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domingo, 4 de agosto de 2013

Naturalezas 002 (2.0.0)


Entre la tarde y la noche de ayer y la mañana de hoy hice muchos cambios y agregados en el ensayo. El más importante creo que es el agregado en un bloque oculto (asterisco con que termina el ensayo) de la sección 4.2, que repasa las justificaciones existenciales de la narrativa de Borges. Hasta ayer el último párrafo de "Naturalezas" decía esto:
Bill rescata de ese desvío antinatural a Beatrix, a la vez que oficia de víctima propiciatoria de su reencarrilamiento definitivo y liberador: con su aprendido “toque de la muerte”, Beatrix cumple a la vez con el mandato de su naturaleza, con el mandato de su razón de venganza, y con el mandato del título de la película. “Serás lo que debas ser o no serás nada”, se le atribuye a San Martín.
Ahora dice esto:
Bill rescata de ese desvío antinatural a Beatrix, a la vez que oficia de víctima propiciatoria de su reencarrilamiento definitivo y liberador: con su aprendido “toque de la muerte”, Beatrix cumple a la vez con el mandato de su naturaleza, con el mandato de su razón de venganza, y con el mandato del título de la película.
“Serás lo que debas ser o no serás nada”, se le atribuye a José de San Martín. Otro acceso a la nada se consuma cumpliendo la naturaleza/destino (el destino inscripto en la naturaleza), como le sucede a ese otro vengador satisfecho que es el negro especular del cuento “El fin”, de Jorge Luis Borges:
Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.
Ni antes, cuando hay potencialidad o futuro, ni después, cuando hay recuerdo o pasado: sólo se es durante el acto que realiza ese deber ser, que es la bisagra entre dos nadas, el momento que justifica (y tal vez colma) toda una vida. Lo alcanzaron –matando– el negro y Mamba Negra, lo que en esa matriz fabulesca alcanza y sobra para hacer narrables sus vidas, que ahí encuentran su sentido.*
4.2

Si el negro encuentra su razón de ser –su sentido (o destino) de vida– matando a Martín Fierro, el sargento Cruz encuentra el suyo cuando pasa a defenderlo; leemos en “Biografía de Isidoro Tadeo Cruz (1829-1874)”:
En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.
Otros actos epifánicos son menos cruentos. En “Las ruinas circulares”, por caso, luego de que el mago ha introducido en la realidad a su hijo soñado, leemos: «El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis». También es un acto de creación, aunque literaria, lo que en “El milagro secreto” justifica la vida de Jaromir Hladík en un instante perpendicular que al año se entronca de nuevo con la historia de su fusilamiento; luego de resumir la obra inconclusa, el narrador dice:
En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo.
La justificación de Hladík es tan privada y secreta como el milagro que la hace posible: «No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía». En “La busca de Averroes”, la elaboración de una trama deja su lugar a la elaboración de argumentos y la justificación recupera su afán póstumo y público: el médico árabe trabajaba en una «obra monumental que lo justificaría ante las gentes: el comentario de Aristóteles».
Fácilmente se pasa de ser uno justificable como autor de una obra a tener uno, en calidad de personaje, su justificación escrita en un libro (metáfora y modelo de un universo o un destino personal planeados). En “La Biblioteca de Babel” existen «las Vindicaciones: libros... que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo», aunque «la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero».
De todas estas justificaciones existenciales se puede decir algo similar a lo que, en “Deutsches Requiem”, dice Otto Dietrich zur Linde del «pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas», atribuído a Schopenhauer: «esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad».

En la parte 4, el párrafo siguiente a la fábula transcripta era este:
Aunque se dice que “acepta el trato” (si es que sólo eso puede significar “accepts the deal”), la rana más bien acepta hacer un favor, sin que la decida otra cosa que la “lógica” de un razonamiento. Por el contrario, el águila salmantina acepta prestarle el poder natural de sus alas a la rastrera y quejosa tortuga...
Ahora es este:
Un escorpión mafioso amenazaría a la rana con picarla si no lo lleva, y la rana lo llevaría sólo a cambio de conservar la vida. El de la fábula no amenaza: sólo promete no picarla si la lleva (que no es lo mismo que “prometer” no picarla sólo si la lleva). Y más que prometerlo lo demuestra tan lógico como elegir vivir en vez de morir. Con ese interés en juego, la rana no necesita confiar en la palabra del escorpión; le alcanza con confiar en su pulsión (o instinto) de vida.
Por su parte, ella no acuerda obtener nada a cambio del cruce, amén de no perder la vida; no hay intercambio en ese acuerdo, al menos directo (indirecto puede ser cualquier fortalecimiento cooperativo a futuro, con el implícito de Favor con favor se paga). En lugar de un servicio recompensado, la rana acepta hacer un favor, sin que la decida otra cosa que la “lógica” de un razonamiento.
Por el contrario, el águila salmantina acepta prestarle el poder natural de sus alas a la rastrera y quejosa tortuga...
También agregué la que ahora es la última frase de la sección:
Moraleja: imposible salir airoso/a de un duelo con la propia naturaleza, si se ha tenido el desatino de retarla.
El último párrafo de la sección 2.2 varió un poco. Antes decía esto:
Así, la naturaleza tiene una fuerza superior a la de la lógica de una conveniencia, incluso la que nos permite sobrevivir. Lo digo de nuevo: la naturaleza, si es necesario, puede ser ilógica, aun si le cuesta a su portador la identidad que la soporta. La naturaleza de la fábula del escorpión y la rana tiene de fuerte lo que no tiene de sabia, o sea, es arbitrariamente autoritaria: tiránica.
Ahora dice esto:
Así, en esta fábula la caricatura de la naturaleza tiene una fuerza superior a la de la lógica de una conveniencia, incluso la que nos permite sobrevivir. Lo digo de nuevo: la naturaleza, si es necesario, puede ser ilógica, aun si le cuesta a su portador la identidad que la soporta. Esta naturaleza hiperbolizada, llevada al absurdo, tiene de fuerte lo que no tiene de sabia, o sea, es arbitrariamente autoritaria: tiránica.
El segundo agregado en importancia lo hice en la sección 2.1, a la que le agregué la foto de epígrafe que tiene y varios párrafos relacionados. Antes terminaba con este tercer párrafo:
Se supone que el gran peligro del renegado es no estar en armonía con la naturaleza que le tocó en suerte, porque entonces vive una discordante vida falsa, la de su alter ego fabricado para encajar en la sociedad.
Ahora dice así:
Se supone que el gran peligro del renegado es no estar en armonía con la naturaleza que le tocó en suerte, porque entonces vive una discordante vida falsa, la de su alter ego fabricado para encajar en la sociedad. Pero también porque la naturaleza es garante de (la confianza en) un orden, sobre el que debe encajar el social. Y es el orden natural lo que afectan el renegado, el transgresor o el cuestionador, al sustituir por un mecanismo negador, infractor o plebiscitario el neutral imperio de la ley natural, establecida desde siempre y para siempre.
Es cierto que el orden natural no se plebiscita, en el sentido de que si lo hace deja de ser natural. A esa desnaturalización del argumento repelente que se lanza en el debate apunta la conversión del se por el , que queda discutiendo al lado del no. Radicalizada la crítica, no hay orden natural que no sea un orden naturalizado, que no se genere gracias a una transferencia por la fuerza de los atributos inmutables de lo natural hacia un orden convencional, así defendido por quienes tienen interés, deseos y voluntad de conservarlo (y con el aporte de quienes asumen, por aspiración o bovarismo, ese interés, esos deseos, esa voluntad de evitar un cambio).
En otras estrategias, con mayor fuerza de imposición, la cláusula de inalterabilidad se incluye en la misma norma, que adquiere así la rigidez deseada. En el documental ¿Quién dijo miedo? Honduras de un golpe (Katia Lara, 2010), se aclara a qué aluden quienes ahí hablan de artículos pétreos: “expresión popular hondureña para referirse a los artículos de la Constitución nacional que prohíben su reforma”. Una producción cultural, una obra de la inteligencia, la voluntad y el deseo, no puede dejar de sonar absurda o arbitraria cuando pretende emular la irreversibilidad que se le atribuye a la naturaleza (y que, en rigor, sólo es estrictamente indiscutible para el atributo de ser mortal; los otros, manipulando los plazos, pueden ser negociables).
Otro cambio, menor, hice en el primer párrafo de la sección 2.1. Antes era así:
¿Qué es la “naturaleza” en estas escenas? Es la fuerza de origen que tiene una identidad, y para ambos oradores es invencible e inalterable (que son los atributos deterministas de un destino). Y es una fuerza que siempre está al servicio de una argumentación, ya sea para persuadir o para disuadir.
Ahora es así:
¿Qué es la “naturaleza” en estas escenas? Es la fuerza de origen que tiene una identidad, y para ambos oradores es invencible e inalterable: los mismos atributos deterministas que, en la otra punta de un sentido de la vida, tiene un destino. Y es una fuerza que siempre está al servicio de una argumentación, ya sea para persuadir o para disuadir.

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