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domingo, 30 de mayo de 2010

Cambios en 'Ridículo'

Hasta ayer se leía esto:


1.

La ceguera por inatención puede tener grados. Enca­be­zan la gra­da­ción los que contan­do pases no vieron pasar al gorila; con un simple ajuste zooló­gi­co se les puede apli­car otro famo­so repro­che por ina­ten­ción, en este caso alo­ja­do en una frase anó­ni­ma y popu­lar en vez de un experi­men­to acadé­mi­co: “Se te escapó la tor­tu­ga”. (La lenti­tud hiperbó­li­ca del blooper es la versión cinéti­ca y durati­va de la desa­ten­ción; tan impro­ba­ble es la fuga del lento como la imper­cep­ción del grotes­co.) En segundo lugar está, por ejemplo, la sospe­cha del baión, que repre­sen­ta el princi­pio del fin de un des­co­no­ci­mien­to: “Deben ser los gorilas, deben ser”, vislum­bran la voz cantante y su coro en el estri­bi­llo que cierra cada situa­ción. Pasan­do de la con­je­tu­ra a la afir­ma­ción llega­mos al tercer grado, con una nula desa­ten­ción; ahí están los 4 ó 5 que vieron al gorila atravesar la ronda y golpear­se el pecho a lo hombre mono.
Pero no es la ceguera por inaten­ción lo que me inte­re­sa acá, sino el tipo de perso­na­je elegido para mos­trar­la en su grado máximo. Con ustedes, entonces, lo ridícu­lo: la cosa más difícil de disimu­lar, la nega­ción misma del disimu­lo, la visi­bi­li­dad más chi­llona. (Para ma­gos, ilu­sio­nis­tas y neuró­lo­gos, su disimu­lo debe ser uno de los trucos más difí­ci­les.)

2.

Excepto cuando se es ridículo actuan­do de ridículo, en pocos casos el actuar de algo y el serlo se encuen­tran a mayor distan­cia que en este. Eso tal vez se deba al hecho de que lo que define a uno niega al otro: cómico o sólo patético, ser ridículo implica haber perdido el control de la propia imagen; actuar es estar ejer­cién­do­lo, incluso si se actúa de ridícu­lo (en cuyo caso se está ejer­cien­do el control de la propia imagen para fingir que no, como pide el papel). La dife­ren­cia se escu­cha en las risas: en un caso premian un logro humo­rís­ti­co y en el otro castigan –a veces con ver­güen­za ajena, a veces con mera saña– una gaffe social: un des­ca­la­bro sin sentido causa­do por un desu­bi­que inasi­mi­la­ble, volun­ta­rio o invo­lun­ta­rio.
Por supuesto, el disfra­za­do de gorila con gestua­li­dad grotes­ca com­po­ne un ridícu­lo, no lo comete (no, al menos, en prime­ra instan­cia; sería otro –uno de segunda ins­tan­cia– el ridículo que se come­tie­ra al com­po­ner­lo). La compo­si­ción elegida forma parte impor­tan­te del truco y le da fuerza a su argu­men­to: no habla igual de nues­tra aten­ción que le esca­mo­teen un tipo común y corrien­te, perfec­ta­men­te mimeti­za­ble, a que le esca­mo­tee­n un dis­fra­za­do gro­tes­co que actúa gro­tes­ca­men­te (“Es in­creí­ble que puedas pasar por alto algo tan obvio”, sinteti­za uno de los entre­vis­ta­dos que pade­ció la cegue­ra ad hoc). Lo ridí­cu­lo de la esce­na mag­ni­fi­ca el mérito y la sor­pre­sa de la omi­sión conse­gui­da. Lo simple del medio uti­li­za­do tam­bién: el pase de magia para esa ilu­sión cega­do­ra se re­du­ce a hacer­nos contar ano­di­nos pases de pe­lo­ta.
Valga el caso como ejemplo de una invi­si­bi­li­dad logra­da sin rehuir­le a la expo­si­ción. En defi­ni­ti­va, en ese logro se consu­ma una proeza senso­rial: se hace invi­si­ble el colmo de la visi­bi­li­dad (a la inversa, con el traje nuevo del empe­ra­dor pasamos de la ilusión de la invi­si­bi­li­dad de lo exis­ten­te a la de la visibi­li­dad de lo inexis­ten­te). Si le atribui­mos a él el mérito, ese gorila es el héroe de la invisi­bi­li­dad ad­qui­ri­da: alcanzó la misma meta que otros pero con mayor des­ven­ta­ja.
Actuado o cometido, no deja de haber algo ridículo que cruza de­sa­per­ci­bi­do una ronda de bas­quet­bo­lis­tas (y 27 minu­tos con 17 segundos del docu­men­tal, para ampliar con noso­tros ese número de dóciles concen­tra­dos en otra cosa, como le pasa al pre­fec­to G y su poli­cía pari­si­na con la carta roba­da sobreex­pues­ta). A la proeza sen­so­rial se suma una proeza dramá­ti­ca: al actuar de ridículo, el dis­fra­za­do finge ser uno impo­si­bi­li­ta­do de fingir, uno que cuando le toca serlo es por una caída en des­gra­cia, no por un papel en el reparto.

3.

Por supuesto, los que en ese experi­men­to no perci­bie­ron al perso­na­je ridículo (y quedan por eso en ridículo ante los televi­den­tes, que pronto se iden­ti­fi­ca­rán con ellos) tam­po­co perci­bie­ron la ridi­cu­lez en juego. Una con­di­ción infalta­ble de lo ridículo es que no pasa desa­per­ci­bi­do, como que con­sis­te en el espectá­cu­lo de una sobreex­po­si­ción. Puede igno­rarlo el que es ridículo, el que hace el ridículo, el que cae en el ridículo, el que se pone en ridículo, el que queda ridículo, pero no quienes lo ven quedar, ponerse, caer, hacer o ser. Porque si tam­po­co ellos lo perci­ben, enton­ces no hay ridículo: si no hay pú­bli­co que lo pre­sen­cie, no hay esce­na que lo exhi­ba. A su caso se aplica la equi­va­len­cia que Berkeley atri­bu­ía indis­cri­mi­na­da­men­te: para lo ridícu­lo, ser es ser per­ci­bi­do. Tal vez por eso es que tiene su propio sentido: lo ridícu­lo es perci­bi­do en otros (y evita­do para sí) por quienes, no pade­cien­do ceguera por ina­ten­ción, tampo­co han pade­ci­do la des­gra­cia social de haber perdido el senti­do del ridí­cu­lo.
Antes de situar en su clase este sentido para dife­ren­ciar­lo de otros, dife­ren­cie­mos lo ridículo de lo absurdo, que es su vecino más confun­di­ble. Lo absurdo daña nuestro sentido de lo coherente y lo previsible, o sea, del sentido a secas y del sentido común: eso no tiene sentido, eso no tiene ni pies ni cabeza; no es previ­si­ble por no ser com­pren­si­ble (en vez de por ser alea­to­rio, por ejem­plo). Lo ridículo, en cambio, daña nuestro sentido de lo ade­cua­do y sus pro­por­cio­nes, o sea, del buen sentido y del buen gusto: eso no combina en abso­lu­to, eso con­tras­ta dema­sia­do o “mal”, es una diso­nan­cia nueva a la que no se le admite que haga estilo. (“¿Se me admi­ti­rá más tarde?”, pregun­ta lo ridículo ante la Ley; “Tal vez, pero ahora no”, se le con­tes­ta inva­ria­ble­men­te en su umbral. Lo absurdo no tiene la espe­ran­za de esa acep­ta­ción o la recibe mucho más tarde que lo ridícu­lo, que suele cambiar con las modas y las cos­tum­bres.)

4.

Para registrar lo que registran, los cinco sentidos senso­ria­les si­guen impe­ra­ti­vos físi­cos, quími­cos, bioló­gi­cos, neu­ro­ló­gi­cos. El sexto sentido, la extra-sen­so­rial intui­ción, sigue impe­ra­ti­vos psico­ló­gi­cos, espiri­tua­les, astrales, mágicos o místi­cos, pero siem­pre apli­ca­dos a captar una natura­le­za que, compara­da con la volu­ble y acci­den­tal que captan los otros cinco, es esencial, tal vez de tan inma­te­rial. (Tam­bién eso –o su ecua­ción recí­pro­ca– puede hacér­se­le decir a la trilla­da cita de El Prin­ci­pi­to: “Lo esencial es invi­si­ble a los ojos”.)
Pese a esta división terri­to­rial de lo aprehen­si­ble, unos y otros im­pe­ra­ti­vos compar­ten el ser naturales, es decir, relativos a una natu­ra­le­za, la intui­ble y/o la per­cep­ti­ble (el sentido de la orien­ta­ción da la apa­rien­cia de tener un pie en cada lado o de discurrir por un entre; lo mismo su contraca­ra, el llama­do en que consiste lo instin­ti­vo y que hace de una ac­ción una res­pues­ta, una especie de aca­ta­mien­to natural).
Los impe­ra­ti­vos que siguen otros sentidos son cultu­ra­les: están dicta­dos por el juego de valo­res que pro­mue­ve o impo­ne una comu­ni­dad dada (de ahí que cambien con el tiempo y que difieran a lo largo y ancho del globo). Es el caso del senti­do del humor, el sentido del honor, el sentido del ridí­cu­lo, entre otros. Se los tiene o no se los tiene, se los pierde o se los conser­va, se los tiene de buena o de mala calidad, se los usa con mayor o menor pers­pi­ca­cia, etc. De estas varia­bles depen­de que se sufra o se evite una san­ción social.

5.

video

Jerry Seinfeld, Live on Broadway: I'm Telling You For The Last Time (1998). Incluido en el mo­nó­lo­go “Media Mezzo” de su libro SeinLan­guag.*

“According to most studies, people's number one fear is public speaking. Number two is death. Death is number two. Does that seem right? That means to the average person, if you have to go to a funeral, you're better off in the casket than doing the eulogy.”


De un estudio a otro, lo ridículo pasa de ser algo ina­ten­di­do a ser algo temi­do (o sea, sobrea­ten­di­do). En el famoso estudio de los profe­so­res David Si­mons y Chris­to­pher Cha­bris, el ridí­cu­lo pasaba desa­per­ci­bi­do para una mayo­ría; en este que comen­ta el come­dian­te Jerry Sein­feld, una varian­te del miedo al ridículo es la pri­me­ra pasión al acecho de una mayoría. Acaso por el nulo o supe­ra­do miedo a hablar en públi­co, Sein­feld mani­fies­ta su asom­bro (e impre­fe­ren­cia) por el segun­do puesto; en el remate reúne en una misma escena los dos roles más vota­dos, que pasan a ser dile­má­ti­cos. A fuerza de alto contras­te y combi­na­ción insó­li­ta, el dile­ma y su reso­lu­ción mayo­ri­ta­ria rompen la solem­ni­dad fúne­bre de la escena; con su golpe de humor, Seinfeld hace ver como ridí­cu­lo el ranking encabe­za­do por un miedo al ridícu­lo.
La sanción al ridículo equivale, en lo social, a una pena capital, o al menos eso teme­mos: el miedo al ridículo es el miedo a una muerte social, que viene con el agra­van­te de ser una muerte lúcida (a diferen­cia de la otra). Por una parte, el terror a esa caída súbita en una muerte conscien­te, como de persona empa­re­da­da viva, tal vez explique el ranking que Seinfeld traduce en la pre­fe­ren­cia por la ac­tua­ción de muerto. Por otra parte, esa actua­ción, a dife­ren­cia de la de orador, está libre del riesgo de la sobreac­tua­ción, que es congéni­ta al ridí­cu­lo.


Nota

La primera versión termina­da de este ensayo la leí en Medias y Som­bre­ros #5, “Ready culo”, el sábado 22 de mayo de 2010 alrededor de las 11 de la noche, con los epígrafes de la pro­yec­ción del video del gorila inad­ver­ti­do y la repro­duc­ción del baión “Deben ser los gori­las” , pero sin la lectura intro­duc­to­ria super­pues­ta (la grabé el mismo sába­do dos horas antes de leer, pero no llegué a mez­clar­la ni me decidí a entrar con el mi­cró­fo­no mien­tras sonaba la canción, desde el primer coro, como había calcu­la­do para terminar a la vez).
El final de ese “play­back gra­ba­do” se refiere a la más­ca­ra de gorila con que leí el ensayo. Encarnando el miedo a hablar del que estaba hablando y así enmascarado, creo que también encarné el ridículo, en lugar de sólo actuarlo; los nervios y la voz reseca y rígida se­gu­ra­men­te habrán des­ba­ra­ta­do el efecto de­so­lem­ni­zan­te de la máscara (con la que no había ensayado y en vivo me iba enterando cuánto limitaba la respiración y el ángulo de visión).
El epígra­fe audiovisual con Seinfeld tam­po­co quedó en vivo; el video que tenía era de baja cali­dad y estaba sub­ti­tu­la­do en portu­gués (aunque eso no me desa­gra­da­ba: hacía juego con otra ex­tran­je­ría cerca­na, la del do­bla­je en espa­ñol ibéri­co del docu­men­tal). Opté por leer la cita tradu­ci­da.
Para más previa de la lectura, en el co­men­ta­rio 1 me explayo sobre la for­ma­ción, crónica y agra­de­ci­mien­tos del ensayo.


Hoy le agregué una sección más y el epígrafe de "The finale" en la 4. Ahora se lee esto:




          Fragmento de “Vista”, episodio de la serie de la BBC Sentidos humanos.

          “Deben ser los gorilas” + Introducción leída. El ba­ión es de Aldo Ca­ma­ro­tta, Armando Libreto (pseu­dó­ni­mo de Delfor) y Néstor D'Alesandro. Or­ques­ta de Feliciano Bru­ne­lli; canta Roberto Mo­ra­les. Sello RCA; grabado en 1955.

1.

La ceguera por inatención puede tener grados. Enca­be­zan la gra­da­ción los que contan­do pases no vieron pasar al gorila; con un simple ajuste zooló­gi­co se les puede apli­car otro famo­so repro­che por ina­ten­ción, en este caso alo­ja­do en una frase anó­ni­ma y popu­lar en vez de un experi­men­to acadé­mi­co: “Se te escapó la tor­tu­ga”. (La lenti­tud hiperbó­li­ca del blooper es la versión cinéti­ca y durati­va de la desa­ten­ción; tan impro­ba­ble es la fuga del lento como la imper­cep­ción del grotes­co.) En segundo lugar está, por ejemplo, la sospe­cha del baión, que repre­sen­ta el princi­pio del fin de un des­co­no­ci­mien­to: “Deben ser los gorilas, deben ser”, vislum­bran la voz cantante y su coro en el estri­bi­llo que cierra cada situa­ción. Pasan­do de la con­je­tu­ra a la afir­ma­ción llega­mos al tercer grado, con una nula desa­ten­ción; ahí están los 4 ó 5 que vieron al gorila atravesar la ronda y golpear­se el pecho a lo hombre mono.
Pero no es la ceguera por inaten­ción lo que me inte­re­sa acá, sino el tipo de perso­na­je elegido para mos­trar­la en su grado máximo. Con ustedes, entonces, lo ridícu­lo: la cosa más difícil de disimu­lar, la nega­ción misma del disimu­lo, la visi­bi­li­dad más chi­llona. (Para ma­gos, ilu­sio­nis­tas y neuró­lo­gos, su disimu­lo debe ser uno de los trucos más difí­ci­les.)

2.

Excepto cuando se es ridículo actuan­do de ridículo, en pocos casos el actuar de algo y el serlo se encuen­tran a mayor distan­cia que en este. Eso tal vez se deba al hecho de que lo que define a uno niega al otro: cómico o sólo patético, ser ridículo implica haber perdido el control de la propia imagen; actuar es estar ejer­cién­do­lo, incluso si se actúa de ridícu­lo (en cuyo caso se está ejer­cien­do el control de la propia imagen para fingir que no, como pide el papel). La dife­ren­cia se escu­cha en las risas: en un caso premian un logro humo­rís­ti­co y en el otro castigan –a veces con ver­güen­za ajena, a veces con mera saña– una gaffe social (la avalancha que provoca “un gordo” que resbala y rueda por los tablones de la tri­bu­na, por ejemplo; y en general, un des­ca­la­bro sin sentido causa­do por un desu­bi­que inasi­mi­la­ble, volun­ta­rio o invo­lun­ta­rio).
Por supuesto, el disfra­za­do de gorila con gestua­li­dad grotes­ca com­po­ne un ridícu­lo, no lo comete (no, al menos, en prime­ra instan­cia; sería otro –uno de segunda ins­tan­cia– el ridículo que se come­tie­ra al com­po­ner­lo). La compo­si­ción elegida forma parte impor­tan­te del truco y le da fuerza a su argu­men­to: no habla igual de nues­tra aten­ción que le esca­mo­teen un tipo común y corrien­te, perfec­ta­men­te mimeti­za­ble, a que le esca­mo­tee­n un dis­fra­za­do gro­tes­co que actúa gro­tes­ca­men­te (“Es in­creí­ble que puedas pasar por alto algo tan obvio”, sinteti­za uno de los entre­vis­ta­dos que pade­ció la cegue­ra ad hoc). Lo ridí­cu­lo de la esce­na mag­ni­fi­ca el mérito y la sor­pre­sa de la omi­sión conse­gui­da. Lo simple del me­dio uti­li­za­do tam­bién: el pase de magia para esa ilu­sión cega­do­ra se re­du­ce a hacer­nos contar ano­di­nos pases de pe­lo­ta.
Valga el caso como ejemplo de una invi­si­bi­li­dad logra­da sin re­huir­le a la expo­si­ción. En defi­ni­ti­va, en ese logro se consu­ma una proeza senso­rial: se hace invi­si­ble el colmo de la visi­bi­li­dad (a la inversa, con el traje nuevo del empe­ra­dor pasamos de la ilusión de la invi­si­bi­li­dad de lo exis­ten­te a la de la visibi­li­dad de lo inexis­ten­te). Si le atribui­mos a él el mérito, ese gorila es el héroe de la invisi­bi­li­dad ad­qui­ri­da: alcanzó la misma meta que otros pero con mayor des­ven­ta­ja.
Actuado o cometido, no deja de haber algo ridículo que cruza de­sa­per­ci­bi­do una ronda de bas­quet­bo­lis­tas (y 27 minu­tos con 17 segundos del docu­men­tal, para ampliar con noso­tros ese número de dóciles concen­tra­dos en otra cosa, como le pasa al pre­fec­to G y su poli­cía pari­si­na con la carta roba­da sobreex­pues­ta). A la proeza sen­so­rial se suma una proeza dramá­ti­ca: al actuar de ridículo, el dis­fra­za­do finge ser uno impo­si­bi­li­ta­do de fingir, uno que cuando le toca serlo es por una caída en des­gra­cia, no por un papel en el reparto.

3.

Por supuesto, los que en ese experi­men­to no perci­bie­ron al perso­na­je ridículo (y quedan por eso en ridículo ante los televi­den­tes, que pronto se iden­ti­fi­ca­rán con ellos) tam­po­co perci­bie­ron la ridi­cu­lez en juego. Una con­di­ción infalta­ble de lo ridículo es que no pasa desa­per­ci­bi­do, como que con­sis­te en el espectá­cu­lo de una sobreex­po­si­ción. Puede igno­rarlo el que es ridículo, el que hace el ridículo, el que cae en el ridículo, el que se pone en ridículo, el que queda ridículo, pero no quienes lo ven quedar, ponerse, caer, hacer o ser. Porque si tam­po­co ellos lo perci­ben, enton­ces no hay ridículo: si no hay pú­bli­co que lo pre­sen­cie, no hay esce­na que lo exhi­ba. A su caso se aplica la equi­va­len­cia que Berkeley atri­bu­ía indis­cri­mi­na­da­men­te: para lo ridícu­lo, ser es ser per­ci­bi­do. Tal vez por eso es que tiene su propio sentido: lo ridícu­lo es perci­bi­do en otros (y evita­do para sí) por quienes, no pade­cien­do ceguera por ina­ten­ción, tampo­co han pade­ci­do la des­gra­cia social de haber perdido el senti­do del ridí­cu­lo.
Antes de situar en su clase este sentido para dife­ren­ciar­lo de otros, dife­ren­cie­mos lo ridículo de lo absurdo, que es su vecino más confun­di­ble.

4.

          En “The Finale”, último episodio de la serie Sein­feld (1998).

Una banqueta sin patas a la que le falta el asiento y un porta sachet de plástico (demasiado) blando son dos absurdos, si bien de distinto tipo: el primero semántico o conceptual, el se­gun­do pragmático. Lo absurdo nos deja sin comprender un cómo o un porqué. Lo absurdo daña nuestro sentido de lo cohe­ren­te y lo previsible, por un lado, y de lo utilizable y lo práctico, por el otro (o sea, del sentido a secas y del sentido común). Absurdo es aquello que tiene al menos un rasgo que ma­lo­gra su racionalidad (y, con ella, su previsibilidad, si es un evento, como la del juego sin reglas que perturba a Alicia en el campo de crocket de la reina) o que ma­lo­gra su fun­cio­na­li­dad.
Lo ridículo, en cambio, daña nuestro sen­ti­do de lo ade­cua­do y sus pro­por­cio­nes (o sea, del buen sentido y del buen gusto): eso no combina en abso­lu­to, eso con­tras­ta dema­sia­do o “mal”, es una diso­nan­cia nueva a la que no se le admite que haga estilo. “¿Se me admi­ti­rá más tarde?”, podemos imaginar que pregun­ta lo ridículo ante la Ley; “Tal vez, pero ahora no”, se le con­tes­ta en su umbral. Lo absurdo no tiene la espe­ran­za de esa acep­ta­ción o la recibe mucho más tarde que lo ridícu­lo, que suele cambiar con las mo­das, las cos­tum­bres y los valores (el costo político de ridiculizar a un gordo que no pagan los autores e intérpretes del baión a mediados del siglo XX ya lo pagan a finales Jerry Seinfeld y sus amigos, en el juicio del último episodio).

5.

Para registrar lo que registran, los cinco sentidos senso­ria­les si­guen impe­ra­ti­vos físi­cos, quími­cos, bioló­gi­cos, neu­ro­ló­gi­cos. El sexto sentido, la extra-sen­so­rial intui­ción, sigue impe­ra­ti­vos psico­ló­gi­cos, espiri­tua­les, astrales, mágicos o místi­cos, pero siem­pre apli­ca­dos a captar una natura­le­za que, compara­da con la volu­ble y acci­den­tal que captan los otros cinco, es esencial, tal vez de tan inma­te­rial. (Tam­bién eso –o su ecua­ción recí­pro­ca– puede hacér­se­le decir a la trilla­da cita de El Prin­ci­pi­to: “Lo esencial es invi­si­ble a los ojos”.)
Pese a esta división terri­to­rial de lo aprehen­si­ble, unos y otros im­pe­ra­ti­vos compar­ten el ser naturales, es decir, relativos a una natu­ra­le­za, la intui­ble y/o la per­cep­ti­ble (el sentido de la orien­ta­ción da la apa­rien­cia de tener un pie en cada lado o de discurrir por un entre; lo mismo su contraca­ra, el llama­do en que consiste lo instin­ti­vo y que hace de una ac­ción una res­pues­ta, una especie de aca­ta­mien­to natural).
Los impe­ra­ti­vos que siguen otros sentidos son cultu­ra­les: están dicta­dos por el juego de valo­res que pro­mue­ve o impo­ne una comu­ni­dad dada (de ahí que cambien con el tiempo y que difieran a lo largo y ancho del globo). Es el caso del senti­do del humor, el sentido del honor, el sentido del ridí­cu­lo, entre otros. Se los tiene o no se los tiene, se los pierde o se los conser­va, se los tiene de buena o de mala calidad, se los usa con mayor o menor pers­pi­ca­cia, etc. De estas varia­bles depen­de que se sufra o se evite una san­ción social.

6.

          Jerry Seinfeld, Live on Broadway: I'm Telling You For The Last Time (1998). Incluido en el mo­nó­lo­go “Media Mezzo” de su libro SeinLan­guag.*

          “According to most studies, people's number one fear is public speaking. Number two is death. Death is number two. Does that seem right? That means to the average person, if you have to go to a funeral, you're better off in the casket than doing the eulogy.”

De un estudio a otro, lo ridículo pasa de ser algo ina­ten­di­do a ser algo temi­do (o sea, sobrea­ten­di­do). En el famoso estudio de los profe­so­res David Si­mons y Chris­to­pher Cha­bris, el ridí­cu­lo pasaba desa­per­ci­bi­do para una mayo­ría; en este que comen­ta el come­dian­te Jerry Sein­feld, una varian­te del miedo al ridículo es la pri­me­ra pasión al acecho de una mayoría. Acaso por el nulo o supe­ra­do miedo a hablar en públi­co, Sein­feld mani­fies­ta su asom­bro (e impre­fe­ren­cia) por el segun­do puesto; en el remate reúne en una misma escena los dos roles más vota­dos, que pasan a ser dile­má­ti­cos. A fuerza de alto contras­te y combi­na­ción insó­li­ta, el dile­ma y su reso­lu­ción mayo­ri­ta­ria rompen la solem­ni­dad fúne­bre de la escena; con su golpe de humor, Seinfeld ridiculiza el ranking en­ca­be­za­do por un miedo al ridícu­lo.
La sanción al ridículo equivale, en lo social, a una pena capital, o al menos eso teme­mos: el miedo al ridículo es el miedo a una muerte social, que viene con el agra­van­te de ser una muerte lúcida (a diferen­cia de la otra). Por una parte, el terror a esa caída súbita en una muerte conscien­te, como de persona empa­re­da­da viva, tal vez explique el ranking que Seinfeld traduce en la pre­fe­ren­cia por la ac­tua­ción de muerto. Por otra parte, esa actua­ción, a dife­ren­cia de la de orador, está libre del riesgo de la sobreac­tua­ción, que es congéni­ta al ridí­cu­lo.


Nota
La primera versión termina­da de este ensayo la leí en Medias y Som­bre­ros #5, “Ready culo”, el sábado 22 de mayo de 2010 alrededor de las 11 de la noche, con los epígrafes de la pro­yec­ción del video del gorila inad­ver­ti­do y la repro­duc­ción del baión “Deben ser los gori­las”, pero sin la lectura intro­duc­to­ria super­pues­ta (la grabé el mismo sába­do dos horas antes de leer, pero no llegué a mez­clar­la ni me decidí a entrar con el mi­cró­fo­no mien­tras sonaba la canción, desde el primer coro, como había calcu­la­do para terminar a la vez).
El final de ese “play­back gra­ba­do” se refiere a la más­ca­ra de gorila con que leí el ensayo. Encarnando el miedo a hablar del que es­ta­ba hablando y así enmascarado, creo que también encarné el ri­dí­cu­lo, en lugar de sólo actuarlo; los nervios y la voz reseca y rí­gi­da se­gu­ra­men­te habrán des­ba­ra­ta­do el efecto de­so­lem­ni­zan­te de la máscara (con la que no había ensayado y en vivo me iba enterando cuánto limitaba la respiración y el ángulo de visión).
El epígra­fe audiovisual con Seinfeld tam­po­co quedó en vivo; el video que tenía era de baja cali­dad y estaba sub­ti­tu­la­do en portu­gués (aunque eso no me desa­gra­da­ba: hacía juego con otra ex­tran­je­ría cerca­na, la del do­bla­je en espa­ñol ibéri­co del docu­men­tal). Opté por leer la cita tradu­ci­da.
Para más previa de la lectura, en el co­men­ta­rio 1 me explayo sobre la for­ma­ción, crónica y agra­de­ci­mien­tos del ensayo.

viernes, 21 de mayo de 2010

Cambio en 'La vuelta de Rocha'


Eliminé el párrafo final que tenía el ensayo:
Como temer, desear es estar pen­dien­te de algo, lo que para una experien­cia es una inten­si­dad mayor que la media.

lunes, 17 de mayo de 2010

Agregado en 'Saber, deseo y tiempo'


A la última frase del ensayo le agregué un paréntesis:

Cuando la avi­dez de aven­tu­ra es progre­si­va­men­te des­pla­za­da por una impre­fe­ren­cia crónica por los cam­bios, la bajada del telón pasa de ser uno temido a ser el si­guien­te y último pre­vis­to (lo que sucede en alguna vejez, ya sea una prematura, puntual o tardía).

Cambios leves en 'La vuelta de Rocha'


Donde antes decía:
Como temer, desear es estar pen­dien­te de algo, lo que para una experien­cia es una inten­si­dad mayor que la media (y mayor cuanto más seguro –y previsible– sea el entorno en que sucede esa experiencia).
ahora dice:
Como temer, desear es estar pen­dien­te de algo, lo que para una experien­cia es una inten­si­dad mayor que la media, sumida en un entorno relativamente seguro y previsible.
Y donde antes decía:
Si Rocha lo frena o domina por cues­tio­nes estraté­gi­cas (o sea, si se hace desear lo que puede ya sa­tis­fa­cer, para retener ganas y evitar así el colmamiento de la necesidad), pasa a otra etapa. En la etapa estra­té­gi­ca, Rocha procura desviar de su destino de extin­ción al deseo, o al menos demo­rar su cum­pli­mien­to. Ahora tiene otra respon­sa­bi­li­dad por el rumbo y el dibujo...
Ahora dice:
Si Rocha lo frena o domina por cues­tio­nes estraté­gi­cas (o sea, si se hace desear lo que puede ya sa­tis­fa­cer), pasa a otra etapa. En la etapa estra­té­gi­ca, Rocha procura desviar de su destino de extin­ción al deseo, o al menos demo­rar su cum­pli­mien­to; retiene ganas para evitar el colma­mien­to de la nece­si­dad. Ahora tiene otra respon­sa­bi­li­dad por el rumbo y el dibujo...
PD 18 de mayo de 2010, 12:31 pm:

Donde antes decía:
En lugar de aspirar al viaje instan­tá­neo que saltee el reco­rri­do, Rocha aspira a hacer el reco­rri­do –porque es placen­te­ro– lo más pro­lon­ga­do posi­ble.
Como temer, desear es estar pen­dien­te de algo, lo que para una experien­cia es una inten­si­dad mayor que la media, sumida en un entorno relativamente seguro y previsible.
ahora dice:
En lugar de aspirar al viaje instan­tá­neo que saltee el reco­rri­do, Rocha aspira a hacer el reco­rri­do lo más largo y minucioso posi­ble.
Como temer, desear es estar pen­dien­te de algo, lo que para una experien­cia es una inten­si­dad mayor que la media.


domingo, 16 de mayo de 2010

Relación agregada en 'Dejar de ser'


Le saqué el paréntesis que había después de "si hay dos en una semifinal", que decía: "(haya dos, uno o ninguno en la otra)". En su lugar, puse un punto seguido y entre paréntesis una frase:

Hay necesariedades que son relativas al regla­men­to de un juego. En el de un torneo de tenis, por ejemplo, hay un evento que viene (o al que vamos) inexo­ra­ble­men­te: nece­sa­ria­men­te va a haber un argen­ti­no en la final si hay dos en una semi­fi­nal. (La fuerza de esa única posibilidad equivale, en una rifa, a la que tiene la necesidad de ganar lo rifado si se poseen todos los números.) Pero ninguna razón tiene la fuerza sufi­cien­te como para trans­mu­tar un evento localmente posible en uno nece­sa­ria­men­te necesa­rio (o sea, en una necesi­dad absolu­ta: relativa a cual­quier regla­men­to –por vez– y a todos –a la vez–).


viernes, 14 de mayo de 2010

Muchos cambios de diseño


Ayer terminé de retocar el diseño general del blog. Espero recordar todos los cambios; el orden de la enumeración no es cronológico, es meramente memorialista:
1) Terminé de definir los colores de fondo del gadget que pasó de llamarse "Otros fondos" a llamarse "Tocar fondo" (un chiste que en un principio había descartado). También creé los png correspondientes a cada color.
2) Agregué el gadget "Créditos web".
3) Le agregué a la imagen que hace las veces de firma de mi perfil el pie "Primera Z pública del Zorro" y un link a la foto que saqué este verano de una de las puertas de bajomesada que tienen los Pachano en su cocina del Paraje Entre Ríos.
4) Eliminé el elemento que al final del blog contenía la foto de la "Z" formada con relámpagos en el cielo (de la apertura de El Zorro), junto con la despedida que con ella firmaba: "Sin más, los saluda atentamente (...foto...) EL ZAMBULLISTA".
5) Eliminé el título-introducción del elemento que contiene la última foto del blog, que decía "PD: Primero un dibujo, luego ensayos, luego un video con música. Me despido con una foto". Lo reemplacé por el título "La mirada compartida".
6) Al gadget titulado "Ensayos", que contiene la tabla convocada desde "Índice general", le agregué antes de ésta la continuación "en la zona:", con el link al recorte que hice de la foto que sacó Jeaninne en el Pucará de Tilcara (la roca con la advertencia pintada "Zona de derrumbes"). Tal vez use esa "Z" pintada como imagen de mi perfil.
7) En la "Presentación de Zambullidas", agregué el link al dibujo del náufrago de Quino en la palabra "náufrago".


PD 15 de mayo de 2010, 12:41 pm:

8) Ayer adopté la "Z" de la advertencia pintada en una roca del Pucará de Tilcara ("Zona de derrumbes") como imagen de usuario. Le quité el padding y el borde (de paso, también le quité el padding -relleno- a las imágenes de los post, aunque les dejé el borde). Le quité las mayúsculas al nombre de usuario y a la frase "Ver todo mi perfil", y a esa sección o gadget obligatorio de perfil le suprimí el texto de la descripción, para pasarlo íntegro y casi intacto ("se encargarían" por "se encargaban") a un gadget de texto independiente, que titulé "Un disfrazado". También retitulé "Presentación de Zambullidas" por "Las zambullidas".
9) Hoy tildé que se mostrara en la sección de perfil presente en el blog la procedencia: "Buenos Aires, Argentina". Espacié de 1.6em a 1.9em el interlineado.
10) Hoy también eliminé la foto de la primera "Z" pública trazada por el Zorro (en una pared de la celda de donde libera a Torres), con su pie descriptivo y su link a la Z en la puerta de bajomesada de los Pachano.
11) Hoy también volví a cambiar el título del gadget de otros fondos: pasó de "Tocar fondo" a "Menú de fondos" (probé cómo quedaba "Entradas a otros fondos", que podía variar por "accesos", "ingresos", "pasajes" o "ventanas" en lugar de "entradas", según una idea o visión que tuve esta madrugada charlando por Skype con Nicolás).

PD 17 de mayo, 5:05 am:

12) Acabo de reemplazar el link a la foto de Jeaninne en el texto "la zona" por el link en un asterisco (*) que abre la foto con un ancho de 500 px, que es el de la columna de texto. De esa foto recorté la "Z" y ese recorte reemplaza ahora al que había puesto el viernes 14 como imagen de mi perfil. Al texto "en la zona" le di la fuente (times en negrita) y el color de "ENSAYOS".

13) Ya en la tarde había agregado en el gadget "Créditos Web" la recomendación de usar Firefox.

PD 18 de mayo, 3:17 am:

14) Acabo de poner debajo de mi perfil ("Escribe") la foto "La alegría y el pensador (272 px).jpg".

15) Hice una nueva captura de pantalla del blog, la reduje a 272 px, la incluí en "Esto no es un blog", retitulé el gadget "Sobre esto" después de eliminar el gadget de imagen que llevaba ese título y otra captura de pantalla anterior (la segunda que usé). En el texto del gadget, primero eliminé la frase: "Por lo tanto, esto no está en un blog..." y luego la restituí cambiada: "Por lo tanto, ni eso ni esto están en un blog." (En realidad, esto acaba de ocurrírseme, así que está acá antes que en Zambullidas.) También agregué el link a la imagen de "Esto no es una pipa" en la palabra "pipa".

PD 19 de mayo 2010, 3:32 am:

16) Acabo de ajustar los valores de "La letra en el telar" para que por defecto muestre la fuente y el tamaño que se ven en el blog sin tocar nada: Georgia 17 px. Eliminé los tamaños 8 px y 9 px y del 10 al 26 los escalé de a uno (en el script original estaban escalados de a dos, excepto del 8 al 12). Para que se viera mejor en el IE8, cambié los valores predeterminados del gadget para la fuente con que se visualiza la lista de fuentes y tamaños (verdana, 8 pt): ahora está en Times, 10 pt. Como homenaje a la fuente que usé durante mucho tiempo en Word en lugar de la Times New Roman, agregué al menú la Footlight MT Light.

domingo, 9 de mayo de 2010

Cambios de diseño y galería deslizante en 'El ajedrez de Bárbara'


Desde anteayer estoy haciendo algunos cambios al diseño del blog. Agregué la sección "Otros fondos", para que pueda personalizarse aún más la visualización de la página; todavía tengo que configurar los colores y hacer que se correspondan con los de los íconos que los prometen. Entre ayer y hoy le restituí al blog la indicación de las páginas de etiquetas, con un recuadro con una imagen de fondo y en negritas el nombre del tema o la trama en cuestión. La foto centrada ("Tallas 22.jpg") que hasta hoy encabezaba "El ajedrez de Bárbara" la reemplacé recién por una galería deslizante con 23 fotos del ajedrez (le agregué al ensayo el paréntesis donde dice "amigo y paisano del anfitrión, que sacó las fotos", para los créditos). También le restituí la dedicatoria.

PD 13-05-2010, 2:42 am: La galería deslizante se veía en una absurdamente larga columna deslizante en el Internet Explorer 8, así que la reemplacé por una galería estática, entre ayer 12 a la madrugada (con 13 fotos, la primera repetida como carátula) y recién (reemplacé la foto 9, la que era la 1 la dejé sólo como carátula, y agregué dos fotos más: las actuales 5 y 14).

PD 15-05-2010, 12:18 pm: Gracias a la respuesta de JMiur en Vagabundia, ahora las fotos seleccionadas no se salen del marco o caja de la galería (era muy poco lo que se desplazaban hacia abajo y hacia la derecha, mucho menos que en ejemplo del post de Vagabundia, pero prefiero que no se desplacen nada).

domingo, 2 de mayo de 2010

Desprendimiento de 'Tiempo, deseo y saber'


Finalmente decidí separar las extensiones (I, II y III) de "Tiempo, deseo y saber" en un ensayo independiente que acabo de publicar: "Saber, deseo y tiempo".

PD del 3 de mayo de 2010, 4:30 am: Hice algunos cambios, la mayoría menores, sobre el final del ensayo; ahora dice así:

En esa historia se puede reconocer este hilo del tejido, o tal vez punto de costura: cuando sus cambios pasan de incre­men­tar­se a disminuir (hasta el límite de extin­guir­se), y de ser inten­sos a ser insig­ni­fi­can­tes, pasan cada vez más de expe­ri­men­tar­se a evo­car­se. Esos ejer­ci­cios cre­cien­tes de evoca­ción pos­ter­gan el olvido de lo que se está dejando de frecuen­tar pero todavía se revisita cada tanto, en el comienzo de la gradación, o de lo que se acaba de per­der o abandonar, en el final. Es la manera de rete­ner­los cuan­do ya no se los tiene presen­tes, que es una de las cosas que es recor­dar.
Por incipiente que sea, el reem­pla­zo de novedades que se atra­vie­san o se esperan por un anec­do­ta­rio de las que se han atra­ve­sa­do o esperado, por vívidas que parezcan, puede ser sínto­ma de un can­san­cio vital. Cuando la avi­dez de aven­tu­ra es progre­si­va­men­te des­pla­za­da por una impre­fe­ren­cia crónica por los cam­bios, la bajada del telón pasa de ser uno temido a ser el si­guien­te y último pre­vis­to.


Extensión en 'Tiempo, deseo y saber' III


Respecto de cómo había quedado el ensayo con la última extensión, acabo de agregarle una sección final ("Telón"), que escribí ayer en "Invisibles 06.odt" y reformé hoy en "Invisibles 07.odt", y de retitular las secciones. Ahora se ve así:


Primer acto

Sinop­sis

De­seamos lo que no sabe­mos si habrá o no habrá (“Oja­lá mañana llue­va”), si hay o no hay (“O­jalá esté lloviendo al­lá”), si hubo o no hubo (“El co­man­dan­te y la trip­u­lación les de­sean que hayan tenido un buen vi­a­je”). El no sa­ber so­bre un evento lo ha­bilita a ser ob­jeto de de­seo o mo­tivo de temor (que es la forma nega­tiva de la es­per­anza, que es la ver­sión pa­siva –ex­pec­tan­te– del de­seo de un even­to).

Es­cena 1. Toma 1.

La jer­ar­quía do­lorosa del temor se monta so­bre u­na línea de tiempo en la que los even­tos temi­dos se ori­en­tan (co­mo pos­te­rio­res, si­multá­neos o an­te­rio­res) re­specto del mo­mento en que se los teme, el pre­sente de la ex­pe­ri­en­cia. Así, may­or que el miedo a que (o el de­seo de que no) pa­se algo in­de­seado, de man­era in­mi­nente o ad­viniendo a lo lejos, es el miedo a que (o el de­seo de que no) esté pasando algo in­de­seado; y may­or que éste es el miedo a que (o el de­seo de que no) haya pasado algo in­de­seado. Lo ir­rev­o­ca­ble es más temi­ble que lo im­pa­ra­ble (o irrestañable), que es más temi­ble que lo in­mi­nente, que es más temi­ble que lo in­ex­o­ra­ble.
La en­ergía con­tra temores, miedos y ter­rores se gasta menos cuanto más ale­ja­dos del pre­sente de con­cien­cia y conocimiento es­tén sus cau­santes; tam­bién, cuanto más jus­ti­fi­cado esté ese no es­tar en­te­ra­dos que hace posi­bles o sen­satos aque­l­los de­seos o temores.

Es­cena 1. Toma 2.

To­dos los de­seos que es­tán a fa­vor (las es­per­anzas) o en con­tra (los temores) de un he­cho posi­ble di­cen sus pref­er­en­cias so­bre lo que no se sabe (qué pasará, qué va a pasar, qué pasa, qué ha pasado: de menor a may­or gasto emo­cional, de may­or a menor jus­ti­fi­cación por no es­tar en­te­ra­dos). (En rig­or, el grado de menor jus­ti­fi­cación no lo tiene el pasado, que es siem­pre de lo ausente; es el que com­bina el pre­sente con la pres­en­cia: si de­seás –o temés– es­tar leyendo esta página es porque no sabés que es­tás leyendo esta página, lo que de­bería pre­ocu­parte doble­mente.)
Para decirlo más simple: las ex­pec­ta­ti­vas, fa­vorables o desfa­vorables, se tienen so­bre (una noticia de) un pasado, un pre­sente o un fu­turo des­co­no­ci­dos (de man­era in­ev­i­ta­ble, en el úl­timo caso, y ev­i­ta­ble, en los dos primeros –en evi­tarlo con­siste el es­tar en­te­ra­dos).

Es­cena 2.

En cam­bio, lo que se sabe o lo que se cree que es cierto no ha­bilita de­seos, sino co­mo mu­cho fan­tasías con­trafácti­cas: utópi­cas (sé o creo que pasará A, y fan­taseo cómo sería si en ese mo­mento pasara B); bur­reras (sé o creo que va a pasar A, y fan­taseo cómo sería si de pron­to pasara B); en­soñado­ras (sé o creo que está pasando A, y fan­taseo cómo sería si es­tu­viera pasando B); y nos­tál­gi­cas (sé o creo que ha pasado o pasó A, y fan­taseo cómo sería si hu­biera pasado B).

Es­cena 1+2.

Re­sum­iendo, el carecer o el disponer de conocimiento re­specto de algo de­cide qué clase de de­seo pode­mos tener so­bre ese algo, si es que va­mos a tener al­guno: si lo cono­ce­mos, pode­mos fan­tasear al­ter­na­ti­vas (to­das menos la cono­ci­da); si lo de­scono­ce­­mos o lo­gramos ig­no­rarlo, pode­mos de­searlo, en­tre otras al­ter­na­ti­vas. En am­bos ca­sos, cono­ciendo o descono­ciendo, siem­pre ex­iste la al­ter­na­tiva de per­manecer sin de­sear, ni ju­gando con ni ju­gado por.

Segundo acto

Escena 1. Toma 1.

Si el futuro es inevitablemente desconocido, es porque el presente es la frontera entre lo que se puede conocer y lo que no se puede conocer. (Desde ya, que se pueda conocer no significa que de hecho se conozca; hay posibilidades ya o aún desperdiciadas o aún no aprovechadas.) ¿Y qué se puede conocer? Se puede conocer de lado a lado lo que fue o ha sido, lo que ocurrió o ha ocurrido, o se puede “conocer” par­cial­men­te lo que es, lo que ocurre (es decir, leer una relación entre acon­teci­mien­tos frag­men­ta­rios para inferir el evento que traman –algo que en rigor en el futuro se envasará como evento, se termina­rá de constituir, se empaquetará como un dato portable y enviable). Pero no se puede conocer lo que, en lugar de ser o haber sido, va a ser o será.
La otra parcia­li­dad alojada en el presente es el desco­no­ci­mien­to de lo que viene ahora, de los límites precisos que tiene el evento en el que estoy inmerso, cuando no del evento mismo. A diferencia de este desco­no­ci­mien­to, el del si­guien­te evento de la historia, que pertenece al vecino futuro, no es parcial sino completo, com­ple­ta­men­te exterior. Vuelvo al prin­ci­pio: el presente es esa mem­bra­na que separa y envuelve lo que se puede conocer, que queda del lado de adentro, de lo que no se puede conocer, que queda al otro lado. Habitamos mi­nús­cu­la­men­te esa burbuja cognoscible.
Suplimos y subsanamos el des­co­no­ci­mien­to parcial del evento pre­sen­te y el total del evento futuro, los dos desconocimientos ine­vi­ta­bles que hay, con suposiciones, conjeturas, creencias, ima­gi­na­cio­nes: todas formas de certezas postizas o provisorias sobre aquello de lo que no puede haber conocimiento.

Escena 1. Toma 2.

Entre mis ocho cartas del chinchón, algunas ya forman un juego, otras están dispuestas u ordenadas para formar uno ni bien se les sumen una o dos cartas esperadas, y otras son de descarte, porque no integran ni están próximas a integrar ningún juego. Arriesgo dos analogías. En un nivel menor, las cartas son los estados y las situaciones, y los juegos que forman o están por formar son los acon­teci­mien­tos. En otro nivel, mayor, las cartas son los acon­te­ci­mien­tos, y los juegos que se forman o buscan formarse son los eventos. El mazo que nos abastece es el futuro; el abanico de ocho cartas que tengo cada vez es el presente: en él hay algún juego hecho y otro espe­ran­do hacerse.

Escena 2.

El que se limita a saber, se limita a observar el mundo. El que además desea participa del mundo, para hacerlo –en el frag­men­to que le importa– como puede ser y desea que sea. El que fantasea contra lo que sabe o cree, ya casi no observa y todavía casi no participa: se abstrae y se concen­tra en el simu­la­cro de otro mundo.
El gasto que ocasiona la tarea adicional de mantener ese simula­cro es una energía emocional que puede alimentar el creci­mien­to de ciertas obse­sio­nes, de ciertos rasgos de amor impo­si­ble. (No sólo ponemos energía en lo que idola­tra­mos; también puede que idola­tre­mos aquello en lo que pone­mos ener­gía.)

Escena 3. Toma 1.

De una experiencia muy intensa (placen­te­ra o dis­pla­cen­te­ra), tanto la evo­ca­ción como el retorno invo­lun­ta­rio a la escena me reedi­tan el trance de una incer­ti­dum­bre, el momen­to en que algo que no podía mensu­rar me sobre­ve­nía, para mi bien o para mi mal; no me sitúan ni antes ni después, sino durante la expe­rien­cia de que algo se gesta sin que me sea posible presu­pues­tar energías para asimi­lar­lo. La parálisis a que me somete esa incapaci­dad transito­ria de estima­ción se parece a la pará­li­sis de la duda: no puedo hacer nada porque no sé qué hacer; quedo reducido a una pasivi­dad anhe­lan­te o resis­ten­te, pero siem­pre expec­tan­te.
Según la disipación de la incer­ti­dum­bre vaya con­tra­rian­do –te­mo– o hala­gan­do –espero– mis deseos, sentiré dolor o placer. En el placer, soy sosteni­da o incre­men­tal­men­te sorpren­di­do e intriga­do; en el dolor, sostenida o incre­men­tal­men­te de­cep­cio­na­do y desinte­re­sa­do. (En la his­to­ria de amor ideal, cada uno es soste­ni­da o incremen­tal­men­te sor­pren­di­do e intrigado por el otro, o sea, no deja de conocer ni de ser cono­ci­do –si no es recí­pro­co, la histo­ria es de fasci­na­ción, que es la mitad soli­ta­ria de un amor.)

Escena 3. Toma 2.

Volvamos a la sensación pesa­di­lles­ca de estar en el mo­men­to en que algo indesea­ble se empieza a hacer irrever­si­ble, irrevo­ca­ble, ya desde antes de con­su­mar­se o a más tardar cuando em­pie­za a ser. Ése es el momento al que nos transporta una evocación poderosa de algún trance crucial. Es un mo­men­to durante el que no podemos medir cuánto nos afectará lo que viene (o nos espera). O aun peor: ya sabemos (o creemos) que será mucho y para mal, tanto que no podremos con­tra­rres­tar­lo, impo­ten­cia que nos hace atrave­sar el peor tormen­to con la máxima sensibi­li­dad y lucidez. O la incerti­dum­bre o la certi­dum­bre alucina­to­ria de estar gestán­do­se una catás­tro­fe, casi la lucidez del em­pa­re­da­do. O ninguna (cuando se las necesita) o dema­sia­das previsio­nes, muchas enor­mes (cuando se las necesita filtrar o desinflar).
Una cosa es razonar que el delga­dí­si­mo presente es lo único que tenemos para perder, y otra es experi­men­tar ese único tiempo en que se vive, o en que mejor se registra que se vive, que es el tiempo de la concien­cia. (El ahora se experi­men­ta nece­sa­ria­men­te ahora, si se me tolera la perogru­lla­da; una experiencia tardía o una prematura del instante, además de contra­dic­to­rias, involucran suce­dá­neos furtivos del ahora, recuer­dos o previ­sio­nes mal reco­no­ci­dos.) Si la experien­cia es displa­cen­te­ra, es la de una incer­ti­dum­bre; si es pla­cen­te­ra, es la de un trance o un éxtasis (sexuales, creati­vos, contem­pla­ti­vos, etc.).

Escena 4.

El temor, como la inercia, es una resis­ten­cia al cam­bio de situa­ción (un re­plie­gue, una concen­tra­ción de fuerzas). El deseo, al revés de la inercia, es una resis­ten­cia a la perma­nen­cia de la situa­ción (un des­plie­gue de fuerzas, una expan­sión). La regla de cada uno se traduce en la asocia­ción anóma­la del otro, como el anverso y el reverso de una misma emoción: el temor a cambiar de situa­ción y el deseo de permane­cer en ella, por un lado, y el deseo de cambiar de situa­ción y el temor a perma­ne­cer en ella, por el otro. Son la primera y la segunda línea de combate contra la frustra­ción provo­ca­da por el cambio y la perma­nen­cia indesea­dos, respec­ti­va­men­te, con los que la otredad se nos opone.

Telón

Todo cambio es un cambio de inercia, si tiene un después. Los cambios de inercia pueden ordenarse de una menor a una mayor demanda de energía, y de menor a mayor duración del esfuerzo e incerti­dum­bre de éxito, ya sea para esquivar el cambio –si es desgra­cia–, o para alcan­zar­lo –si es suerte a favor–. En definitiva, de una menor a mayor incomodidad. En ambos casos, se trata de reaco­mo­dar­nos en la nueva iner­cia, asimilar el nuevo patrón de movi­mien­to hasta el si­guien­te cambio en la his­to­ria de nues­tra existen­cia.
En esa historia se puede reconocer este hilo del tejido, o tal vez punto de costura: cuando los cambios de inercia pasan de incre­men­tar­se a disminuir (hasta el límite de llegar a extin­guir­se), y de ser inten­sos a ser insig­ni­fi­can­tes, pasan cada vez más de expe­ri­men­tar­se a evo­car­se. Esos ejer­ci­cios cre­cien­tes de evoca­ción pos­ter­gan el olvido de lo que se está dejando de frecuen­tar pero todavía se revisita cada tanto o de lo que se acaba de perder o abandonar; es la manera de rete­ner­los presen­tes cuando ya no se los tiene presen­tes, que es una de las cosas que es recor­dar. Por incipiente que sea, el reem­pla­zo de una expec­ta­ti­va por un anec­do­ta­rio es sínto­ma de un can­san­cio vital; cuando la avidez de aven­tu­ra y nove­da­des es progre­si­va­men­te des­pla­za­da por una aver­sión al cam­bio, la bajada del telón pasa de ser temida a ser esperada.


Secciones agregadas a 'Invisibilidades'


Además de intitular todas las secciones que ya tenía el ensayo (la 1. y la 2.), acabo de agregarle dos más, la 2.1 y la 2.1.1:

2.1. Indetectable

      El Primer Lord del Almi­ran­taz­go británi­co, Sir Jonathan Band, y el ministro de Defensa francés, Hervé Morin, trivia­li­za­ron el “percance”. Una síntesis de sus decla­ra­cio­nes sería “final­men­te, nada pasó”. En confe­ren­cia de prensa surgió una pre­gun­ta sobre el tema y Sir Jonathan afirmó –con gesto fasti­dia­do– que el choque no había afec­ta­do a las tri­pu­la­cio­nes, que los sub­ma­ri­nos “sólo habían sufrido rasguños” y que la segu­ri­dad nuclear no había corrido riesgos. Hervé Morin –que días antes sos­tu­vo que “Le Triom­phant” había tropezado con un container– incursionó en compara­cio­nes marinas: “Se trata de una problemá­ti­ca tecnoló­gi­ca extre­ma­da­men­te sim­ple: estos submarinos son indetecta­bles. ¡Ha­cen menos ruido que un cama­rón!” (Le Monde, 17-02-09). No es el caso, ob­vio, de un estallido atómico.

      Juan Gelman, “El Atlántico no alcanza”, en la contratapa del Página/12 del 22-2-09.

El hombre invi­si­ble desper­di­cia­ría una ven­ta­ja enorme para ser inde­tec­ta­ble si cho­ca­se con gente o tirase cosas, si oliese mal o si fuese ruidoso. La gracia de ser invi­si­ble es que es muy útil para lograr ser indetec­ta­ble; mantenerse inodoro, insípido, silencioso y distante son pasos necesarios pero cortos hacia la meta, com­pa­ra­dos con el de mantenerse invisible. Si lo definimos por lo que im­pli­ca, ser indetectable significa que podemos siempre esquivar a los otros y que los otros no pueden esquivarnos si no queremos. Es un combo de atributos que no admite sin riesgo más de un por­ta­dor por zona de influencia y circulación. El encuentro de los dos submarinos ilustra lo peligroso que puede resultar que lo tengan más de uno.
No todo cruce de absolutos es paradójico. Pero en toda paradoja de este tipo hay un cruce de absolutos (de negaciones mutuas de atributos absolutos). Dos competidores infa­li­bles, como el perro de absoluta eficacia y la zorra inatra­pa­ble, se encuentran y pro­du­cen una paradoja, un problema con­cep­tual insoluble; suspenden la deci­sión inte­li­gen­te en un dile­ma con dos callejo­nes sin salida, dos fuerzas con igual derecho a excluirse entre sí. Su situa­ción es impo­si­ble por contra­dic­to­ria, como la del caso her­ma­no de una lanza irre­cha­za­ble que choca contra un escudo im­pe­ne­tra­ble. Pri­mos suyos, dos móviles inde­tec­ta­bles, como esos dos sub­ma­ri­nos, se encuentran y pueden pro­vo­car un desastre nuclear (que “si es evitable no es accidente”). La suerte por la tenue con­se­cuen­cia del encuentro compensa el “azar extraor­di­na­rio” y desfa­vo­ra­ble de que haya tenido lugar, pese a la enormidad de espacio disponible para navegar fuera de un curso de colisión.
¿Cómo definir lo similar y lo distinto de este paren­tes­co? En am­bos casos una incom­pa­ti­bi­li­dad de convivencia entre dos atributos o capacidades (posibilidad, poder o potestad) produce conse­cuen­cias no deseadas e indeseables, unas para la lógica y otras para la vida en la Tierra. El encuentro paradójico tiene consecuencias en lo simbólico, en su entramado lógico, en la producción de simu­la­do­res de interacción con el medio (o sea, de signos cuya trama de relaciones es un compendio de lo que sabe­mos y creemos, que usamos para hacer predicciones útiles sobre la conti­nua­ción del medio, que a su vez usamos para elaborar cursos de acción ven­ta­jo­sos o resistentes). El encuentro catas­tró­fi­co tiene con­se­cuen­cias en la física y la quí­mi­ca de nuestro medio, en cómo quedan ba­ra­ja­dos los átomos que componen la materia visible en una ins­tan­tá­nea del universo posterior a ese encuentro.

2.1.1. Equiparable

En el segundo caso quedan comprometidas las posibilidades de supervivencia del conocedor; en el primero, las condiciones de posi­bi­li­dad de su conocimiento. En la trama afectada del primer caso hay, básica­men­te, relaciones de equiva­len­cia conceptual y ana­lo­gías, que forman líneas y redes de senti­dos parcial o total­men­te coinci­den­tes. Estos agrupa­mien­tos, gracias a los cuales nos aho­rra­mos tener que ir estre­nan­do nuevas cate­go­rías cada vez, son el trabajo más cons­pi­cuo de la inte­li­gen­cia en la especie hu­ma­na. Y es lo que se hace al pensar, ya sea en la ela­bo­ra­ción de saberes o de creencias.
Un último bucle. Estas relaciones, a su vez, son similares a las que se dijo que hacían la matemáti­ca –una parte y una herra­mien­ta de cual­quier simu­la­dor–, cuando fue vista como una co­lec­ción cohe­ren­te de tautologías, de relaciones de igualdad o, me­jor dicho, de co-refe­ren­cia­li­dad (para algunos, construidas; pa­ra otros, descu­bier­tas).
PD de las 6:55 am: Acabo de cambiar el final con una supresión y una sustitución:

Estos agrupa­mien­tos, gracias a los cuales nos aho­rra­mos tener que ir estre­nan­do nuevas cate­go­rías cada vez, son el trabajo más cons­pi­cuo de la inte­li­gen­cia en la especie hu­ma­na.
Una última deriva. Estas relaciones, a su vez, son similares a las que se dijo que hacían a la matemáti­ca –una parte y una herra­mien­ta de cual­quier simu­la­dor–, cuando fue vista como una co­lec­ción cohe­ren­te de tautologías, de relaciones de igualdad o, me­jor dicho, de co-refe­ren­cia­li­dad (para algunos, construidas; pa­ra otros, descu­bier­tas).

PD de las 6:12 pm: Suprimí el último paréntesis.

sábado, 1 de mayo de 2010

Agregado de 'La letra en el telar'


"La letra en el telar" fue a principios de los 90 el título de un libro de ensayos letrosos que hice y ahora es el título de la sección para manejo de la fuente y el tamaño de los ensayos.