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sábado, 8 de septiembre de 2012

Dos espejismos 003 (0.2.0)


Traté de hacer cambios en el ensayo que faciliten la lectura y la exposición. Ahora la sección 1 llega hasta "a mayor distancia menor volumen", donde empieza la nueva sección 2 (las antiguas 2 y 3 son las actuales 3 y 4, sin modificación de límites).
En la sección 1 hice cambios leves. Donde antes decía:
Por alguna razón, los dos recuerdos más recurrentes que tengo de la novela Lolita, de Vladimir Nabokov, son escuchas. La del segundo es de un sonido único con su fuente aún divisable y un delay entre ambos.

ahora dice:
Por alguna razón, de los cuatro recuerdos más recurrentes que tengo de la novela Lolita, de Vladimir Nabokov, los primeros dos son escuchas. Adelanto algunas diferencias entre ellas.
La escucha del segundo recuerdo es de un sonido único con su fuente aún divisable y un delay entre ambos.

El comienzo de la actual sección 2, con el tercer recuerdo, antes era este:
En el tercer recuerdo del ranking no hay sonido al aire (sino un pensamiento mudo) ni se habla de sonidos (sino de una jerarquía inesperada de secuelas emocionales, un orden de mérito sorprendente para basar una preferencia, en definitiva: otra contraintuición). “Oímos” lo que Lolita no; por la magia de la narración, accedemos en exclusiva al ambiente sonoro del interior de Humbert Humbert (imaginamos escuchar la frase, no leerla). Esa especie de voz en off está al final de esta cita (que pertenece, como todas las que haré acá, a la edición de Sur, Buenos Aires, 1959, con traducción de Enrique Tejedor, pseudónimo de Enrique Pezzoni):
   —...¿De veras no quieres venir conmigo? Dime eso tan solo.
   —No, querido, no.
   Nunca me había llamado querido antes.
   —No –dijo–, no puedo pensar siquiera en eso. Antes preferiría volver con Cue. Quiero decir...
   No encontró las palabras. Se las proporcioné mentalmente («Él me destrozó el corazón. Tú apenas me destruiste la vida»). (p. 229)


Ahora es este:
El tercer recuerdo del ranking es una especie de voz en off que está al final de esta cita (extraída, como todas las que haré acá, de la edición de Sur, Buenos Aires, 1959, con traducción de Enrique Tejedor, pseudónimo de Enrique Pe­zzoni):
   —...¿De veras no quieres venir conmigo? Dime eso tan solo.
   —No, querido, no.
   Nunca me había llamado querido antes.
   —No –dijo–, no puedo pensar siquiera en eso. Antes preferiría volver con Cue. Quiero decir...
   No encontró las palabras. Se las proporcioné mentalmente («Él me destrozó el corazón. Tú apenas me destruiste la vida»). (p. 229)

Como se ve, no hay acá sonido al aire (sino un pensamiento mudo) ni se habla de sonidos (sino de una jerarquía inesperada de secuelas emocionales, un orden de mérito sorprendente para basar una preferencia; en definitiva, otra contraintuición).

Otros cambios menores fue poner algunos saltos de párrafo que no había.

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