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martes, 25 de agosto de 2020

Entusiasmos XII 006 (4.0.0)



Ayer al mediodía (lunes 24/8) dejé esta versión del ensayo, después hacerle algunos agregados importantes. En la sección 2, agregué su actual comienzo, desde "Emergen italianas, rusas, francesas..." hasta "Además de ser efímera, la zambullida de la rana se produce..." (a este párrafo le agregué la referencia a lo efímero). Agregué también los tres siguientes párrafos. En la sección 2.1, más de la segunda mitad del 1º párrafo es nueva y el principio fue cambiado un poco (en este párrafo agregué conexiones con las Julias). También es nuevo el párrafo final de la sección (desde "Desde la misma perspectiva..." hasta "símbolos usuales"). Y en el que todavía es el final del ensayo, agregué la canción infantil "Sobre el Puente de Avignon" y la frase que la introduce.




1.

   Los años no vienen solos y la docena arranca con una huevada: un requisito del entusiasmo es el sentido. Si no se lo vieras —y mucho— a lo que hacés, mal podría entusiasmarte. (La condición es necesaria, no suficiente: podrías verle mucho sentido pero odiarlo, o simplemente no entusiasmarte.)
   En algún archivo de TV estará René Higuita haciendo el escorpión en Wembley mientras suena
♫♪ La melancolía de morir en este mundo
y de vivir sin una estúpida razón
♪♫
   Mínimo, es una sincronización contrastante. Higuita haciendo su gracia, que es una pequeña proeza, rebasa de sentido y de felicidad por su obra airosa y exitosa, después de ensayarla unos 7 años. Él ahí está en las antípodas del que habla en la canción, a la máxima distancia de plantearse la melancolía de morir o el sinsentido de vivir, lejos de sentirse finito o limitado. Está en el momento donde más absurda nos resultaría su muerte involuntaria (e inverosímil su suicidio), en medio de la actividad y de la confianza ciega en el sentido.
   Por mi parte, aprovecho esas líneas de Fito para volver a la conexión muerte/sentido. Preguntarse por el sentido de la vida es preguntarse a la vez por el de la muerte, o sea, es preguntarse por el sentido de la vida en razón de que es finita: qué sentido tiene morir, deshacer lo hecho, y qué sentido tiene vivir haciendo lo que la muerte y el olvido van a deshacer.
   En resguardo del sentido imaginamos identidades que niegan o relativizan la muerte y el olvido. La planta de la resurrección, por ejemplo, bajo nuestra mirada tiene una existencia intermitente, que parece burlar la muerte una vez al siglo:

   Otra negación de la muerte y el olvido es la carrera de postas que imaginé en “Entusiasmos X”: un pehuén le pasa el testigo a Zambullidas en 2008, que fantasea cumplir otros 214 años en 2222. Menos heterogénea es la continuidad de tres hermanas «que emergen de manera imprevista en diferentes sitios del planeta».

2.

Las tres hermanas

En esta ciudad, saber tres idiomas es un lujo superfluo, un apéndice innecesario, el sexto dedo.
      Chejov (Las tres hermanas)

   Un adolescente (tímido y temerario) se internó a caballo en la selva del Sur Chileno, y al anochecer comprendió que se había perdido. “La noche y la selva, que fueron mi regocijo, me llenaron de pavor”, recordó mucho después. Ocurría esto en 1918 (o tal vez 1919) y en un instante efímero y eterno, como todos los instantes que el miedo inmoviliza.
   Milagrosamente, halló refugio en una mansión de tres hermanas francesas, dueñas de un aserradero también “extraviado” en la extensión selvática y montañosa. Lo recibió primero “una señora de pelo blanco, delgada y enlutada”, que lo hizo entrar a uno de los salones, donde lo aguardaba una mesa redonda de manteles impecables, candelabros de plata y luminosa cristalería. Dos señoras más, “idénticas a la primera”, llegaron en seguida. Las tres habían nacido en Avignon, y hacía ya treinta años que habitaban en ese hueco de la selva. Todos sus familiares habían muerto, y juntas custodiaban el solitario esplendor de aquellos recónditos salones, como si vivieran en el fondo del mar.
   Durante la cena, el joven visitante habló imprevistamente de la poesía de Baudelaire, y observó que al pronunciar ese nombre, “Baudelaire”, las tres hermanas se estremecieron.
   —¡Baudelaire! —exclamaron con unánime excitación. Es la primera vez que se pronuncia su nombre en estas soledades. Tenemos aquí Les fleurs du Mal...
   Con pudor reverencial, el joven recordó mucho más tarde que las tres mujeres le dedicaron “una leve mirada de lejanísima coquetería”. Cuando lle­gó el amanecer, el joven regresó a su caballo e inexplicablemente se fue sin despedirse.
   Cuarenta y cinco años después de aquel encuentro, ya memorialista, Pa­blo Neruda termina esta breve historia con un interrogante: “¿Qué se habrá hecho de aquellas tres señoras desterradas con su Fleurs du Mal en medio de la selva virgen?”. Se advierte que la pregunta es sólo ritual, y tiene por úni­co objeto demorar la respuesta ine­vitable: “Habrá sobrevenido lo más sim­ple de todo: la muerte y el olvido”.
   “Quizás —agrega— la selva devoró aquellas vidas.” Pero ¿será este el de­sen­lace, esta la historia, y nada más? ¿No sostenían las tres hermanas una bandera invisible? ¿No pertenecían a una cofradía dispersa y obstinada de la que también era miembro, acaso sin saberlo, el joven visitante?
   ¿No protegían una llama inmemorial contra el viento asesino, destructor de pirámides, que promueve la indiferencia de las lianas? ¿No eran las Tres Marías de la Tierra? Quizás algo de esto sugiere Neruda cuando grita de pronto: “¡Honor a estas tres mujeres melancólicas que en su salvaje soledad lucharon para mantener un antiguo decoro!”. Pero aun más todavía, ¿no eran esas tres señoras francesas, en realidad, las mismas “tres hermanas” rusas de las que habló Chejov, y que emergen de manera imprevista en diferentes sitios del planeta? Perdidas bajo un cielo de provincia, soñaban con Moscú y estudiaban francés, inglés, italiano. En el sur de Chile, leían a Baudelaire. Neruda no recuerda sus nombres, pero los conocemos por Chejov: se llamaban Irina, Masha y Olga. Y Dante las cantó en su más bella canción de amor: “Tre donne in torno al cor mi son venute” (tres damas a mi corazón llegaron). Si la selva pudiera devorarlas, ¿qué sería de nosotros?

Thomas Moro Simpson, Dios, el mamboretá y la mosca, Siglo XXI Editores, Madrid, 1993, pág. 15.




   Emergen italianas, rusas, francesas... para proteger «una llama inmemorial contra el viento asesino, destructor de pirámides, que promueve la indiferencia de las lianas». (Andá a buscarla al ángulo, planta de la resurrección.) Emergen como «una cofradía dispersa y obstinada», sosteniendo «una bandera invisible», para oponerse a la más simple conjetura que hace el Neruda memorialista sobre su destino y su sentido: «la muerte y el olvido». Emergen bajo una supraidentidad para que la selva no pueda devorarlas: para ser inmortales.
—¡Qué supraidentidad tan grande tienes!
~Para que no me comas mejor.

   Es un trabajo en equipo. Con «la indiferencia de las lianas», la selva devora lo que el viento se llevó puesto. Se apaga la llama y poco después se termina de disipar el humo. Eso es todo. Primero te perdés vos y después, más tarde o más temprano, se pierde tu rastro. La pirámide que todavía no se hizo polvo, ya se hará. Nadie espera eternamente la nada.
   Ahora bien: esto, que «es lo más simple de todo», es lo que cree Neruda y lo que creo yo, no Thomas Moro Simpson, que hace su primera pregunta ritual: «Pero ¿será este el de­sen­lace, esta la historia, y nada más?». Y entonces vienen la bandera invisible, la cofradía dispersa y obstinada, la llama inmemorial y el viento asesino del que ellas la protegen, las Tres Marías de la Tierra, y finalmente la identidad con las tres hermanas de Chejov y las tres damas de Dante (un trío de tríos), porque «¿qué sería de nosotros si la selva pudiera devorarlas?».
   Todavía a la mayoría le provoca una desorientación desasosegante imaginarse la falta de un sentido trascendental que compense la muerte del cuerpo con la inmortalidad del alma (y afines) o del rastro dejado. Ese extravío rima con el del Neruda adolescente y el de las hermanas francesas y rusas. Antes de ir a los de ellas, que son extravíos metafóricos, pasemos por el único literal del inventario.
   Neruda, con 14 ó 15 años, se metió a caballo en la selva del Sur Chileno y «al anochecer comprendió que se había perdido». Moro Simpson reproduce las palabras del memorioso: «“La noche y la selva, que fueron mi regocijo, me llenaron de pavor”». El instante de ese pavor saturado («efímero y eterno, como todos los instantes que el miedo inmoviliza») es de incertidumbre: no sabés qué esperar, no sabés qué mover, y cualquier novedad te parece peligrosa; tu único deseo es imposible, te cantan los Cadillacs en “Demasiada presión”:
♫♪ Quisiera volver el tiempo atrás,
pero lo que vuelve es esta noche y nada más
♪♫
   Como nos recuerda la pandemia, la incertidumbre hace que experimentes mucho la existencia porque la tenés amenazada. Y la experimentás con un pie en el presente (necesitás saber y no sabés...) y el otro pie buscando pisar firme en el futuro (...qué va a pasar...) y temiendo que no (...y eso te angustia).
   La forma cultural de llevar una existencia cuenta con un efecto invisible de tan evidente: la suspensión, el olvido transitorio de la incertidumbre.
   Si jugás a salir de la normalidad, de lo previsible, de lo guionado por tu cultura, si te quitás toda esa ropa, debajo encontrás incertidumbre: ves a alguien que existe, que sabe que ha llegado hasta acá y no sabe a cuánto más llegará ni cómo.
   Fuera de este juego, en cambio, sabe que mañana debe cumplir con un rol laboral, otro familiar, otro de amistad, otro de vecindad, etc. Cada uno de esos roles le da certidumbre: está estipulado qué debe hacer y qué le va a pasar si hace lo que debe o si varía y por cuánto.
   Sin esos roles (o sea, haciendo abstracción de algo tan constitutivo como la vida social), caen también las certidumbres que ofrecen; y no tener certidumbres es propio de presas (hoy estamos, mañana no sabemos).
   Si te perdés, perdés. Para evitarlo, adoptás un sentido de la vida, que es GPS y salvavidas. Este extravío existencial ya es metafórico, como los que nos quedan por ver.
   Además de ser efímera, la zambullida de la rana se produce en un punto no determinado de la ciénaga infinita. Son igual de efímeras y están igual de perdidas en una inmensidad las vidas de damas refinadas incrustadas en un entorno salvaje («tres señoras desterradas con su Fleurs du Mal en medio de la selva virgen», «dueñas de un aserradero también “extraviado” en la extensión selvática y montañosa») o en un entorno pueblerino (tres hermanas moscovitas que, «perdidas bajo un cielo de provincia, [...] estudiaban francés, inglés, italiano»).
   Leer a Baudelaire y custodiar «el solitario esplendor de aquellos recónditos salones, como si vivieran en el fondo del mar», es luchar «para mantener un antiguo decoro» en medio de una «salvaje soledad». El refinamiento francés es conservador; el ruso, inútilmente progresista «en esta ciudad», donde es «un lujo superfluo, un apéndice innecesario» (en todo caso, algo ajeno: es una herramienta de progreso que pertenece a la ciudad a la que les gustaría volver a pertenecer).
   Como se ve, el extravío no es sólo en el espacio. En ambos tríos de hermanas, eso que las enciende o ilusiona es lo que indica en qué tiempo distinto del presente están, ellas y sus sentidos de vida: el trío francés, en el pasado de una nostalgia (que las estremecía y excitaba con Baudelaire); el trío ruso, en el futuro de una esperanza («soñaban con Moscú»).
   La diferencia es de etapas. Cuando la obra termine, las jóvenes rusas habrán abandonado esa esperanza y se estarán acomodando en el destierro que las canosas francesas conocen hace 30 años.

2.1

   Con un poco de prestidigitación se puede sumar un tercer trío a la cofradía: «en el último rincón del mundo», Julia de ***, Julia Montes y Julia Castro-Alares también tienen interiores fuera de contexto en lugares aislados. Pero a diferencia de las francesas y las moscovitas, la española Julia volvió a donde nació y se crió, después de un viaje de varios años de livin' la vida loca.
   Al muestreo europeo podría agregarle dos inglesas; la cita es de “Historia del guerrero y la cautiva”, de Borges:
Alguna vez, entre maravillada y burlona, mi abuela comentó su destino de inglesa desterrada a ese fin del mundo; le dijeron que no era la única y le señalaron, meses después, una muchacha india que atravesaba lentamente la plaza. Vestía dos mantas coloradas e iba descalza; sus crenchas eran rubias.
   Hablan. La india rubia le cuenta, «en un inglés rústico», que «ahora era mujer de un capitanejo, a quien ya había dado dos hijos y que era muy valiente». La traducción "capitanejo" no es fiel y opina. Si te quedaron dudas de esa opinión, «detrás del relato se vislumbraba una vida feral». Después de la enumeración de una docena de feralidades*
   La cuenta puede estar sesgada por el aniversario:
1) «los toldos de cuero de caballo,
2) las hogueras de estiércol,
3) los festines de carne chamuscada o de vísceras crudas,
4) las sigilosas marchas al alba;
5) el asalto de los corrales,
6) el alarido y
7) el saqueo,
8) la guerra,
9) el caudaloso arreo de las haciendas por jinetes desnudos,
10) la poligamia,
11) la hediondez y
12) la magia.»
, Borges agrega, tal vez en estilo indirecto libre:
A esa barbarie se había rebajado una inglesa. Movida por la lástima y el escándalo, mi abuela la exhortó a no volver. Juró ampararla, juró rescatar a sus hijos. La otra le contestó que era feliz y volvió, esa noche, al desierto.
   Volver de noche a la vida feral es la penúltima feralidad de «la otra». La última —atestiguada por la abuela de Borges— fue pasar a caballo por donde un hombre degollaba una oveja y tirarse al suelo para beber la sangre caliente. (Más feral no se consigue. Falta que sea la única india que lo hace.)
   En la inserción inversa, el guerrero Droctulft que compone Borges (muy distinto al de sus fuentes Croce y Pablo el Diácono) es el bárbaro que elige la cultura superior, deslumbrado por su mejor obra:
Venía de las selvas inextricables del jabalí y del uro; era blanco, ani­moso, inocente, cruel, leal a su capitán y a su tribu, no al universo. Las guerras lo traen a Ravena y ahí ve algo que no ha visto jamás, o que no ha visto con plenitud. Ve el día y los cipreses y el mármol. Ve un conjunto, que es múltiple sin desorden; ve una ciudad, un organismo hecho de estatuas, de templos, de jardines, de habitaciones, de gradas, de jarrones, de capiteles, de espacios regulares y abiertos. Ninguna de esas fábricas (lo sé) lo impresiona por bella; lo tocan como ahora nos tocaría una maquinaria compleja, cuyo fin ignoráramos, pero en cuyo diseño se adivinara una inteligencia inmortal.
   Como la dirección de la mudanza es crucial, la banda sonora de esta parte son dos versos de “¿Por qué no puedo ser del Jet-Set?”, de Soda Stereo:
♫♪ Lo que para arriba es excéntrico,
para abajo es ridiculez
♪♫
   La elección de rebajarse a la barbarie fue una traición de la inglesa. Con su elección de elevarse a la civilización, Droctulft «no fue un traidor [...]; fue un iluminado, un converso»:
Bruscamente lo ciega y lo renueva esa revelación, la Ciudad. Sabe que en ella será un perro, o un niño, y que no empezará siquiera a entenderla, pero sabe también que ella vale más que sus dioses y que la fe jurada y que todas las ciénagas de Alemania. Droctulft abandona a los suyos y pelea por Ravena.
   Los casos del guerrero y la cautiva «pueden parecer antagónicos» montados sobre una estructura que no cambia: arriba la civilización, abajo la barbarie. La moral de esos flujos es rígida: si estás arriba no bajes y si estás abajo subí. Integrando los casos de los dos tríos de hermanas, la estructura tiene otras caras, todas con la misma polaridad: ciudad y pueblo (o menos), capital y provincia, cultura y naturaleza.
   En resumen, mujeres del primer término han sido transplantadas en el segundo (del humor también se dice que es poner algo ahí donde no va). Desde el autopercibido centro citadino, capitalino, civilizado y/o cultural, ese trasplante se ve como destierro, extravío, aislamiento, encierro.
   Desde la misma perspectiva, el trasplante inverso se ve como conversión redentora, a partir de un caso voluntario, más literario que real («si no es verdad como hecho, lo será como símbolo»). Indios secuestrados y repartidos o vendidos como servidumbre, o exhibidos en museos de ciencias naturales y en zoológicos, eran incrustaciones civilizatorias más acordes a los hechos y a los símbolos usuales.

3.

   Quien habla en el epígrafe de Chejov es Masha, la hermana del medio. Otra traducción, firmada por E. Podgursky, le hace decir algo parecido pero más exclamativo y sin dedos supernumerarios:
—¡En una ciudad como esta, poseer tres idiomas es un lujo inútil!... ¡Ni un lujo siquiera! ¡Un aditamento sobrante!... ¡Tenemos muchos conocimientos superfluos!
   Es el santo de Irina y reciben la visita de militares conocidos. Masha, «algo melancólica», se estaba retirando antes del almuerzo; ya se había puesto el sombrero. Antes, llega un nuevo visitante, el teniente coronel Verschinin, un antiguo amigo del padre. Spoiler: Masha le dará más de un apasionado y desgarrador beso de despedida cuando al final de la obra Verschinin se marche de la ciudad porque los destinan a otro lado. Pero para eso falta casi todo el drama y toda su historia de amor prohibido. Ahora Masha escucha a Verschinin contradecirla (con el mismo porcentaje de exclamaciones que tuvo ella) y desiste de irse:
VERSCHININ. —¡Vamos!... ¡Conque tienen ustedes muchos conocimientos superfluos! ¡A mí, en cambio, se me figura que no puede existir ciudad, por aburrida y triste que sea, en la que no resulte necesaria la persona inteligente e instruida!... ¡Admitamos que entre los cien mil habitantes de esta ciudad, desde luego atrasada, solo haya tres que se les asemejen!... ¡Naturalmente, serán ustedes incapaces de dominar a la masa oscura que les rodea!... ¡Poco a poco, en el curso de la vida, se verán ustedes obligados a ceder, a perderse en la muchedumbre de las cien mil personas!... ¡La vida les ahogará; pero su existencia, sin embargo, no habrá pasado sin dejar rastro!... ¡Después de ustedes..., iguales a ustedes..., habrá primero seis, luego doce, y así sucesivamente hasta que sea la gente como ustedes la que constituya la mayoría!... ¡Dentro de doscientos o trescientos años, la vida será indescriptiblemente maravillosa! ¡Ésa es la vida que el hombre necesita, y si actualmente no la tiene, ha de presentirla, esperarla, soñar con ella, prepararse para ella!... ¡Por eso, tiene que saber más y ver más de lo que supieron y vieron su padre y su abuelo!... (Riendo.)) ¡Y usted lamentándose y llamando superfluos a sus conocimientos!
MASHA. —(Quitándose el sombrero.) Me quedo a almorzar.
   La oferta fue irresistible. Si Masha fuera ricotera, cantaría por acá:
♫♪ “Tu existencia dejará una marca que la recuerde: la vida será genial en el futuro gracias a vos y no se te olvidará”,
dijo, y me conquistóoo...
♪♫
   Las tres hermanas están atrapadas en la ciudad de provincia que les deparó la carrera militar del padre, muerto hace 1 año. Pero Masha además está atrapada en su matrimonio. No puede sumarse al sueño de volver a Moscú porque su lugar es junto a su marido, que la ama sin ser amado (incluso, sin importarle que ella ame a Verschinin).
   En ese contexto, el teniente coronel ofrece lo que Masha anda necesitando: por un lado, el ensueño de una salida de su doble cautiverio, provincial y conyugal; por otro lado (o por el mismo), un sentido para todo esto, una justificación, aunque sea futura, y mejor si es un aporte a algo indescriptiblemente maravilloso.
   Aporte fundacional, dado que la progresión geométrica de inteligentes arranca con ellas: 3, 6, 12, ... (con 15 duplicaciones ya serían una mayoría de 98.304, si el total de la ciudad siguiera siendo de 100.000 personas). El arranque es con 3 y no 4 porque el hermano Andrei no cuenta, aunque el tema haya salido de que él quería traducir un libro del inglés. Andrei no habla de la inutilidad de saber 3 idiomas, sino del sufrimiento que costó adquirirlos:
...nuestro padre, que en paz descanse, nos martirizaba con la educación... Resulta cómico y tonto, pero hay que reconocer que desde que murió empecé a engordar... ¡Engordé en un año, como engorda el que le quitan de encima un gran peso!... Gracias a nuestro padre, mis hermanas y yo sabemos francés, inglés, alemán..., e Irina italiano...; pero..., ¡qué no nos costaría!
   Como sea, no son «conocimientos superfluos», no es un «aditamento sobrante»; es el abono contribución que favorecerá que florezcan mil flores, y más también, hasta que la mayoría sea gente como una, inteligente e instruida, y la vida sea maravillosa, y el sentido sea el de un disfrute actual propio y no el de un sacrificio para el disfrute futuro de otros (menos te va a pesar esto cuanto más lo sientas un nosotros, pero siguen siendo dos sentidos de vida distintos).

3.1

   Unos 40 años después que Chejov, Borges le hace escribir algo similar a su bibliotecario babélico, aunque en clave fantástica:
Si el honor y la sabiduría y la felicidad no son para mí, que sean para otros. Que el cielo exista, aunque mi lugar sea el infierno. Que yo sea ultrajado y aniquilado, pero que en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique.
   Ese ser es el «Hombre del Libro», un lector hipótetico del también hipotético «libro total», que es «la cifra y el compendio perfecto de todos los demás». El crecimiento generacional del saber que profetiza y evangeliza Verschinin tiende a una totalidad similar; le dice a Masha: «tiene que saber más y ver más de lo que supieron y vieron su padre y su abuelo».
   En su utopía de progreso, Verschinin no desea que haya habido un individuo afortunado («¡uno solo, aunque sea, hace miles de años!»), «análogo a un dios»; en vez de eso, asevera que habrá una mayoría «inteligente e instruida», «dentro de doscientos o trescientos años», que creará finalmente «la vida que el hombre necesita». Mientras no la tenga, «¡ha de presentirla, esperarla, soñar con ella, prepararse para ella!» (estudiando 3 idiomas, por ejemplo).
   Y eso es lo que hace en 1578 San Juan de la Cruz, que «en esta noche oscura de esta vida» puede ver «por fe» la otra, la posta, la eterna fuente de toda vida, sin límites espaciales ni temporales (sin origen y origen de todo, incluyendo toda luz), insuperablemente bella: divina. El poema se llama “Que bien sé yo la fonte” (a.k.a. “Cantar del alma que se huelga de conocer a Dios por fe”), pero pongo un fragmento de la letra que canta Rosalía en “Aunque es de noche”:
♫♪ Sé que no puede haber cosa tan bella,
y que cielos y tierra beben de ella,
aunque es de noche,
aunque es de noche,
aunque es de noche.

Bien sé que suelo en ella no se halla
y que ninguno puede vadearla,
aunque es de noche.

Su claridad nunca es oscurecida
y toda luz de ella es venida,
aunque es de noche
♪♫
   Hasta la disolución de la URSS, mi padre tenía esa convicción larga con un mundo todo socialista. Después, en la segunda mitad de los 90, mientras espero el 114 me dice que él espera que al menos 1 de los mundos extraterrestres posibles sea socialista. Si no va a haber socialismo en la Tierra, que haya en otro planeta, pero que haya. Y no miles de años atrás ni dos o tres siglos adelante: ahora, pero contando todos los mundos, no únicamente este («el universo (que otros llaman la Biblioteca)» es un solo mundo, por grande y periódico que sea).
   Papá y San Juan de la Cruz tenían una Tierra Prometida; las tres hermanas moscovitas, un Paraíso Perdido; las tres hermanas francesas, dos: su juventud y Avignon. En los dos suena lo obvio:
♫♪ Sobre el Puente de Avignon
todos bailan, todos cantan.
Sobre el Puente de Avignon
todos bailan y yo también
♪♫

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