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viernes, 2 de abril de 2021

Las alternancias 001 (0.1.0)



Esto es lo que publiqué ayer 1/4/21 a las 23:57 y terminé de retocar cerca de las 5 AM (con muchas eliminaciones y cambios en los números de secciones -había una sola sección 1 y subsecciones-):




1. El encuentro entre ser y estar

   Ya estamos en condiciones –y tal vez algo demorados– para encarar de lleno el tema central del políptico, la diferencia ser‑estar.
   El verbo estar es como una provincia emancipada de la República que es ser (que en otras lenguas –recordemos to be– está unificada). La comparación sirve para sugerir no sólo el aire de familia que liga a los dos verbos, sino también su desproporción territorial: frente a la compleja extensión de ser, las dos parcelas (estado y ubicación) que forman el territorio de estar parecen un reducto, de dimensiones estables o acaso en repliegue.
   Si cabe esperar de la lengua una asimilación de funciones, sospecho que preferirá la que puede hacer el verbo ser respecto de los roles propios de estar, más que la inversa. Para decirlo con un ejemplo: nos resulta más digerible el heterodoxo “Soy loco por ti, América” que el profano “Estoy fotógrafo”.
   No obstante este desequilibrio territorial, la distribución de los aspectos de una identidad es precisa: el verbo ser se encarga de los aspectos estáticos o sincrónicos; el verbo estar, de los dinámicos o diacrónicos. Comencemos el relato del encuentro ser‑estar con el examen de este reparto, para luego tratar los asuntos de la alternancia.

2. La sincronía de ser, la diacronía de estar

   Tiene sentido catalogar a Juan como luthier si además de esa en el universo hay otras clases, como las hay. Tiene sentido definir "luthier" como persona que hace instrumentos musicales si hay al menos algún otro concepto que se deje definir de otra manera (como de hecho sucede, y en abundancia). Tiene sentido identificar a Juan como el luthier que vive en la otra cuadra si hay algo o alguien que sea otra cosa que eso. Tiene sentido caracterizar a Juan como alto si hay alguien que no lo sea.
   Probemos transgredir todas y cada una de estas condiciones. Imaginemos un universo de una única entidad maciza, una singularidad absoluta e inanalizable, sin otro rasgo que su existencia. (No conviene imaginar una entidad enorme como el universo, así lo abarca: para eso ya está el universo; si esta idea no nos abandona, conviene imaginar el universo reducido a un punto –sin dimensión– que, por ser único, no sea una posición en algún espacio.)
   De semejante entidad sólo se podría decir que es, que existe; los valores relacionales del verbo ser le serían superfluos: no habiendo, por hipótesis, diferencia alguna respecto de esa entidad, no pudiendo distinguirla de nada, no tendría sentido decir qué es (ni, por lo tanto, definir eso que es), cuál es, ni cómo es (o sea, categorizarla, identificarla y caracterizarla). Cuando introduje estas operaciones, postulé el caso de una existencia sin identidad, que resultaba de inhibirlas; aquella inhibición de los predicados de identidad es ahora el resultado de los términos y condiciones con que se reedita el caso.
   A esa entidad monolítica agreguémosle el atributo de la inmutabilidad; no sólo no hace nada (¿con quién o qué podría hacerlo, si es única y no tiene partes?), sino que nada le sucede: no se mueve, no envejece, no se pudre, no es castigada, etc. Si se la mira bien, esta segunda privación –que podría ser postulada de un modo independiente– está contenida en la primera, por lo que más que un agregado se trata de un desarrollo suyo: pasamos de la negación de la acción y del análisis a la negación de la pasión.
   Que algo se mueva supone que ocupa un espacio; además de tener prohibida esa compañía, la ocupación, incluso inmóvil, revelaría la presencia de partes, una más al Sur o más al Este que otra u otras. Para que algo envejezca o se pudra, componentes internos deben ajarse. Y un castigo, desde luego, requiere dos actores.
   Los atributos inferidos de esta entidad hipotética recuerdan los que argumentaron sobre el ser Parménides (Sobre la naturaleza) y Meliso (Sobre la naturaleza o sobre el ser, glosado por Simplicio en su Física y De caelo). Véase Parménides / Heráclito, Fragmentos, Ediciones Orbis, Madrid, 1984.
   Abolidos los acontecimientos, pierde sentido hablar de sus resultados eventuales o efectivos, o sea, de estados y ubicaciones (espaciales o temporales). Mal podría decirse de nuestra entidad que está en tal sitio o posición o a tal distancia y en tal momento, si no hay otro sitio, posición o distancia en su inexistente historial. Aun concediéndole la compañía del fuego, mal podría decirse de ella que está cocida, si no es posible que esté cruda o quemada, o sea, si no es posible la diferencia de estados.
   Segunda hipótesis o mero desarrollo de la primera (que nos dejaba sin predicados de identidad), la inmutabilidad nos deja sin predicados de estado y de ubicación (cómo, dónde y cuándo está eso). El corolario de estos experimentos puede sintetizarse así: sin diversidad no habría ser, sin cambio no habría estar (en suma, sin diferencia no habría ser y estar).
   La diferencia que necesita ser es sincrónica; la que necesita estar, diacrónica. Para argumentarlo, retomemos la escena del inicio. Juan es alto comparado, por ejemplo, con María, que también lo es, y comparado con Pedro, que no lo es; fuera de esta dialéctica, el rasgo carece de sentido. La membresía y la identidad no son menos relativas que la altura o cualquier otra característica: Juan es luthier en relación con otros que lo son y otros que no; Juan es Juan a condición de no ser María, Pedro ni el resto, y de que María, Pedro y el resto no sean Juan (lo mismo ocurre con el concepto de luthier, sin el cual no entenderíamos eso que es Juan).
   Estas comparaciones implícitas en las predicaciones de identidad son sincrónicas: lo que no es –el espectro de la diferencia– es contemporáneo de lo que es –el recorte de la identidad–, menos por pertenecer a una misma temporalidad que por no pertenecer a ninguna. Quiero decir que las relaciones que dan consistencia a identidades y rasgos de identidad no suponen en sí sucesión temporal alguna, más allá de que sea posible –y usual– narrar el devenir de una identidad. Les basta con 1 (un) instante.
   Se haga o no esta narración, una identidad es comparable con otras identidades en abstracto, con prescindencia de sus locaciones temporales; si se la hace (por ejemplo, “Antes Juan era petiso; ahora es alto”), a esa comparación sincrónica de base se le agrega la comparación entre dos momentos de la identidad en cuestión. Las equivalencias y clasificaciones que opera el verbo ser, que son atemporales, no tienen responsabilidad en la diacronía de un cambio de identidad o de rasgo de identidad, como ya vimos en el primer ensayo.
   Es el turno del verbo estar. Lo que significa estar desafinado necesita del contraste con lo que significa estar afinado. Pero el cello de Juan puede no estar desafinado en comparación con el de María, que está afinado, sino –suficientemente– en comparación con el propio estado de afinación que supo lucir ese cello alguna vez o con el que podría lucir en el futuro. Y si el cello está en su estuche, entendemos esa ubicación –suficientemente– en conexión con otra que el mismo cello tuvo en el pasado o tendrá en el futuro (independientemente de que el sentido de un estar en el estuche precise el de un estar fuera del estuche).
   Corolario: la diacronía de la diferencia que necesita estar es el historial (o secuencia) en que debe participar un estado o una ubicación para ser tales.

3. Las distancias entre ser y estar

   Es relevante decir que dos frases difieren sólo en sus verbos en la medida en que la diferencia de sentido entre los verbos no nos resulte clara; de otro modo, es ocioso, como en los casos de oposición (entre, por ejemplo, “Juan compra una casa” y “Juan vende una casa”) y también en los de sinonimia (“Juan dialoga con María”, “Juan conversa con María”). Pero no es ocioso, por sutil, en los casos de complementación. Uno de éstos es la relación entre ser y estar.
   La diferencia no es uniforme: ser y estar no guardan una distancia idéntica en todas sus performances. Y a mayor distancia, mayor coincidencia de ser con to be (o similares). Ningún principiante no ganado por la teoría de lo transitorio y lo permanente optaría por *Estoy estudiante en vez de “Soy estudiante”; pero pocos conocen, en los inicios, la posibilidad o las consecuencias de optar entre “Soy alto” y “Estoy alto”.
   A grandes rasgos, se pueden distinguir tres distancias entre los alternantes ser y estar. La máxima la miden las alternancias imposibles; la media, las alternancias que no dialogan; la mínima, las alternancias que dialogan.
   Doy dos ejemplos de alternancia imposible, con un proscripto por lado: *El bife es podrido no puede alternar con “El bife está podrido”; *El hielo está frío no puede alternar con “El hielo es frío”.
   Ya en la zona de lo posible, una alternancia sin diálogo (una pseudo-alternancia) es aquella donde difiere el significado de las expresiones idénticas que acompañan a ser y a estar en los predicados. Un ejemplo es la "alternancia" entre la ubicación de “La ventana está alta” y la característica de “La ventana es alta”: en el primer caso, alta vale por en lo alto, a una altura elevada, lo cual es una circunstancia de (el emplazamiento de) la ventana; en el segundo caso, alta vale por alta, lo cual es una cualidad de la ventana.
   La primera ventana puede ser de 30x30 centímetros, mientras esté emplazada a no menos de unos 2 metros del piso; la segunda puede nacer del piso o a 12 metros de altura, pero debe tener una estatura respetable.
   Otro ejemplo es la pseudo-alternancia entre el estado de “Juan está vivo” y la característica de “Juan es vivo”: en el primer caso, vivo significa no muerto; en el segundo, listo, que aprovecha las circunstancias y sabe actuar en beneficio propio (RAE dixit).
   Resumiendo, los falsos amigos de un mismo idioma no ocupan las plazas de una alternancia con diálogo. En cambio, el adjetivo alto significa alto tanto en “Juan es alto” como en “Juan está alto”. Una frase predica una característica; la otra, un estado. La frontera más sutil que separa estar de ser es la que corre entre los participantes de una alternancia con diálogo; es ahí donde, en lugar de tener un equívoco a despejar, tenemos una diferencia a explicar.

4. Alternar o no alternar: esa es la cuestión

   Si digo que “Juan está sano”, hablo del estado que conservó en virtud de no haberse enfermado o del estado que, estando enfermo, adquirió en virtud de haberse sanado. Si digo que “Juan es sano”, lo que hago es caracterizarlo mediante su pertenencia a uno de estos dos conjuntos: el de las personas que hacen vida sana o el de las personas que no están enfermas (en este caso, el menos probable, se toma un estado como criterio clasificatorio). Si es la primera membresía, la frase no dialoga con su variante con estar (“sano” significa cosas distintas); si es la segunda, sí (“sano” significa lo mismo en ambas frases).
   En este último caso, el ejemplo enfrenta un estado de secuencia cíclica (por omisión –no se enfermó– o por acción –se sanó–) con un rasgo de identidad distintivo. La alternancia entre “Juan es alto” y “Juan está alto” varía el tipo de estado, que en este caso integra una secuencia lineal (convengamos que Juan sólo crece, no decrece); del otro lado sigue habiendo un rasgo de identidad distintivo.
   Si digo que Juan es alto, lo caracterizo clasificándolo en el conjunto de las personas altas. Si digo que está alto, refiero el estado que adquirió en virtud de haber crecido –que significó un ponerse alto, no en lo alto (ubicación que, al igual que la de la ventana, alternaría sin diálogo con la caracterización por estatura).
   Diciendo el estado hacemos una comparación implícita entre dos momentos de una misma identidad (Juan estaba petiso –no había crecido–, Juan está alto –creció–). Diciendo la característica hacemos un cotejo en abstracto de la identidad en cuestión con otra u otras a las que se asemeja o de las que difiere.
   Aprovecho este ejemplo volvedor para volver a la comparación entre un cambio de rasgo de identidad y uno de estado.
   Si la frase fuese “Ahora Juan es alto”, a la comparación implícita entre dos o más identidades se agregaría la comparación entre dos momentos de una misma identidad según un rasgo distintivo: antes Juan no era alto, ahora sí; cambió de club.
   Con ser, el adverbio «ahora» es indicio de ese cambio; con estar (“Ahora Juan está alto”), es un mero énfasis del cambio que ya el propio verbo implica. El acontecimiento detrás de esos cambios es el mismo: crecer. Pero cada cual lo metaboliza de un modo distinto. Un cambio de rasgo distintivo se resuelve en un hacerse o volverse así (alto, alegre, pelado, etc.); un cambio de estado se resuelve en un quedar o ponerse así (alto, alegre, pelado, etc.).
   Viene y no viene al caso, pero un cambio de ubicación –el otro resultado que damos con estar– se resuelve en un ponerse ahí (Juan en su cuarto –desplazamiento–) o en un poner ahí (un monumento en la Costanera –emplazamiento–; una pizza en el horno –desplazamiento–).
   En la asepsia de su abstracción, en su universo atemporal, el verbo ser teje relaciones de igualdad y de diferencia que traman, respectivamente, un conjunto (el de las personas altas) y su complemento (el de las personas no altas); en la efervescencia de un universo en curso, el verbo estar identifica las secuelas que dejan los eventos, captura los estados de los que parte o en los que se resuelve el devenir.

   Si al estado irreversible está alto no se lo quiere considerar definitivo porque puede intensificarse (muy alto, altísimo, etc.), veamos un caso inequívoco de un estado alternante definitivo, junto a otro igual pero no alternante, ambos no escalables.
   Con la caída de su último cabello, Juan está absoluta y definitivamente pelado, como muerta está la vaca. (Como ya vimos, la ausencia de una resurrección y de una recuperación capilar no son necesarias para que sean estados, sino sólo para que sean definitivos; ambas reversiones harían cíclicas las secuencias respectivas, carácter que excluye lo definitivo.)
   El estado final de la vaca no tiene correlato entre los rasgos (*La vaca es muerta no existe); el de Juan, sí. Y de un modo conocido: en “Juan es (un hombre que está) pelado”, un criterio de clasificación se apoya en un estado.

4.1 Cómo está cambia de pareja de baile: de cómo es a qué es

   Hasta ahora, los matices en las parejas corrieron por cuenta de los estados; y siempre hubo en frente un rasgo de identidad. Si hasta acá hemos visto a un cómo está x diferenciarse de un cómo es x, ahora lo veremos diferenciarse de un qué es x. La novedad no alterará el sentido de la diferencia ser‑estar argumentado con los casos anteriores; la consigno sólo para completar el elenco de alternantes. Por cierto, se trata de una categorización, y no de cualquiera, sino de una especificación. Pasemos a los ejemplos.
   Si observo que Juan hace cosas propias de alguien desprejuiciado y despreocupado del qué dirán, puedo concluir: “Juan es libre”. Esa libertad es una cualidad que le acredito en razón de un comportamiento, como cuando digo que es ordenado. Como sea, es una caracterización: responde a la pregunta de cómo es.
   Pero la misma frase, usada ahora para significar que un gobierno abolicionista lo sacó de su condición de esclavo, lo que hace ya no es decirnos cómo es Juan, sino especificar qué es, a qué categoría humana pertenece. Ya no se trata de caracterizarlo, sino de categorizarlo en cierto nivel de especificidad (en el interior del género de los seres humanos, que son los catalogables como libres o esclavos).
   Y si lo hubiesen sacado de la esclavitud a la vez que de la cárcel, habría cambiado de condición y de estado (de estar preso a estar libre): se volvió (o lo hicieron) un hombre libre y lo pusieron (o quedó) en libertad (como lo que se indica es su relación respecto de un espacio de reclusión, podría hablarse de una ubicación en vez de un estado: pasó de estar dentro a estar fuera de la prisión).
   Si bien llegamos a un qué es, falta que alterne con su cómo está, porque hasta acá "libre" no significó lo mismo en las dos frases. Para llegar a una categorización (especificación) alternante, vamos con otro Juan.
   A muchas generaciones de abolida aquella esclavitud, este otro Juan vuelve a pisar la calle después de una temporada en la cárcel y grita: “¡Soy libre!” o “¡Estoy libre!”. En lugar de una condición civil como categoría clasificatoria hay ahora un estado (o una ubicación, si se prefiere). Por eso allá podemos parafrasear “Juan es un hombre que es libre”, y acá, “Juan es un hombre que está libre”.
   Y hay todavía un cuarto uso, también alternante: “Juan es libre” puede comunicar que él es miembro del club de las personas (que están) solteras y (que están) sin compromisos, o sea, disponibles; en esa línea, “Juan está libre” comunica los estados que están implicados en la otra frase como criterio clasificatorio, resultados de que Juan no se casó ni se comprometió (o que rompió su compromiso).
   Refresquemos dos constataciones. Por un lado, las tareas de ser y de estar no cambian según sus frases puedan o no alternar: “El taxi está libre”, que no tiene alternante, hace lo mismo que “Juan está libre”, que alterna.
   Por otro lado, independientemente de que el sentido de las frases que alternan varíe, el sentido de la diferencia ser‑estar no varía. “Juan es libre”, se aluda a una característica o a una condición o a un estado civil, es una clasificación: dice que Juan pertenece a un conjunto determinado; “Juan está libre” describe o bien –por acción– el resultado efectivo de una liberación de celdas o de compromisos, o bien –por omisión– el resultado eventual de encierros aún no perpetrados o de lazos aún no consumados.
   Análogamente, “Juan es casado” –otra especificación– dice que Juan pertenece al conjunto de las personas que se han casado (o sea, que están casadas); “Juan está casado” simplemente dice que Juan se casó y que no se separó ni se divorció; sólo que no lo dice narrando estos actos y abstenciones, sino describiendo el estado que imprimen.

4.2.

   Puede verse algo común a esos cómo es y qué es alternantes: tanto la caracterización como la categorización especificadora (o simplemente especificación) se realizan mediante una pertenencia a una subclase. En cambio, ninguna definición (mediante igualdad entre clases: “El hombre es un bípedo implume”), ninguna identificación (mediante igualdad entre individuos: “Ese es Juan”) y ninguna categorización genérica (mediante pertenencia a una clase: “Juan es hombre”) alternan con estados (no decimos *El hombre está un bípedo implume, *Ese está Juan, *Juan está hombre).
   Pero lo inverso no es cierto: no toda pertenencia a un subconjunto nos dará un predicado con ser que alterne con uno de estado. Algunas especificaciones y algunas caracterizaciones alternan; otras no. De éstas, algunas no alternan por falta de uso; otras, por falta de lógica. Empiezo por las segundas.
   Ejemplo de una especificación que no alterna (ni puede alternar): decimos “Juan es (un) luthier” y no decimos (ni podemos decir) *Juan está (un) luthier. Ejemplo de una caracterización que no alterna (ni puede alternar): decimos “El hielo es frío” y no decimos (ni podemos decir) *El hielo está frío.
   Es el turno de estados que no decimos pero podríamos decir, sin que la lógica de la danza entre ser y estar se rompa. No se puede estar viudo o viuda por omisión (por default), pero sí por acción: así como María estaba casada porque se había casado, está viuda porque enviudó (Q.E.P.D., Juan). Por estos lares no se usa María está viuda, sino sólo “...es viuda”. Pero podría usarse.
   El hecho de que María no pueda avanzar a otro estado (mientras Juan no pueda resucitar) impide que su viudez sea un estado transitorio (al igual que el de Juan), pero no que sea un estado. Así como Juan está muerto porque se murió, María está viuda porque enviudó: ambos son resultados de una acción, estados sobre los que se basa la membresía de “María es viuda” y se basaría –si se la usara– la membresía de “Juan es muerto” (se la usaría, por ejemplo, si en una guerra contra zombies bien mimetizados necesitáramos discernir quién es vivo y quién es muerto). (Por si hace falta, recordemos una membresía basada en un estado por omisión: “Juan es soltero”.)
   Ni siquiera es necesario hipotetizar cambios futuros. Como con la ropa y otras costumbres y signos sociales, a veces lo que no se usa en una comunidad hispanohablante se usa en otra (siempre que esté en el menú de lo posible que habilita una lógica). En Argentina sólo decimos “Cuando yo era chico...”; en Colombia dicen Cuando yo estaba chico.... Es un estado por omisón (aún no había crecido). Y así como el estado de “(todavía) está petiso Juan” es criterio clasificatorio en “Juan es petiso”, el estado etario lo es en “Cuando yo era chico...”: era alguien que no había crecido, o sea, alguien que aún estaba chico.
   Y si se quiere un estado por acción sin uso, vacante (¿o en uso en otras partes?), pensemos en Estoy huérfano, resultado de que mis padres murieron y base para la membresía “Soy (alguien que quedó/está) huérfano”. Es un estado estancado, porque no puedo pasar a no estar huérfano, pero es un estado. Y es uno por acción: el resultado de que algo pasó. (Con y sin divorcio, siempre se dijo “Juan está casado”; el estancamiento del estado no impuso el uso excluyente de “Juan es casado”.)



Y hasta recién (20:25 del 2/4) estuve expandiendo un poco un párrafo de la sección 2 y a continuación le agregué un bloque de acotación, con dos ejemplos gramaticales referidos a la lógica de las distinciones, que requieren pluralidad:



El corolario de estos experimentos puede sintetizarse así: sin diversidad no habría ser, sin cambio no habría estar; en suma, sin diferencia –ni sincrónica ni diacrónica– no habría ser y estar (y tampoco habría identidad, ya que tampoco habría diferencia entre identidad y diferencia).
   Hay ejemplos gramaticales de esta lógica. Veamos dos, uno sin eventualidad posible y otro con.
   Las palabras con más de 1 sílaba –los plurisílabos– tienen una que es fuerte (sílaba tónica) y otra u otras que es o son débiles (sílabas átonas). La tilde explicita cuál es la sílaba tónica de un plurisílabo. Esa explicitación es obligatoria para la sílaba tónica de una palabra esdrújula o sobresdrújula y está prohibida para la sílaba tónica de una palabra aguda no terminada en n, s o vocal y para la sílaba tónica de una palabra grave terminada en n, s o vocal. Pero algo distinto a tener obligada o prohibida esa explicitación es que no tenga sentido hacerla porque no haya nada que explicitar.
   Por default, los monosílabos no se tildan. Sólo pueden tener tildes diacríticas (para diferenciar el pronombre personal él del artículo definido el, por ejemplo) porque con ellos ya no existe la necesidad diacrítica de distinguir la sílaba tónica de la o las átonas por acción o por omisión de una tilde. La única sílaba que tienen no es fuerte ni débil: ¿comparada con cuál otra sería fuerte, si no hay otra? Sería como decir que salí primero en una carrera que corrí yo solo (y no por abandono del resto, sino porque así es esa "carrera"); no sería menos absurdo que decir que salí último.
   Del mismo modo, no tiene sentido decir que en “Juan duerme” Juan es el núcleo del Sujeto y duerme el núcleo del Predicado, si en cada miembro de esa oración bimembre no hay algo más, algo que no sea núcleo (como serían una Aposición de «Juan» o un Circunstancial de «duerme», por ejemplo). Tendría sentido sólo si se quisiera marcar una diferencia eventual en vez de una real: en ese Sujeto (o en ese Predicado) no hay algo que no sea núcleo, pero podría haber. En cambio, en un monosílabo no hay ni podría haber otra sílaba. El Sujeto seguiría siendo Sujeto con una Aposición modificando al núcleo (“Juan, el hermano de Pedro, duerme”); el monosílabo dejaría de ser monosílabo con una sílaba más.
   La diferencia que necesita ser es sincrónica; la que necesita estar, diacrónica. Para argumentarlo, retomemos la escena del inicio. Juan es alto comparado, por ejemplo, con María, que también lo es, y...

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