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sábado, 22 de septiembre de 2012

Acontecimiento 001 (0.0.1)

En la madrugada del 21 cambié el primer párrafo del ensayo. Antes decía:
Todo acontecimiento siempre está situado entre dos estados. El flanqueo no es recíproco: no hay obligación de que todo estado esté situado entre dos acontecimientos, como puede probarlo cualquier estado por omisión (“La vaca está viva”) y cualquier estado por acción que sea definitivo (“La vaca está muerta”).
Por un lado, un estado deriva de un acontecimiento: es el resultado de una acción o proceso (algo pasó) o de una omisión (algo no pasó). [...]
Ahora dice:
O hay cambio o hay continuidad entre dos momentos de la historia de una identidad. Esos momentos están hechos, por ejemplo, de estados, situaciones, identidades, rasgos de identidad, propiedades, etc. Tomemos, por caso, una secuencia de estados.
Por un lado, un estado deriva de un acontecimiento: es el resultado de una acción o proceso (algo pasó: la vaca murió y entonces está muerta, por ejemplo) o de una omisión (algo no pasó: la vaca no murió y entonces está viva).

domingo, 9 de septiembre de 2012

Cosas peores 002 (1.1.0)


Hice cambios entre menores y medios en la sección 4 que agregué esta madrugada en el ensayo. El más importante es el agregado del epígrafe de Borges, una de las dos citas de "El Inmortal" que incluí en el programa de mano de Tertulia (la hace de epígrafe en "Pendientes resbaladizas"). Otros cambios tuvieron que ver con alusiones a esa cita. Así, donde antes decía (primer párrafo de la sección 4) "el saber de que uno, además de ser frágil y poder morir en cualquier momento...", ahora dice: "el saber de que uno, además de ser «preciosamente precario» y poder morir en cualquier momento...". Una referencia conceptualmente más importante es la que agregué como última frase del ensayo: "Sólo el sentido hace de lo precario algo precioso; de ahí que no le convenga ser a su vez precario".
Sin relación con ese nuevo epígrafe, agregué "o dejarla trabajando en segundo plano" en el segundo párrafo.

Cosas peores 001 (1.0.0)


Acabo de agregarle al ensayo el párrafo final de la sección 3 y toda la sección 4:

Tal vez no haga falta la exaltación para ver un sentido existencial más necesario que la vida que justifica, que hace necesaria; tal vez puede verse así sin exagerar. Basta que se considere que la vida no vale por sí misma, sino como medio u oportunidad para hacer lo que creemos que le da sentido (que es lo que nos da fuerza para hacer lo que creemos que le da sentido, que es...).

4.



De chico, en general a partir de una muerte cercana, uno se entera de que los otros pueden morir. En la progresiva culturización y socialización con que crecemos, vamos adquiriendo el saber de que uno, además de ser frágil y poder morir en cualquier momento, en algún momento va a morir, igual que todos.
Todo lo que se hace tal vez se haga, en última instancia, para suspender ese saber y sus efectos sobre el hacer mismo, las consecuencias paralizantes que tiene el tener siempre de frente esa certeza, el no lograr hacerla a un lado (el peor Zahir de todos).
Para superar el límite que la vida no puede, está el sentido de la vida (o propósito o misión o plan, etc.), que también viene en formato laico.*
Puede adoptarse un sentido sin tener que aceptar (ni creer ni necesitar ni desear) que nuestra identidad –y con ella nuestra existencia– sigue en otra parte y en otro estado o que reencarnamos en otros seres hasta alcanzar el desapego perfecto (extinguidas la preferencia –un deseo selectivo– y la necesidad –un deseo impuesto–, extinguido el temor a que no se nos cumpla ni se nos satisfaga, o sea, a frustrarnos). Puede adoptarse un sentido de la existencia finita que no ofrezca alguna trascendencia personal eterna (o sea, que no niegue ni relativice esa finitud), aun cuando incluya sucedáneos de esa inmortalidad nómade. Por ejemplo, un sentido que tenga la épica de una obra colectiva que nos sobrevivirá (nada peor ni tan difícil le puede pasar a uno con su salud existencial que sobrevivirle a su sentido de vida, como nos lo recuerdan los que se suicidaron por el fin de la experiecia soviética del comunismo y muchos enamorados súbitamente abandonados).
Algo así sólo es útil y creíble si nos sobrevive, si trasciende a eso que mueve; necesita durar más que la vida en la que presta servicio y ser lo suficientemente resistente para lograrlo, no como pompas de jabón y fragilidades afines.


La silla del diablo 002 (0.1.1)


Cambio menor en el tercer párrafo de la sección 2 del ensayo. Hasta recién decía esto:
El dibujo es el inverso en la visión aléfica: lo visto lo es desde todos los puntos. Pero para ver cada cosa del universo como si la viera desde todos los ángulos a la vez, el contemplador del Aleph debe colocarse en la posición precisa y no moverse, como Legrand en la silla del diablo y el ojo del cazador detrás de la mira. Mientras Legrand y el cazador tienen puntería dedicada, en “El Aleph” se combinan la singularidad de la observación más frágil y la totalidad de las visiones sobre cada una de la totalidad de las cosas: desde un punto de mira exacto se ve todo como si se viera desde todos los puntos de mira posibles.

Ahora dice esto:
El dibujo es el inverso en la visión aléfica: lo visto lo es desde todos los puntos. Pero para eso el contemplador de la «esfera tornasolada» de «dos o tres centímetros» de diámetro debió colocarse en la posición precisa y no moverse, como Legrand en la silla del diablo y el ojo del cazador detrás de la mira. Mientras Legrand y el cazador tienen puntería dedicada, la del contemplador del «inconcebible universo» no puede ser más dispersa. En “El Aleph” se combinan la singularidad de la observación más frágil y la totalidad de las visiones sobre cada una de la totalidad de las cosas. En definitiva, desde un punto de mira exacto todo lo que se ve (y lo que se ve es todo) se ve como si se viera desde todos los puntos de mira posibles.


sábado, 8 de septiembre de 2012

Dos espejismos 003 (0.2.0)


Traté de hacer cambios en el ensayo que faciliten la lectura y la exposición. Ahora la sección 1 llega hasta "a mayor distancia menor volumen", donde empieza la nueva sección 2 (las antiguas 2 y 3 son las actuales 3 y 4, sin modificación de límites).
En la sección 1 hice cambios leves. Donde antes decía:
Por alguna razón, los dos recuerdos más recurrentes que tengo de la novela Lolita, de Vladimir Nabokov, son escuchas. La del segundo es de un sonido único con su fuente aún divisable y un delay entre ambos.

ahora dice:
Por alguna razón, de los cuatro recuerdos más recurrentes que tengo de la novela Lolita, de Vladimir Nabokov, los primeros dos son escuchas. Adelanto algunas diferencias entre ellas.
La escucha del segundo recuerdo es de un sonido único con su fuente aún divisable y un delay entre ambos.

El comienzo de la actual sección 2, con el tercer recuerdo, antes era este:
En el tercer recuerdo del ranking no hay sonido al aire (sino un pensamiento mudo) ni se habla de sonidos (sino de una jerarquía inesperada de secuelas emocionales, un orden de mérito sorprendente para basar una preferencia, en definitiva: otra contraintuición). “Oímos” lo que Lolita no; por la magia de la narración, accedemos en exclusiva al ambiente sonoro del interior de Humbert Humbert (imaginamos escuchar la frase, no leerla). Esa especie de voz en off está al final de esta cita (que pertenece, como todas las que haré acá, a la edición de Sur, Buenos Aires, 1959, con traducción de Enrique Tejedor, pseudónimo de Enrique Pezzoni):
   —...¿De veras no quieres venir conmigo? Dime eso tan solo.
   —No, querido, no.
   Nunca me había llamado querido antes.
   —No –dijo–, no puedo pensar siquiera en eso. Antes preferiría volver con Cue. Quiero decir...
   No encontró las palabras. Se las proporcioné mentalmente («Él me destrozó el corazón. Tú apenas me destruiste la vida»). (p. 229)


Ahora es este:
El tercer recuerdo del ranking es una especie de voz en off que está al final de esta cita (extraída, como todas las que haré acá, de la edición de Sur, Buenos Aires, 1959, con traducción de Enrique Tejedor, pseudónimo de Enrique Pe­zzoni):
   —...¿De veras no quieres venir conmigo? Dime eso tan solo.
   —No, querido, no.
   Nunca me había llamado querido antes.
   —No –dijo–, no puedo pensar siquiera en eso. Antes preferiría volver con Cue. Quiero decir...
   No encontró las palabras. Se las proporcioné mentalmente («Él me destrozó el corazón. Tú apenas me destruiste la vida»). (p. 229)

Como se ve, no hay acá sonido al aire (sino un pensamiento mudo) ni se habla de sonidos (sino de una jerarquía inesperada de secuelas emocionales, un orden de mérito sorprendente para basar una preferencia; en definitiva, otra contraintuición).

Otros cambios menores fue poner algunos saltos de párrafo que no había.

martes, 4 de septiembre de 2012

La silla del diablo 001 (0.1.0)


Hasta anteayer, la sección 1 del ensayo empezaba así:
Primero hablemos de esa flecha y después del sitio hacia el que nos guía, un mirador (el de las termas de Fiambalá, en Catamarca).
Con el cartel en medio del camino, la flecha no señala algo, como las que indican un objeto (Es este) o una ubicación (Es acá). Se supone que orienta en la dirección de ese punto, como si equivaliera a un Es por acá, no por allá, pero puede que innecesariamente: el sendero es uno solo, sin bifurcaciones. Pero también puede que esa sobra sea necesaria, o al menos útil: un cartel que tuviera sólo la palabra “MIRADOR” sería más esperable en el mirador que en su camino.

También le agregué el párrafo que le sigue en la versión actual:
Primero hablemos de esa flecha y después del sitio hacia el que nos guía, un mirador (el de las termas de Fiambalá, en Catamarca).
Con el cartel en medio del camino, la flecha no señala algo, como las que indican un objeto (Acá hay uno o Está ahí) o una ubicación (Es acá o Usted está aquí). Se supone que orienta en la dirección de ese algo, como si equivaliera a un Es para allá o por acá, pero puede que innecesariamente: el sendero es uno solo, sin bifurcaciones.
Pero también puede que esa sobra sea necesaria, o al menos útil: un cartel que tuviera sólo la palabra “MIRADOR” sería más esperable en el mirador que en su camino.
Así como está, el cartel parece servir más bien para confirmarnos que ése que estamos haciendo es el camino al mirador, no para orientarnos identificándolo entre otros posibles (las flechas pintadas en la roca que señalizaban el sendero a la cumbre del cerro López, en Bariloche, tenían la mala puntería de ausentarse en tramos de muchas posibilidades y pocos indicios).

También les puse los links a todos los ejemplos, todos de fotos excepto el dibujo de Quino para el link de "drawing by numbers".

Herida absurda 002 (1.0.0)


Acabo de dividir en secciones el ensayo para que se separe mejor lo que escribí directamente en el editor de Blogger ayer a la tarde, agregado al que era hasta ayer el final. Así se veía el ensayo:


Por una parte, la casuística alucinatoria está llena de vulnerables negadores o engañados, sujetos comunes que se creen indestructibles. Por otra parte, las fantasías míticas y las ficcionales abundan en personajes invulnerables y conscientes de su poderío, como muchos de los que creen ser los del primer tipo.
Unos y otros, por razones y con suertes distintas, no experimentan miedo. Veamos dos cruzas de invulnerables que sí; el saber de contar con ese poder hará inconsistente un temor y su ausencia hará consistente el otro.

Caso 1: X ignora que es invulnerable. Además, es minuciosamente hipocondríaco y paranoico. X sufre el temor a lo que no sabe que no puede sufrir; teme la amenaza de lo que desconoce inofensivo, como le es todo lo que conoce. Al margen de la hipertrofia, sus tormentos son tan coherentes como los de un vulnerable.
Caso 2: X sabe que es invulnerable. Pero igual es minuciosamente hipocondríaco y paranoico. Acá X sufre el temor a lo que sabe que no puede sufrir. El absurdo hace visible la dependencia en cuyo daño consiste, la que tiene el deseo –el temor es su negativo– respecto del saber (o más bien respecto de su falta). Dejo el tema para otro ensayo.

Rellenemos. En el reparto de ventajas y desventajas, al mismo tiempo que se le otorga a X la invulnerabilidad (se lo anoticie o no), se le impone padecer la visión de los desenlaces catastróficos de cada situación que atraviesa. No puede cruzar unas vías sin verse –con absoluta nitidez e intensidad– atropellado por el tren. No puede tomar agua sin verse atragantado. Nunca cree que volverá a despertarse.
En el caso 2, X a la vez sabe que está blindado contra esas y todas las posibilidades letales. El saber de lo más ventajoso es el más inútil de los que tiene, y su pánico la respuesta más engañada de las que da. Si además de este momento paradójico X tuviera un desarrollo, esa inutilidad disminuiría a medida que su respuesta emocional tendiese a la indiferencia, la menos engañada que puede tener ante la visión de catástrofes inofensivas.
El caso 1 hace meramente infeliz a X el desconocedor, como lo haría con cualquier ser genuinamente vulnerable.

No me interesa la ironía del inmortal que teme morir, sino el hecho de que eso requiera que desconozca su invulnerabilidad, y la demostración indirecta de ese hecho en la paradoja del que teme que le ocurra (o que le haya ocurrido) lo que sabe y cree que no puede ocurrirle (o que no pudo haberle ocurrido). Y más que del saber (o de la creencia), se trata de la emoción de la que nos dota: la confianza de una certeza o la de una certidumbre, que se repelen recíprocamente con la emoción del miedo. Como mucho, puede haber certeza en la vecindad del momento sobre el que hace foco el temor, pero no certidumbre ahí mismo, en el momento temido. Y si hay un saber de lo temido es que hay una disfunción de la metamemoria: por negación o por insolvencia, no hay un saber de ese saber, que entonces no genera ningún representante emocional (o al menos uno lo suficientemente fuerte) para discutir la respuesta a dar, y por mucho que ‘sepamos’ que no hay un monstruo debajo de la cama reaccionamos como si lo hubiera.


Así se ve ahora:


1.

Por una parte, la casuística alucinatoria está llena de vulnerables negadores o engañados, sujetos comunes que se creen indestructibles. Por otra parte, las fantasías míticas y las ficcionales abundan en personajes invulnerables y conscientes de su poderío, como muchos de los que creen ser los del primer tipo.
Unos y otros, por razones y con suertes distintas, no experimentan miedo. Veamos dos cruzas de invulnerables que sí; el saber de contar con ese poder hará inconsistente un temor y su ausencia hará consistente el otro.

Caso 1: X ignora que es invulnerable. Además, es minuciosamente hipocondríaco y paranoico. X sufre el temor a lo que no sabe que no puede sufrir; teme la amenaza de lo que desconoce inofensivo, como le es todo lo que conoce. Al margen de la hipertrofia, sus tormentos son tan coherentes como los de un vulnerable.
Caso 2: X sabe que es invulnerable. Pero igual es minuciosamente hipocondríaco y paranoico. Acá X sufre el temor a lo que sabe que no puede sufrir. El absurdo hace visible la dependencia en cuyo daño consiste, la que tiene el deseo –el temor es su negativo– respecto del saber (o más bien respecto de su falta). Dejo el tema para otro ensayo.

1.1

Rellenemos. En el reparto de ventajas y desventajas, al mismo tiempo que se le otorga a X la invulnerabilidad (se lo anoticie o no), se le impone padecer la visión de los desenlaces catastróficos de cada situación que atraviesa. No puede cruzar unas vías sin verse –con absoluta nitidez e intensidad– atropellado por el tren. No puede tomar agua sin verse atragantado. Nunca cree que volverá a despertarse.
En el caso 2, X a la vez sabe que está blindado contra esas y todas las posibilidades letales. El saber de lo más ventajoso es el más inútil de los que tiene, y su pánico la respuesta más engañada de las que da. Si además de este momento paradójico X tuviera un desarrollo, esa inutilidad disminuiría a medida que su respuesta emocional tendiese a la indiferencia, la menos engañada que puede tener ante la visión de catástrofes inofensivas.
El caso 1 hace meramente infeliz a X el desconocedor, como lo haría con cualquier ser genuinamente vulnerable.

1.2

No me interesa la ironía del inmortal que teme morir, sino el hecho de que eso requiera que desconozca su invulnerabilidad, y la demostración indirecta de ese hecho en la paradoja del que teme que le ocurra (o que le haya ocurrido) lo que sabe y cree que no puede ocurrirle (o que no pudo haberle ocurrido). Y más que del saber (o de la creencia), se trata de la emoción de la que nos dota: la confianza de una certeza o la de una certidumbre, que se repelen recíprocamente con la emoción del miedo. Como mucho, puede haber certeza en la vecindad del momento sobre el que hace foco el temor, pero no certidumbre ahí mismo, en el momento temido. Y si hay un saber de lo temido es que hay una disfunción de la metamemoria: por negación o por insolvencia, no hay un saber de ese saber, que entonces no genera ningún representante emocional (o al menos uno lo suficientemente fuerte) para discutir la respuesta a dar, y por mucho que ‘sepamos’ que no hay un monstruo debajo de la cama reaccionamos como si lo hubiera.

2.

Lo anterior puede verse también como una demostración por el absurdo de la imposibilidad de que haya emociones que no dependan de (o presupongan) saberes o creencias; la imposibilidad, en definitiva, de que haya emociones puras, absolutamente autónomas, vueltas entes, protoespíritus.
En la fantasía temerosa que ese absurdo desmiente, una emoción posee a una persona (se apodera de su voluntad) como se decía –y todavía se dice, pero ahora no es oficial– que lo hacía un espíritu demoníaco. Aquella metáfora y esta creencia son el testimonio o la evocación de una derrota, la del territorio que sufrió la infección, invasión, intrusión, usurpación, ocupación de parte de una emoción moderna (tendrá sus causas) o de un espíritu (al voleo o dirigido para purgar culpas, pagar deudas y castigar ofensas, o sea, para confirmar y sostener un código y lo que en él apoye una comunidad o una sociedad).
En este mito, la gendarmería superada fue la razón: el dominio de los saberes y de los cálculos que conducen a nuevos saberes o que los producen. Las creencias tienen un pie en este dominio (se organizan argumentalmente...) y otro en el de las irracionales emociones (...sin mucho rigor) que nos vienen, poseen y dirigen, que nos hacen impulsivos y/o padecientes.