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sábado, 14 de octubre de 2023

Mensajeros 001 (1.0.0)



Ayer 13/10 agregué algunas cosas al ensayo publicado anteayer, que se compone de un desprendimiento de “Entusiasmos XV (El planeta de los deseos)” y unas extracciones de “Ante las interpretaciones”. Antes el ensayo decía esto:



1.



After Hours (1985), de Martin Scorsese.

   El relato de Kafka “Ante la ley” y el debate que le sigue están en el penúltimo capítulo de la novela El proceso (Buenos Aires, Colihue, 2005; traducción de Miguel Vedda). En la nota 63, página 231, Vedda escribe que la palabra alemana Türhüter «designa al encargado de vigilar una puerta». Es la función que cumple Mott, el patovica del club Berlín, en la película kafkiana After Hours, donde se recrea parte del diálogo entre el guardián y el hombre de campo.
Disclaimer. El párrafo que sigue proviene, con pocos retoques, de la sección 1 de “Ante las interpretaciones”. El párrafo anterior también viene de esa sección, precedida por ese epígrafe de Scorsese, pero con más retoques y entresacando a Mott de una trama con otros porteros.

   El ingreso al Berlín que consigue Paul no cuenta: termina saliendo con más ganas de las que tuvo para entrar y sin haber cumplido el objetivo de entregar su mensaje. Le pasa lo que le pasará al mensajero de “Un mensaje imperial”, pero sin sus inmensidades ni muchedumbres inatravesables: a Paul, que se abre paso a través de la multitud punk hasta que lo recapturan, lo frustra la combinación –también kafkiana– de una distancia corta y un volumen alto.
   En la escena se sincretizan los dos relatos de Kafka: en lugar de un hombre de campo pidiendo pasar, hay un mensajero; en lugar de una densa vastedad impidiéndolo, hay un guardián. Scorsese supo emular sin imitar, homenajear sin copiar.

2.

   Kafka sube la apuesta de gajes del oficio en su relato “Mensajeros” (en Parábolas y paradojas, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1979, página 81; traducción de Gustavo A. Baum):
«Se les dio a elegir: podían convertirse en reyes o en los mensajeros de los reyes. Niños, eligieron como niños: todos quisieron ser mensajeros. Por consiguiente, sólo existen mensajeros que corren por el mundo, gritándose uno a otro, puesto que no existen reyes, mensajes que carecen de sentido. Estos mensajeros querrían poner fin a esta existencia miserable, pero no se atreven a hacerlo a causa de sus juramentos profesionales.»
   Parece uno de esos juegos infantiles de acordar las líneas gruesas de una aventura y los roles de cada quien:
~¿Dale que yo era un mensajero del rey y vos eras un rey?
–No, los reyes no hacen nada. Solamente tienen que esperar el mensaje. Es más divertido ser mensajero y correr por todos lados y gritar.
--Yo también quiero ser mensajero.
—¡Mensajero, canté!
   Es como si en un poliladron todos pudieran elegir y eligieran ser ladrones, o todos policías. Si no perseguís a nadie ni hay nadie que te persiga, no hay persecución y el juego pierde sentido.
   En “Mensajeros”, la responsabilidad del cargo sobrevive al sentido del servicio, que muere cuando se cumple que para bailar un tango se necesitan dos. Los mensajeros que «querrían poner fin a esta existencia miserable, pero no se atreven a hacerlo a causa de sus juramentos profesionales», serán como el esqueleto en el armario del que se quedó jugando a las escondidas cuando ya nadie lo buscaba.
   La elección que hicieron todos (mensajero) los dejó sin sentido del juego (sin reyes meta); el deber los hace jugar aunque no tenga sentido.

3.

   Hasta al guardián de “Ante la ley” le fue mejor; al menos pudo retirarse cuando su servicio perdió sentido, una vez muerto el destinatario de la puerta que custodiaba.
   Por su parte, el mensajero imperial tiene una misión exorbitante, imposible en la práctica, pero conceptualmente consistente, no absurda. De hecho, es una misión aún en curso, por vanas que sepamos la tentativa inquebrantable del mejor mensajero y la espera tenaz del destinatario, «el más miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía».
   Un destinatario muere y el otro morirá, ambos esperando: uno un permiso, el otro un mensaje, ambos un contacto con un poder en la mayor de las asimetrías: uno, un acceso a la Ley (Mahoma quiere y no logra ir a la montaña); el otro, una entrega del emperador (la montaña quiere y no logra ir a Mahoma).




Ahora el ensayo dice así:





1.



After Hours (1985), de Martin Scorsese.

   El relato de Kafka “Ante la ley” y el debate que le sigue están en el penúltimo capítulo de la novela El proceso (Buenos Aires, Colihue, 2005; traducción de Miguel Vedda). En la nota 63, página 231, Vedda escribe que la palabra alemana Türhüter «designa al encargado de vigilar una puerta». Es la función que cumple Mott, el patovica del club Berlín, en la película kafkiana After Hours, donde se recrea parte del diálogo entre el guardián y el hombre de campo.

Disclaimer

   El párrafo que sigue proviene, con pocos retoques, de la sección 1 de “Ante las interpretaciones”. El párrafo anterior también viene de esa sección, precedida por ese epígrafe de Scorsese, pero con más retoques y destilando a Mott de una trama de puerteros (los otros son el guardián reversionado de “Ante la ley” y el Lacayo Rana de Alicia en el país de las maravillas).
   ¿Por qué la destilación? Porque ya desde el título, el interés de este ensayo por la escena de After hours no está puesto en Mott ni en su oficio, sino en Paul como mensajero, en trama con otros mensajeros de dos relatos más de Kafka (de uno ya escribí otras veces, empezando por “La tragedia kafkiana”; del otro será la primera vez que escriba).

   El ingreso al Berlín que consigue Paul no cuenta: termina saliendo con más ganas de las que tuvo para entrar y sin haber cumplido el objetivo de entregar su mensaje. Le pasa lo que le pasará al mensajero de “Un mensaje imperial”, pero sin sus inmensidades ni muchedumbres inatravesables: a Paul, que se abre paso a través de la multitud punk hasta que lo recapturan, lo frustra la combinación –también kafkiana– de una distancia corta y un volumen alto.
   En la escena se sincretizan los dos relatos de Kafka: en lugar de un hombre de campo pidiendo pasar, hay un mensajero; en lugar de una densa vastedad impidiéndolo, hay un guardián. Scorsese supo emular sin imitar, homenajear sin copiar.

2.

   Pasemos de ilusos a ilusorios. Kafka sube la apuesta de gajes del oficio postal en su relato “Mensajeros” (en Parábolas y paradojas, Editorial Fraterna, Buenos Aires, 1979, página 81; traducción de Gustavo A. Baum):
«Se les dio a elegir: podían convertirse en reyes o en los mensajeros de los reyes. Niños, eligieron como niños: todos quisieron ser mensajeros. Por consiguiente, sólo existen mensajeros que corren por el mundo, gritándose uno a otro, puesto que no existen reyes, mensajes que carecen de sentido. Estos mensajeros querrían poner fin a esta existencia miserable, pero no se atreven a hacerlo a causa de sus juramentos profesionales.»
   Parece uno de esos juegos infantiles de acordar las líneas gruesas de una aventura y los roles de cada quien:
~¿Dale que yo era un mensajero del rey y vos eras un rey?
–No, los reyes no hacen nada. Solamente tienen que esperar el mensaje. Es más divertido ser mensajero y correr por todos lados y gritar.
--Yo también quiero ser mensajero.
—¡MENSAJERO, CANTÉ!
   Es como si en un poliladron todos pudieran elegir y eligieran ser ladrones, o todos policías. Si no perseguís a nadie ni hay nadie que te persiga, no hay persecución y el juego pierde sentido.
   En “Mensajeros”, la responsabilidad del cargo sobrevive al sentido del servicio, que muere cuando se cumple que para bailar un tango se necesitan dos. Los mensajeros que «querrían poner fin a esta existencia miserable, pero no se atreven a hacerlo a causa de sus juramentos profesionales», serán como el esqueleto en el armario del que se quedó jugando a las escondidas cuando ya nadie lo buscaba.
   Al menos murió esperanzado; engañado, pero esperanzado; los mensajeros reales sin reyes no se engañan respecto de su situación y no tienen esperanza de salir si incumplir un deber nunca es una opción.
   Permaneciendo en su escondite y en silencio, el jugador inclaudicable está tan solo como los mensajeros que cambian todo el tiempo de ubicación, que “corren por el mundo, gritándose uno a otro, puesto que no existen reyes, mensajes que carecen de sentido”, movidos por un deber incumplible e irrenunciable.
   La soledad ambulante de los mensajeros me recuerda la del viajero que canta Cerati:
   ♪♫ Nadie me vio partir,
   lo śe, nadie me espera.
♫♪
   Así aislados, puede haber al menos dos maneras de interpretar esos dos heptasílabos.
    Interpretación de 1 extremo (o de la vuelta): si “nadie me espera” acá, en el origen del viaje, es porque “nadie me vio partir”; si no saben que me fui, mal pueden esperarme.
    Interpretación de 2 extremos (o de la ida): si “nadie me espera” allá, en el destino del viaje, mi arribo será tan solitario y anónimo como fue mi partida.
   La elección de mensajero real que hicieron todos los dejó sin sentido del juego, a falta de destinatarios reales. Si aun así el deber los hace jugar, la estrategia es rígida: no tiene la flexibilidad de apagarse cuando sus jugadas carecen de sentido (como no la tuvo el escondido para dar por terminado el juego ni la patrulla perdida para dar por terminada la guerra).
   Moraleja: no gastes al pedo la energía de un deber: no se la apliques a un imposible, como el de hacerle llegar un mensaje a quien no existe (que es estar ausente de todos los sitios, incluyendo aquellos donde pueda buscar un mensajero).

3.

   Hasta al guardián de “Ante la ley” le fue mejor; al menos pudo retirarse cuando su servicio perdió sentido, una vez muerto el destinatario de la puerta que custodiaba.
   Por su parte, el mensajero imperial tiene una misión exorbitante, imposible en la práctica, pero conceptualmente consistente, no absurda. De hecho, es una misión aún en curso, por vanas que sepamos la tentativa inquebrantable del mejor mensajero y la espera tenaz del destinatario, «el más miserable de sus súbditos, la sombra que ha huido a la más distante lejanía».
   Un destinatario muere y el otro morirá, ambos esperando: uno un permiso, el otro un mensaje, ambos un contacto con un poder en la mayor de las asimetrías: uno, un acceso a la Ley (Mahoma quiere y no logra ir a la montaña); el otro, una entrega del emperador (la montaña quiere y no logra ir a Mahoma).