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lunes, 28 de noviembre de 2011

Agregado en 'Sobre los comentarios'


Extendí un párrafo más, antes del último, el texto de "Sobre los comentarios", en la barra lateral:
Por lo demás, las expectativas no son recíprocas: los comentarios no me necesitan. Podrían desarrollar diálogos y debates entre visitantes, sin que yo intervenga (incluso estando vivo).


Los perros que hablan 003 (1.0.0)


El cambio más importante lo hice en el comienzo del ensayo, que ahora es previo a la división en tomas (antes era también el comienzo de la Toma 1). Decía así:
Enfrasquémonos en una cuestión entre lógica y semántica: ¿es lo mismo “Los perros que hablan no existen” que “Los perros que existen no hablan”? El caso puede servir para ilustrar que el hecho de que todo lo equivalente sea intercambiable no implica que todo lo intercambiable sea equivalente.

Después de varias pruebas, ahora dice esto:
Enfrasquémonos en una cuestión entre lógica y semántica: ¿es lo mismo “Los perros que hablan no existen” que “Los perros que existen no hablan”? Y si no es lo mismo, ¿cuál es entonces la relación que hay entre esas composiciones conceptuales, que tal vez no estén solas en la conversación?
Los conceptos se combinan, entre otras cosas, para implicar otros conceptos, que se integran a la red. No digo trazar un mapa, pero al menos me gustaría hacer un esbozo de esas dependencias y solidaridades conceptuales, de los movimientos que hacen para relacionarse, de las rutas que trazan y de cómo las usan los flujos de creencias guiados por alguna lógica.
Ojalá se vea algo de esto al terminar el ensayo; pero para empezar, el caso puede servir para ilustrar que el hecho de que todo lo equivalente sea intercambiable –suponiendo que lo sea– no implica que todo lo intercambiable sea equivalente.

El otro cambio lo hice dentro del bloque que se muestra al cliquear sobre el asterisco de la primera frase de Toma 2, en la introducción del capítulo 1 del libro inédito (cuyo título antiguo quedó como subtítulo; el nuevo título todavía no lo puse en el archivo de texto donde está el ensayo). Hasta ahora decía y se veía así:
Para explayarme sobre este punto, voy a incurrir en la autocita de la sección “1. Presencia y existencia: el encuentro entre haber y existir” del libro inédito Ensayo sobre la diferencia ser-estar:

Cuando un verbo como correr constituye por sí solo el predicado de un enunciado...

Ahora se ve así:
Para explayarme sobre este punto, voy a incurrir en la autocita del primer capítulo del libro inédito

Ser o no estar, ésa es la cuestión
Ensayo sobre la diferencia ser-estar


1. Presencia y existencia: el encuentro entre haber y existir

Cuando un verbo como correr constituye por sí solo el predicado de un enunciado...

También suprimí la redundancia que estaba al final del paréntesis que cierra el primer párrafo de Toma 3:
Como existir sin hablar es más fácil que hablar sin existir, deducimos que la especie de perros que existen sin hablar es la única que hay (como se ve, la base de esta deducción es semántica: hacemos uso del saber de que hablar requiere existir, y no a la inversa; en fin, que si no existen, mal pueden hablar).

domingo, 27 de noviembre de 2011

Los perros que hablan 002 (0.2.0)


Acabo de agregar la llamada-asterisco en el final de la primera oración de Toma 2, con la autocita de la primera sección de Ensayo sobre la diferencia ser-estar.
Lo único que le agregué a ese original citado es la última frase del penúltimo párrafo:
Participa del juego (lo delimita) sin pertenecer a él (no es uno de sus predicados, sino el habilitador de sus sujetos o piezas, función que se deja ver en la presuposición última –o única– de cualquier jugada).


Los perros que hablan 001 (0.1.0)


Cambios medios en la Toma 2 del ensayo. Hasta ayer a la tarde decía esto:
En castellano, el verbo haber habilita piezas para el juego de atribuirles cosas, que es algo que hacemos con los otros verbos; entre éstos, por ejemplo, hablar o existir. La afirmación “Hay perros” introduce una pieza en el juego; “Los perros existen” es una jugada hecha con esa pieza, como también puede serlo “Los perros no hablan”. Con agregarles un atributo, las piezas introducidas pueden ser más específicas. Por ejemplo, hay perros que existen y perros que no existen; o hay perros que hablan y perros que no hablan.

¿Qué dice Homero de los perros que hablan? Que no existen, nada menos. Pero sobre este tema nada dice de los perros que no hablan. Si sobreentendemos esta atribución existencial, recién entonces podemos inferir que si alguna clase de perros existe debe ser la clase de los que no hablan. En lugar de comunicar esta inferencia, “Los perros que existen no hablan”, Homero comunica la observación que permite hacerla: “Los perros que hablan no existen”.
En el otro caso se dice que hay perros que existen y perros que no existen. ¿Qué se dice de la clase de los perros que existen? Que no hablan. Luego, si alguna clase de perro habla debe ser la clase de los perros que no existen. Esta clase es, por definición, vacía. Si la clase de los perros que hablan es igual (o sea, tiene la misma extensión) que ella, es también vacía.

Desde la tarde de ayer dice esto:
En castellano, el verbo haber habilita piezas para el juego de atribuirles cosas, que es algo que hacemos con los otros verbos; entre éstos, por ejemplo, hablar o existir. La afirmación “Hay perros” introduce una pieza genérica (y de morfología simple) en el juego; “Los perros existen” es una jugada hecha con esa pieza, igual que “Los perros no existen” o “Los perros hablan” (cómo ponderemos tal o cual jugada es una cuestión aparte). Con agregarles un atributo, las piezas introducidas pueden ser más específicas (y de morfología compuesta). Por ejemplo, hay perros que existen y perros que no existen; o hay perros que hablan y perros que no hablan.

¿Qué dice Homero de los perros que hablan? Que no existen, nada menos. Pero sobre este tema nada dice de los perros que no hablan. Ver a un perro, como le sucede a Homero, permite jugar que los perros existen; pero esto sigue sin decirnos nada de los perros que no hablan. Si sobreentendemos su existencia no declarada, recién entonces podemos inferir que si alguna clase de perros existe debe ser la clase de los que no hablan. En lugar de comunicar esta inferencia, “Los perros que existen no hablan”, Homero comunica la observación que permite hacerla: “Los perros que hablan no existen”.
En el otro caso se introduce que hay perros que existen y perros que no existen. ¿Qué se dice de la clase de los perros que existen? Que no hablan. Luego, si alguna clase de perro habla debe ser la clase de los perros que no existen. Esta clase es, por definición, vacía. (La clase le debe su vacuidad –o nulidad de miembros– a ese inexistir canino; su presencia en el juego donde se predica esa inexistencia se la debe a la instalación que hace de ella el verbo haber, que es más “presentativo” que existencial.) Si la clase de los perros que hablan es igual (o sea, tiene la misma extensión) que ella, es también vacía y los perros que hablan no existen.


PD 27-11-2011, 16:20h: acabo de agregar en el último párrafo la subordinada adjetiva “que es más “presentativo” que existencial” y la proposición coordinada con que cierra: “y los perros que hablan no existen”.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Momento alicianógeno 002 (1.0.1)


En la sección 2 del ensayo agregué el epígrafe de Los Simpsons e hice algunos retoques al final de los dos párrafos. Ahora se ve así:

2.


“El misterioso viaje de nuestro Homero” (T8E9)

Cuando me voy durmiendo con música, a veces sus evoluciones (melódicas, armónicas, rítmicas, tímbricas, etc.) se van metamorfoseando en personajes y argumentos del primer sueño. Esto no lo recordaría si la inmersión onírica continuara, si no se interrumpiera prematuramente, y tal vez con un fade-out simétrico al fade-in que dibujó hasta ahí. Cuando algo me hace regresar así de un sueño incipiente, personajes y argumentos desandan sus metamorfosis y vuelven a ser flujos sonoros (o yo vuelvo a escuchar música).
A la salida de los dos largos sueños de Alicia pasa algo similar: en el primero, los naipes voladores son hojas caídas del árbol bajo el que despierta; en el segundo, su gata Kitty regresa de ser la Reina Roja que ella sacude. A la salida del misterioso viaje, nuestro Homero comprueba que «el desierto era una trampa de arena y esa loca pirámide era sólo un anuncio y ese coyote que hablaba era un triste perro que hablaba». En su trance de extrañeza, X anduvo por la zona de frontera y mezcla entre realidad e ilusión, como entre vigilia y sueño Alicia, Homero y a veces yo.


miércoles, 2 de noviembre de 2011

Momento alicianógeno 001 (1.0.0)


Antes el ensayo decía esto:

X bajó del colectivo pensando en las compras que tenía que hacer. Antes de pasar por el supermercado, decidió comprar un paquete de pastillas de menta. Vio una esquina que tenía un quiosco de barrio, a una cuadra de donde se había bajado. Era uno de esos quioscos montados en el cuarto de una casa con ventanas que dan a la calle. Adentro no había nadie, pero encontró un cartel, escrito a mano, que decía: “Toque timbre”. Tocó timbre y esperó que lo atendieran.

Conociendo su timidez hasta para el más trivial de los intercambios sociales, había ensayado mentalmente las líneas que diría y esperaba que apareciera alguien a quien decírselas de una vez. Los ensayos, incluso, ya habían terminado al momento de tocar el timbre; había abarcado, imaginaba, todos los detalles y circunstancias más probables de la escena. Hacia la derecha, al fondo del cuarto hogareño devenido en quiosco, se veía una puerta abierta y un interior iluminado; por ahí, se suponía, en un rato aparecería el vendedor apurando el paso. Pero X no lo esperó con la mirada clavada en esa puerta, que vigilaba de reojo, sino al frente, detrás del mostrador, en el sitio en que iría a ubicarse el avisado.

Tal vez la excesiva previsión hizo que lo que finalmente ocurrió le resultase a X aún más sorprendente. Respondiendo al llamado surgió de abajo del mostrador un perro setter, que no abrió la ventanilla del quiosco pero que se lo quedó mirando a X fijo, atento, paciente. Si responderle todavía no había dejado de parecerle absurdo, no hacerlo ya empezaba a parecerle una descortesía. Sintió o temió lo que había entendido que sentía la muy educada Alicia en el País de las Maravillas, donde seres extraños se turnaban para bardearla. Estuvo a punto de pedirle al setter un paquete de pastillas de menta; tal vez ya estaba preparándose para hacerse escuchar a través del vidrio.
En el libro de Carroll, Alicia despierta de un sueño. En la esquina de Floresta, la aparición de una figura humana por el lugar que la atención de X había abandonado rompió el hechizo e hizo regresar el mundo a sus costumbres más conocidas.


Ahora dice esto:

1.

X bajó del colectivo pensando en las compras que tenía que hacer. Antes de pasar por el supermercado, decidió comprar un paquete de pastillas de menta. Vio una esquina que tenía un quiosco de barrio, a una cuadra de donde se había bajado. Era uno de esos quioscos montados en el cuarto de una casa con ventanas que dan a la calle. Adentro no había nadie, pero encontró un cartel, escrito a mano, que decía: “Toque timbre”. Tocó. La espera pareció más larga de lo que fue porque se llenó de anticipos que tampoco fueron.

Conociendo su timidez hasta para el más trivial de los intercambios sociales, al momento de tocar el timbre X había terminado de ensayar mentalmente las líneas que diría. Sin otra cosa que hacer más que esperar, pasó a necesitar que apareciera alguien para decírselas de una vez. Abarcaban, imaginaba, las alternativas más probables de la escena. El escenario era éste: hacia la derecha, al fondo del cuarto hogareño devenido en quiosco, se veía una puerta abierta y un interior iluminado; por ahí, se suponía, en un rato haría su ingreso el vendedor, más apurado cuanto más demorado (X iba recalculando ese apuro, pero uno propio le distorsionaba la percepción de esa demora). Puso furtivamente su atención en la puerta, que vigilaba de reojo, mientras apuntaba su mirada al frente, detrás del mostrador, en el sitio vacante en que iría a colocarse el vendedor.

Tal vez la excesiva previsión hizo que lo que finalmente ocurrió le resultase aún más sorprendente. En lugar de ver venir a una persona por donde la esperaba, ahí donde la esperaba más tarde vio surgir de abajo del mostrador a un perro setter, que no abrió la ventanita redonda del quiosco pero que se lo quedó mirando a X fijo, atento, paciente. Si responderle todavía no había dejado de parecerle absurdo, no hacerlo ya empezaba a parecerle una descortesía. Sintió o temió lo que había entendido que sentía la muy educada Alicia en el País de las Maravillas, donde seres extraños se turnaban para bardearla. Consideró pedirle al setter un paquete de pastillas de menta, y tal vez estuvo a punto; tal vez ya estaba preparándose para hacerse escuchar a través del vidrio.
En el libro de Carroll, Alicia despierta de un sueño. En la esquina de Floresta, la aparición de una figura humana por el lugar que la atención de X había abandonado rompió el hechizo e hizo regresar el mundo a sus costumbres más conocidas.

2.Cuando me voy durmiendo con música, a veces sus evoluciones (rítmicas, armónicas o melódícas, por ejemplo) se van metamorfoseando en personajes y argumentos del primer sueño. Esto no lo recordaría si la inmersión onírica continuara, si no se interrumpiera prematuramente, y tal vez con un fade-out simétrico al fade-in que dibujó hasta ahí. Cuando algo me hace regresar así de la entrada a uno de esos sueños, personajes y argumentos desandan sus metamorfosis y vuelvo a escuchar la música (o sea, a reconocerla).
A la salida de los dos largos sueños de Alicia pasa algo similar: en el primero, los naipes voladores son hojas caídas del árbol bajo el que despierta; en el segundo, su gata Kitty regresa de ser la Reina Roja que ella sacude. Otro tanto comprueba Homero, cuando vuelve de su “misterioso viaje”, con el arenero-desierto, el anuncio-pirámide y el perro-coyote. En su trance de extrañeza, X anduvo por la zona de frontera y mezcla entre realidad e ilusión, como entre vigilia y sueño Alicia, Homero y a veces yo.