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miércoles, 22 de agosto de 2012

Entusiasmos III 002 (1.0.0)


Registro unos cambios que hice en el ensayo durante las primeras horas del 16-8-2012. En la versión anterior, la sección 2 terminaba, después de la cita que de Avenarius hace Shklovski, con esta continuación:
Cualquier administración de energías limitadas es una variante de la proporción mucho y breve. Si fueran ilimitadas, podrían abastecer la prolongación, incluso indefinida, de esa intensidad. No siéndolo, son usadas en la dirección contraria: se las regula, ahorra, negocia, regatea, mientras se acorta su duración cuanto más alto sea su gasto. La estrategia es reemplazar una prolongación costosa por una recurrencia de intensidades tan altas como breves, que a un buen ritmo da una buena ilusión cinética, la de una continuidad necesitada.
Necesitamos de esa ilusión porque en nuestra noción de identidad lo que hay es una unidad –si lo sabe, la de un yo– que se prolonga, que dura lo más que puede. (Una identidad instantánea es una contradicción en los términos. Algo, siquiera mínimo, debe prolongarse; cuánto, varía según cómo administre esa alma las energías limitadas de que dispone).

Desde la madrugada del 16, la sección 2 termina con la cita de Shklovski-Avenarius y a continuación creé la sección “1.1 ...y la opción vital que sus llamas metaforizan” (por lo que la sección 1 pasó de llamarse “Una introductoria caña coligüe y la opción vital que sus llamas [antes, 'llamaradas'] metaforizan” a llamarse “Un introductoria caña coligüe...”). La nueva subsección incluye aquellos dos párrafos anteriores, con modificaciones leves, y dos más, recuperados (con cambios) del documento de texto donde trabajé el ensayo. Completa, quedó así:
1.1 ...y la opción vital que sus llamas metaforizan

Cualquier administración de energías limitadas es una variante de la proporción mucho y breve. Si fueran ilimitadas, podrían abastecer la prolongación, incluso indefinida, de esa intensidad. No siéndolo, son usadas en la dirección contraria: se las regula, ahorra, negocia, regatea, mientras se acorta su duración cuanto más alto sea su gasto. La estrategia para simular la combinación de estas virtudes mutuamente excluyentes es reemplazar una prolongación costosa por una recurrencia de intensidades tan altas como breves, que a un buen ritmo da una buena ilusión cinética, la de una continuidad necesitada.
Necesitamos de esa ilusión porque en nuestra noción de identidad lo que hay es una unidad –si lo sabe, la de un yo– que se prolonga, que dura lo más que puede. (Una identidad instantánea es una contradicción en los términos; algo, siquiera mínimo, debe prolongarse: cuánto, varía según cómo administre esa alma las energías limitadas de que dispone.)

Las experiencias tienen la limitación que impone ese acortamiento de la existencia asociado al incremento de su intensidad. En una vida al límite rige la preferencia por consumirse rápido brillando mucho, a lo caña coligüe pero mejor conocido como “reviente”. Para fines aleccionadores y disciplinarios, ese consumirse rápido es presentado como un castigo al derroche (el de un desenfreno, el de un exceso descontrolado que desordena y pone en peligro al desmesurado).
Redundo: ahí es donde perturba la preferencia y opción por renunciar a una porción razonable de duración a cambio de una dosis casi enloquecedora de satisfacción, demasiada para metabolizarla a tiempo, como en una suerte de atracón emocional (similar al que lanza marineros al encuentro de las sirenas que se hacen oír).


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