curso y el recuerdo en desarrollo de una experiencia idéntica. Y a la inversa: si a éstos Funes no los pudiera diferenciar y comparar, siquiera para decir que son idénticos, se le impondrían indiscernibles: para su inteligencia o comprensión serían una y la misma cosa. (Una respuesta así fracasará en aquellas situaciones donde ese discernimiento ahorrado sea decisivo, donde esa confusión resulte perjudicial, tal vez incluso letal –como las que hacen mérito para un premio Darwin.)

Por otro lado, también alteré el orden de lo que demostrará Cantor sobre el final del segundo plano de inscripción anidado (segundo asterisco), para ligarlo mejor con la continuación del primer plano, donde está la cita de Russell. Antes decía esto:
Siglos más tarde, Georg Cantor demostrará que los conjuntos infinitos no son absurdos por ser equipotentes a un subconjunto propio, sino precisamente infinitos en razón de ello; y que no les deja de ser aplicable la Ley de la Tricotomía (por la cual dados cualesquiera dos de ellos, o son del mismo tamaño o uno es mayor o menor que el otro).

Ahora dice esto:
Siglos más tarde, Georg Cantor demostrará que a los conjuntos infinitos no les deja de ser aplicable la Ley de la Tricotomía (por la cual dados cualesquiera dos de ellos, o son del mismo tamaño o uno es mayor o menor que el otro). Y que no son absurdos por ser equipotentes a un subconjunto propio, sino precisamente infinitos en razón de ello.


PD de las 16:21h. Acabo de retocar la última frase de la sección 1. Ahora dice así:
Esa imposibilidad, que define un principio de mismidad, produce una diferencia irreductible, siempre referida al evento de una existencia (la de un archivo o una voz, por ejemplo) en relación con otro contemporáneo.

viernes, 1 de julio de 2011

Un experimento con Funes 002 (2.0.0)


Mucho agregado y cambio en la sección 2 del ensayo. En relación con el estado anterior de la sección, ahora se ve esto:
2.
          «Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho.»

          “Funes el memorioso”, de J. L. Borges.

Resumamos y avancemos. Alcanzadas una y otra infalibilidad, no se percibe algo de un modo mejor (con una precisión mayor) a como se lo recordará. De ahí que, sin filtro y sin pérdida, esa reconstrucción de un día de experiencias acabe siendo una duplicación, como un globo terráqueo de tamaño natural (que esté dentro del planeta lo abisma autorreferencialmente, como ocurre con el mapa de Inglaterra a la misma escala 1 a 1 y ahí mismo, o sea, ocupando un espacio del territorio a cartografiar).*
Leemos en el ensayo de Borges “Magias parciales del Quijote”, de Otras inquisiciones:
Las invenciones de la filosofía no son menos fantásticas que las del arte: Josiah Royce, en el primer volumen de la obra The Word and the Individual (1899), ha formulado la siguiente: “Imaginemos que una porción del suelo de Inglaterra ha sido nivelada perfectamente y que en ella traza un cartógrafo un mapa de Inglaterra. La obra es perfecta; no hay detalle del suelo de Inglaterra, por diminuto que sea, que no esté registrado en el mapa; todo tiene ahí su correspondencia. Ese mapa, en tal caso, debe contener un mapa del mapa, que debe contener un mapa del mapa del mapa, y así hasta lo infinito.”

Bertrand Russell no se interesa por lo mismo que se interesan Borges y su citado Royce; al menos, puede postergar ese interés. Para entender mejor el que lo ocupa en lo inmediato, conviene hacer una (externamente) breve introducción a la propiedad que distingue a los conjuntos infinitos de los finitos.
A partir de Bolzano, Dedekind y Cantor, los conjuntos infinitos fueron definidos (o identificados) mediante la misma relación que antes había sido usada para impugnarlos: la correspondencia uno a uno entre sus miembros y los de algún sub­conjunto propio (para decirlo rápido, la igualdad de tamaño –o de cardinalidad, o sea, la equipotencia– entre el todo y una de sus partes, como puede ser la de los números cuadrados o los pares, que son un subconjunto de los naturales).*
Suele citarse a Galileo como ejemplo ilustre de ese uso impugnatorio, aunque su argumento no sea el de que los conjuntos infinitos resulten por eso absurdos, sino el de que no se les pueden aplicar las nociones de mayor, menor o igual que, que sólo tendrían sentido en los conjuntos finitos. En el diálogo de la “Jornada Primera” de su libro Consideraciones y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias relativas a los movimientos de traslación, el contertulio Salviati viene diciendo:
...creo que las propiedades de mayor, menor e igual no convienen a los infinitos, de los que no se puede decir que uno es mayor, menor o igual a otro. Como prueba de ello, me vine a la memoria un argumento que propondré para ser más claro bajo la forma de interrogaciones al señor Simplicio, que ha sido quien ha puesto la dificultad.
Supongo que sabéis perfectamente cuáles son los números cuadrados y los no cuadrados.

SIMPLICIO. Sé perfectamente que un número cuadrado es el que resulta de la multiplicación de otro número por sí mismo; así, 4, 9, etcétera, son números cuadrados, y generados el uno por el número dos y el otro por el tres al multiplicarse por sí mismos.

SALVIATI. Muy bien. Sabéis también que así como los productos se llaman cuadrados, los que los producen, es decir, los números que se multiplican, se llaman lados o raíces. En cuanto a los números que no son engendrados por la multiplicación del número por sí mismo, no son, naturalmente, cuadrados. Por tanto, si yo digo que todos los números, incluyendo cuadrados y no cuadrados, son más que los cuadrados solos, enunciaré una proposición verdadera, ¿no es así?

SIMPLICIO. Evidentemente.

SALVIATI. Si continúo preguntando cuántos son los números cuadrados, se puede responder con certeza que son tantos cuantas raíces tenga, teniendo presente que todo cuadrado tiene su raíz y toda raíz su cuadrado; no hay, por otro lado, cuadrados que tengan más de una raíz ni raíz con más de un cuadrado.

SIMPLICIO. Así es.

SALVIATI. Pero si pregunto cuántas raíces hay, no se puede negar que haya tantas como números, ya que no hay ningún número que no sea raíz de algún cuadrado. Estando así las cosas, habrá que decir que hay tantos números cuadrados como números, ya que son tantos como sus raíces, y raíces son todos los números. Decíamos al principio, sin embargo, que todos los números son muchos más que todos los cuadrados, puesto que la mayoría de ellos no son cuadrados. Incluso el número de cuadrados va disminuyendo siempre a medida que nos acercamos a números más grandes, ya que hasta cien hay diez cuadrados, que es tanto como decir que sólo la décima parte son cuadrados; y en diez mil sólo la centésima parte son cuadrados, mientras que en un millón la cifra ha descendido a la milésima parte. Con todo, en un número infinito, si pudiéramos concebirlo, habría que decir que hay tantos cuadrados como números en total.

SAGREDO. En este caso, ¿Qué es lo que se deduce?

SALVIATI. Yo no veo qué otra cosa haya que decir si no es que infinitos son todos los números, infinitos los cuadrados, infinitos sus raíces; la multitud de los cuadrados no es menor que la de todos los números, ni ésta mayor que aquella; y finalmente, los atributos de mayor, menor e igual no se aplican a los infinitos, sino sólo a las cantidades finitas. De modo que, cuando el señor Simplicio me presenta muchas líneas desiguales y me pregunta cómo puede ser que en la mayor no haya más puntos que en la pequeña, yo le respondo que no hay ni más ni menos ni los mismos, sino infinitos en cada una.
Siglos más tarde, Georg Cantor demostrará que los conjuntos infinitos no son absurdos por ser equipotentes a un subconjunto propio, sino precisamente infinitos en razón de ello; y que no les deja de ser aplicable la Ley de la Tricotomía (por la cual dados cualesquiera dos de ellos, o son del mismo tamaño o uno es mayor o menor que el otro).

En su Introducción a la filosofía matemática (Barcelona, Paidós, 1988, p. 75), Russell escribe:
Cuando esto es posible, puede decirse que el correlator empleado «refleja» a la totalidad de la clase en una parte de ella; de ahí que estas clases se denominen «reflexivas». (...) Uno de los ejemplos más notables de «reflexión» es el del mapa de Royce, quien imagina que se desea trazar un mapa de Inglaterra sobre una parte de su superficie. Un mapa, si es preciso, ofrece una perfecta correspondencia de uno a uno con el original; luego, el mapa en cuestión, que es una parte, se hallará en relación biunívoca con el todo, y deberá contener el mismo número de puntos que éste, el cual debe ser, por tanto, un número reflexivo. Royce se interesa por el hecho de que el mapa, para ser correcto, habrá de contener un mapa del mapa, que a su vez deberá contener un mapa del mapa del mapa, y así sucesivamente hasta el infinito. Es un detalle interesante, aunque no será necesario detenernos en él por el momento. De hecho, será preferible olvidar los ejemplos visuales para concentrarnos en otros más perfectamente definidos, para lo cual nada mejor que las propias series de números.
El día que Funes usa para reconstruir un día entero tiene al menos (o como máximo) un acontecimiento más que éste: el de esa perfecta reconstrucción memoriosa. Si en un tercer día Funes se pusiera a evocar el día en que se puso a evocar un día entero de percepciones (que tal vez incluyera rememoraciones), esa evocación completa de una evocación completa sería un evento que no estaría en el segundo día ni en el primero, que ya acumularía dos diferencias.
Que éstas lo sean de meta-datos implica que el acto de la reconstrucción y el de la reconstrucción de la reconstrucción (y así siguiendo) no insumen un tiempo adicional: más que eventos a enhebrar con los vividos, siquiera idealmente son meros saberes sobre, de esos que no ocupan lugar, o de esos que se solapan con exactitud, sin que rebasen con su propia inclusión y sin que les falte incluir algo de lo otro. Gracias a ello la reconstrucción de un día logra no ser selectiva y deviene duplicación.

Para que cabalmente el duplicado no se distinga de lo duplicado (ausente –la experiencia es pasada– o presente –la experiencia es simultánea al recuerdo de una experiencia idéntica–), Funes necesita olvidar los meta-tags que los distinguen, que de uno informan que es una percepción y del otro que es un recuerdo, y que los data distintivamente.
Son los mismos meta-datos que Funes necesita no olvidar para poder comparar desde recuerdos disímiles y distantes –como los del último epígrafe– hasta una experiencia en curso y el recuerdo en desarrollo de una experiencia idéntica. (Si Funes no los pudiera diferenciar y comparar, siquiera para decir que son idénticos, le resultarían indiscernibles: para su inteligencia o comprensión serían una y la misma cosa, lo que no sería una buena respuesta en aquellas situaciones donde ese discernimiento ahorrado fuese decisivo, donde esa confusión resultase perjudicial, tal vez incluso letal –como las que hacen mérito para un premio Darwin.)


jueves, 30 de junio de 2011

Un experimento con Funes 001 (1.0.0)


En su primera versión, el ensayo consistía únicamente en lo que ahora es su sección 1. Acabo de agregarle la 2:
2.
          «Sabía las formas de las nubes australes del amanecer del 30 de abril de 1882 y podía compararlas en el recuerdo con las vetas de un libro en pasta española que sólo había mirado una vez y con las líneas de la espuma que un remo levantó en el Río Negro la víspera de la acción del Quebracho.»

          “Funes el memorioso”, de J. L. Borges.

Resumamos y avancemos. Alcanzadas una y otra infalibilidad, no se percibe algo mejor de lo que se lo recordará. De ahí que esa reconstrucción de un día de experiencias acabe siendo una duplicación.
Para que el duplicado no se distinga de lo duplicado (ausente –la experiencia es pasada– o presente –la experiencia es simultánea al recuerdo de una experiencia idéntica–), Funes necesita olvidar los meta-tags que los distinguen, que de uno informan que es una percepción y de otro que es un recuerdo. Son los mismos meta-datos que necesita no olvidar para poder comparar recuerdos tan disímiles y distantes como las formas de unas nubes, las vetas de un libro y las líneas de una espuma.


El único cambio que le hice al apartado 1 estuvo en el paréntesis del final: donde decía “(he aquí un solapamiento perfecto)” ahora dice “(maaarrche un solapamiento perfecto)”.

sábado, 18 de junio de 2011

El tiempo y J. L. Borges 003 (1.2.0)


A la sección 1 del ensayo le agregué el que ahora es su último párrafo, a continuación de la cita de los «diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan»:
La ramificación infinita de continuaciones de El jardín... parece querer complementar la de vísperas de la versión divina o demiurga de April March; por ejemplo, las precuelas de la victoria de un ejército, entre las que habrá una marcha «a través de una montaña desierta» y el cruce de un palacio «en el que hay una fiesta». Contado para atrás, El jardín... es igual que esa imitación infinitaria de la ternaria April March, que contada para adelante es igual que El jardín...

Al final del apartado 3, a continuación de la cita que termina con «cuyo tema es el tiempo», agregué lo siguiente:
La identificación puede ser más precisa: el tema de El jardín... es el tiempo futuro, el que sigue a cada encrucijada habilitada; es el tiempo de las continuaciones, no el de las vísperas (pasado) ni el de las acciones en curso (presente). Veamos qué se dice y qué se hace sobre ese futuro con la infinita bifurcación novelesca, primero, y sobre sus vecinos temporales con un par de milagros, después.

viernes, 17 de junio de 2011

El tiempo y J. L. Borges 002 (1.1.0)


Acabo de terminar de hacerle algunos cambios medios al ensayo. Tomando como base la última versión copiada en la entrada anterior de esta Bitácora, ahora el ensayo dice esto:
          «Sé que de todos los problemas, ninguno lo inquietó y lo trabajó como el abismal problema del tiempo.»

          J. L. Borges, “El jardín de senderos que se bifurcan”, Ficciones.

1.

La reseña de la novela April March, de Herbert Quain, incluye la siguiente descripción de su estructura:
«Trece capítulos integran la obra. El primero refiere el ambiguo diálogo de unos desconocidos en un andén. El segundo refiere los sucesos de la víspera del primero. El tercero, también retrógrado, refiere los sucesos de otra posible víspera del primero; el cuarto, los de otra. Cada una de esas tres vísperas (que rigurosamente se excluyen) se ramifica en otras tres vísperas, de índole muy diversa. La obra total consta pues de nueve novelas; cada novela, de tres largos capítulos. (El primero es común a todas ellas, naturalmente.)»
El narrador concluye así su comentario sobre la obra:
«No sé si debo recordar que ya publicado April March, Quain se arrepintió del orden ternario y predijo que los hombres que lo imitaran optarían por el binario (...) y los demiurgos y los dioses por el infinito: infinitas historias, infinitamente ramificadas.»
A esa obra divina propende la inconclusa (e inconcluible) El jardín de senderos que se bifurcan, postulada a la vez como novela y laberinto (o novela que figura un laberinto, que debía ser «estrictamente infinito»). «Los mundos que propone April March no son regresivos; lo es la manera de historiarlos», aclara el glosador de Quain. Esa manera es la opuesta (es la común) en la novela de Ts’ui Pên: «En todas las ficciones, cada vez que un hombre se enfrenta con diversas alternativas, opta por una y elimina las otras; en la del casi inextricable Ts’ui Pên, opta –simultáneamente– por todas. Crea, así, diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan.»

2.

Recordemos los números que organizan la Biblioteca de Babel:
«A cada uno de los muros de cada hexágono corresponden cinco anaqueles; cada anaquel encierra treinta y dos libros de formato uniforme; cada libro es de cuatrocientas diez páginas; cada página, de cuarenta renglones; cada renglón, de unas ochenta letras de color negro»
El formato de los libros acota la libertad de las combinaciones entre los 25 símbolos que componen toda la Biblioteca. En ella está escrito todo lo que se puede decir con esa configuración; están todos los libros distintos que tienen ese formato. De ahí que, en principio, la colección sea finita y no admita la repetición de volúmenes («un hecho que todos los viajeros han confirmado: No hay, en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos», de lo que se «dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos»).
Hasta acá, si el espacio físico de la Biblioteca es ilimitado, habrá una vastedad inmensurable de hexágonos completamente vacíos, ociosos. Sin pérdida de tiempo, los puebla la conjetura –la «elegante esperanza»– de que la serie de libros es periódica. En cada ciclo, cada libro es único, discernible; en el conjunto infinito de ciclos, cada uno de esos libros singulares está interminablemente repetido para que el universo no cese o para que no sea un mueble casi vacío.*
Si no fuese periódica, la Biblioteca tendría: 251.312.000 libros y 251.312.000 ÷ 640 hexágonos; tales serían las cifras de su totalidad irrepetible. Siendo periódica (o sea, estando repetida un número ℵ0 de veces, que es la magnitud transfinita de una infinitud periódica), hay entonces 251.312.000 × ℵ0 = ℵ0 libros y ℵ0 ÷ 640 = ℵ0 hexágonos. Si en cada período de la Biblioteca hay 640 libros por hexágono, en todos ellos (es decir, en la Biblioteca periódica) hay tantos libros como hexágonos: exactamente, ℵ0. El mismo ejercicio de aritmética transfinita podemos imaginar para el libro de arena. Supongamos que cada diez páginas un título escande el volumen; su índice será tan numeroso (tan infinito) como el libro del que forma parte.
Borges menciona el número de esta equipotencia extraña (a nuestros hábitos finitistas) en el cuento que toma por título el nombre de la letra hebrea que lo representa: “El Aleph”. El comportamiento de los conjuntos infinitos que lo tienen por cifra es evocado en dos ensayos con propósitos diversos: en “La perpetua carrera de Aquiles y la tortuga” (del libro Discusión), para contestar la famosa aporía eleata; y en “La doctrina de los ciclos” (de Historia de la eternidad), para refutar al Zarathustra de Nietzsche. Esta última aplicación justifica –espero– la digresión en curso. La periodicidad de la Biblioteca no es otra cosa que un eterno retorno. Lo mismo que Borges rechaza en los ensayos, su bibliotecario babélico postula con esperanza; lo hace, acaso, para no concebir la nada que se impondría al cesar el universo, para postergarla infinitamente –como venía diciendo.

La ramificación de acontecimientos o circunstancias en la novela de Ts’ui Pên no está obligada a conformarse a ningún formato; esa libertad le impone una infinita expansión sin repeticiones («El tiempo se bifurca perpetuamente hacia innumerables futuros», asume Stephen Albert). El conjunto de libros de la Biblioteca es infinito a condición de ser periódico, de repetir su total a intervalos regulares e incesantes. De esta condición está eximida su secuela, el libro de arena, cuya verborragia prolifera del mismo modo irrestricto en que lo hace el mundo en El jardín de senderos que se bifurcan.

Antes de continuar, demorémonos brevemente en la otra proliferación problemática que pueden presentar (aunque el relato no la presente) las bifurcaciones del jardín: la proliferación regresiva de los senderos (no de «la manera de historiarlos»).
En la Biblioteca de Babel, los 25 «símbolos naturales» (que «los inventores de la escritura imitaron») son el elenco estable de la mecánica combinatoria; además de ser un grupo firme, cada uno de ellos es una unidad irreprochable, segura. En cambio, cada acontecimiento –punto de partida de una bifurcación– puede descomponerse o perderse en otros; el acto de matar Fang al desconocido (o incluso el acto de resolver matarlo) no es en absoluto simple, para no hablar de la victoria de un ejército o de las circunstancias que la favorecen. La elección de cualquier suceso o matiz circunstancial como unidad de variación o encrucijada del tiempo importa una arbitrariedad incurable. No se puede fijar e identificar un acontecimiento sin incurrir en una simplificación o en una generalización.

3.

En una nota al pie de su ensayo “El idioma analítico de John Wilkins”, del libro Otras inquisiciones, Borges vuelve a adjudicar a los dioses el manejo de órdenes infinitos, esta vez referidos a sistemas de numeración: «El más complejo (para uso de las divinidades y de los ángeles) registraría un número infinito de símbolos, uno para cada número entero...». No de otro modo era el sistema de numeración ideado por Ireneo Funes («un precursor de los superhombres», ya que no un dios): «En lugar de siete mil trece, decía (por ejemplo) Máximo Pérez; en lugar de siete mil catorce, El ferrocarril; otros números eran Luis Melián Lafinur, Olimar, azufre, los bastos, la ballena, el gas, la caldera, Napoleón, Agustín de Vedia. En lugar de quinientos, decía nueve.» (A propósito de este último caso, Funes no designa un número, 500, con otro número, 9, sino con la palabra que hace las veces de nombre de ese número, que es un signo como cualquier otro, un designador al cual tener este o aquel significado no le impide cumplir con cualquier designación. Y si Funes dijera quinientos, no por coincidente este nombre sería menos arbitrario que el semánticamente contradictorio nueve.)
Humanos al fin, ni Funes ni Ts’ui Pên pueden hacer un uso cabal y acabado de sus técnicas exorbitantes. Funes no podría habernos legado un inventario exactamente infinito de sus números, ni Ts’ui Pên un libro de igual condición. Estas empresas no interesan tanto por lo que consiguen consumar como por lo que insinúan. Al respecto, Stephen Albert, el exégeta inglés de la novela inconclusa, expone ante su visitante chino, Yu Tsun, descendiente del autor:
«El jardín de senderos que se bifurcan es una imagen incompleta, pero no falsa, del universo tal como lo concebía Ts’ui Pên. A diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo uniforme, absoluto. Creía en infinitas series de tiempos, en una red creciente y vertiginosa de tiempos divergentes, convergentes y paralelos. Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades.»
A diferencia de Quain, que «percibía con toda lucidez la condición experimental de sus libros», Ts’ui Pên no jugaba a las variaciones: «No juzgo verosímil que sacrificara trece años a la infinita ejecución de un experimento retórico», dice Albert. A él le importaban menos la literatura y sus juegos que la «controversia filosófica»; habla de nuevo Albert: «El jardín de senderos que se bifurcan es una enorme adivinanza, o parábola, cuyo tema es el tiempo».

4.

Ya bajo el influjo del Zahir, el Borges que acaba de adquirirlo en la forma de una moneda de veinte centavos discurre sobre el dinero:
«...cualquier moneda... es, en rigor, un repertorio de futuros posibles. El dinero es abstracto, repetí, el dinero es tiempo futuro. Puede ser una tarde en las afueras, puede ser música de Brahms, puede ser mapas, puede ser ajedrez, puede ser café, puede ser las palabras de Epicteto, que enseñan el desprecio del oro».
El dinero y el tiempo se gastan con la misma lógica disyuntiva. El que concreta una transacción, canjea ese repertorio de posibilidades por la realidad de una sola de ellas. Y si alguien pudiera comprar con una moneda no alguna de las cosas adquiribles a ese precio, sino todas a la vez, ejercería la misma lógica aditiva que hace de la novela de Ts’ui Pên un laberinto (y antes de comprenderla así, un «acervo indeciso de borradores contradictorios», al decir de Yu Tsun).
Los pensamientos encomendados a la distracción del Zahir prosiguen: «Los deterministas niegan que haya en el mundo un solo hecho posible, id est un solo hecho que pudo acontecer; una moneda simboliza nuestro libre albedrío.» En el determinismo más económico, una historia entera es tan irrevocable como lo es, para nuestra experiencia, una parte de ella (su pasado); en el menos económico, todas las historias lo son. En ambos casos, el libre albedrío es la ilusión intelectual ocasionada por nuestra ignorancia.*
Podemos dar vuelta el argumento y hacer de la ignorancia la condición del determinismo. La hipótesis de que toda mi existencia cumple la letra de un libreto requiere una condición muy precisa: la inviolabilidad de su secreto, mi desconocimiento cabal de ese libreto. Si hoy, 14 de junio de 2011 (supongamos), me fuese dado conocer las líneas que rigen mi 17 de junio de 2011 y pudiese así contradecir sus dictados, entonces el libreto no sería total: le habría faltado prever mi rebeldía. Y si aun mi rebeldía estuviese inscripta en sus páginas, entonces el libreto seguiría siendo total (ni más ni menos que antes), pero nuevamente a condición de que lo ignore. Así, la hipótesis de que mi vida repite otra ya escrita es tan irrefutable como indemostrable.
Es la misma vanidad que Borges, rasurando a Nietzsche con la navaja de Ockham, le reprocha al diseño del eterno retorno en el párrafo final de “La doctrina de los ciclos”.

La realización de todo lo posible, la puesta en acto de todo lo potencial (que hace que lo escribible haya sido escrito o lo factible haya sucedido), priva al futuro de su atributo esencial: la plasticidad, la indeterminación. «El ejecutor de una empresa atroz debe imaginar que ya la ha cumplido, debe imponerse un porvenir que sea irrevocable como el pasado.» Yu Tsun enuncia este consejo antes de enterarse, por boca de Albert, de que su antepasado Ts’ui Pên había novelado un universo que le daba cabal cumplimiento.

5.

La trama del cuento “El jardín de senderos que se bifurcan” no es fantástica; lo es la trama de la novela que un personaje suyo ha escrito y otro comenta. Lo mismo sucede con los libros reseñados en el relato “Examen de la obra de Herbert Quain”, que en sí mismo carece de trama. Dentro de ambos cuentos, los episodios de las novelas April March y El jardín de senderos que se bifurcan son ficticios, pertenecen a la literatura. Dentro de los relatos “La otra muerte” y “El milagro secreto”, los episodios que allí se narran se reputan verídicos, por fantásticos que resulten; en ellos se refieren hechos, no argumentos de novelas. En lugar de experimentos intelectuales, hay meros milagros que operan sobre la realidad.
En la novela progresiva de Ts’ui Pên (y en las regresivas que Quain sugirió a los dioses) se agotan las posibilidades temporales, como en la Biblioteca de Babel se agotan las textuales. Más modestos, los relatos “La otra muerte” y “El milagro secreto” ensayan, cada uno, una única variación temporal: el primero, la sustitución de un pasado –con todas sus consecuencias hasta la actualidad–; el segundo, la interpolación de otro presente. “El jardín de senderos que se bifurcan” responde a la cuestión de cómo hacer imposible otro futuro; “La otra muerte”, a la cuestión de cómo hacer posible otro pasado; y “El milagro secreto”, a la de cómo hacer posible otro presente.*
En “El milagro secreto”, el escritor Jaromir Hladík será ejecutado por los alemanes, que acaban de invadir Praga. La última noche de su espera, ruega a Dios que le conceda un año más de vida para concluir su drama en versos Los enemigos, que justificaría su existencia. Luego se duerme y sueña que en un atlas toca la letra justa donde está Dios y que una voz ubicua le dice: “El tiempo de tu labor ha sido otorgado”. Despierta, es conducido al paredón y el sargento da la orden. En ese momento, «el universo físico se detuvo». «Dios operaba para él un milagro secreto: lo mataría el plomo alemán, en la hora determinada, pero en su mente un año transcurriría entre la orden y la ejecución de la orden.» Cuando decide la última palabra de su obra, el universo se reanuda con su fusilamiento.
El argumento de “La otra muerte”, cuento de El Aleph, cabe en esta transcripción: «Damián se portó como un cobarde en el campo de Masoller, y dedicó la vida a corregir esa bochornosa flaqueza. Volvió a Entre Ríos; no alzó la mano a ningún hombre, no marcó a nadie, no buscó fama de valiente, pero en los campos del Ñancay se hizo duro, lidiando con el monte y la hacienda chúcara. Fue preparando, sin duda sin saberlo, el milagro. Pensó con lo más hondo: Si el destino me trae otra batalla, yo sabré merecerla. Durante cuarenta años la aguardó con oscura esperanza, y el destino al fin se la trajo, en la hora de su muerte. La trajo en forma de delirio pero ya los griegos sabían que somos las sombras de un sueño. En la agonía revivió su batalla, y se condujo como un hombre y encabezó la carga final y una bala lo acertó en pleno pecho. Así, en 1946, por obra de una larga pasión, Pedro Damián murió en la derrota de Masoller, que ocurrió entre el invierno y la primavera de 1904.»

El “maleable” futuro es posibilidad neta. La novela de Ts’ui Pên, como vimos, lo solidifica, lo vuelve tan irrevocable como el pasado: no puede darse ningún futuro fuera de los allí escritos. El rígido pasado es efecto neto. Pedro Damián consigue el milagro de un pasado tan maleable como el futuro. En el medio de este intercambio de rasgos, el presente, macizo e irrestañable, es acción neta. Para agrietarlo, para infiltrarlo, Dios necesita paralizar la acción, detener el curso del universo (lo cual implica dos cosas, una a cada lado de la bisagra: frenar la producción de efectos –no agregar ni un solo hecho más al pasado– y renunciar, mientras dure el milagro, a todas las posibilidades de esa línea –es decir, a todo el futuro). En resumen, estos relatos de Borges alteran los atributos típicamente característicos del futuro, del pasado y del presente.
Cada una en su parcela, las tres ficciones pronuncian una misma negación: la de un tiempo único. La negación es explícita, y aun axiomática, en El jardín de senderos que se bifurcan. Está implícita en la usurpación de un instante de la historia de Praga (decir que el tiempo se detuvo durante un año es significar que coexistieron y se sincronizaron allí dos tiempos de extensiones muy distintas, cuasi diametrales, como son un instante y un año). Finalmente, la negación de un pasado único es un corolario directo de la sustitución de una historia vergonzosa por otra honorable («Modificar el pasado –leemos en “La otra muerte”– no es modificar un solo hecho; es anular sus consecuencias, que tienden a ser infinitas. Dicho sea con otras palabras; es crear dos historias universales»).

6.

En el ensayo “La flor de Coleridge”, también de Otras inquisiciones, Borges refiere el argumento de una novela de Henry James, que ya transcribí en dos ensayos anteriores:
«En The Sense of the Past, el nexo entre lo real y lo imaginativo (entre la actualidad y el pasado) (...) es un retrato que data del siglo XVIII y que misteriosamente representa al protagonista. Éste, fascinado por esa tela, consigue trasladarse a la fecha en que la ejecutaron. Entre las personas que encuentra, figura, necesariamente, el pintor; éste lo pinta con temor y con aversión, pues intuye algo desacostumbrado y anómalo en esas facciones futuras... James crea, así, un incomparable regresus in infinitum, ya que su héroe, Ralph Pendrel, se traslada al siglo XVIII porque lo fascina un viejo retrato, pero ese retrato requiere, para existir, que Pendrel se haya trasladado al siglo XVIII. La causa es posterior al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencias del viaje.»
Notemos que el talante paradojal de la novela de James no ha sido emulado por ninguna de las ficciones que en Borges juegan con el tiempo. La causalidad, subsidiaria de un orden temporal confiable, no es trastocada por paradojas insidiosas en su literatura. Los trastornos que la sustitución de un pasado provoca, son, aunque con alguna demora, corregidos, y la nueva historia es tan coherente como la reemplazada. El año que se intercala entre la orden de hacer fuego y su cumplimiento no altera, ni cronológica ni causalmente, la historia de una ejecución nazi. Cada uno de los infinitos senderos temporales que saturan El jardín... observa una ortodoxa causalidad interna.
Los experimentos con el tiempo que ensayan las ficciones de Borges se interesan más por cuestiones filosóficas que lógicas (y tal vez más metafísicas que filosóficas): no persiguen la fabricación de paradojas en la relación causa-consecuencia; más bien se dedican a contrariar, insisto, los atributos definitorios de los tres segmentos (o dos segmentos y un punto de inflexión) en que dividimos el río del tiempo durante su navegación.

La abstinencia de paradojas temporales en la narrativa de Borges contrasta con la abundancia de sus paradojas espaciales. Enumeremos tres (o tres formas distintas de un mismo espacio paradójico):
1) el Aleph de Carlos Argentino Daneri («el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos»; «El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño»);
2) la Rueda que a Tzinacán, en “La escritura del dios”, se le revela en la prisión, gracias a la cual entiende todo, incluida la escritura divina del tigre («Yo vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo»);
3) la imagen invasiva del Zahir («Antes yo me figuraba el anverso y después el reverso; ahora, veo simultáneamente los dos. Ello no ocurre como si fuera de cristal el Zahir, pues una cara no se superpone a la otra; más bien ocurre como si la visión fuera esférica y el Zahir campeara en el centro»).
De yapa, no menos espacial es la paradoja de una palabra o sentencia absoluta, que ya no representa, sino que encierra o es eso que debería representar (desde el universo hasta un palacio, pasando por una batalla; pueden leerse al respecto los cuentos “La escritura del dios”, “Parábola del palacio”, “El espejo y la máscara”, “Undr”).

En el espectáculo de la plenitud son comunes las referencias a la simultaneidad, que es una duplicidad de momentos «que rigurosamente se excluyen», como las vísperas de Quain. (La suelen acompañar otras, como la zahiresca duplicidad espacial de anverso y reverso unidos o la de identidades o rasgos de identidad incompatibles y reunidos bajo una mirada absoluta que todo lo absorbe e iguala, como la de Dios en el final de “Los dos teólogos”.) A los pasajes sobre el Zahir y la Rueda recién citados agrego estos otros, pertenecientes a “El Aleph”: «...vi a un tiempo cada letra de cada página (...), vi la noche y el día contemporáneo»; «Lo que vieron mis ojos fue simultáneo; lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es».*
El uso del lenguaje, su funcionamiento o ejercicio efectivo (la pronunciación o escucha de una palabra, la lectura de su dibujo), insume tiempo. Pero el juego abstracto de relaciones que lo conforma y hace posible su uso, la gramática del dispositivo verbal, todo eso consta de reglas y definiciones atemporales, que le hacen afirmar a Foucault que «el ser del lenguaje... es ser espacio». Resignémonos a su larga anáfora: «Espacio, puesto que cada elemento del lenguaje sólo tiene sentido en la red de una sincronía. Espacio, puesto que el valor semántico de cada palabra o de cada expresión está definido por el desglose de un cuadro, de un paradigma. Espacio, puesto que la misma sucesión de los elementos, el orden de las palabras, las flexiones, los acordes entre las diferentes palabras, la longitud de la cadena hablada obedecen, con más o menos latitud, a las exigencias simultáneas, arquitectónicas, espaciales por consiguiente, de la sintaxis. Espacio, por fin, puesto que, de una manera general, sólo hay signo significante, con un significado, mediante leyes de sustitución, de combinación de elementos, así pues, mediante una serie de operaciones definidas en un conjunto, por consiguiente, en un espacio.» La cita es de “Lenguaje y literatura”, en la página 96 del libro De lenguaje y literatura.
A toda la visión del Aleph, el personaje Borges le adjudica un «instante gigantesco», como el que traduce en la realidad de Praga el año de gracia del que gozó la mente de Hladík.
La temporalidad de lo no pleno es sucesiva y durativa, extensa; la de lo pleno, simultánea e instantánea, puntual. Tal vez, entonces, podríamos hablar de paradojas de la sucesión trastocada (ausentes en la narrativa de Borges) y paradojas del instante pleno o multitudinario (las referidas como espaciales), donde la fluencia y la pluralidad se deforman hasta el absurdo.

Continuará... (el 24 de agosto, ya que estamos)