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martes, 21 de abril de 2020

La Pródiga 001 (1.0.0)



El 19 a la noche subí la primera e inconclusa versión del ensayo (lo de inconclusa se mantiene, pero ahora pongo en el final un "Continuará...", aun cuando también está inconclusa en el medio). Desde las 23:55 que lo subí hasta no recuerdo qué hora de la tarde que lo seguí trabajando, hubo también varios cambios. Al principio, 23:55, decía esto:




1.

   La novela española La pródiga (1882), de Pedro Antonio de Alarcón, tuvo dos adaptaciones al cine con el mismo título, un año de diferencia y un océano de distancia. La primera fue la versión argentina que guionó Alejandro Casona y dirigió Mario Soffici en 1945, donde la heroína se llama Julia Montes. En la adaptación española que hizo y dirigió Rafael Gil, se llama Julia Castro-Alares. Gil se tomó menos libertades con la novela que Casona y Soffici, pero con mejores resultados. Y aunque los argumentos difieren, las dos Julia hacen honor al mote que les da título a las tres obras. Pero acá vamos a hablar casi exclusivamente de Julia Montes y su manera de ser pródiga.
   En un principio iba a ser interpretada por Mecha Ortiz. La película se iba a estrenar a principios del 46 (a días de la primera victoria electoral del peronismo) y se terminó estrenando a mediados del 84 (a meses de la primera derrota electoral del peronismo). En esos 38 años de desaparición, la enormidad de la transformación política y social que significó el peronismo fue acompañada por las enormidades de la transformación cultural y de la transformación moral que significaron las nuevas tecnologías y los nuevos medios masivos de comunicación (de punta a punta del período) y la revolución sexual y la segunda ola feminista (desde la mitad del trayecto).
   En el cine de la década del 40, Mecha Ortiz hacía de mujeres maduras y deseantes, cazadoras de hombres jóvenes; mujeres que empezaban fatales y terminaban mal, pero mujeres que vivían amores imposibles o prohibidos. El viaje a la perdición muchas veces lo hacían transitando el camino del infierno (Luis Saslavsky y Daniel Tinayre, 1946), empedrado de celos y otros delirios posesivos y tortuosos.
   Los finales trágicos eran esperables; pertenecían al género y su moral. Lo que estaba antes era lo inesperado, lo novedoso para la platea femenina de esos años. Y también para la platea gay, agrega el sociólogo Ernesto Meccia en Soy del pueblo II: Mecha Ortiz (de 25:11 a 26:58):
“Y creo que Mecha también es del pueblo gay. O del pueblo homosexual, mejor dicho. Un pueblo que en aquella época no podía decir absolutamente nada; se decía "el amor que no se atreve a decir su nombre". No eran gays, eran maricones. Bueno, creo que Mecha fue gran ícona de los maricones, porque pudieron proyectarse en las actitudes que tenía ella de vivir con pura pasión, y sin la menor culpa, una pasión, un amor prohibido. Creo que por eso es pueblo.”
   Fuera de la ficción, Julia Montes no fue del pueblo (a diferencia de la actriz que la terminó interpretando). Su doble ibérico tuvo ocasión de serlo; ella, no: cuando pudo presentarse en sociedad, el pueblo que esperaba que la adoptase había quedado casi 40 años rezagado. El público de los 80 no la recibió como el padre al hijo pródigo de la Biblia (Lucas 15:11-32). No había en esa exhumación algo tan actual como un regreso. Si la película tenía algún valor, no era artístico, se dijo (y es posible); su valor era más bien histórico. Y no por haber sido rescatada de la inexistencia (so vo, Bó?), sino porque su primera actriz era el pasado olvidado de la mujer política más recordada —por amor y por odio— de la historia argentina.
   Como sea, Julia Montes fue como una patrulla perdida que salió de su escondite y encontró un mundo muy diferente al que había cuando ingresó. La modernidad de los 80 no deja de notar la antigüedad de la modernidad de los 40 y no hay química entre personaje y pueblo, separados por el doble de años que Julia y Guillermo. En pleno destape sexual y optimismo democrático, no podía resultar actual el modo como se alude y se elude la sexualidad de una rica aristócrata en el final de su juventud (involuntario, obvio) y en el final de su último otoño (voluntario, y presentado con un estilo que para entonces también está demodé). Moral de los 40, qué mal se T.V.
   Pero el desencuentro es bifronte en el tiempo, porque el ideal de amor de Julia (que hace de considerando de su juramento: “Nuestra unión durará sólo lo que dure el amor”) está adelantado a su época y a la de su estreno. Todavía faltaba bastante para que el Indio publicara, el 6/12/2004, “El tesoro de los inocentes” y su famoso y vigente (¿residual? ¿remanente?)
“Si no hay amor que no haya nada entonces, alma mía
¡no vas a regatear!”
   Si Julia viviera sería ricotera.

2.

   Mecha Ortiz podría haber compuesto una excelente Julia Montes, pero no por su experiencia en la interpretación de maduras fatales en la conquista y carceleras en la posesión, como la Selva Moreno de Safo, historia de una pasión (Carlos Christensen, 1943). Porque Julia Montes está en las antípodas de eso.
   Claro que también es madura y tiene un pasado pesado y misterioso, un presente escandaloso y un final melodramático, como las mujeres de las que hizo Mecha en esos años. Pero Julia no es una femme fatale: no conquista. Incluso en un principio se resiste a ser conquistada (generosamente: “todo lo que he hecho desde el primer día, más que por librarme de usted, ha sido por librarlo de mí”). La resistencia cae cuando la insistencia de Guillermo la convence de que —dice Julia— “el mal es incurable” porque “nuestra suerte está echada” y “por lo visto, era fatal que volviéramos a encontrarnos” (♪ ¡Ni yankees ni marxistas, fa-ta-lis-tas! ♫).
   Julia tampoco es celosa, ni lo cela a Guillermo, ni se deja avanzar por los celos retroactivos con que él rompe su segunda promesa. Es cierto que en este y en su primer incumplimiento Guillermo se queja del encierro ocioso en la mansión como podría hacerlo “el Guillermo que está haciendo una cuarentena VIP”:


   También es cierto que la razón de ese encierro (durante la primavera y el verano, dentro del Valle de Piedras Albas; durante el otoño lluvioso, dentro del castillo) es la primera condición que le impuso Julia para aceptarlo: “He jurado morir donde nací. Si me quiere, ha de compartir aquí mi vida sin tratar de volverme a aquel mundo al que he renunciado para siempre. ¿Lo promete?”.
   Pero no es menos cierto que Julia no es su carcelera; ni siquiera intenta retenerlo. Es más: le suplica que se vaya y le da dos razones (dos todavía) para hacerlo ya: antes de que él pueda odiarla (“Tu juventud necesita más vida de la que yo puedo darte y acabarás odiándome si te cierro el camino. Vete ahora que todavía me quieres”) y antes de que ella pueda odiarlo (“Todavía puedes dejarme un buen recuerdo”).
   La súplica de Julia viene luego de la segunda y última promesa que le rompe Guillermo. Si él la complace y se va, aparta de ella el cáliz de tener que cumplirle su única promesa. Se la había hecho ante su negativa de jurarle una simple notificación:
Julia: ~Y tercera: nuestra unión durará sólo lo que dure el amor. Cuando empiece a cansarse de esto que hoy le parece tan hermoso, júreme que tendrá el valor de confesarlo lealmente, que no me impondrá el tormento de ir adivinando su disimulo, su compasión y su sacrificio. Júremelo.
Guillermo: —¡Nunca! Sería admitir que podría ser verdad.
Julia: ~Lo haré yo: Yo, la pródiga, juro que nunca seré para ti una cadena, que no te pesaré ni un solo día, que no tendrás que aborrecerme ni una sola hora, que no estorbaré tu felicidad ni un solo instante.
(Se besan por primera vez.)
   La distancia empieza a acortarse cuando Julia pasa a dar de el juramento que había pedido de usted, y termina de acortarse con el beso que lo sella. Comienza la unión, junto con el amor que le es consustancial y la primavera, que le es circunstancial y simbólica.
   Al final del otoño, con la segunda promesa ya rota, Julia evoca aquel momento feliz y lo contrasta con el actual, que cierra el ciclo romántico de amor y clima:
~Cuando llegaste, empezaba la primavera y el amor. Entonces todo era hermoso. Ahora... ¿oyes? ¿Oyes el viento en la chimenea? Es el invierno. ¿Cuándo te vas?
   En el primer día de amor, Guillermo se había negado a avisar cuando lo perdiera porque se negaba a aceptar que se iría “convirtiendo en simple cariño, y finalmente en generosidad y lástima”. En el último día de unión, además de imponerle “el tormento de ir adivinando su disimulo, su compasión”, Guillermo le hace o le deja ver a Julia (el esfuerzo de) “su sacrificio”, el que hace por ella al no irse:
Guillermo: —Te prohíbo que hables de eso. ¿Lo oyes? ¡Ni pensarlo siquiera! No soy un canalla. Sé que te has jugado por mí el único bien que te quedaba. Ahora que lo has perdido todo, no puedo cometer la infamia de abandonarte.
Julia: ~"La infamia de abandonarte"... Gracias, eres muy generoso.
   El eco de Julia Castro-Alares no es tan textual como el de Julia Montes, pero cumple la misma función de marcar el descubrimiento del desamor y gatillar el cumplimiento de la promesa de terminar la unión cuando eso ocurriera. Le dice Castro-Alares a su Guillermo de Loja, mirando al vacío y repitiendo la frase que le acaba de borrar la sonrisa y la ilusión: “Tú eres incapaz de cometer la infamia de irte. Eso me basta. Es todo lo que necesitaba saber.”
   Para ambas Julias, es la señal: el amor de Guillermo se ha convertido en “generosidad y lástima”, como había predicho Montes, que a esa altura había aprendido a ver lejos (?). Pero las dos también reaccionan ante un rival que sienten que las desafía en generosidad. Montes es sucinta e irónica: “Gracias, eres muy generoso”. Castro-Alares es más transparente, incluso explícita: “También yo soy generosa y no puedo aceptar por egoísmo tu sacrificio.”
   En la lógica del potlatch, el capital de las Julias no es lo que guardan para sí, sino lo que dan o perdonan (la renta del campesino afectado por el granizo, por ejemplo). Ese capital me recuerda unos octosílabos que me recitaba mi abuela andaluza cuando a sus viandas generosas les oponía una tenue resistencia cortés:
Toma, hermano, sin medida
lo que quieras para ti.
Cuando me vaya de aquí
para pagar la otra vida
sólo tendré lo que di.
   Ante la negativa de Guillermo, resuelve marcharse ella. “Es necesario, por su bien”, justifica Julia Montes. Piensa abandonar a quienes la quieren y dejarle a ese desenamorado desleal su valle y su palacio y empezar en su madurez una nueva vida lejos del lugar donde nació y donde ha jurado morir. Esa generosidad hiperbólica no hará su potlatch y este juramento también se cumplirá, pero la idea estuvo y Julia bajó a hablar con Antonio para concretarla.
   Esto ocurre, recordemos, a continuación del segundo incumplimiento (fase generosidad y lástima). A continuación del primero (fase cariño), Julia había ido a habar con Francisca. Con ambos Julia habla de costos: los de su amor prohibido, con Francisca (“No creí que un poco de felicidad, la última, costase tan caro”); los de su fuga abnegada, con Antonio, a quien busca para “arreglar unas cuentas”:
“Para vivir lejos los años que me quedan, necesito dinero. (...) Puedes pedirlo. Para eso está la tierra y el palacio, si es preciso. (...) Tásalos tú mismo y dame lo que quieras. Cualquier cosa será bastante.”
   Julia pasó de negociar su permanencia a negociar su salida, con igual nula suerte (“estoy acostumbrada” a perder, le había dicho a Guillermo cuando él tenía el deber de “destruir” ese paraíso y ella el deber de evitarlo o, en su defecto, la determinación de morir bajo el agua, sí, pero esperándola encerrada en su casa). Primero haremos un flashback a las negociaciones de Julia con Francisca y después retomaremos las que estaba teniendo con Antonio.




Cuando terminé la sesión, pasado el mediodía del 20, quedó así (esta es, entonces, la versión sobre la que hice modificaciones ayer 20, desde la noche):





La versión que quedó cuando dejé, cerca de hoy a las 11 de la mañana, es esta:




1.

   La novela española La Pródiga (1882), de Pedro Antonio de Alarcón, tuvo dos adaptaciones al cine con el mismo título, un año de diferencia y un océano de distancia. La primera fue la versión argentina, que en 1945 guionó Alejandro Casona (republicano exiliado) y dirigió Mario Soffici (inmigrante italiano), y donde la heroína se llama Julia Montes. En la adaptación española que hizo y dirigió Rafael Gil, se llama Julia Castro-Alares. En el original de Alarcón, el apellido —cuando amerita que figure— es reemplazado por tres asteriscos: Julia de ***.
   Habrá algunos cruces entre ellas, pero como la protagonista de este ensayo será Julia Montes, su historia es la que presentaré. El primero en contarla es el secretario que acompaña y guía, de regreso a la ciudad, al ingeniero jefe Guillermo de Loja y su ayudante Enrique. En el camino, éstos descubren un castillo en el fondo del valle que planean inundar para hacer un embalse:
Guillermo: —Allá abajo hay una casa grande. Podríamos descansar y comer algo.
Secretario: -No se lo aconsejo. Es el viejo castillo de la señora.
Enrique: --¿Qué castillo y qué señora?
Secretario: -La dueña de todas estas tierras. Lo que se dice una mujer de mundo.
Guillermo: —De modo que hay por aquí una mujer de mundo y usted nos aconseja seguir de largo. ¿Tan vieja es?
Secretario: -Quizá es mayor que usted y menor que yo.
Guillermo: —Es un dato. Hermoso valle. ¿Soltera?
Secretario: -Como si lo fuera.
Enrique: --¿Viuda?
Secretario: -Más o menos.
Guillermo: —Pues señor, si no habla usted más claro...
Secretario: -Es cuento largo. Heredera desde niña, casada muy joven y sola otra vez a los 20 años con una gran fortuna. Ha tirado el dinero en Madrid, en Vienna, en París y en todo el mundo. De amores y escándalos, para escribir un libro. Dicen que varios hombres se han matado por ella. Y hasta que hay un retrato suyo desnuda en un museo.
Guillermo: —Una mujer con historia.
Enrique: --Y con geografía.
Guillermo: —Y ahora, naturalmente, se dedicará a hacer obras de caridad, ¿no?
Enrique: --El destino de todas las Magdalenas jubiladas.
Secretario: -No se le ocurra hablar así delante de esta gente. Para ellos la señora es algo sagrado.
   Los dos ingenieros conocen a Julia, Guillermo queda prendado, vuelve a la ciudad y en una fiesta de la alta sociedad se cruza con el segundo informante del pasado de Julia. Es un antiguo amigo que después de compartir con ella parte de su vida en Europa le perdió el rastro. Ya no hay un dicen; ahora hay un digo, un testigo presencial, un saber de primera mano:
Guillermo: —Dicen que tuvo muchos amores. ¿Es cierto?
Antiguo amigo: --Bastantes. Pero nunca aceptó nada de ningún hombre. Por eso la odiaban las demás mujeres. ¿Comprende? Como ejemplo era un mal negocio. Escuche:
   Recién casada con un oficial francés de la más pura aristocracia, parecían la pareja más feliz del mundo. Pero un día surgió no sé qué historia de celos y el joven oficial se pegó un tiro. Durante 2 años le guardó un luto riguroso. Después, empezó la locura.
   Dicen que viajar es olvidar, y ella también lo creyó. Cada hombre que se sentaba a su lado era considerado como un nuevo amante. Pero yo puedo responder que no siempre era verdad. Pintada en París por los pintores más famosos, fue durante 10 años la mujer de moda.
   Cuando su fortuna empezaba a declinar, un golpe de audacia en Montecarlo la salvó. No he visto en ningún hombre tanta sangre fría. Sólo los que saben perder juegan así. Fue el último aletazo y por fin un día, la ruina y la soledad.
   Guillermo rompe con su prometida (Pura, prima de Enrique e hija del recién designado Ministro de Obras), renuncia a su puesto retirando el proyecto de Embalse del Valle de Piedras Albas y vuelve al palacio de Julia Montes, que le plantea las condiciones de su unión: no habrá casamiento y “durará lo que dure el amor”, viviendo siempre en la casa que la vio nacer (y partir viuda y rica y volver sola y arruinada, cual hija pródiga) y donde ha jurado morir.
   Es como si en vez de jurar ante un cura seguir juntos hasta que la muerte los separe, hubieran jurado ante sí seguir juntos hasta que la muerte del amor los separe. Bueno, Guillermo no, sólo ella: la unión se sella con el beso que sigue al juramento que le hace Julia ahora y que [SPOILER ALERT] resonará sobre su propia tumba al final, ya cumplido:
“Yo, La Pródiga, juro que nunca seré para ti una cadena, que no te pesaré ni un solo día, que no tendrás que aborrecerme ni una sola hora, que no estorbaré tu felicidad ni un solo instante.”
   En el extranjero fue pródiga “de su fortuna y de su corazón”; acá, en su “paraíso pequeño”, lo fue también de su vida. O eso es lo que parece.
   Pero antes de desengañarnos de las apariencias, encaremos la cuestión de si esas tres cosas (dinero, amor y salud) Julia las malgastó como una loca o las brindó como una santa o una enamorada. Hablemos de qué significa pródiga.

2.

   Las dos películas comparten el título pero difieren en la acepción con la que le aplican esa palabra a sus Julias. Eso es posible porque el mote sirve tanto para un barrido como para un fregado: pródiga puede ser una persona que despilfarra (como el hijo pródigo la herencia que aceptó adelantarle su padre) o puede ser una persona muy generosa, que si lo es en demasía o sin racionalidad puede caer en el despilfarro y arruinarse (por tontera o locura, tal vez altruista, tal vez hedonista, pero no por egoísmo irresponsable, como el hijo pródigo).
   De ambas Julias se dicen ambas cosas, pero a Montes la llaman (y se llama a sí misma) pródiga por su virtuosa generosidad y a Castro-Alares por su insensato despilfarro (estemos o no de acuerdo con estas opiniones). En la película española, el alcalde de Abencerraje le dice a Guillermo, que acá además de ingeniero es candidato a diputado y está de gira proselitista, que la influyente Julia, “antigua millonaria”, ahora es pobre. Guillermo se compadece y el secretario del alcalde le contesta que es
-Pobre porque ella quiere. Otros recogen menos trigo y viven mejor. Pero es tan despilfarradora y manirrota que gasta su propia renta en dar la sopa boba a todos los hambrientos y holgazanes de la jurisdicción, en sacar de pila a [= salir de madrina de] cuantos niños nacen en sus estados y en otras rarezas por el estilo. Con razón le pusieron de mote La Pródiga.
   El político Guillermo, acusado por Enrique de chamuyar con “altos ideales de una vida mejor”, no ve esa razón del mote o no la comparte. La diferencia entre malgastar o biengastar a granel, los dos sentidos pródigos, a veces puede ser de opinión. Guillermo le da la suya al secretario:
—Pues amigo, eso que hace ahora la marquesa no es despilfarro, sino emplear muy santamente el dinero. Principio a explicarme su influencia en la comarca.
   En la película argentina, el desconocido que le revela a Guillermo el apodo de Julia Montes es el mismo antiguo amigo que le revela su pasado:
Antiguo amigo: --Es una historia muy larga. Podría titularse Vida y pasión de Julia Montes La Pródiga.
Guillermo: —¿La Pródiga?
Antiguo amigo: --Sí. Así la llamaban sus amigos. Y ningún nombre más acertado. Fue pródiga de todo: de su fortuna y de su corazón.
   Julia Castro-Alares volverá de vez en cuando en el ensayo, pero básicamente acá vamos a hablar de Julia Montes y su manera de ser generosa y/o derrochona. Pero antes, salgamos a respirar un poco de contexto.

3.

   En un principio, Julia Montes iba a ser interpretada por Mecha Ortiz. La película se iba a estrenar a principios del 46 (a días de la primera victoria electoral del peronismo) y se terminó estrenando a mediados del 84 (a meses de la primera derrota electoral del peronismo). En esos 38 años de desaparición, la enormidad de la transformación política y social que significó el peronismo fue acompañada por las enormidades de la transformación cultural y de la transformación moral que significaron las nuevas tecnologías y los nuevos medios masivos de comunicación (de punta a punta del período) y la revolución sexual y la segunda ola feminista (desde la mitad del trayecto).
   En el cine de la década del 40, Mecha Ortiz hacía de mujeres maduras y deseantes, cazadoras de hombres jóvenes; mujeres que empezaban fatales y terminaban mal, pero mujeres que vivían amores imposibles o prohibidos. El viaje a la perdición muchas veces lo hacían transitando el camino del infierno (Luis Saslavsky y Daniel Tinayre, 1946), empedrado de celos y otros delirios posesivos y tortuosos.
   Los finales trágicos eran esperables; pertenecían al género y su moral. Lo que estaba antes era lo inesperado, lo novedoso para la platea femenina de esos años. Y también para la platea gay, agrega el sociólogo Ernesto Meccia en Soy del pueblo II: Mecha Ortiz (de 25:11 a 26:58):
“Y creo que Mecha también es del pueblo gay. O del pueblo homosexual, mejor dicho. Un pueblo que en aquella época no podía decir absolutamente nada; se decía "el amor que no se atreve a decir su nombre". No eran gays, eran maricones. Bueno, creo que Mecha fue gran ícona de los maricones, porque pudieron proyectarse en las actitudes que tenía ella de vivir con pura pasión, y sin la menor culpa, una pasión, un amor prohibido. Creo que por eso es pueblo.”
   Fuera de la ficción, Julia Montes no fue del pueblo (a diferencia de la actriz que la terminó interpretando). Su doble ibérico tuvo ocasión de serlo; ella, no: cuando pudo presentarse en sociedad, el pueblo que esperaba que la adoptase había quedado casi 40 años rezagado. El público de los 80 no la recibió como el padre al hijo pródigo. No había en esa exhumación algo tan actual como un regreso. Si la película tenía algún valor, no era artístico, se dijo (y es posible); su valor era más bien histórico. Y no por haber sido rescatada de la inexistencia (so vo, Bó?), sino porque su primera actriz era el pasado olvidado de la mujer política más recordada —por amor y por odio— de la historia argentina.
   Como sea, Julia Montes fue como la típica patrulla perdida que salió de su escondite y encontró un mundo muy diferente al que había cuando ingresó. La modernidad de los 80 no deja de notar la antigüedad de la modernidad de los 40 y no hay química entre personaje y pueblo, separados por el doble de años que Julia y Guillermo. En pleno destape sexual y optimismo democrático, no podía resultar actual el modo como se alude y se elude la sexualidad de una rica aristócrata en el final de su juventud (involuntario, obvio) y en el final de su último otoño (voluntario, y presentado con un estilo que para entonces también está demodé). Moral de los 40, qué mal se T.V.
   Pero el desencuentro es bifronte en el tiempo, porque el ideal de amor de Julia (que hace de considerando de su juramento: “Nuestra unión durará sólo lo que dure el amor”) está adelantado a su época y a la de su estreno. Todavía faltaba bastante para que el Indio publicara, el 6/12/2004, “El tesoro de los inocentes” y su famoso y vigente (¿residual? ¿remanente?)
“Si no hay amor que no haya nada entonces, alma mía
¡no vas a regatear!”
   Si Julia viviera sería ricotera.

4.

   Mecha Ortiz podría haber compuesto una excelente Julia Montes, pero no por ya haber hecho de mujeres maduras que son fatales en la conquista y carceleras en la posesión, como la Selva Moreno de Safo, historia de una pasión (Carlos Christensen, 1943). Esa experiencia no le habría servido de mucho porque Julia Montes está en las antípodas de eso.
   Claro que también es madura y tiene un pesado y misterioso pasado, un presente escandaloso y un final melodramático. Pero Julia no es una femme fatale: no conquista. Incluso en un principio se resiste a ser conquistada (generosamente: “todo lo que he hecho desde el primer día, más que por librarme de usted, ha sido por librarlo de mí”). La resistencia cae cuando la insistencia de Guillermo la convence de que —dice Julia— “el mal es incurable” porque “nuestra suerte está echada” y “por lo visto, era fatal que volviéramos a encontrarnos” (♫♪ ¡Ni yankees ni marxistas, fa-ta-lis-tas! ♪♫).
   Julia tampoco es celosa, ni lo cela a Guillermo, ni se deja avanzar por los celos retroactivos con que él rompe su segunda promesa. Es cierto que en este y en su primer incumplimiento Guillermo se queja del encierro ocioso en la mansión como podría hacerlo “el Guillermo que está haciendo una cuarentena VIP”:

   También es cierto que la razón de ese encierro (durante la primavera y el verano, dentro del Valle de Piedras Albas; durante el otoño lluvioso, dentro del castillo) es la primera condición que le impuso Julia para aceptarlo:
~He jurado morir donde nací. Si me quiere, ha de compartir aquí mi vida sin tratar de volverme a aquel mundo al que he renunciado para siempre. ¿Lo promete?
   Pero no es menos cierto que Julia no es su carcelera; ni siquiera intenta retenerlo. Es más: le suplica que se vaya y le da dos razones para hacerlo ya: antes de que él pueda odiarla (“Tu juventud necesita más vida de la que yo puedo darte y acabarás odiándome si te cierro el camino. Vete ahora que todavía me quieres”) y antes de que ella pueda odiarlo (“Todavía puedes dejarme un buen recuerdo”).
   La súplica de Julia viene luego de la segunda y última promesa que rompe Guillermo. Si él la complace y se va, aparta de ella el cáliz de tener que cumplirle el juramento que le hizo cuando él se negó a jurarle una notificación por cuestiones de forma (que se disipaban poniendo "Si me desenamoro te aviso" en vez de "Cuando me desenamore te aviso"):
Julia: ~Y tercera: nuestra unión durará sólo lo que dure el amor. Cuando empiece a cansarse de esto que hoy le parece tan hermoso, júreme que tendrá el valor de confesarlo lealmente, que no me impondrá el tormento de ir adivinando su disimulo, su compasión y su sacrificio. Júremelo.
Guillermo: —¡Nunca! Sería admitir que podría ser verdad.
Julia: ~Lo haré yo: Yo, La Pródiga, juro que nunca seré para ti una cadena, que no te pesaré ni un solo día, que no tendrás que aborrecerme ni una sola hora, que no estorbaré tu felicidad ni un solo instante.
   La distancia empieza a acortarse cuando Julia pasa a dar de el juramento que había pedido de usted, y termina de acortarse con el primer beso que se dan. Comienza la unión, junto con el amor que le es consustancial y la primavera, que le es circunstancial y simbólica.
   Al final del otoño, con la segunda promesa ya rota, Julia evoca aquel momento feliz y lo contrasta con el actual, que cierra el ciclo romántico de amor y clima:
~Cuando llegaste, empezaba la primavera y el amor. Entonces todo era hermoso. Ahora... ¿oyes? ¿Oyes el viento en la chimenea? Es el invierno. ¿Cuándo te vas?
   En el primer día de amor, Guillermo se había negado a avisar cuando perdiera el suyo porque se negaba a aceptar que se iría “convirtiendo en simple cariño, y finalmente en generosidad y lástima”. En el último día de unión, además de imponerle “el tormento de ir adivinando su disimulo, su compasión”, Guillermo le hace o le deja ver a Julia “su sacrificio” al quedarse, como quien muestra el precio de un regalo:
Guillermo: —Te prohíbo que hables de eso. ¿Lo oyes? ¡Ni pensarlo siquiera! No soy un canalla. Sé que te has jugado por mí el único bien que te quedaba. Ahora que lo has perdido todo, no puedo cometer la infamia de abandonarte.
Julia: ~"La infamia de abandonarte..." Gracias, eres muy generoso.
   “Tú eres incapaz de cometer la infamia de irte. Eso me basta. Es todo lo que necesitaba saber”, le dice Julia Castro-Alares a su Guillermo de Loja, mirando al vacío y repitiendo la frase que le acaba de borrar la sonrisa y la ilusión. Su eco no es tan textual como el de Julia Montes, pero cumple la misma función de marcar el descubrimiento del desamor y gatillar el cumplimiento de la promesa de terminar la unión cuando eso ocurriera (“juré que te irías en cuanto yo creyese que te estorbaba”, le recuerda Castro-Alares a un Guillermo más tenaz que el de Montes).
   Para ambas Julias, es la señal: el amor de Guillermo se ha convertido en “generosidad y lástima”, como había predicho Montes, que a esa altura había aprendido a ver lejos (#TengoPeores). Pero las dos también reaccionan ante un rival que sienten que las desafía en generosidad. Montes es sucinta e irónica: “Gracias, eres muy generoso”. Castro-Alares es sincera en su agradecimiento (“te agradezco con toda el alma eso que me dices, porque sé que me hablas con sinceridad...”), es firme en su rechazo (“...pero mi resolución es irrevocable...”) y es más transparente, incluso explícita, en sus motivos (“...también yo soy generosa y no puedo aceptar por egoísmo tu sacrificio”).
   El capital de las Julias no es lo que guardan para sí, sino lo que dan (un coche para llevar al médico al nieto de Simona, por ejemplo) o lo que perdonan (rentas atrasadas de un campesino afectado por el granizo de anoche, por ejemplo). Ese capital me recuerda unos octosílabos que me recitaba la Canca, mi abuela andaluza, cuando a sus viandas generosas les oponía una tímida resistencia.

5.

   Como sea, la cosa es que Guillermo se niega a hacérsela fácil y entonces resuelve marcharse ella. “Es necesario, por su bien”, justifica Julia Montes ante Antonio. Piensa abandonar a quienes la quieren y dejarle a ese desenamorado desleal su valle y su palacio y empezar en su madurez una nueva vida lejos del lugar donde nació y donde había jurado morir. Esa generosidad hiperbólica no hará su potlatch y este juramento también se cumplirá, pero la idea estuvo y Julia bajó a hablar con Antonio para concretarla.
   Cualquiera podría pensar que la idea de irse un día o dos habría bastado para que Guillermo volviera a la ciudad, Julia a su vida anterior, y en esta película no se ha suicidado a ninguna pródiga. Pero por razones ficcionales y culturales, estaba en su naturaleza hacerlo así, diría un escorpión desde la platea.
   Esto ocurre, recordemos, a continuación del segundo incumplimiento (fase generosidad y lástima). A continuación del primero (fase cariño), Julia había ido a hablar con Francisca. Tanto con el capataz como con su esposa, Julia habla de costos: los de su amor prohibido, con Francisca (“No creí que un poco de felicidad, la última, costase tan caro”); los de su fuga sacrificial, con Antonio, a quien busca para “arreglar unas cuentas”:
“Para vivir lejos los años que me quedan, necesito dinero. (...) Puedes pedirlo. Para eso está la tierra y el palacio, si es preciso. (...) Tásalos tú mismo y dame lo que quieras. Cualquier cosa será bastante.”
   Julia pasó de negociar su permanencia a negociar su salida, con igual nula suerte. “Estoy acostumbrada” a perder, le había dicho a Guillermo cuando él tenía el deber de “destruir” ese paraíso y ella el de evitarlo o, en su defecto, la determinación de morir bajo el agua, sí, pero esperándola encerrada en su casa.
   A lo que no está acostumbrada Julia es a perder la identidad. Le pasa cuando se entera que no tiene nada para resultarle bastante, por poco que sea con lo que se conforme:
Antonio: ─La señora no puede vender nada.
Julia: ~No te pido consejos. Dispongo de lo que es mío. (Pausa; Antonio se la queda mirando en silencio.) ¿A qué callas? ¿Acaso no es mía esta tierra? (Antonio hace que no con la cabeza, agachada.) ¿¡Las viñas!? ¿¡Los olivares!?
Antonio: ─Ni la casa tampoco. Para salvarla he tenido que poner todo lo que tenía y lo que no tenía también. Están hipotecadas hasta las cosechas que no han sido recogidas.
Julia: ~¡Mientes!
Antonio: ─Míreme a los ojos, señora. ¿Puedo engañarla yo? ¿Quiere que se lo jure de rodillas? (Julia hace que no con una mano y camina pesadamente hasta sentarse en un sillón.)
Julia: ~Pero entonces, ¿dónde están los nuevos dueños que no me expulsan de aquí? ¿Quién paga las rentas?
Antonio: ─Mis hijos son fuertes y trabajan de sol a sol.
Julia: ~¿Tus hijos? Es decir que yo, La Pródiga, he estado viviendo de limosna, socorriendo a otros pobres que por lo menos tenían techo propio, mientras que yo no tengo nada. (Se larga a llorar.) Nada que sea mío.
Antonio: ─Nos tiene a nosotros. Nos tendrá siempre.
Julia: ~¿Saben esto tus hijos? (Antonio hace que no con la cabeza gacha.) Guarda el secreto todavía. No será por mucho tiempo. (Llora.)
   El último verso de “Mendiga voz” (Pizarnik, Los trabajos y las noches, 1965) le calza ahora a Julia Montes: «Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay.»

Continuará...

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