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viernes, 21 de diciembre de 2012

Duda 005 (3.0.0)



El viernes pasado, 14-12-12, hice el reciclaje de la parte caída que no había llegado a hacer el día anterior. Los argumentos de la sección 3, entonces, quedaron así:
3.1

La historia quiere ilustrar los efectos paralizantes de la duda, exacerbados por su sincronización en «un instante de perplejidad universal». Para respetar lo que dice el relato y preservar esta universalidad, dos de los tres episodios de la casuística ofrecida –si es que no los tres– deben verse bajo una clave especial; de otro modo, ilustrarían excepciones respecto del motivo y la oportunidad de la inmovilidad sincronizada (no respecto de su alcance, que seguiría siendo absoluto).
Cuando en una película o en una obra de teatro vemos que un actor hace un aparte y le habla al público, sabemos que ha salido momentáneamente de la trama que lo envuelve; la cadena de causas y efectos, acciones y reacciones, ha quedado suspendida a la espera de su regreso, como congelada en un segundo plano y fuera de foco. De un modo similar, para entender que la cierva y el león (y tal vez también el cazador) se detienen porque participan del instante de perplejidad universal (o sea, porque dudan «sin atinar a hacer un movimiento»), hay que entender en clave de dibujo animado esas detenciones. (No es necesario para las del resto, narradas genéricamente –las de aves y peces– o aun con mayor amplitud –las de «todo ser animado»–.)
En clave realista, dejar de perseguir o de huir para quedarse dudando (o para lo que fuere) es, respectivamente, torpe y también peligroso: es sumamente probable que le cueste al león su comida o a la cierva su vida. Como una consecuencia excluye a la otra, sólo podrían neutralizarse si tuviesen que darse a la vez porque una «coincidencia sumamente improbable» hubiera sincronizado esas parálisis dubitativas, como de hecho ocurre. Pero esa neutralización de perjuicios no hace menos caricaturescas las repentinas frenadas de perseguida y perseguidor; la simultaneidad que la hace posible, en cambio, es de un realismo de alta improbabilidad y consecuente baja verosimilitud, pero realismo al fin.

Resumo y redundo. La frenada de los corredores, que es cómicamente insólita, tiene la circunstancia –sólo extraordinaria– de coincidir en un mismo instante con paralizaciones afines del resto de los seres animados. Si esta sincronización provoca asombro en lugar de escepticismo, tal vez sea porque es más de lo mismo. Nada le impide a lo extraordinario ser real, por mucho que desaliente esperarlo. Pero debemos cambiar nuestro criterio de aceptabilidad de hechos para aceptar que no uno –que ya sería mucho– sino los dos duelistas se detuvieron de golpe a la vez y de manera independiente, en este caso para (o por) dudar. Debemos extender el campo de expectativas con el que veníamos metabolizando los hechos narrados (que admitía animales pensantes, como en las fábulas), porque si no esas detenciones insólitas quedan fuera y se rompe la ilusión. Pronto nos acomodamos en una nueva verosimilitud, la misma con que consumimos hechos en los dibujos animados, donde perseguida y perseguidor pueden despreocuparse de las consecuencias de interrumpir sus esfuerzos (algún ejemplo del coyote y el correcaminos debe haber).
3.1.1

Con esa verosimilitud caricaturesca el cuento erige una duda caricaturescamente fuerte: para ser metaforizada por la parálisis universal que provoca en el mundo narrado, la duda es tan fuerte (tan paralizante) que incluso se impone a aquellos a quienes menos les conviene parar, a los que les resulta el colmo de lo inoportuno; aun éstos son tocados por la duda en la mancha hielo que juega a la vez con «todo ser animado que habita sobre la Tierra».

3.2

Ordenemos como en cuadros de una historieta los hechos previos a la detención de cierva, león y cazador. En el primer cuadro, «la cierva pasta con sus crías». En el segundo, «el león se arroja sobre la cierva, que logra huir». En el tercero, «el cazador sorprende al león y a la cierva en su carrera y prepara el fusil». En el cuarto, globitos de pensamiento para cada uno (en rigor, los planteos aparecen en dos tiempos: primero el del cazador y luego, juntos, los de cierva y león). ¿Qué hay en esos globitos? Hay una balanza con un platillo (trofeo más manjar) elocuentemente más pesado que el otro (sólo «un buen trofeo»); hay una sospecha alta y una pregunta retórica que la confirma.
En definitiva, no parece haber en estos planteos más duda que convencimiento; en cada caso, la inclinación es suficientemente inferible, por lo que la duda está en retirada o ya se retiró. Como sea, no parece tan fuerte como para dejar a su portador perplejo y «sin atinar a hacer un movimiento». Más bien se podría decir lo contrario, que las tres dudas parecen demasiado débiles como para impedir que en el quinto cuadro haya una decisión.
Pero por poco esperable que lo haga el razonamiento, precisamente eso es lo que pasa, de acuerdo con lo que dice el cuento.
3.2.1

En lugar de usar la debilidad de las tres dudas para decir que no pasó lo que el cuento dice que pasó o para criticar que no debería haber pasado, podemos usarla en un rol que no sea ni contradictor ni crítico: el rol de otra prueba indirecta de lo caricaturescamente fuertes que son esas dudas, que aun en dosis tan ínfimas (como las que puede haber en un dilema inclinado, una sospecha alta y una pregunta retórica) tienen el poder de paralizar a los inoculados.
Diferencia entre los dos tipos de uso: no juzgo los datos, tampoco los cuestiono silenciándolos o reemplazándolos; los acepto sin quejas ni cambios y me limito a relacionarlos y a buscar las figuras que forman esas relaciones a medida que la comprensión se va simplificando a fuerza de agrupamientos.

3.3

Que no demos por cierto lo que el cuento deja ver como posible (pero en su lugar realiza a otro posible) no significa que debamos desestimarlo. Es relevante en el mismo punto en que lo es la verosimilitud caricaturesca: en el punto de la experiencia del que lee.
Cuando llegamos a la quinta viñeta, quienes se comieron el amague tienen un pie en lo que es (cierva y león participan de una perplejidad universal, o sea, de una inacción causada por la duda) y otro en lo que pudo ser pero no fue (y que es lo opuesto de lo que se nos dice que fue: en esa alucinación de las expectativas, la detención de cierva y león es la primera acción de lo decidido en las deliberaciones, o sea, saliendo o habiendo salido de la duda).
Mientras empezamos a recibir lo que pasa, todavía nos quedamos esperando lo que habíamos razonado que iba a pasar, y ya con los reflejos burlados. En esa mezcla entre la noticia esperada y la recibida, los fantasmas de una se confunden con las realidades de la otra. Veamos cómo.

Volvamos a la primera vez que leímos el cuento, cuando a la altura del cuarto cuadro no sabíamos cuál iba a ser la continuación o el desenlace. Por lo que dicen los globitos, lo menos forzado es esperar que en el quinto cuadro veamos realizada –o a medio realizar– alguna de las preferencias trasuntadas en esos pensamientos, más las consecuencias de esa realización. Por los planteos que se hacen (o por cómo los formulan), inferimos que el cazador quiere dispararle a la cierva, que el león quiere comerse a sus crías y que la cierva quiere evitarlo. Entonces, esperamos ver a continuación
un disparo que mata a la cierva y espanta al león, que casi se la lleva puesta;
o ver brevemente a la cierva detenida para ofrecerse en lugar de sus hijos, instantes antes de que la embista el león, y muerta instantes después;
o ver al león detenido para redirigir su cacería hacia las crías y a la cierva todavía corriendo, alejándose (porque no actúa antes o a la vez que el león y sí antes que el cazador).
Pero nada de eso sucedió; en su lugar, otro evento copó la parada, con efecto idéntico al esperado para la cierva y el león (otra vez, dos líneas causales se cruzan en un mismo efecto y una solapa a la otra). Las tres dudas, por débiles que luzcan en los planteos, en el quinto cuadro inmovilizan a sus poseídos. Lo hacen, además, simultáneamente: lo que sucedió en esta viñeta tuvo la forma de una conjunción de eventos: “A y B y C”; lo que desde la cuarta esperábamos que sucediera tenía la forma disyuntiva “o A o B o C”. Para decirlo con todas las letras: por lo «sumamente improbable» de la coincidencia, no esperábamos que ambos estuvieran detenidos, sino que lo estuviera o la cierva o el león, y no por dudar sino por haber empezado a actuar por fuera de la duda, por estar llevando a cabo la decisión que supusimos tomaría.

3.3.1

La inclinación de los planteos y la nula o baja duda que esas preferencias implican son datos del cuento que podrían aducirse para atribuir la participación de cierva y león en la suspensión universal no a sus dudas o perplejidades, sino a la decisión que toman a partir de sus dudas (ya sea que las dejen atrás por completo o que las conserven en alguna medida que no les haya impedido actuar). Lo que define a esta manera de entender esas pausas y sus razones como un delirio hermenéutico (o sobreinterpretación, para decirlo con menos estridencia) es el hecho de que le hace mostrar al cuento algo diferente de lo que el cuento dice que pasa: lo desmiente (cierva y león no se detuvieron al dudar...) y lo rectifica (...sino al resolverse).
El paso previo a sustituir la historia de la que nos enteramos leyendo por la historia que armamos interpretando es convencernos de que la nuestra cierra más o mejor, o que tiene algún mérito de elegancia u originalidad. Pero incluso concediendo o compartiendo esa opinión, si hay conflicto entre las dos historias, si compiten, basta un dato citable (o uno presumible) para desbaratar el armado interpretativo y su pretensión de verdad.
Que cierva y león, como todos, fueron frenados por la duda es un dato que se constata con algo tan universalmente accesible como una cita:
Cierva, león y cazador se han detenido simultáneamente. Desconcertados, se miran. No saben que, por una coincidencia sumamente improbable, participan de un instante de perplejidad universal.
Una lectura que necesite ignorar o reinterpretar ese dato (y que se justifique sosteniendo que ahí el autor habla en sentido figurado o que dice eso para despistarnos), más que una lectura (un saber sobre) es una reescritura (una obra derivada): una nueva edición del material, una reelaboración literaria. El problema es que no se asume como tal y tiene la aristocrática pretensión de estar revelando o comprendiendo el espíritu de la letra, una verdad más sutil o más profunda que la “literal” (que queda como vulgar y superficial).
Pero sin esa pretensión no es problemático reescribir la historia, por ejemplo, afirmando que las tres muestras particulares de la suspensión universal son excepciones a la indecisión paralizante y se explican por sendas decisiones. Por supuesto, en esta nueva selección y disposición de hechos no puede figurar el de la universalidad dubitativa, que le da su título y su gracia al cuento de Brasca. Si estamos dispuestos a resignar tanto, bien puede explorarse qué se obtiene tirando de ahí.

3.3.1.1

Imaginemos entonces que en la quinta viñeta ocurrió simultáneamente lo que en la cuarta podíamos esperar que ocurriera selectivamente: imaginemos que, a diferencia del resto dubitativo, cierva y león se detuvieron al resolverse. En el cuento, la primera y única decisión la toma el cazador, cuyo disparo rompe el hechizo. En esta recreación, cierva y león coinciden con la suspensión del resto en medio de una decisión, en el punto de inflexión de un cambio de inercia. El cazador puede que también, y entonces sería el primero y el único en completar su decisión; todo depende de cómo se divida su accionar. Veamos su caso.
Hay un modo de entender la escena en el que el cazador es uno más entre los indecisos paralizados, incluso en esta versión libre: si apuntar y disparar se considera un solo acto, el cazador primero prepara el fusil, después duda y en consecuencia suspende su caza, que reanuda junto con la vida, cuando finalmente apunta y dispara. Luego, su caso depende de qué vínculos tenga el apuntar con las acciones que lo flanquean en la secuencia del cuasi fusilamiento: si es independiente o es parte del preparar el fusil, el cazador se detuvo al resolver a quién disparar, apuntándole (ya sea que viniese de apuntar al otro o de no estar apuntando); si es parte del disparar, el cazador se detuvo antes, al dudar con el fusil preparado.

3.3.1.2

Desarrollemos la idea de que, en el momento de inmovilizarse, cierva y león están en la mitad de las acciones que eligieron para resolver sus planteos. A la cierva le resta o bien ser alcanzada (la segunda mitad es pasiva) o bien –menos verosímil– dirigirse a un improbabilísimo salvataje de sus hijos (la segunda mitad es activa). Al león, que acaba de desistir de alcanzar a la cierva, le resta perseguir a las crías. Es en esta bisagra cuando cruzan miradas desconcertadas entre sí y con el cazador, que puede que esté en su propia bisagra.
El preparar el fusil es previo o simultáneo a dudar a quién disparar. Si tiene su independencia, el apuntar a uno de los animales –el mantener la mira en un blanco que estuvo en movimiento y que ahora está quieto– es la mitad de la resolución del cazador que participa de la suspensión universal. La otra mitad –el disparar– es la que le pone fin y saca a la historia del mundo de su único hueco (y a cierva y león de sus propósitos originales, suponemos, lo mismo que de la vida a uno de ellos –si el cazador tuvo puntería, lo que puede que no sea necesario para que se reanude la vida, y aquí no se ha lastimado a ningún animal).

3.3.1.3

Además del «único, brevísimo hueco que se ha producido en la historia del mundo», en la narración así imaginada hay tres huecos de saber más, tres elipsis: el narrador pasa de contarnos las deliberaciones de cierva, león y cazador a contarnos las acciones surgidas de ahí; la decisión tomada hay que inferirla o conjeturarla, porque narrada no está.
En esta otra historia, las decisiones de la cierva y del león se dejan ver por sus acciones: si se detuvieron, fue porque una decidió entregarse y el otro decidió dejar de perseguirla e ir a perseguir a sus hijos, decisiones a las que desembocaban las inclinaciones que dejaban ver sus planteos.
La desembocadura es inequívoca en el caso del león, pero en el de la cierva puede dibujar algún delta: ¿frenó para dejarse alcanzar o, como el león, para cambiar de dirección? Lo segundo es bastante menos probable. ¿Qué chances puede tener la cierva de ahuyentar al depredador del que venía huyendo? ¿Y qué utilidad puede tener esa aventura suicida? Lo suyo parece más bien un sacrificio, aunque malogrado una vez por la renuncia sincronizada del león y otra, quizás, por el disparo del cazador. (Si ella fue el blanco, su sacrificio pasó de ser algo destinado sólo para sus hijos a ser algo que resultó efectivo para el mundo.)

3.3.1.4

El objeto de la deliberación de la cierva es la deliberación del león; para decidir qué hacer, la presa intenta anticipar la siguiente jugada del depredador poniéndose en su lugar, haciendo una estimación de sus opciones y conveniencias. Ni el cazador felino ni el humano adoptan el punto de vista de otro en sus deliberaciones, ni se ocupan de una conveniencia que no sea la propia (también a diferencia de mamá cierva, que antepone la de sus hijos a la suya con una tentativa de sacrificio).
La cierva acertó en qué iba a plantearse el león y cómo lo iba a resolver (o sea, qué iba a hacer), pero cuando reaccionó ya era tarde: se resolvió a evitarlo al mismo tiempo en que empezaba a ocurrir, no antes; lo tardío le inutilizó lo certero.
Ni bien se detiene para entregarse, podemos imaginar que la cierva pasa de esperar con terror el ataque final a frustrarse porque no llega. De esa frustración la sacará un disparo, para bien (el blanco fue el león) o para mal (el blanco fue ella).

3.4

Por suerte para casi todos, «con el disparo del cazador se reanuda la vida» (esa excepción resulta un sacrificio vital para ese resto, como el que se interpretó que hizo el príncipe Adjamir en la batalla de Dacsina).
La acción no especificada del cazador (ya sea el disparar a quien se quedó aputando en el acto anterior, el de la detención universal, o ya sea el apuntar y disparar en un solo acto, ése en el que el mundo se despereza) no obliga a inferir que se decidió por la cierva, por más que hacia ahí se incline su planteo. Puede ser la mejor presunción, pero no es concluyente: mientras las inclinaciones que muestran cierva y león son las únicas opciones consistentes con el hecho de que cambien lo que vienen haciendo, no se verifica ninguna inconsistencia si suponemos que el cazador le terminó disparando al león. (Si éste fue el caso, puede que la escena siguiente a la perturbación coincida con la primera y volvamos a ver a la cierva pastando con sus crías.)
En definitiva, no podemos saber con certeza a quién le disparó el cazador. Pero el efecto revitalizante –y narrativo– del disparo nos distrae de la curiosidad insaciada, como nos distraería un ilusionista; solapa el efecto desasosegante que debería tener esa incerteza. El cuento se cierra con la resolución de una duda que no se revela y la astucia de que ya no importe. (A propósito: si importa más que suceda un cambio liberador a qué cambio es el que sucede, es que el peso está en lo estructural: hay un equilibrio que debe y no puede ser superado, y a desequilibrio regalado no se le miran los dientes.)

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