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martes, 6 de octubre de 2020

El guardaespaldas 005 (4.1.0)



Así estoy dejando ahora el ensayo. Puse de epígrafe la última escena, que hasta hoy estaba en medio de una sección. Agregué algún párrafo entero y retoqué otros.


1.

   En El guardaespaldas (Mick Jackson, 1992), Fletcher —el hijo de 8 años de la actriz y cantante Rachel Marron— le pregunta a Frank Farmer a qué le tiene miedo. “A no estar ahí”, le contesta él. El padre venía de contarle a Rachel que Frank había quedado muy afectado por no haber estado cuando le dispararon a Ronald Reagan (mismo día —30/03/1981— de la entrega de los Oscar, que se pospuso). Tuvo una buena razón para no estar: “ese fue el día que enterramos a Katherine”, la madre de Frank.
   En otra entrega de los Oscar la vida le dará una nueva oportunidad de ponerle el cuerpo a las balas y Frank no la desperdiciará, pero ahora tiene miedo de que sí. En el mismo diálogo le acababa de decir a Fletcher que “todos tienen miedo de algo; así es como sabemos qué cosas nos importan: cuando tenemos miedo de perderlas". Si atamos cabos, Frank le teme a no estar ahí cuando intenten asesinar a Rachel, pero esta vez no (¿sólo?) porque es su trabajo, sino (¿también?) porque ella le importa.
   Así es como, sobre el final de la historia, se mezclan y se compatibilizan cosas que durante su avance fueron incompatibles y no debían mezclarse: ser un buen guardaespaldas (frío) e involucrarse emocionalmente (caliente). Cuando eso le empieza a pasar, Frank deja a su cliente; así no puede hacer bien su trabajo. Con Rachel la cosa empieza igual pero termina diferente. En el “momento crucial”, esas temperaturas opuestas coexisten y Frank no se derrite.
    Lo que antes era un obstáculo ahora es un motor. Cuando ella decide ir a la entrega de los Oscar, él le promete que estará ahí protegiéndola y el beso que se dan hará posible, aceptable y elegible que se lance de escudo humano para cumplir su promesa y hacer bien su trabajo.
   Como sea, no sucedió lo que Frank temía: las irracionales emociones no se impusieron a la racionalidad ni debilitaron la protección; los impulsos no dañaron la inteligencia del duelista. En lugar de eso, se combinaron en una amalgama más eficaz que la razón sola, en un centauro funcional.
   Frank vino a la historia a purgar el miedo de no estar ahí y a aprender que puede lograrlo igual o mejor involucrándose afectivamente (o que en todo caso hay excepciones). Para eso, tiene que desaprender: “Pasé muchos años aprendiendo a no reaccionar como los demás; es mi trabajo”, le dice a Fletcher en otro diálogo, arrepentido de la cita y el sexo que tuvo con Rachel la noche anterior. “No siempre funciona”, se sincera.
   La fuerza de voluntad y la fuerza de comprensión se debilitan en cadena: Frank se sincera una vez más y dice que ni por diablo ni por viejo se sabe esa, que él tampoco entiende y empieza a sentir que nunca entenderá.

2.

   Estará y entenderá, al momento de rendir el examen. Y aunque todavía falta para eso, el temario ya quedó planteado en un diálogo de esa noche. Rachel observa el pub al que Frank la llevó después del cine y le pregunta si ese es el tipo de lugar y de música donde está más a gusto. Frank asiente y Rachel repregunta:

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   Insinuación va, insinuación viene, en la rockola empieza a sonar un lento y Rachel invita a bailar a Frank. Prestan atención a lo que dice el tema y lo comentan. Es una canción de cowboys, otro oficio nómade como el de Frank.
   “No soy bueno en una posición permanente; se me podría dormir el pie”, le dice al cliente que quiere retenerlo; a Rachel le admite en voz baja que no permanece con ninguno de sus clientes porque empieza a preocuparse por ellos y a él no le gustan que las emociones le afecten el trabajo, que se interpongan en su camino; nunca mezcla negocios con placer.
   Tal vez a causa de ese nomadismo vaquero, esta “es una de esas canciones alguien-siempre-deja-a-alguien”. Su deprimente letra es una despedida voluntaria pero indeseada, o al menos lamentada: “Ambos sabemos que no soy lo que necesitas”, y “por eso me voy, pero sé que pensaré en ti a cada paso del camino y siempre te amaré”. Se separa jurando amor eterno a su recuerdo, algo que sólo debería ocurrir con la muerte, si amar conlleva querer unirse.
   Así y todo, es más de lo que ofrece en su despedida el abnegado Luis Miguel del bolero “Nosotros”: “No es falta de cariño, / te quiero con el alma, / te juro que te adoro / y en nombre de este amor / y por tu bien, / te digo adiós”.
   Al comienzo de la relación está sonando (y están bailando) la canción que describe lo que vivirán y sentirán al final de la relación, cuando Rachel interrumpirá un despegue para un beso que esté acorde a la temperatura del caso, que el de la mejilla fue tibio (de fondo empezará a sonar de nuevo, ya convertida en su canción, y esta vez cantada por ella en un show postraumático). Pero ahora Frank acaba de tipificarla como una canción de despedida, mientras siguen bailando.
   Acto seguido los sobresalta el ruido de alguna vajilla que se cae y se rompe. Rachel relaja antes que él y le dice, en su propio territorio: "No te preocupes, yo te protegeré”. Jugando de visitante Rachel intercambia roles. Vuelve al suyo en la cama de Frank (“Nunca antes me sentí tan segura; nadie podría agarrarte”), que está en su momento más vulnerable (“Justo ahora no sería muy difícil”).
   Frank juega más de local en lugares de paso como el pub que en su casa, donde está de paso (por eso no cuelga sus cuadros en las paredes). Su trabajo le desaconseja el arraigo (residencial y sentimental); sus emociones se lo reclaman. El ideal al que aspira es la emocionalidad nula y la racionalidad total de una máquina, de un robot, que es lo que parodia Haymie (escúchese Jaime) en El Súper Agente 86.
   El ideal parece decirle al mejor guardaespaldas que una profesionalidad superior es inhumana. Rachel, que sabe que no llegó a donde está por haber tomado siempre la opción inteligente, tercia en el diálogo: sos bueno, Frank, y no podés ser bueno sin alguna vez haber hecho algo que no tenía sentido, excepto en algún lugar muy dentro tuyo. Él asiente con la cabeza. Rachel está fundamentando su decisión de ir a la entrega de los Oscar, pese al peligro que le recuerda Frank.
   A escala humana y en las antípodas de responder a intuiciones o a impulsos viscerales, el método para ser quien elijas ser es el mismo que para ser un mejor guardaespaldas: disciplina y entrenamiento. Frank se lo había dicho a Rachel (que se resignó a ser como los otros esperaban que fuera) y se lo dirá a Nicki, su hermana y secretaria privada (que ve muy difícil cambiar la vida “bastante enfermiza” que está segura que Frank cree que tiene).
   Da más humano morir en lugar de alguien por amor que por trabajo. Importa menos si ese alguien es un presidente o una persona común, que si es alguien que te importa mucho, poquito o nada. Sin eso, incluso el “fiero Frank” podría echarse atrás en el momento crucial; con eso, ya no. Y como no se trata de un melodrama ni de una tragedia, el guion le perdona la vida.
   Frank Farmer hizo la Gran Ulises: estuvo ahí y no pagó el precio. Sobrevivió a dejarse matar en lugar de alguien; fue un escudo humano y vivió para contarlo; etcétera. Zafa porque para la época es más verosímil eso que matarlo y resucitarlo, pero el efecto psicológico es el mismo: lo creés agonizando, lo ves morir, y después lo sabés vivo.
   Eso de dar la vida por otro (y del amor que tenés que sentir para hacerlo), y después resucitar, suena muy a Nuevo Testamento (salvando las distancias entre las palabras y las cosas: Jesús vuelve de la muerte; Frank vuelve de la noticia —o sólo la sospecha— de su muerte). La otra historia que hay en la película es del Antiguo Testamento. Antes de verla, hay que resolver un enigma de identidad: ¿quién es el agresor?

3.

   Bill, el manager de Rachel, le atribuye al loco de las cartas el atentado de la muñeca bomba. Cuando se las lleva a dos conocidos del FBI, Frank cita esa suposición, pero no la hace suya. Y la descarta por completo cuando el FBI identifica y detiene al autor de los anónimos, un fan obsesionado con Rachel Marron (ya que no con Jodie Foster). El que a muchos kilómetros de distancia y poco tiempo de diferencia había intentado matar a Rachel la noche anterior “era un profesional”. Todavía no sabe quién es pero ya sabe quién no es.
   SPOILER ALERT: el perseguidor es Greg Portman, un guardaespaldas que cambió de rubro en 180º. (Para mayor solapamiento, el pirado y el profesional tienen una Toyota negra 4x4 como la que merodea a Rachel.) Farmer y Portman son ex compañeros de la época de Reagan.
   Por eso o por lo que sea, el guardaespaldas nunca sospecha ni desconfía del asesino. Es como si el zorro fuera amigo del cuidador del gallinero. La camaradería apaga la lucidez de Frank, que tan bien le funciona para conocer los porqué de Rachel, su hermana Nicki y el tipo que finge lavar un auto en la primera escena (dos derrotas ante dos emociones —la vanidad y la envidia— y un error profesional).
   Encima, Frank le contagia esa confianza a Rachel, que para celarlo se encierra con el nuevo samurái, se besuquean y en un momento ella decide no seguir (debió repeler cinco insistencias y llamar a Tony, su custodio, pero pudo hacer respetar su decisión). Por poco no fue un durmiendo con el enemigo. Y también por poco, después de poner una muñeca bomba en el camarín, el zorro no fue contratado como cuidador del gallinero. Acompáñenme a ver esta triste historia.
   Cuando Bill lo visita para contratarlo, Frank le dice que no hace celebrities y que por la plata que le ofrece puede conseguir varios buenos hombres, como Racine, Fitzgerald o Portman (otra terna). Bill le responde que Portman está interesado, pero que él quiere contratar al que según todos es el mejor guardaespaldas. O sea que Portman estuvo a 1 peldaño de cobrar de las dos hermanas hasta matar a una.
   Portman no sabe que sus servicios los paga la hermana eclipsada de Rachel, que tercerizó la contratación en un tal Armando. Nicki se lo revela a viva voz para evitar que la confunda con la otra en medio de la noche y el apuro; no sabemos si quiere que apunte bien y no muerda la mano que le dio de comer (ya está todo pago, yapa incluida) o si quiere decirle que desista, que queda liberado de toda contraprestación. Como sea, no tiene éxito. Si su mensaje continuaba, el balazo lo truncó.

4.

   Por este malentendido, lo que no hará Frank lo hace Nicki, que sí muere en lugar de Rachel. Sólo que lo suyo es por error y no es un sacrificio; es una condena: un guion justiciero le hace pagar así el querer matar a su hermana. (Simpatizantes de esa justicia no ven una intervención autoral; ven la foto de una intervención divina o del karma en acción.) Esta vez el envidioso Caín morirá en el intento, porque esta vez Dios protegerá a Abel; esta vez no llegará tarde, con el fraticidio consumado; esta vez estará ahí, para evitarlo y para castigar la tentativa.
   Donde el Génesis te está diciendo “Si lo hacés, te castigo”, El guardaespaldas te está diciendo “Ni lo intentes: morirás”. Lo mismo les había dicho Jehová a mamá Eva y papá Adán respecto de comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Pero la película cumple.
   Dios no tuvo un buen debut como protector. El guardaespaldas reescribe la historia de Caín y Abel para darle una segunda oportunidad, disfrazado de uno que se disfraza de no protector. Su aspecto no da miedo y su mayor miedo es volver a no estar ahí (aun si lo volviera a tener justificado; notable que aquella ausencia en lo de Reagan lo haya perturbado más que la ausencia que la motivó).
   Pero esta vez estará. Por grande que fuera el cuco, en eso él había salido a la madre: “Si algo lo asustaba, lo seguía haciendo hasta que el miedo se iba”, cuenta el padre. Toda la historia para él es una de esas veces; le toca aprender a superar su último trauma. Después de eso asciende a protector nivel Dios, como sugiere en la última escena la oración de un reverendo que oímos mientras vemos a Frank trabajando, en foco desde su segundo plano (epígrafe).
   La historia de esa prueba superada se ensambla con la que reescribe el Génesis 4. El duelo es entre dos hermanas a través de “dos samuráis”. Las dos tienen un punto ciego: Rachel no sabe (y nunca se entera) por qué y quién la quiere matar; Nicki no sabe a quién contrató Armando para lograrlo.
   Lo que Rachel no sabe debería costarle caro y lo que Nicki no sabe no debería costarle nada, pero sucede al revés y Nicki muere sin saber si Portman lo logrará, mientras Rachel celebrará que no. Aunque fallida, más que un duelo es una cacería, que además arranca muy desigual (aunque podría haber sido peor, si contrataban de guardaespaldas al asesino).
   En sociedad tienen la diferencia inversa, según lo siente Nicki y lo expresa su alter ego, el freaky autor de las cartas: “Tú tienes todo, yo no tengo nada” (coeficiente Gini: 1). Esta función especular exime al freaky de ser una mera pista falsa del género.

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