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viernes, 21 de agosto de 2020

Entusiasmos XII 003 (1.0.0)



Ayer y anteayer estuve haciendo cambios en el ensayo. El primer día pocos, el segundo más. Va creciendo. Ya tengo las citas de Las tres hermanas de Chejov que pueden ir en el ensayo. Ayer incluí una, la del epígrafe de Moro Simpson. Hoy arranco con esta versión, dejada ayer a la mañana:





1.

   Los años no vienen solos y la docena arranca con una huevada: un requisito del entusiasmo es el sentido. Si no se lo vieras —y mucho— a lo que hacés, mal podría entusiasmarte. (La condición es necesaria, no suficiente: podrías verle mucho sentido pero odiarlo, o simplemente no entusiasmarte.)
   En algún archivo de TV estará René Higuita haciendo el escorpión en Wembley mientras suena
♫♪ La melancolía de morir en este mundo
y de vivir sin una estúpida razón
♪♫
   Mínimo, es una sincronización contrastante. Higuita haciendo su gracia, que es una pequeña proeza, rebasa de sentido y de felicidad por su obra airosa y exitosa, después de practicarla unos 7 años. Él ahí está en las antípodas del que habla en la canción, a la máxima distancia de plantearse la melancolía de morir o el sinsentido de vivir, lejos de sentirse finito o limitado, intensamente enfocado en la pelota llovida.
   Por mi parte, aprovecho esas líneas de Fito para volver a la conexión muerte/sentido. Preguntarse por el sentido de la vida es preguntarse a la vez por el de la muerte, o sea, es preguntarse por el sentido de la vida en razón de que es finita: qué sentido tiene morir, deshacer lo hecho, y qué sentido tiene vivir haciendo lo que la muerte y el olvido van a deshacer.
   En resguardo del sentido imaginamos identidades que niegan o relativizan la muerte y el olvido. La planta de la resurrección, por ejemplo, bajo nuestra mirada tiene una existencia intermitente que parece burlar la muerte una vez por siglo:

   Otra negación de la muerte y el olvido es la carrera de postas que imaginé en “Entusiasmos X”: un bicentenario pehuén le pasa el testigo a Zambullidas en 2008, que fantasea cumplir otros 214 años en 2222. Menos heterogénea es la continuidad de tres hermanas «que emergen de manera imprevista en diferentes sitios del planeta».

2.

Las tres hermanas

En esta ciudad, saber tres idiomas es un lujo superfluo, un apéndice innecesario, el sexto dedo.
      Chejov (Las tres hermanas)

   Un adolescente (tímido y temerario) se internó a caballo en la selva del Sur Chileno, y al anochecer comprendió que se había perdido. “La noche y la selva, que fueron mi regocijo, me llenaron de pavor”, recordó mucho después. Ocurría esto en 1918 (o tal vez 1919) y en un instante efímero y eterno, como todos los instantes que el miedo inmoviliza.
   Milagrosamente, halló refugio en una mansión de tres hermanas francesas, dueñas de un aserradero también “extraviado” en la extensión selvática y montañosa. Lo recibió primero “una señora de pelo blanco, delgada y enlutada”, que lo hizo entrar a uno de los salones, donde lo aguardaba una mesa redonda de manteles impecables, candelabros de plata y luminosa cristalería. Dos señoras más, “idénticas a la primera”, llegaron en seguida. Las tres habían nacido en Avignon, y hacía ya treinta años que habitaban en ese hueco de la selva. Todos sus familiares habían muerto, y juntas custodiaban el solitario esplendor de aquellos recónditos salones, como si vivieran en el fondo del mar.
   Durante la cena, el joven visitante habló imprevistamente de la poesía de Baudelaire, y observó que al pronunciar ese nombre, “Baudelaire”, las tres hermanas se estremecieron.
   —¡Baudelaire! —exclamaron con unánime excitación. Es la primera vez que se pronuncia su nombre en estas soledades. Tenemos aquí Les fleurs du Mal...
   Con pudor reverencial, el joven recordó mucho más tarde que las tres mujeres le dedicaron “una leve mirada de lejanísima coquetería”. Cuando llegó el amanecer, el joven regresó a su caballo e inexplicablemente se fue sin despedirse.
   Cuarenta y cinco años después de aquel encuentro, ya memorialista, Pablo Neruda termina esta breve historia con un interrogante: “¿Qué se habrá hecho de aquellas tres señoras desterradas con su Fleurs du Mal en medio de la selva virgen?”. Se advierte que la pregunta es sólo ritual, y tiene por único objeto demorar la respuesta inevitable: “Habrá sobrevenido lo más simple de todo: la muerte y el olvido”.
   “Quizás —agrega— la selva devoró aquellas vidas.” Pero ¿será este el de­sen­lace, esta la historia, y nada más? ¿No sostenían las tres hermanas una bandera invisible? ¿No pertenecían a una cofradía dispersa y obstinada de la que también era miembro, acaso sin saberlo, el joven visitante?
   ¿No protegían una llama inmemorial contra el viento asesino, destructor de pirámides, que promueve la indiferencia de las lianas? ¿No eran las Tres Marías de la Tierra? Quizás algo de esto sugiere Neruda cuando grita de pronto: “¡Honor a estas tres mujeres melancólicas que en su salvaje soledad lucharon para mantener un antiguo decoro!”. Pero aun más todavía, ¿no eran esas tres señoras francesas, en realidad, las mismas “tres hermanas” rusas de las que habló Chejov, y que emergen de manera imprevista en diferentes sitios del planeta? Perdidas bajo un cielo de provincia, soñaban con Moscú y estudiaban francés, inglés, italiano. En el sur de Chile, leían a Baudelaire. Neruda no recuerda sus nombres, pero los conocemos por Chejov: se llamaban Irina, Masha y Olga. Y Dante las cantó en su más bella canción de amor: “Tre donne in torno al cor mi son venute” (tres damas a mi corazón llegaron). Si la selva pudiera devorarlas, ¿qué sería de nosotros?

Thomas Moro Simpson, Dios, el mamboretá y la mosca, Siglo XXI Editores, Madrid, 1993, pág. 15.




   Quien habla en el epígrafe de Chejov es Masha, la hermana del medio. Otra traducción, firmada por E. Podgursky, le hace decir algo parecido pero más exclamativo y sin dedos supernumerarios:
—¡En una ciudad como esta, poseer tres idiomas es un lujo inútil!... ¡Ni un lujo siquiera! ¡Un aditamento sobrante!... ¡Tenemos muchos conocimientos superfluos!
   Es el santo de Irina y reciben la visita de militares conocidos. Masha, de mal humor, se estaba retirando antes del almuerzo; ya se había puesto el sombrero. Antes, llega un nuevo visitante, el teniente coronel Verschinin, un antiguo amigo del padre. Masha le dará más de un apasionado y desgarrador beso de despedida cuando al final de la obra Verschinin se marche de la ciudad porque los destinan a otro lado. Pero para eso falta casi todo el drama y toda su historia de amor prohibido. Ahora Masha escucha a Verschinin contradecirla (con la misma tasa de exclamaciones que tuvo ella) y desiste de irse:
VERSCHININ. —¡Vamos!... ¡Conque tienen ustedes muchos conocimientos superfluos! ¡A mí, en cambio, se me figura que no puede existir ciudad, por aburrida y triste que sea, en la que no resulte necesaria la persona inteligente e instruida!... ¡Admitamos que entre los cien mil habitantes de esta ciudad, desde luego atrasada, solo haya tres que se les asemejen!... ¡Naturalmente, serán ustedes incapaces de dominar a la masa oscura que les rodea!... ¡Poco a poco, en el curso de la vida, se verán ustedes obligados a ceder, a perderse en la muchedumbre de las cien mil personas!... ¡La vida les ahogará; pero su existencia, sin embargo, no habrá pasado sin dejar rastro!... ¡Después de ustedes..., iguales a ustedes..., habrá primero seis, luego doce, y así sucesivamente hasta que sea la gente como ustedes la que constituya la mayoría!... ¡Dentro de doscientos o trescientos años, la vida será indescriptiblemente maravillosa! ¡Ésa es la vida que el hombre necesita, y si actualmente no la tiene, ha de presentirla, esperarla, soñar con ella, prepararse para ella!... ¡Por eso, tiene que saber más y ver más de lo que supieron y vieron su padre y su abuelo!... (Riendo.) ¡Y usted lamentándose y llamando superfluos a sus conocimientos!
MASHA. —(Quitándose el sombrero.) Me quedo a almorzar.

2.1

   La zambullida de la rana se produce en un punto no determinado de la ciénaga infinita. Igual de perdidas en una inmensidad y/o desterradas en el fin del mundo están las vidas de damas sofisticadas incrustadas en un entorno salvaje (las tres hermanas francesas, «dueñas de un aserradero también "extraviado" en la extensión selvática y montañosa») o pueblerino (las tres hermanas moscovitas, «perdidas bajo un cielo de provincia»). Con un poco de prestidigitación, sumo un tercer trío: «en el último rincón del mundo», las tres Julias: de ***, Montes y Castro-Alares. Y al muestreo europeo podría agregarle dos inglesas:
Alguna vez, entre maravillada y burlona, mi abuela comentó su destino de inglesa desterrada a ese fin del mundo; le dijeron que no era la única... (Borges, “Historia del guerrero y la cautiva”).
   Se hace una trenza de cuatro luchas del bien contra el mal: cultura y naturaleza, civilización y barbarie, ciudad y pueblo (o menos), capital y provincia. Parecen variantes de una misma dicotomía política. En los casos recolectados, mujeres del primer término han sido transplantadas en el segundo (del humor también se dice que es poner algo ahí donde no va). Ese trasplante es visto como destierro, extravío, aislamiento, encierro.
   En ambos tríos de hermanas, eso que las enciende y/o ilusiona es lo que indica en qué tiempo distinto del presente están, ellas y sus sentidos de vida: el trío francés, en el pasado de una nostalgia (leyendo a Baudelaire «en estas soledades»); el trío ruso, en el futuro de una esperanza («soñaban con Moscú»).
   Leer a Baudelaire y custodiar «el solitario esplendor de aquellos recónditos salones, como si vivieran en el fondo del mar» es luchar «para mantener un antiguo decoro». Lo mismo podría decirse de estudiar tres idiomas, pero con una diferencia: que no los vas a usar nunca donde vivís, sino donde soñás vivir de nuevo.

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