-->

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Deseo, tiempo y saber 003 (2.0.1)




27/9/22. El 3º párrafo de la sección 4, referido a la inevitable posibilidad de la muerte, lo puse como bloque de acotación, y a continuación agregué este párrafo (cuya última frase, con cita de Borges, la acabo de agregar) y cambié levemente el que le sigue:



   El tiempo dirá, pero si creés con suficiente fuerza que va a decir tal o cual cosa, la creés igual o casi igual que si la estuviera diciendo o ya la hubiera dicho. El convencimiento puede imponerte «un porvenir que sea irrevocable como el pasado».
   Como sea, En definitiva, no podés desear ni temer lo que sabés que pasó, pasa o creés que (tenés la convicción de que) pasará.



Y recién el subtítulo pasó de «(La posibilidad y sus derivados)» a «(Posibilidades y hechos)».


Entusiasmos XIV 008 (2.3.0)




   El 25/9/22 le hice a la última sección del ensayo, la 3.2, unos cambios de diseño: a los 3 párrafos que responden las preguntas del 2º les di una sangría mayor y una puntualización; y al último párrafo del ensayo lo puse en un bloque de acotación. Pero no hubo sólo cambios de formato: también sustituí la tríada de facetas del sentido que hay entre paréntesis en el 2º párrafo de la sección 3:



...en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación razón y razón del hacer motivación) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).
   Ayer 27/9/22 agregué un largo bloque de acotación en la sección 1, interrumpiendo lo que era el 3º párrafo:



(...) Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad.
   También se lo podría decir reivindicando esos modos a pesar de ese resultado: que sea malo lo que hacés no quita que te entusiasme y te haga feliz hacerlo.
    –No podés estar feliz de haber hecho esa mierda.
    ~No, pero todavía puedo haber sido feliz mientras la hacía.
   Una cosa no quita a la otra: no están entrelazadas, aunque sean sumables y restables. Por supuesto, lo ideal es tener las dos felicidades: el éxtasis del trance y la satisfacción por y ante lo hecho (incluso sin reconocimiento de los demás, aunque es mejor con).
   Peor que tener una de dos felicidades es no tener ninguna. O tal vez no: alguien puede preferir no tener ninguna a tener una que engendra más monstruos que el sueño de la razón.
    –Si fuiste feliz haciendo esa bosta, retractate. Y la próxima desengañate a tiempo.
   Como sea, Kafka no necesita que lo ayuden a...

jueves, 22 de septiembre de 2022

Deseo, tiempo y saber 002 (2.0.0)



14/9/22, madrugada. Marco los agregados y las supresiones que le acabo de hacer al ensayo, que recién ahora empiezo a ver como medianamente presentable.



1.

   X rendirá un examen. Como será mañana, aún no sabés cómo le irá (ni podés saberlo, por mucho que puedas creer, suponer, conjeturar, imaginar, etc., que es lo único que podés hacer con algo futuro). Hay dos posibilidades: o le irá bien o le irá mal. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   X rindió su examen hoy a la mañana. Es el mediodía y todavía no sabés cómo le fue. Hay dos posibilidades: o aprobó o no aprobó. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   Ayer X estaba mal (porque no aprobó un examen, por ejemplo); como no volvieron a comunicarse, todavía no sabés si ahora está mejor, peor o igual. Deseás una de estas tres posibilidades, según quieras u odies a X.

   No sabés cómo le irá a X, cómo le fue o cómo está: no sabés cuál de las n posibilidades de cada caso se dará, se dio o se da. Ese no saber es un requisito del desear o temer tal o cual posibilidad.
   Conclusión extragramatical: siempre se desea o se teme una posibilidad. Conclusión gramatical: tenemos subjuntivo de de­seo porque tenemos subjuntivo de posibilidad.

2.

   X está en un micro a Mendoza y le agarra la duda de si apagó o no el ventilador al salir de su casa. Hay dos posibilidades: o lo apagó o no lo apagó. Temés una de esas dos posibilidades: temés que no lo haya apagado. La otra posibilidad la deseás (“Ojalá lo haya apagado”). Lo mismo teme y desea X, pero con infinitivos, en vez de verbos conjugados en Modo Subjuntivo.
   Además de significar algo, un verbo estructura una escena: requiere ciertos roles (semánticos) y funciones (sintácticas) y puede admitir otros y otras, que no necesita. La función más requerida es la de sujeto, que concuerda en persona y número con el verbo. Mejor dicho: conjugamos un verbo para efectuar esa concordancia y, así, identificar su sujeto. Pero La conjugación verbal es diacrítica; por eso es necesaria en estos dos casos:
       1) cuando hay sólo 1 actor haciendo de sujeto y necesitamos distinguirlo del resto: “X –no A o B o C...– no apagó el ventilador”;
       2) cuando hay 2 funciones sujeto imbricadas y no las asume un mismo actor; esta diferencia se marca conjugando el segundo verbo en algún combo de persona y número distinto al combo del primero, y en Modo Subjuntivo, por ser una posibilidad, y en Pretérito Perfecto, por ser una posibilidad de algo pasado: “Temés [vos] que no haya apagado [X] el ventilador”.
   En cambio, si la función sujeto del primer verbo y la del segundo son asumidas por el mismo actor, no hay necesidad de diferenciarlo de nadie y en vez de conjugar el segundo verbo usamos su infinitivo (compuesto, en este caso): “X teme no haber apagado el ventilador” (y, si es coherente, desea haberlo apagado). X protagoniza tanto la repulsión o la atracción como aquello que las motiva.
   Así como los planetas y sus satélites no emiten luz propia, sino que reflejan la del sol, infinitivos (y también gerundios) no emiten información de quién y cuándo, sino que reflejan la del verbo conjugado del que dependen.

3.

   El temor está más cerca de la reacción; el deseo, de la iniciativa. El temor es conservador; firma por el empate. El deseo es expansivo, juega para ganar. No elegís qué temer, como elegís qué desear. Sin que lo quieras, vas a temer que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta amenazante y, por lo tanto, te repele. En cambio, sólo si querés vas a desear (o esperar o anhelar) que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta prometedor y, por lo tanto, te atrae.
   Más simple: se temen posibilidades desfavorables y se desean posibilidades favorables. Las evaluamos a favor o en contra según nuestros intereses y seguridad, y esas evaluaciones son la diferencia entre las posibilidades deseadas y las temidas.
   Quiere la coherencia que no temas lo mismo que deseás y que no desees lo mismo que temés. Vos, coherente y obediente, deseás –ponele– que X apruebe o haya aprobado el examen y/o temés que no; temés que X esté peor que ayer y/o deseás que esté mejor (que esté igual lo temés o lo deseás según con qué expectativas vengas); temés que X no haya apagado el ventilador y/o deseás que sí. La coherencia es esta coreografía de atracciones y repulsiones.
   Si cada deseo y cada temor de lo mismo fueran fotones, estarían entrelazados: si conocemos el estado de uno (Desear eso ON, por ejemplo), conocemos el del otro (Temer eso OFF). Y si fueran sonidos articulados, estarían en distribución complementaria: serían alófonos de un mismo fonema (como dos caras de una misma moneda). Donde se come no se caga –y viceversa.

4.

   Oscuro o no, todo objeto de deseo es una posibilidad. Si el requisito del desear es no saber, es porque el saber da por realizada una posibilidad, y pasamos del subjuntivo al indicativo y con eso bloquea la posibilidad de desear. Son los datos, comunicables con verbos en Modo Indicativo. Por ejemplo, te enterás de que X no aprobó el examen, pero que está mejor que ayer, y que había apagado el ventilador. Esas ya no son posibilidades en tu menú de deseos o temores –ni en el suyo.
   Las únicas que pueden seguir siéndolo son las futuras: no podés dar por realizado el examen de mañana. Por eso, además de meramente no saber, no podés saber si a X le irá bien o le irá mal; lo máximo que podés hacer es conjeturarlo, estimar la probabilidad de cada resultado. Porque ahí no se trata de averiguar cómo se resolvió un duelo de posibilidades, sino de esperar que se resuelva; el tiempo dirá.
   La única posibilidad que podés saber que va a pasar sí o sí es la de la muerte; todas las otras pueden fallar, pero esa no hay duelo que haya perdido. Como no sabés cuándo se realizará esa posibilidad inevitable, podés temer que sea inminente y desear su postergación, por ejemplo y en el mejor de los casos.
   Como sea, no podés desear ni temer lo que sabés que pasó, pasa o –creés que– pasará. Ante las posibilidades victoriosas (a.k.a. hechos), sólo te queda reaccionar a su realización: te entristece que X no haya aprobado, te alegra que esté mejor que ayer, y te alivia que haya apagado el ventilador cuando salió de viaje.
   ¿Por qué esos verbos van en Modo Subjuntivo si son hechos, no posibilidades? Primera respuesta: no sé. Segunda respuesta: creo que porque expresan la reacción emocional ante un hecho, no su acontecimiento. No querés comunicar el hecho de que X no aprobó, sino tu reacción emocional ante ese hecho, que por ser un tipo de interacción se presenta con un verbo en Modo Interacción (a.k.a. Subjuntivo, que está en distribución complementaria con el Modo Observación, a.k.a. Indicativo, como lo están el desear y el saber).


Deseo, tiempo y saber 001 (1.0.0)



1-9-22, madrugada. Eliminé párrafos sobre el final del ensayo y cambié algunos términos y planteos.


1.

   X rendirá un examen. Como será mañana, aún no sabés cómo le irá (ni podés saberlo, por mucho que puedas creer, suponer, conjeturar, imaginar, etc., que es lo único que podés hacer con algo futuro). Hay dos posibilidades: o le irá bien o le irá mal. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   X rindió su examen hoy a la mañana. Es el mediodía y todavía no sabés cómo le fue. Hay dos posibilidades: o aprobó o no aprobó. Deseás una de estas dos posibilidades, según quieras u odies a X.

   Ayer X estaba mal (porque no aprobó un examen, por ejemplo); como no volvieron a comunicarse, todavía no sabés si ahora está mejor, peor o igual. Deseás una de estas tres posibilidades, según quieras u odies a X.

   No sabés cómo le irá a X, cómo le fue o cómo está: no sabés cuál de las n posibilidades de cada caso se dará, se dio o se da. Ese no saber es un requisito del desear tal o cual posibilidad.
   Conclusión gramatical: tenemos subjuntivo de deseo porque tenemos subjuntivo de posibilidad.

2.

   X está en un micro a Mendoza y le agarra la duda de si apagó o no el ventilador al salir de su casa. Hay dos posibilidades: o lo apagó o no lo apagó. Temés una de esas dos posibilidades: temés que no lo haya apagado. La otra posibilidad la deseás (“Ojalá lo haya apagado”). Lo mismo teme y desea X, pero con infinitivos, en vez de verbos conjugados en subjuntivo.
   Además de significar algo, un verbo estructura una escena: requiere ciertos roles (semánticos) y funciones (sintácticas) y puede admitir otros y otras, que no necesita. La función más requerida es la de sujeto, que concuerda en persona y número con el verbo. Pero es un sistema o estructura de roles. Uno de esos es el rol sujeto, asumido por tal o cual "actor". L la conjugación verbal es diacrítica; por eso es necesaria en estos dos casos:
       1) cuando hay sólo 1 rol de sujeto y necesitamos distinguir al actor que lo asume del resto que no: “X –no A o B o C...– no apagó el ventilador”;
       2) cuando hay 2 roles sujeto imbricados y no los asume un mismo actor; esta diferencia se marca conjugando el segundo verbo en algún combo de persona y número distinto al combo del primero, y en Modo Subjuntivo, por ser una posibilidad, y en Pretérito Perfecto, por ser una posibilidad de algo pasado: “Temés [vos] que no haya apagado [X] el ventilador”.
   En cambio, si el rol de la función sujeto del primer verbo y el rol de sujeto la del segundo son asumidas por el mismo actor, no hay necesidad de diferenciarlo de nadie y en vez de conjugar el segundo verbo usamos su infinitivo (compuesto, en este caso): “X teme no haber apagado el ventilador” (y, si es coherente, desea haberlo apagado). X protagoniza tanto la repulsión o la atracción como aquello que las motiva.
   Así como los planetas y sus satélites no emiten luz propia, sino que reflejan la del sol, infinitivos (y también gerundios) no emiten información de quién y cuándo, sino que reflejan la del verbo conjugado del que dependen.

3.

   El temor está más cerca de la reacción; el deseo, de la iniciativa. El temor es conservador; firma por el empate. El deseo es expansivo, juega para ganar. No elegís qué temer, como elegís qué desear. Sin que lo quieras, vas a temer que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta amenazante y, por lo tanto, te repele. En cambio, sólo si querés vas a desear (o esperar o anhelar) que esté pasando, vaya a pasar o haya pasado algo que te resulta prometedor y, por lo tanto, te atrae.
   Más simple: se temen posibilidades desfavorables y se desean posibilidades favorables. Las evaluamos a favor o en contra según nuestros intereses y seguridad, y esas evaluaciones son la diferencia entre las posibilidades deseadas y las temidas.
   Quiere la coherencia que no temas lo mismo que deseás y que no desees lo mismo que temés. Vos, coherente y obediente, deseás –ponele– que X apruebe o haya aprobado el examen y/o temés que no; temés que X esté peor que ayer y/o deseás que esté mejor (que esté igual lo temés o lo deseás según con qué expectativas vengas); temés que X no haya apagado el ventilador y/o deseás que sí. La coherencia es esta coreografía de atracciones y repulsiones.

4.

   El saber da por realizada una posibilidad, y pasamos del subjuntivo al indicativo. Son los datos. Por ejemplo, te enterás que X no aprobó el examen, pero que está mejor que ayer, y que había apagado el ventilador. Esas ya no son posibilidades en tu menú de deseos o temores ni en el suyo.
   Las únicas que pueden seguir siéndolo son las futuras: no podés dar por realizado el examen de mañana. Por eso, además de no saber, no podés saber si a X le irá bien o le irá mal. No se trata de averiguar cómo se resolvió un duelo de posibilidades, sino de esperar que se resuelva. El tiempo dirá.
   Ante las posibilidades victoriosas (a.k.a. hechos), sólo te queda reaccionar a su realización: te entristece que X no haya aprobado, te alegra que esté mejor que ayer, te alivia que haya apagado el ventilador cuando salió de viaje. Parece que el hecho de que las posibilidades y todo lo que las tenga de insumo vayan siempre en subjuntivo no implica que todo lo que esté en subjuntivo sea una posibilidad o alguno de sus derivados.
   Pero implicado o no, puede estar muy cerca de ser así: ya están en subjuntivo el establecer posibilidades (“Puede que X no haya apagado el ventilador”), el temer las desfavorables (“Temés que no lo haya apagado”) y el desear las favorables (“Ojalá lo haya apagado”); pedidos y recomendaciones presuponen deseos (para uno mismo y para otros, respectivamente), que presuponen posibilidades.
   El hecho o dato ante el que reaccionás emocionalmente no es el único que puede estar en subjuntivo. También lo están el hecho desmentido (“Es falso / no es cierto / niego que X haya aprobado”) y el hecho descreído (“No creo que X haya aprobado, como decís”). Simétricamente, sus opuestos están en indicativo: el hecho afirmado (“X aprobó”) o reafirmado (“Es cierto que X aprobó") y el hecho creído (“Creo que X aprobó”).
   Y también va en subjuntivo otra reacción ante el hecho conocido o creído: la de fantasear uno diferente al que sabemos o creemos que causó, causa o causará un hecho que, por alguna razón, nos gustaría evitar o cambiar.
No podés desear ni temer lo que sabés que pasó, pasa o pasará. Lo curioso es que tanto estos hechos como aquellas posibilidades van con el verbo en Modo Subjuntivo, que bien podría llamarse el Modo Interacción (frente al Modo Observación, más conocido como Modo Indicativo). Y la reacción emocional es una interacción: no querés comunicar el hecho de que X no aprobó, sino tu reacción ante ese hecho, que entonces se cubre de Subjuntivo.
   El anti-hecho (o contrafáctico) que juega de causa fantaseada se conjuga en Modo Subjuntivo (en Pretérito Imperfecto, si la causa es presente o futura; en Pretérito Pluscuamperfecto, si es pasada); el anti-hecho que juega de consecuencia fantaseada suele ir en Modo Indicativo (en Condicional Simple, si la consecuencia es presente o futura; en Condicional Compuesto, si es pasada). Ejemplos:
   “Si X estudiara más para mañana, aprobaría el examen” (las creencias o certidumbres que se invierten fantaseando: no estudiará más no aprobará);
   “Si X hubiera estudiado más, habría aprobado y ahora no te preguntarías cómo está” (los hechos o certezas que se invierten fantaseando: no estudió más no aprobó y te preguntás cómo está).


Entusiasmos XIV 007 (2.2.0)



23/8/22, madrugada: agregué un párrafo en la sección 3, luego del último tuit (TOC); hice otra división (la 3.2), donde agregué la distinción de muerte simbólica y biológica.


1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista. La atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros; en el placer de hacer, no en el orgullo por o la satisfacción con lo hecho.
   Pero que el nombre del coso no ponga en foco lo hecho no significa que no exista. Y si hay una jerarquía o preferencia, ni siquiera están lejos: lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y con mucho por hacer (es más postergable que escribir).

3.

   La cita defectuosa sobre el rastro de razón y sinrazón es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia (superó varias extinciones masivas de gustos, una por metamorfosis).*


   Por trabajo, este año volví a analizar esa poesía. Lo que pensé en junio (repensado ahora) y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).

   Las dos últimas letras de “TOC” remiten a un volver a hacer, a una repetición; la obsesión te da el Norte, la compulsión te propulsa, y ahí vas de nuevo. Si fuera visible, la estela de ese movimiento se parecería al giro que tiene la etimología de trastorno, que te deja del otro lado de lo “normal” (el gran botín de la lucha por el sentido común). Vuelvo de esta digresión.
   Volveremos en breve a esa pareja de ternas (la de facetas del sentido y la de sus respectivos rivales). Antes, vuelvo Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

3.1

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita que no dice nada en lugar de una obra lograda y legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.2

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura. ¿Dónde están los personajes del drama? ¿Cómo son modal y temporalmente los dos efectos y el evento donde están los personajes?
   ¿Dónde están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido común que respetan, aun si lo trascienden, y su pérdida); la razón y la sinrazón se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En la futura disolución del poeta y de su rastro están la muerte biológica y la simbólica: la del cuerpo, que dormirá «en el discurso de sus destrucciones», y la de la obra, que es el olvido. Juntas o separadas, afectan la faceta existencial del sentido (o sea, el sentido de la vida).
   En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que afecta al sentido como significación (la mancha no es un signo y sin pareidolia no hay una estrella en esa página; el azar es ausencia de obra).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (citado por Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder, como le pasará con su vida primero y con su obra después.
   La preferencia por esa mancha habla de una impreferencia por todo: es un "nada importa". Y entonces –infiere herido de mortalidad el poeta– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos eres, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.

Entusiasmos XIV 006 (2.1.0)



22/8/22, madrugada. Los cambios más importantes los hice en la actual sección 3 (ex 2): en el final del primer párrafo agregué un asterisco y 4 capturas de tuits en ese bloque oculto; y otra captura de 1 tuit luego del segundo párrafo.


1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista. La atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros; en el placer de hacer, no en el orgullo por o la satisfacción con lo hecho. (Lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y muy inconclusa, con mucho trabajo pendiente.)
   Pero que el nombre del coso no ponga en foco lo hecho no significa que no exista. Y si hay una jerarquía o preferencia, ni siquiera están lejos: lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y con mucho por hacer (es más postergable que escribir).

3.

   La cita defectuosa sobre el rastro de razón y sinrazón es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia (superó varias extinciones masivas de gustos, una por metamorfosis).*


   Por trabajo, este año volví a analizar esa poesía. Lo que pensé en junio (repensado ahora) y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).

   Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita que no dice nada en lugar de una obra lograda y legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.1

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura.
   ¿Dónde están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido hermenéutico común que respetan, aun si lo trascienden, y su pérdida); la razón y la sinrazón, que se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En la futura disolución del poeta y de su rastro está la muerte, que afecta la faceta existencial del sentido (el sentido de la vida). En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que afecta al sentido como significación (la mancha no es un signo y sin pareidolia no hay una estrella en esa página; el azar es no chamuya (es ausencia de obra).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (según Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder, como le pasará con su vida primero y con su obra después.
   La preferencia por esa mancha es un "nada importa", una falta de sentido (existencial) porque nada ni nadie importa tanto como para ser inmortal. Y entonces –infiere herido de mortalidad– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.