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jueves, 22 de septiembre de 2022

Entusiasmos XIV 007 (2.2.0)



23/8/22, madrugada: agregué un párrafo en la sección 3, luego del último tuit (TOC); hice otra división (la 3.2), donde agregué la distinción de muerte simbólica y biológica.


1.

   Recapitulemos. 14 años atrás titulaba Zambullidas a este work in progress (hasta la Chacarita, si antes no pierdo las ganas y/o la cordura). Zambullirse es el primer tercio de lo que hace la rana kafkiana cuando metaforiza un ataque de entusiasmo que, por ser del hombre-ciénaga infinita, produce una pequeña turbulencia (segundo tercio) y desaparece (tercero).
   Desaparece la rana bajo el agua, pero poco después también la turbulencia que produjo, por pequeña. Y como esto ocurre «a veces», hay dos brevedades de baja frecuencia: la del ataque de entusiasmo y la del rastro que deja. Es como si cada tanto y por poco tiempo te apasionara escribir en el agua con el dedo.
   Una de esas brevedades es dos veces buena; la otra, puede que ni media vez. Puede ser malo lo que hacés con tanto entusiasmo y felicidad. Pero Kafka no necesita que lo ayuden a empequeñecer importancias personales. Si la ciénaga infinita es la medida de todas las cosas, por bueno que sea ese rastro y por mucho que dure, a esa escala dura más o menos como una zambullida de rana. Pero quién te quita lo atacado.
   Así las cosas, lo mejor que te puede pasar es tener una frecuencia alta de ataques entusiastas (y mejor si en vez de ataques es un estado permanente, de ser posible). Cuanto más alto sea el número de ese «a veces», mayor es la ilusión de ser menos infinita la ciénaga y menos ciénaga «el hombre».
   Habrá que ver qué es suficiente para cada quien, pero las cuentas que hago me dan esto: 447 zambullidas en 14 años son 31,9285714285714 al año, que son 2,66071428571428 por mes y 447÷5113 = 0,08742421279092 por día. Messirve.

2.

   Debajo del título, en la descripción y en plural, hay un nombre de género discursivo, pero también la respuesta a qué están metaforizando acá las zambullidas que en el epígrafe metaforizan ataques de entusiasmo: e n s a y o s .
   Hay mira desviada, porque en rigor los ensayos no son los entusiasmos, sino lo que dejan sus ataques. Y entusiasmo es lo que tengo al escribirlos, con la felicidad inmersiva de estar en obra. Este coso virtual va «guardando el rastro de mi razón y de mi sinrazón», pero no se llama Pequeñas turbulencias, sino Zambullidas: nombra la acción, no nombra el rastro que deja. Sincero o no, el gesto es hedonista. La atención está puesta en el presente de la experiencia, no en un pasado de logros; en el placer de hacer, no en el orgullo por o la satisfacción con lo hecho.
   Pero que el nombre del coso no ponga en foco lo hecho no significa que no exista. Y si hay una jerarquía o preferencia, ni siquiera están lejos: lo que no nombra el título del proyecto entero lo nombra el título de su biblioteca, una curaduría que tengo casi pausada y con mucho por hacer (es más postergable que escribir).

3.

   La cita defectuosa sobre el rastro de razón y sinrazón es de una poesía de Pablo Neruda que me acompaña desde la adolescencia (superó varias extinciones masivas de gustos, una por metamorfosis).*


   Por trabajo, este año volví a analizar esa poesía. Lo que pensé en junio (repensado ahora) y no había pensado 8 años atrás, cuando escribí “Una larga cicatriz”, es lo que quiero poner en este ensayo aniversario, porque viene al caso: en el poema “El golpe” hay tres facetas del sentido (significación, interpretación y razón del hacer) y están sus tres rivales permanentes, uno por cada faceta (el azar, la locura y la muerte, respectivamente).

   Las dos últimas letras de “TOC” remiten a un volver a hacer, a una repetición; la obsesión te da el Norte, la compulsión te propulsa, y ahí vas de nuevo. Si fuera visible, la estela de ese movimiento se parecería al giro que tiene la etimología de trastorno, que te deja del otro lado de lo “normal” (el gran botín de la lucha por el sentido común). Vuelvo de esta digresión.
   Volveremos en breve a esa pareja de ternas (la de facetas del sentido y la de sus respectivos rivales). Antes, vuelvo Vuelvo entonces a transcribir el poema XLVI de Las manos del día (Buenos Aires, Losada, 1968):

    Tinta que me entretienes
    gota a gota
    y vas guardando el rastro
    de mi razón y de mi sinrazón
    como una larga cicatriz que apenas
    se verá, cuando el cuerpo esté dormido
    en el discurso de sus destrucciones.

    Tal vez mejor hubiera
    volcado en una copa
    toda tu esencia, y haberla arrojado
    en una sola página, manchándola
    con una sola estrella verde
    y que sólo esa mancha
    hubiera sido todo
    lo que escribí a lo largo de mi vida,
    sin alfabetos ni interpretaciones:
    un solo golpe oscuro
    sin palabras.

3.1

   En vez de una rana que se zambulle en un punto no determinado de la ciénaga infinita, vemos un humano que arroja una copa de tinta verde contra una página, produce una mancha, y calla. Y en vez de verlo entusiasmado escribiendo, lo vemos entretenerse gota a gota, prever que habrá sido al pedo, y preferir no haber escrito nada.
   La alta intensidad breve de un ataque de entusiasmo la tiene Neruda en un fantaseado arrebato de nihilismo verbal. Lo suyo no es una zambullida cada tanto, llena de alfabetos e interpretaciones; lo suyo es «un solo golpe oscuro / sin palabras» (si hablamos de la acción), «una sola estrella verde» (si hablamos del rastro que deja).
   El desencadenante de este signicidio parece ser el hecho de que el rastro de «todo lo que escribí a lo largo de mi vida» es «como una larga cicatriz que apenas / se verá cuando» haya muerto. Suena un lamento: el lungo esfuerzo apenas alcanza para una ínfima visibilidad póstuma. Lo infinito de la ciénaga hace a la turbulencia más pequeña de lo que ya es por la pequeñez de la rana; lo «larga» que es la cicatriz no sirve para evitar lo «apenas» que se verá en el cuerpo que se pudre.
   Si ese rastro palabrero tenderá a perderse, tal vez mejor (hubiera sido) reducir su duración y aumentar su intensidad, sin la menor elaboración artesanal: un golpe en lugar de un goteo, una mancha fortuita que no dice nada en lugar de una obra lograda y legible. Antes de que «el cuerpo esté dormido en el discurso de sus destrucciones», Neruda imagina haber realizado de una la destrucción del discurso (este enroque es la jugada que hay de la 1ª a la 2ª estrofa). Aprovecha que no lo hizo para escribir que «tal vez mejor» hubiera sido hacerlo.

3.2

   Lo que debería haber sido («un solo golpe» como acción) y lo que debería ser («una sola estrella verde» como resultado) no fue ni es: viene siendo un goteo que entretiene y un rastro que va guardando. Pero en esa fantasía contrafáctica (valga la redundancia), el Azar es convocado por el miedo a la Muerte y vence al Sentido: el golpe instantáneo y la mancha acotada desplazan al goteo persistente y la larga cicatriz; una página enchastrada desplaza a una literatura. ¿Dónde están los personajes del drama? ¿Cómo son modal y temporalmente los dos efectos y el evento donde están los personajes?
   ¿Dónde están los personajes del drama? En el largo rastro real y actual están la razón y la sinrazón (las «interpretaciones»: el sentido común que respetan, aun si lo trascienden, y su pérdida); la razón y la sinrazón se hacen por igual con palabras (los «alfabetos»: el sentido como significación, código en que están las interpretaciones).
   En la futura disolución del poeta y de su rastro están la muerte biológica y la simbólica: la del cuerpo, que dormirá «en el discurso de sus destrucciones», y la de la obra, que es el olvido. Juntas o separadas, afectan la faceta existencial del sentido (o sea, el sentido de la vida).
   En la mancha irreal y pasada (tiraron la página) o actual (no la han tirado), causada por un golpe irreal y pasado, está el azar, que afecta al sentido como significación (la mancha no es un signo y sin pareidolia no hay una estrella en esa página; el azar es ausencia de obra).
   La fantasía en la que manchar una hoja es mejor que escribir una obra es síntoma de un malestar por lo que se experimenta o mataboliza como el sinsentido de la muerte seguida de olvido, como lo describe con ajenidad 6 años después Neruda el memorialista (citado por Moro Simpson el ensayista). Le duele algo que no tiene, pero no porque lo perdió, como en el dolor fantasma de un brazo amputado, sino porque lo va a perder, como le pasará con su vida primero y con su obra después.
   La preferencia por esa mancha habla de una impreferencia por todo: es un "nada importa". Y entonces –infiere herido de mortalidad el poeta– mejor hacer algo breve e intenso, renunciar a la pretensión de sentido y dejar una mancha random, más o menos parecida a una estrella, a la sazón verde porque así sos eres, querida tinta.
   Bien que si dependiera de apretar un botón mágico, el fantaseador no lo apretaría. No es la expresión de un deseo que quiera cumplir; insisto: es la expresión de un síntoma. Dime qué fantaseas y te diré qué te duele.

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