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miércoles, 28 de septiembre de 2022

Deseo, tiempo y saber 003 (2.0.1)




27/9/22. El 3º párrafo de la sección 4, referido a la inevitable posibilidad de la muerte, lo puse como bloque de acotación, y a continuación agregué este párrafo (cuya última frase, con cita de Borges, la acabo de agregar) y cambié levemente el que le sigue:



   El tiempo dirá, pero si creés con suficiente fuerza que va a decir tal o cual cosa, la creés igual o casi igual que si la estuviera diciendo o ya la hubiera dicho. El convencimiento puede imponerte «un porvenir que sea irrevocable como el pasado».
   Como sea, En definitiva, no podés desear ni temer lo que sabés que pasó, pasa o creés que (tenés la convicción de que) pasará.



Y recién el subtítulo pasó de «(La posibilidad y sus derivados)» a «(Posibilidades y hechos)».


Entusiasmos XIV 008 (2.3.0)




   El 25/9/22 le hice a la última sección del ensayo, la 3.2, unos cambios de diseño: a los 3 párrafos que responden las preguntas del 2º les di una sangría mayor y una puntualización; y al último párrafo del ensayo lo puse en un bloque de acotación. Pero no hubo sólo cambios de formato: también sustituí la tríada de facetas del sentido que hay entre paréntesis en el 2º párrafo de la sección 3:



...en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación razón y razón del hacer motivación) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).
   Ayer 27/9/22 agregué un largo bloque de acotación en la sección 1, interrumpiendo lo que era el 3º párrafo:



(...) Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad.
   También se lo podría decir reivindicando esos modos a pesar de ese resultado: que sea malo lo que hacés no quita que te entusiasme y te haga feliz hacerlo.
    –No podés estar feliz de haber hecho esa mierda.
    ~No, pero todavía puedo haber sido feliz mientras la hacía.
   Una cosa no quita a la otra: no están entrelazadas, aunque sean sumables y restables. Por supuesto, lo ideal es tener las dos felicidades: el éxtasis del trance y la satisfacción por y ante lo hecho (incluso sin reconocimiento de los demás, aunque es mejor con).
   Peor que tener una de dos felicidades es no tener ninguna. O tal vez no: alguien puede preferir no tener ninguna a tener una que engendra más monstruos que el sueño de la razón.
    –Si fuiste feliz haciendo esa bosta, retractate. Y la próxima desengañate a tiempo.
   Como sea, Kafka no necesita que lo ayuden a...

jueves, 22 de septiembre de 2022

Deseo, tiempo y saber 002 (2.0.0)



14/9/22, madrugada. Marco los agregados y las supresiones que le acabo de hacer al ensayo, que recién ahora empiezo a ver como medianamente presentable.



1.

   X rendirá un examen. Como será mañana, aún no sabés cómo le irá (ni podés saberlo, por mucho que puedas creer, suponer, conjeturar, imaginar, etc., que es lo único que podés hacer con algo futuro). Hay dos posibilidades: o le irá bien o le irá mal. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   X rindió su examen hoy a la mañana. Es el mediodía y todavía no sabés cómo le fue. Hay dos posibilidades: o aprobó o no aprobó. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   Ayer X estaba mal (porque no aprobó un examen, por ejemplo); como no volvieron a comunicarse, todavía no sabés si ahora está mejor, peor o igual. Deseás una de estas tres posibilidades, según quieras u odies a X.

   No sabés cómo le irá a X, cómo le fue o cómo está: no sabés cuál de las n posibilidades de cada caso se dará, se dio o se da. Ese no saber es un requisito del desear o temer tal o cual posibilidad.
   Conclusión extragramatical: siempre se desea o se teme una posibilidad. Conclusión gramatical: tenemos subjuntivo de de­seo porque tenemos subjuntivo de posibilidad.

2.

   X está en un micro a Mendoza y le agarra la duda de si apagó o no el ventilador al salir de su casa. Hay dos posibilidades: o lo apagó o no lo apagó. Temés una de esas dos posibilidades: temés que no lo haya apagado. La otra posibilidad la deseás (“Ojalá lo haya apagado”). Lo mismo teme y desea X, pero con infinitivos, en vez de verbos conjugados en Modo Subjuntivo.
   Además de significar algo, un verbo estructura una escena: requiere ciertos roles (semánticos) y funciones (sintácticas) y puede admitir otros y otras, que no necesita. La función más requerida es la de sujeto, que concuerda en persona y número con el verbo. Mejor dicho: conjugamos un verbo para efectuar esa concordancia y, así, identificar su sujeto. Pero La conjugación verbal es diacrítica; por eso es necesaria en estos dos casos:
       1) cuando hay sólo 1 actor haciendo de sujeto y necesitamos distinguirlo del resto: “X –no A o B o C...– no apagó el ventilador”;
       2) cuando hay 2 funciones sujeto imbricadas y no las asume un mismo actor; esta diferencia se marca conjugando el segundo verbo en algún combo de persona y número distinto al combo del primero, y en Modo Subjuntivo, por ser una posibilidad, y en Pretérito Perfecto, por ser una posibilidad de algo pasado: “Temés [vos] que no haya apagado [X] el ventilador”.
   En cambio, si la función sujeto del primer verbo y la del segundo son asumidas por el mismo actor, no hay necesidad de diferenciarlo de nadie y en vez de conjugar el segundo verbo usamos su infinitivo (compuesto, en este caso): “X teme no haber apagado el ventilador” (y, si es coherente, desea haberlo apagado). X protagoniza tanto la repulsión o la atracción como aquello que las motiva.
   Así como los planetas y sus satélites no emiten luz propia, sino que reflejan la del sol, infinitivos (y también gerundios) no emiten información de quién y cuándo, sino que reflejan la del verbo conjugado del que dependen.

3.

   El temor está más cerca de la reacción; el deseo, de la iniciativa. El temor es conservador; firma por el empate. El deseo es expansivo, juega para ganar. No elegís qué temer, como elegís qué desear. Sin que lo quieras, vas a temer que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta amenazante y, por lo tanto, te repele. En cambio, sólo si querés vas a desear (o esperar o anhelar) que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta prometedor y, por lo tanto, te atrae.
   Más simple: se temen posibilidades desfavorables y se desean posibilidades favorables. Las evaluamos a favor o en contra según nuestros intereses y seguridad, y esas evaluaciones son la diferencia entre las posibilidades deseadas y las temidas.
   Quiere la coherencia que no temas lo mismo que deseás y que no desees lo mismo que temés. Vos, coherente y obediente, deseás –ponele– que X apruebe o haya aprobado el examen y/o temés que no; temés que X esté peor que ayer y/o deseás que esté mejor (que esté igual lo temés o lo deseás según con qué expectativas vengas); temés que X no haya apagado el ventilador y/o deseás que sí. La coherencia es esta coreografía de atracciones y repulsiones.
   Si cada deseo y cada temor de lo mismo fueran fotones, estarían entrelazados: si conocemos el estado de uno (Desear eso ON, por ejemplo), conocemos el del otro (Temer eso OFF). Y si fueran sonidos articulados, estarían en distribución complementaria: serían alófonos de un mismo fonema (como dos caras de una misma moneda). Donde se come no se caga –y viceversa.

4.

   Oscuro o no, todo objeto de deseo es una posibilidad. Si el requisito del desear es no saber, es porque el saber da por realizada una posibilidad, y pasamos del subjuntivo al indicativo y con eso bloquea la posibilidad de desear. Son los datos, comunicables con verbos en Modo Indicativo. Por ejemplo, te enterás de que X no aprobó el examen, pero que está mejor que ayer, y que había apagado el ventilador. Esas ya no son posibilidades en tu menú de deseos o temores –ni en el suyo.
   Las únicas que pueden seguir siéndolo son las futuras: no podés dar por realizado el examen de mañana. Por eso, además de meramente no saber, no podés saber si a X le irá bien o le irá mal; lo máximo que podés hacer es conjeturarlo, estimar la probabilidad de cada resultado. Porque ahí no se trata de averiguar cómo se resolvió un duelo de posibilidades, sino de esperar que se resuelva; el tiempo dirá.
   La única posibilidad que podés saber que va a pasar sí o sí es la de la muerte; todas las otras pueden fallar, pero esa no hay duelo que haya perdido. Como no sabés cuándo se realizará esa posibilidad inevitable, podés temer que sea inminente y desear su postergación, por ejemplo y en el mejor de los casos.
   Como sea, no podés desear ni temer lo que sabés que pasó, pasa o –creés que– pasará. Ante las posibilidades victoriosas (a.k.a. hechos), sólo te queda reaccionar a su realización: te entristece que X no haya aprobado, te alegra que esté mejor que ayer, y te alivia que haya apagado el ventilador cuando salió de viaje.
   ¿Por qué esos verbos van en Modo Subjuntivo si son hechos, no posibilidades? Primera respuesta: no sé. Segunda respuesta: creo que porque expresan la reacción emocional ante un hecho, no su acontecimiento. No querés comunicar el hecho de que X no aprobó, sino tu reacción emocional ante ese hecho, que por ser un tipo de interacción se presenta con un verbo en Modo Interacción (a.k.a. Subjuntivo, que está en distribución complementaria con el Modo Observación, a.k.a. Indicativo, como lo están el desear y el saber).


Deseo, tiempo y saber 001 (1.0.0)



1-9-22, madrugada. Eliminé párrafos sobre el final del ensayo y cambié algunos términos y planteos.


1.

   X rendirá un examen. Como será mañana, aún no sabés cómo le irá (ni podés saberlo, por mucho que puedas creer, suponer, conjeturar, imaginar, etc., que es lo único que podés hacer con algo futuro). Hay dos posibilidades: o le irá bien o le irá mal. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   X rindió su examen hoy a la mañana. Es el mediodía y todavía no sabés cómo le fue. Hay dos posibilidades: o aprobó o no aprobó. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   Ayer X estaba mal (porque no aprobó un examen, por ejemplo); como no volvieron a comunicarse, todavía no sabés si ahora está mejor, peor o igual. Deseás una de estas tres posibilidades, según quieras u odies a X.

   No sabés cómo le irá a X, cómo le fue o cómo está: no sabés cuál de las n posibilidades de cada caso se dará, se dio o se da. Ese no saber es un requisito del desear tal o cual posibilidad.
   Conclusión gramatical: tenemos subjuntivo de deseo porque tenemos subjuntivo de posibilidad.

2.

   X está en un micro a Mendoza y le agarra la duda de si apagó o no el ventilador al salir de su casa. Hay dos posibilidades: o lo apagó o no lo apagó. Temés una de esas dos posibilidades: temés que no lo haya apagado. La otra posibilidad la deseás (“Ojalá lo haya apagado”). Lo mismo teme y desea X, pero con infinitivos, en vez de verbos conjugados en subjuntivo.
   Además de significar algo, un verbo estructura una escena: requiere ciertos roles (semánticos) y funciones (sintácticas) y puede admitir otros y otras, que no necesita. La función más requerida es la de sujeto, que concuerda en persona y número con el verbo. Pero es un sistema o estructura de roles. Uno de esos es el rol sujeto, asumido por tal o cual "actor". L la conjugación verbal es diacrítica; por eso es necesaria en estos dos casos:
       1) cuando hay sólo 1 rol de sujeto y necesitamos distinguir al actor que lo asume del resto que no: “X –no A o B o C...– no apagó el ventilador”;
       2) cuando hay 2 roles sujeto imbricados y no los asume un mismo actor; esta diferencia se marca conjugando el segundo verbo en algún combo de persona y número distinto al combo del primero, y en Modo Subjuntivo, por ser una posibilidad, y en Pretérito Perfecto, por ser una posibilidad de algo pasado: “Temés [vos] que no haya apagado [X] el ventilador”.
   En cambio, si el rol de la función sujeto del primer verbo y el rol de sujeto la del segundo son asumidas por el mismo actor, no hay necesidad de diferenciarlo de nadie y en vez de conjugar el segundo verbo usamos su infinitivo (compuesto, en este caso): “X teme no haber apagado el ventilador” (y, si es coherente, desea haberlo apagado). X protagoniza tanto la repulsión o la atracción como aquello que las motiva.
   Así como los planetas y sus satélites no emiten luz propia, sino que reflejan la del sol, infinitivos (y también gerundios) no emiten información de quién y cuándo, sino que reflejan la del verbo conjugado del que dependen.

3.

   El temor está más cerca de la reacción; el deseo, de la iniciativa. El temor es conservador; firma por el empate. El deseo es expansivo, juega para ganar. No elegís qué temer, como elegís qué desear. Sin que lo quieras, vas a temer que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta amenazante y, por lo tanto, te repele. En cambio, sólo si querés vas a desear (o esperar o anhelar) que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta prometedor y, por lo tanto, te atrae.
   Más simple: se temen posibilidades desfavorables y se desean posibilidades favorables. Las evaluamos a favor o en contra según nuestros intereses y seguridad, y esas evaluaciones son la diferencia entre las posibilidades deseadas y las temidas.
   Quiere la coherencia que no temas lo mismo que deseás y que no desees lo mismo que temés. Vos, coherente y obediente, deseás –ponele– que X apruebe o haya aprobado el examen y/o temés que no; temés que X esté peor que ayer y/o deseás que esté mejor (que esté igual lo temés o lo deseás según con qué expectativas vengas); temés que X no haya apagado el ventilador y/o deseás que sí. La coherencia es esta coreografía de atracciones y repulsiones.

4.

   El saber da por realizada una posibilidad, y pasamos del subjuntivo al indicativo. Son los datos. Por ejemplo, te enterás que X no aprobó el examen, pero que está mejor que ayer, y que había apagado el ventilador. Esas ya no son posibilidades en tu menú de deseos o temores ni en el suyo.
   Las únicas que pueden seguir siéndolo son las futuras: no podés dar por realizado el examen de mañana. Por eso, además de no saber, no podés saber si a X le irá bien o le irá mal. No se trata de averiguar cómo se resolvió un duelo de posibilidades, sino de esperar que se resuelva. El tiempo dirá.
   Ante las posibilidades victoriosas (a.k.a. hechos), sólo te queda reaccionar a su realización: te entristece que X no haya aprobado, te alegra que esté mejor que ayer, te alivia que haya apagado el ventilador cuando salió de viaje. Parece que el hecho de que las posibilidades y todo lo que las tenga de insumo vayan siempre en subjuntivo no implica que todo lo que esté en subjuntivo sea una posibilidad o alguno de sus derivados.
   Pero implicado o no, puede estar muy cerca de ser así: ya están en subjuntivo el establecer posibilidades (“Puede que X no haya apagado el ventilador”), el temer las desfavorables (“Temés que no lo haya apagado”) y el desear las favorables (“Ojalá lo haya apagado”); pedidos y recomendaciones presuponen deseos (para uno mismo y para otros, respectivamente), que presuponen posibilidades.
   El hecho o dato ante el que reaccionás emocionalmente no es el único que puede estar en subjuntivo. También lo están el hecho desmentido (“Es falso / no es cierto / niego que X haya aprobado”) y el hecho descreído (“No creo que X haya aprobado, como decís”). Simétricamente, sus opuestos están en indicativo: el hecho afirmado (“X aprobó”) o reafirmado (“Es cierto que X aprobó") y el hecho creído (“Creo que X aprobó”).
   Y también va en subjuntivo otra reacción ante el hecho conocido o creído: la de fantasear uno diferente al que sabemos o creemos que causó, causa o causará un hecho que, por alguna razón, nos gustaría evitar o cambiar.
No podés desear ni temer lo que sabés que pasó, pasa o pasará. Lo curioso es que tanto estos hechos como aquellas posibilidades van con el verbo en Modo Subjuntivo, que bien podría llamarse el Modo Interacción (frente al Modo Observación, más conocido como Modo Indicativo). Y la reacción emocional es una interacción: no querés comunicar el hecho de que X no aprobó, sino tu reacción ante ese hecho, que entonces se cubre de Subjuntivo.
   El anti-hecho (o contrafáctico) que juega de causa fantaseada se conjuga en Modo Subjuntivo (en Pretérito Imperfecto, si la causa es presente o futura; en Pretérito Pluscuamperfecto, si es pasada); el anti-hecho que juega de consecuencia fantaseada suele ir en Modo Indicativo (en Condicional Simple, si la consecuencia es presente o futura; en Condicional Compuesto, si es pasada). Ejemplos:
   “Si X estudiara más para mañana, aprobaría el examen” (las creencias o certidumbres que se invierten fantaseando: no estudiará más no aprobará);
   “Si X hubiera estudiado más, habría aprobado y ahora no te preguntarías cómo está” (los hechos o certezas que se invierten fantaseando: no estudió más no aprobó y te preguntás cómo está).


Entusiasmos XIV 007 (2.2.0)



23/8/22, madrugada: agregué un párrafo en la sección 3, luego del último tuit (TOC); hice otra división (la 3.2), donde agregué la distinción de muerte simbólica y biológica.


1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista. La atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros; en el placer de hacer, no en el orgullo por o la satisfacción con lo hecho.
   Pero que el nombre del coso no ponga en foco lo hecho no significa que no exista. Y si hay una jerarquía o preferencia, ni siquiera están lejos: lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y con mucho por hacer (es más postergable que escribir).

3.

   La cita defectuosa sobre el rastro de razón y sinrazón es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia (superó varias extinciones masivas de gustos, una por metamorfosis).*


   Por trabajo, este año volví a analizar esa poesía. Lo que pensé en junio (repensado ahora) y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).

   Las dos últimas letras de “TOC” remiten a un volver a hacer, a una repetición; la obsesión te da el Norte, la compulsión te propulsa, y ahí vas de nuevo. Si fuera visible, la estela de ese movimiento se parecería al giro que tiene la etimología de trastorno, que te deja del otro lado de lo “normal” (el gran botín de la lucha por el sentido común). Vuelvo de esta digresión.
   Volveremos en breve a esa pareja de ternas (la de facetas del sentido y la de sus respectivos rivales). Antes, vuelvo Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

3.1

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita que no dice nada en lugar de una obra lograda y legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.2

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura. ¿Dónde están los personajes del drama? ¿Cómo son modal y temporalmente los dos efectos y el evento donde están los personajes?
   ¿Dónde están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido común que respetan, aun si lo trascienden, y su pérdida); la razón y la sinrazón se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En la futura disolución del poeta y de su rastro están la muerte biológica y la simbólica: la del cuerpo, que dormirá «en el discurso de sus destrucciones», y la de la obra, que es el olvido. Juntas o separadas, afectan la faceta existencial del sentido (o sea, el sentido de la vida).
   En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que afecta al sentido como significación (la mancha no es un signo y sin pareidolia no hay una estrella en esa página; el azar es ausencia de obra).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (citado por Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder, como le pasará con su vida primero y con su obra después.
   La preferencia por esa mancha habla de una impreferencia por todo: es un "nada importa". Y entonces –infiere herido de mortalidad el poeta– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos eres, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.

Entusiasmos XIV 006 (2.1.0)



22/8/22, madrugada. Los cambios más importantes los hice en la actual sección 3 (ex 2): en el final del primer párrafo agregué un asterisco y 4 capturas de tuits en ese bloque oculto; y otra captura de 1 tuit luego del segundo párrafo.


1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista. La atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros; en el placer de hacer, no en el orgullo por o la satisfacción con lo hecho. (Lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y muy inconclusa, con mucho trabajo pendiente.)
   Pero que el nombre del coso no ponga en foco lo hecho no significa que no exista. Y si hay una jerarquía o preferencia, ni siquiera están lejos: lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y con mucho por hacer (es más postergable que escribir).

3.

   La cita defectuosa sobre el rastro de razón y sinrazón es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia (superó varias extinciones masivas de gustos, una por metamorfosis).*


   Por trabajo, este año volví a analizar esa poesía. Lo que pensé en junio (repensado ahora) y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).

   Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita que no dice nada en lugar de una obra lograda y legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.1

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura.
   ¿Dónde están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido hermenéutico común que respetan, aun si lo trascienden, y su pérdida); la razón y la sinrazón, que se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En la futura disolución del poeta y de su rastro está la muerte, que afecta la faceta existencial del sentido (el sentido de la vida). En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que afecta al sentido como significación (la mancha no es un signo y sin pareidolia no hay una estrella en esa página; el azar es no chamuya (es ausencia de obra).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (según Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder, como le pasará con su vida primero y con su obra después.
   La preferencia por esa mancha es un "nada importa", una falta de sentido (existencial) porque nada ni nadie importa tanto como para ser inmortal. Y entonces –infiere herido de mortalidad– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.

domingo, 21 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 005 (2.0.2)



Madrugada del 21/8/2022. Hice algunos cambios menores en las secciones 2 y 3 del ensayo, que incluyen agregados, supresiones y reformulaciones. Me sorprende haber partido de una versión de apenas dos o tres párrafos el 15 y haber llegado a una versión como esta cinco o seis días después:



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista. La atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros; en el placer, no en el orgullo por o la satisfacción con lo hecho. (Lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y muy inconclusa, con mucho trabajo pendiente.)
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio (repensado ahora) y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).
   Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita que no dice nada en lugar de una obra lograda y legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura.
   ¿Dónde, cuándo y cómo están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido hermenéutico y su pérdida), que se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En la futura disolución del poeta y de su rastro está la muerte. En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que no chamuya (es ausencia de obra) ni pinta (sin pareidolia no hay una estrella en esa página).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (según Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder, como le pasará con su vida primero y con su obra después.
   La preferencia por esa mancha es un "nada importa", una falta de sentido (existencial) porque nada ni nadie importa tanto como para ser inmortal. Y entonces –infiere herido– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.


sábado, 20 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 004 (2.0.1)



20/8/2022, 20:58 horas. Eliminé, a sugerencia de Alfredo, lo que él llamó una excusatio propter infirmitatem en el paréntesis que había al final de esta oración del 2º párrafo de la sección 2:


...la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).



También agregué, sobre el final del párrafo siguiente, una explicitación de por qué viene al caso lo que pensé este año sobre el poema de Neruda:


...es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes (el azar, la locura y la muerte).

Entusiasmos XIV 003 (2.0.0)



Madrugada del 20/8/22. Completé (hasta donde tenía pendiente) la sección 3 que creé ayer. Esta es la primera versión sin el cartel ocre de "Vidriera en preparación". Por ahora, el ensayo dice esto:



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s.
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista y la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura.
   ¿Dónde, cuándo y cómo están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido hermenéutico y su pérdida), que se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En el futuro desvanecimiento del rastro está la muerte. En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que no chamuya (es ausencia de obra) ni pinta (sin pareidolia no hay una estrella en esa página).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (según Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder (la vida y la posteridad).
   La preferencia por esa mancha es un "nada importa", una falta de sentido (existencial) porque nada ni nadie importa tanto como para ser inmortal. Y entonces –infiere herido– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.

viernes, 19 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 002 (1.1.0)



Madrugada del 19/8/22. Le hice cambios medios al ensayo, con algunos retoques o supresiones y varios agregados (entre ellos, una sección 3). El estado actual del ensayo, todavía incompleto, es este:



VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s.
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista y la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece haber sido ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones» (1ª estrofa), Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (2ª estrofa). (Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.)

3.

   Lo que debería haber sido (la acción: «un solo golpe») y lo que debería ser (lo que deja la acción: «una sola estrella verde»), no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y una larga cicatriz. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por la Muerte y vence al Sentido. Vamos a las locaciones de los personajes del drama.
   En el rastro real y actual están la razón y la sinrazón, que se hacen por igual con palabras. En el futuro desvanecimiento del rastro está la muerte (del poeta y de su rastro). En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que no chamuya (es ausencia de obra) ni pinta (sin pareidolia no hay una estrella en esa página).
   

jueves, 18 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 001 (1.0.0)



Así lo dejé de ayer, después de modificar lo que había dejado al final de la jornada de la publicación, que empezó el 15 a la noche y terminó casi a la mañana del 16. Pero no guardé copia de esa primera versión, muy incompleta. Esto es lo que quedó después de avanzar ayer:



VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a escala Kafka dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Entusiasmo es lo que tengo al hacerlos: es más un ensayar que un haber ensayado, más un obrar que una obra. Pero ensayo puede abarcar esa diferencia si lo definimos como acción y efecto de ensayar, así seguimos adelante.
   En la síntesis, este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero su nombre alude a la acción más que al rastro que deja. En cuanto a la cita defectuosa, es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé ahí y no había pensado 8 años atrás en “Una larga cicatriz” es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verdad» (si hablamos del rastro). El desencadenante de este signicidio parece haber sido que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
   Lo infinito de la ciénaga hace pequeña la turbulencia; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda fantasea realizar de una la destrucción del discurso.



Y así quedó recién, noche del 17 al 18/8/22:




VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s.
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista y la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verdad» (si hablamos del rastro).
   El desencadenante de este signicidio parece haber sido que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
   Lo infinito de la ciénaga hace pequeña la turbulencia; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda fantasea realizar de una la destrucción del discurso.


martes, 16 de agosto de 2022

Una larga cicatriz 001 (0.1.0)



Lo que desde hoy es la sección 5, hasta hoy era un bloque separado dentro de la 4. Pero el cambio mayor fue que eliminé de acá y copié en el recién publicado y todavía en construcción Entusiasmos XIV el único bloque de acotación que tenía el ensayo, donde relacionaba el contraste de la larga cicatriz y su efímera sobrevida con el contraste entre la ciénaga infinita y la breve (por pequeña) turbulencia que dejó la zambullida. Así se veía el ensayo desde hace 8 años y hasta hace un rato:



1.

Hay unos versos propios de un poema largo (no recuerdo el resto), dos alejandrinos que siempre me vuelven; los transcribo de memoria:
El poema sabe que las palabras no arden,
que la tinta es ceniza de lo que ardió en la sangre.
En el segundo verso hay un fluido donde se arde y otro que es su ceniza; uno es intensamente vivencial y el otro es lo que queda, algo apagado y expresivo. El primer verso nos dice que el poema ya lo sabe.
Tinta en lugar de palabras es una metonimia del insumo por lo que se hace con él, de la materia usada por la forma que se le da, del material por la obra (dando por cumplida la metonimia –una sinécdoque– de la parte –las palabras que no arden– por el todo –el poema que lo sabe).

2.

La voz que habla en un poema de Pablo Neruda, “El golpe”, fantasea con (haber hecho) el mismo canje que ese tropos, pero no retórica sino literalmente: tinta por obra, salpicar por escribir. En Las manos del día, el poema XLVI tiene en el margen izquierdo su título, y alineado a partir de ahí dice:

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

En la metáfora de la tinta como ceniza, el fuego que hubo pudo haber sido encendido por una intensidad favorable o por una desfavorable; las cenizas que quedan no preguntan de dónde vienen. En cambio, asociar la tinta a una cicatriz es asociarla a una intensidad desfavorable, una herida. Puede ser la elección de un pesimista, pero también la metáfora de una resistencia, un rastro de heridas físicas que a su vez metaforizan otras psicológicas, sentimentales, espirituales, existenciales y algún otro color que me esté olvidando. Como sea, las cicatrices son el rastro de heridas que se cierran, no de caricias; indican superación de un sufrimiento, no celebración de una felicidad.
Pero el equilibrio que no existe en lo «apenas sensitivo», existe en lo racional: la «larga cicatriz» es como «el rastro de mi razón y de mi sinrazón» que vas guardando, querida tinta (en vez de sólo el rastro de mi sinrazón, como sería si fuera una cicatriz color racional).

3.

En letras de molde, una voz le habla a su tinta.
En la primera estrofa está lo que pasa (que es lo que hace mi interlocutora: «...me entretienes / gota a gota / y vas guardando el rastro / de mi razón y de mi sinrazón...») y lo que va a pasar (que es lo que le ocurrirá a eso que hace la tinta: «...como una larga cicatriz que apenas / se verá, cuando el cuerpo esté dormido / en el discurso de sus destrucciones»). Lo que pasó pasó, pero dejó su huella: es el rastro que guarda el goteo que entretiene.
Otro contraste a lo Kafka, a lo zambullida con pequeña turbulencia y ciénaga infinita, esta vez entre lo «larga» que es la cicatriz y lo «apenas» que se verá después de muerto: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
La cicatriz es lo larga que viene siendo el entretenimiento. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de un surco legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», realizar de una la destrucción del discurso. De esa fantasía se ocupa la segunda estrofa.
En la segunda estrofa está lo que no pasó y hubiera preferido que pasara (o más bien, fantasea con esa preferencia). El inseguro arrepentimiento final («Tal vez mejor hubiera volcado...») es un culturicidio, más que un suicidio literario. Cada uno de los deseos contrafácticos es un desandar lo andado. La reversión de lo cultural que provoca está dada por el sentido del tránsito: se pasa en todos los casos de un producto cultural a su materia prima, sin forma. Así, de la obra pasamos a los litros de tinta que lleva hacerla; de las muchas palabras, a «una sola estrella verde» para todos esos litros, «sin alfabetos ni interpretaciones»; de ir «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», a «un solo golpe oscuro / sin palabras».
Por supuesto, no son pasajes hechos, sino dichos, y se sabe que de unos a otros hay mucho trecho. De haber salvado esa distancia Neruda, no leeríamos un poema: veríamos la estrella de tinta verde que dejó el «haberla arrojado / en una sola página, manchándola». Pero la palabra mancha no mancha ni es una mancha, como la palabra oro no brilla ni es oro.

4.

Imaginemos que lo que en este mundo es una expresión melancólica de deseo, en otro es una descripción (tal vez también melancólica) de lo que hay: una página manchada, en vez de muchas y escritas. Y si no se quiere cambiar de escenario, todavía podemos cambiar de actores: imaginemos que, en vez de la página 81 del poema (y de todas las otras que escribió Neruda), hubiera una sola mancha verde estrellada contra una sola página (el efecto tiene la forma de la acción). Luego, en vez de un Neruda escritor habría un Neruda performer, que acaba de hacer un enchastre.
Imaginemos que ante esa página manchada Neruda ahora fantasease pasar (o haber pasado) de su simplicidad azarosa y sin signos a la complejidad de varias páginas llenas de alfabetos e interpretaciones. Imaginemos, ya que estamos, que a medida que va escribiendo, la tinta se va mudando de la estrella solitaria a la larga cicatriz, como un ovillo que se va desovillando. Cuando termina, la mancha inicial se vuelve el punto final de la última frase de su obra, por ejemplo; o simplemente desaparece, volcada por completo en el «rastro de mi razón y de mi sinrazón».

Se puede interpretar y decir mucho sobre el gesto de arrojar en una página la tinta de lo que habría sido una literatura entera; pero no sobre la mancha misma. La obra es conceptual, no pictórica; la obra no puede ser la mancha sin el gesto que la produce, como huella impresa suya, pero podría ser el gesto sin (que importe cuál o cómo es) la mancha, aun cuando no luzcan igual la huella de una tinta lanzada enérgicamente y la de una que se derramó cuando se volcó la copa.
La mancha no puede aspirar a comodín: no dice ni puede decir nada, no que puede decir cualquier cosa. Toda potencialidad bruta de significación implica una ausencia neta de signos, pero no a la inversa. De ese «golpe oscuro / sin palabras» no resulta una obra potencial, sino una concreta ausencia de obra, con forma de estrella, color verde y sin otro contenido que «toda tu esencia», querida tinta.


martes, 26 de julio de 2022

Narrar y describir 004 (2.0.1)



26/7/22. Acabo de unificar los dos primeros párrafos de la sección 3, después de eliminar gran parte de lo que había ahí y agregar parches de texto:



   Lista y cadena no definen qué es una descripción y una narración; sólo son su morfología para casos plurales. Es cierto que sus diferencias morfológicas son distintivas, porque indiferente al orden siempre es la descripción y nunca la narración. Pero no son diferencias definitorias: no es que algo es una descripción porque no tiene un orden o es una narración porque tiene; al revés: es un agrupamiento sin orden porque es una descripción y uno con porque es una narración. ¿Y si no es un agrupamiento, sino un enunciado suelto? ¿Y qué pasa con los casos singulares? ¿Cómo sabemos si un enunciado suelto describe o narra?
   Es cierto que ese proto-item o ese proto-eslabón no constituye una lista o una cadena, pero eso no impide que lo reconozcamos como descriptivo o narrativo. Y sabemos si es una cosa o la otra por mera semántica verbal. Por mera semántica verbal. «Una vaca se comió se compró una flor» es un acontecimiento: se narra, se cuenta; «...porque estaba de muy buen humor» es un estado: se describe. (Y decir esto sobre esa acción o el estado que la explica es un comentario.)


domingo, 24 de julio de 2022

Narrar y describir 003 (2.0.0)



24/7/22. En la madrugada y la tarde de ayer hice cambios mayores en el ensayo. Eliminé una caracterización propia de los predicados verbales (desinentes vs permanentes, según Andrés Bello; télicos y atélicos, en la Gramática de Ángela Di Tullio), que le había aplicado a narrar y describir, creo ahora que forzándolos a aceptarla. También pasé párrafos de acotación al nivel principal y dividí la sección 2, por lo que ahora hay 3.
Esta es la primera versión sin el cartelito ocre de vidriera en preparación. En la copia que sigue, lo tachado son partes eliminadas y lo subrayado partes agregadas:





1.

   El dibujo de Quino que motivó el ensayo “Teléfono no roto” narra una historia: la impaciencia de la fila aumenta de la viñeta 1 a la 2. Uno de los dos co-protagonistas describe lo que el otro convierte en una pintura, según descubrimos en la viñeta 3 (que es el otro lado de la 2, no su continuación; hay dos momentos de una historia, el segundo a doble faz).
   Este ensayo es un desprendimiento de aquel, una digresión que creció demasiado como para quedar ahí. Volvamos a hablar de cuadros y secuencias. Empecemos por un

Glosario

Narrar = relatar lo que ocurre (1) o contar lo que ocurrió (2) = ir respondiendo a la pregunta “¿Y ahora qué?” (1) o “¿Y qué pasó después?” (2).
Describir = relatar lo que hay (1) o evocar lo que había (2) = responder a la pregunta “¿Qué hay y cómo es?” (1) o “¿Qué había y cómo era?” (2).

   La narración es télica: se dirige –o se espera que se dirija– a un final que complete y cierre la historia, bueno o malo, feliz o triste, etc. (“Fue un final y punto”). Resolver una historia es resolver todos sus enigmas (o sea, obtener respuesta para todas las preguntas típicas del método que se puedan hacer ahí).
   La descripción es atélica: entre un cuadro y otro no hay un rumbo que nos lleve a uno último, como entre un eslabón de la narración y otro. Entre eslabones de una narración hay dependencias; entre items de una descripción, no, y por eso pueden ir en cualquier orden (esto –y sus consecuencias– es lo que incomoda a quienes critican la descripción como «método de plasmación» principal, no suficientemente subordinado a la narración). Lo más cercano a una narrativa que puede hacerse con cuadros independientes es una curaduría.
   Simplificando mucho, narrar es convertir un segmento de discurso en un eslabón, que será el que reciba al próximo segmento para que se convierta en el próximo eslabón e integre en el mismo acto la cadena. Los eslabones ya se fabrican eslabonados; la narración es esa fabricación, esa máquina de hacer cadenas, como lo ilustra una literal:


2.

   Más allá de cómo se presenten (syuzhet), los hechos narrados sucedieron en un orden (por razones causales o casuales), al que los formalistas rusos llamaban fábula. En este sentido, la narración sería otra con otro orden fabulesco. La descripción es una lista, que está en algún orden pero podría estar en cualquier otro sin dejar de ser esa misma lista.
   Es la diferencia que hay entre un conjunto y una serie: un número cardinal nos dice cuántos elementos tiene un conjunto, sin importar en qué orden puedan estar; un número ordinal nos dice qué posición en la serie tiene un elemento, qué término es (el 2º o el 6º de una fila, por ejemplo).
   Hay dos tipos de conjuntos que, por su cardinalidad, aun si no hicieran abstracción de lo ordinal desconocerían lo que es un orden: el conjunto vacío y cualquier conjunto unitario.
   Borges agregaría un conjunto infinito, pero eso es un prejuicio nacido de parte de su horror infiniti; sin ir más lejos, la serie natural {1, 2, 3, ...} es infinita y está ordenada.
   No sólo con 0 (cero) elementos no hay algo a ordenar, sino tampoco con 1 (uno). Para ignorar o significar un orden se necesitan al menos 2 (dos) elementos. Una lista de 1 item, más que lista es un chiste:

Los Simpsons 03x11: “Burns y los alemanes”

   Conclusión: Recapitulemos. La lista (o enumeración) mínima no tiene 1 item, sino 2; la cadena mínima no tiene 1 eslabón, sino 2. Para activarse, la diferencia tónica/átona necesita al menos 2 sílabas, el doble de las que tiene un monosílabo. El item y el eslabón solitarios también deberían duplicar su número para ser los primeros de una lista y de una cadena, desde mínimas (2 unidades) en adelante. Menos que eso es como decir que salí 1º en una carrera en la que largué solo: sin nadie que haga al menos de 2º y último, no hay carrera; hay un paseo solitario, aunque sea sobre una pista. Sin 2 no hay diferencia (y a veces tampoco sin 3).
   Va de nuevo, con un leve cambio de perspectiva. El 1º grado de tildación (identificación de la sílaba tónica de la palabra) tiene una palabra disilábica (el 2º grado, una trisilábica; etc.); un monosílabo es el grado 0 (cero). El 1º grado de "listacidad" tiene 2 items; el grado 0 es un item solo. El 1º grado de "cadenidad" tiene 2 eslabones; el grado 0 es un eslabón solo. A partir de 2, la lista apila y la cadena eslabona.

3.

   Lista y cadena no definen qué es una descripción y una narración; sólo son su morfología para casos plurales. Es cierto que sus diferencias morfológicas son distintivas, porque indiferente al orden siempre es la descripción y nunca la narración. Pero no son diferencias definitorias: no es que algo es una descripción porque no tiene un orden o es una narración porque tiene; al revés: es un agrupamiento sin orden porque es una descripción y uno con porque es una narración. ¿Y si no es un agrupamiento, sino un enunciado suelto? ¿Cómo sabemos si describe o narra?
   Es cierto que ese proto-item o ese proto-eslabón no constituye una lista o una cadena, pero eso no impide que lo reconozcamos como descriptivo o narrativo. Y sabemos si es una cosa o la otra por mera semántica verbal. «Una vaca se comió se compró una flor» es un acontecimiento: se narra, se cuenta; «...porque estaba de muy buen humor» es un estado: se describe. (Y decir esto sobre esa acción o el estado que la explica es un comentario.)
   Hay varias clasificaciones semánticas de los predicados verbales. En la de S. Dik, que usa dos parámetros (dinamismo y control: cambio y voluntad), los eventos de una narración son dinámicos, sean controlados (acciones) o no (procesos), y los eventos de una descripción son estáticos, sean controlados (posiciones) o no (estados).
   Si la vaca estaba de muy buen humor, es que había pasado de no estar a estar así, y esa secuencia ya es narrativa, y con ella el verbo 'estar'. Pero ese cambio está implícito: se infiere, no se ve; se ve (se enuncia) un estado o una ubicación, se infiere el cambio del que resultan. El viaje del que ese estado o esa ubicación son una parada y una instantánea es lo narrativo implicado en el verbo 'estar'; pero la instantánea con un estado o una ubicación es descriptiva.
   En resumen, los enunciados de estados o ubicaciones describen algo o a alguien, junto con los enunciados de 'ser' y 'haber'/'tener' (son bastante intercambiables: “Había muchas flores en esa florería” ≊ “Esa florería tenía muchas flores”).
   Para volver a decirlo de otra manera y con otro ejemplo: definiendo una categoría (“Un extraterrestre es alguien de otro planeta”), categorizando una identidad (algo o alguien: “Krypton es un planeta”, “Superman es un extraterrestre”), identificándola (“Ese es Superman”), caracterizándola (“Superman es muy fuerte”), dando su estado (“Superman está alegre preocupado”) o su ubicación (“Superman está en esa casa”), describimos, sea con 1 item o con varios. Y cualquier cosa que haga Superman (volar, detener un tren, etc.), que le hagan (atacarlo, descubrirlo, etc.) o que le pase (alegrarse preocuparse, ser atacado enfermarse, etc.), la narramos, ya sea usando 1 viñeta (no hay desarrollo) o más de 1 (sí hay).
   Desde ya, lo más común es que un discurso alterne narración con descripción, a veces interrumpiendo una descripción para narrar y a veces –casi siempre– al revés.