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viernes, 20 de septiembre de 2013

Lo irrevocable burlado 001 (1.0.0)


Acabo de agregarle al ensayo este final, en formato de acotación:
Es como una licencia poética hablar ahí de revocación, cuando lo que en verdad hubo fue un enterarse X de que nunca se había producido el corte que dio por hecho durante un buen trecho lleno de dichos. Que ese súbito desengaño suscite una sensación similar a la que se tendría si se hubiera revocado un hecho, no quiere decir que se haya revocado un hecho; sigue siendo lo más sensato ver ahí a uno que se anoticia tarde de otro hecho, como fue el corte de la comunicación antes del corte de la relación: sólo para X hubo un corte de la relación; luego, sólo para X la desmentida pudo saber a revocación de ese corte.
Los efectos simbólicos se pueden anular; las acciones, deshacer. Sus colegas físicos son inmunes al Ctrl+Z. Pero sólo desde la subjetividad engañable de X su caso puede ejemplificar la fragilidad revocatoria de los eventos simbólicos. X sufrió la ilusión de haber cerrado la relación y la ilusión de su revocación, antes de llegar a la visión o comprensión de que seguía estando con Z y de que nunca había dejado de estar con ella durante la charla (aunque la sensación fuera de haber vuelto a estar) y de que hacía mucho que había dejado de ser una charla.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Naturalezas 023 (8.0.0)


Entre el jueves y hoy a la madrugada le anduve haciendo varios cambios al ensayo. Los principales son agregados, sobre todo en el final del ensayo, con las actuales secciones 6 y 6.1 (sólo ya estaban los dos últimos párrafos):

6.

En todas las historias de este ensayo hay alguien que está próximo a morir o que está ya en el mismísimo trance de partir (“You look ready” –“Lucís preparado”, podría también traducirse– son las últimas palabras que Bill escucha de Beatrix antes de partir hacia su quinto paso).
Ya hablamos de la agonía monologada de la tortuga y de la agonía dialogada del escorpión y la rana. También hablamos de las agonías de Bill y de su hermano, pero todavía vamos a hablar un poco más. Antes, y como puente, hablemos de la muerte que encontró en El juego de las lágrimas el soldado británico Jody, que un grupo del IRA capturó para canjear por uno de los suyos. Al escondite llegan noticias de que eso no pasará y resuelven ejecutar a Jody a la mañana siguiente:


“Eres un buen hombre, Fergus”, le dice Peter, el jefe del grupo, cuando le concede el permiso de custodiar a Jody en su última noche, algo que “me haría sentir mejor con todo esto” (“It would make me feel better about it”). En definitiva, Jody tendrá razón respecto de Fergus y su naturaleza bondadosa, pero no le servirá para seguir vivo: la fuga no impedida que le da la razón termina cuando la película hace que lo atropellen y lo pisen vehículos del comando oficial que viene a acribillar e incendiar el escondite (si no fuera por eso, Jody se habría salvado del fuego amigo, como se salvó Fergus).*
Salvo por esa amistad del asesino, la suerte de Jody recuerda la que tuvo una rana en Las trillizas de Belleville, de Sylvain Chomet. La rana ha sobrevivido a la explosión con que se la pescó y a la cocción que la llevó al plato del perro, de donde salió atontada para ir a refugiarse en el sillón donde será encontrada:



El deus ex machina de ese accidente amigo deja limpias las manos de Fergus; “La naturaleza no se mancha”, podría haber sido su moraleja del momento. El bueno de Fergus es muy malo en el arte de ultimar, a diferencia de los alevosos Budd y Bill –aunque fallen con la misma presa indefensa– y de las guerreras Elle y Beatrix (ninguna mata a la otra y cada una mata a un hermano valiéndose de una sorpresa traicionera).

6.1

Tan lejos de ser un sádico está el empático Fergus como de ser un masoquista está el apasionado Jody, que lo penúltimo que quiere es sufrir y lo último morir. Tampoco hay sadismo en el escorpión ni masoquismo en la razonable rana que acepta llevarlo. Sádica podría parecer el águila, pero la tortuga ni siquiera la ve culpable de su agonía, que atribuye a su propia necedad de renegada. En nuestra casuística, para encontrar disfrute y dolor en matar hay que llegar a Kill Bill.
En la agonía de Budd, acompañada por Elle con sorna y desprecio, está la mayor escena de odio de la película, y la más sádica. En la agonía de Bill, acompañada por Beatrix con lágrimas y la caricia más tierna, está la mayor escena de amor, y la más masoquista.
Al comienzo de la película, Beatrix se encuentra en el rol de agonizante; Bill la acompaña hasta pegarle el tiro de gracia, después de susurrarle que le gustaría creer que aun en ese trance pueda estar ella lo suficientemente lúcida “como para saber que no hay nada sádico en mis acciones”, que “en este momento, este soy yo en mi máximo masoquismo”. Sobre el final de la película, probablemente Bill haya tenido esa lucidez con Beatrix, que no se la pidió.

En la actual sección 5.1 (ex 4.2.1) también hice cambios y agregados importantes. Desde su cuarto párrafo, antes decía esto:

Elle pro­fun­di­za su res­pues­ta du­ran­te la ago­nía de Budd, mor­di­do por una li­te­ral mamba negra que lo sor­pren­dió desde los bi­lle­tes que pa­ga­ban el sable Hat­to­ri Hanzo de la me­ta­fó­ri­ca. (La li­te­ral que co­me­te la jus­ti­cia poé­ti­ca de ven­gar­la –o de ven­gar­se en nom­bre de la ho­mó­ni­ma o de pa­gar­le a Budd con la misma mo­ne­da o de apli­car­le la Ley del Ta­lión: tu as­fi­xia de pa­ra­li­za­do va por la suya mía de se­pul­ta­da– es otra ino­cu­la­do­ra letal sin ham­bre –aun­que lo suyo no sea bus­car­te si no estás en su dieta, a di­fe­ren­cia del ex­pan­si­vo es­cor­pión, que tam­bién va sin ham­bre en busca de la rana.) Budd, que pa­re­ció pre­gun­tar con tanta cu­rio­si­dad como aje­ni­dad, se­gu­ra­men­te no había sos­pe­cha­do que el desa­rro­llo de la res­pues­ta lo in­vo­lu­cra­ba de un modo di­rec­to y ren­co­ro­so:


Elle la­men­ta la suer­te in­me­re­ci­da que tuvo la mejor gue­rre­ra que co­no­ció, rubia como ella. Como si qui­sie­ra des­agra­viar­la, elige darle al in­digno ver­du­go una con­dig­na “muer­te en carne viva”, como la que él –creen– le dio a Bea.
Las rubias son debilidades para Bill (que a los cinco años se chupaba el pulgar cada vez que en El cartero llama dos veces aparecía Lana Turner) y débiles para Budd. Retrocedamos un poco para reponer un diálogo que quedó entre un frag­men­to y otro de la pe­lí­cu­la. (...)

Ahora dice esto:

Elle profundiza su respuesta durante la agonía de Budd, mordido por una literal mamba negra –otra inoculadora letal– que lo sorprendió desde los billetes que pagaban el sable Hattori Hanzo de la metafórica. Budd, que pareció preguntar con tanta curiosidad como ajenidad, seguramente no había sospechado que el desarrollo de la respuesta lo involucraba de un modo directo y rencoroso:


Elle lamenta la suerte inmerecida que tuvo la mejor guerrera que conoció, rubia como ella. Como si quisiera desagraviarla, elige darle al indigno verdugo una “muerte en carne viva”, como la que él –creen– le dio a Bea. O también, y tal vez mejor: elige hacerle a la digna víctima el regalo póstumo de una venganza literalmente simbólica, ejecutada por la encarnación de su nombre en clave.
El “viejo proverbio klingon” que abre Kill Bill, Vol. 1 (“Revenge is a dish best served cold”) no habla de comer, sino de servir frío el plato de la venganza, como el que Elle le sirve a su homenajeada Bea, que ya no podrá saborearlo (sepultada y muerta como la imagina –si es que la imagina en algún orden). Elle estuvo por hacerle otro regalo a Beatrix cuatro años atrás, cuando su condición no era “tan permanente”:


Si no hay contradicción entre despreciar y respetar a alguien es sólo porque también se puede despreciar a un par. (Es dos veces inclusiva Elle cuando le explica su regalo lujoso a la comatosa Beatrix: una, por el solidario “nuestro descanso”; otra, por el gremial “nuestra clase”, formada por personas entrenadas para dar –y resignadas a recibir– muertes violentas y aterradas.) Pero si se desprecia a uno a quien se considera inferior, el respeto no es verosímil (su primera falta –y la primera violencia– ya es esa consideración). Un menosprecio así siente Budd por las rubias y su viveza.

5.2

Las rubias son debilidades para Bill (que a los cinco años se chupaba el pulgar cada vez que en El cartero llama dos veces aparecía Lana Turner) y débiles para Budd. Retrocedamos un poco para reponer un diálogo que quedó entre un fragmento y otro de la escena en casa de Budd. (...)

Los cambios de divisiones son complicados de consignar uno a uno; también hubo otros retoques menores de texto en otras secciones. Por lo complicado, prefiero mostrar que hasta el jueves el ensayo se veía así (en los espacios vacíos del PDF hay videos).