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jueves, 18 de agosto de 2022

Entusiasmos XIV 001 (1.0.0)



Así lo dejé de ayer, después de modificar lo que había dejado al final de la jornada de la publicación, que empezó el 15 a la noche y terminó casi a la mañana del 16. Pero no guardé copia de esa primera versión, muy incompleta. Esto es lo que quedó después de avanzar ayer:



VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a escala Kafka dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Entusiasmo es lo que tengo al hacerlos: es más un ensayar que un haber ensayado, más un obrar que una obra. Pero ensayo puede abarcar esa diferencia si lo definimos como acción y efecto de ensayar, así seguimos adelante.
   En la síntesis, este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero su nombre alude a la acción más que al rastro que deja. En cuanto a la cita defectuosa, es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé ahí y no había pensado 8 años atrás en “Una larga cicatriz” es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verdad» (si hablamos del rastro). El desencadenante de este signicidio parece haber sido que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
   Lo infinito de la ciénaga hace pequeña la turbulencia; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda fantasea realizar de una la destrucción del discurso.



Y así quedó recién, noche del 17 al 18/8/22:




VIDRIERA EN PREPARACIÓN

Si ves esta advertencia, es que el ensayo aún está en construcción. Yo esperaría a que no esté el cartel.



1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s.
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista y la atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros (encima pequeños).
   La cita defectuosa es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia. Por trabajo, este año volví a analizarla. Lo que pensé en junio y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso. Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI, “El golpe”, de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verdad» (si hablamos del rastro).
   El desencadenante de este signicidio parece haber sido que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Parece sonar un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma.
   Lo infinito de la ciénaga hace pequeña la turbulencia; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre. Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, renunciando a su elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita en lugar de una obra legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda fantasea realizar de una la destrucción del discurso.


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