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lunes, 17 de agosto de 2020

La Pródiga 034 (11.2.0)



Quité el bloque interno con el cruce de Julia con “Las tres hermanas”, de Thomas Moro Simpson. Sabía que lo iba a sacar desde que lo copié en Entusiasmos XII.htm. Lo que no imaginé que es de este origen no iba a quedar prácticamente nada ya al cierre de la primera sesión (como fue larga, estuvo algunas horas publicado, hasta que lo eliminé también de “Entusiasmos XII”, lo reemplacé por otro análisis y me fui a dormir).
Dejo la frase anterior y la posterior al bloque interno eliminado de La Pródiga:




[...] Y al rato aparece Julia bajando unas amplias escaleras, “tan vieja como sus recuerdos” –es inevitable, Enrique– pero aún reconocible (“¡Es!”) con un retrato de juventud (“¿Será ella?”).
   Andando a caballo, un adolescente Neruda anocheció extraviado «en la selva del Sur chileno» pero, «milagrosamente, halló refugio en una mansión de tres hermanas francesas, dueñas de un aserradero también "extraviado" en la extensión selvática y montañosa».
   El autor de lo citado linkea el caso con el de las tres hermanas de la obra de teatro homónima de Chejov, autor del epígrafe del ensayo “Las tres hermanas”, de Thomas Moro Simpson (Dios, el mamboretá y la mosca):
«En esta ciudad, saber tres idiomas es un lujo superfluo, un apéndice innecesario, el sexto dedo.»
   El lujo, lo superfluo, lo innecesario, lo supernumerario, o sea: algo que es prescindible, está al pedo, podría no estar, está de más. No es despilfarro, sino derroche mal ubicado, el desperdicio de tirarles perlas (a.k.a. margaritas) a los chanchos, pero reivindicado en nombre de la dignidad de las nobles causas perdidas.
   Las tres hermanas francesas, como Julia en su castillo, «custodiaban el solitario esplendor de aquellos recónditos salones, como si vivieran en el fondo del mar» (ya que no de un lago artificial). Moro Simpson cita a Neruda: «“¡Honor a estas tres mujeres melancólicas que en su salvaje soledad lucharon para mantener un antiguo decoro!”».
   Hay como un racismo dado vuelta, uno que festeja la excepcionalidad en vez de violentarla, porque esta vez empatiza con sus protagonistas. Emulando sus prejuicios cromáticos, es el relato cortado, que es el inverso del relato lágrima, que es el del salvaje incrustado en la civilización (cautivos aindiados de regreso efímero, niños y niñas ferales, zoológicos humanos, etcétera).
   Lo que ese decoro en medio de lo agreste o lo rústico tiene de recóndito lo tiene de aislado, y lo que tiene de conservador lo tiene de antiguo. Son cápsulas de tiempo enterradas en una «salvaje soledad», extensamente rodeadas de no civilización: de naturaleza, como las tres hermanas francesas en la selva del Sur chileno; o de ruralidad, como las tres hermanas moscovitas varadas en la Rusia profunda, o como las tres Julias.
   Algunos con suerte desentierran estatuas; otros con más suerte descubren viejos mundos.
   “En el último rincón del mundo”, Julia Montes está tan apartada de las metrópolis como su pasado amoroso de la moral vigente. [...]

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