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miércoles, 21 de junio de 2017

Orientaciones 001 (1.0.0)


Hice dos cambios importantes en el ensayo, ambos supresiones (que en realidad son reubicaciones de lo suprimido en otros ensayos, uno recién publicado y otro pendiente). Empiezo por lo que fue a parar al ensayo recién publicado, "Laberintos borgeanos". Hasta recién, la parte "3. Extravíos" se veía así:


3. Extravíos

Hasta acá vimos condiciones de funcionamiento y casos disfuncionales de los signos de orientación (puntos de referencia); es el turno de hacer foco en su uso. Un usuario en problemas con signos de esos es algún tipo de extraviado.
La nada que juega de destino de un link roto puede jugar también de ámbito sin referencias. El horror al vacío es el horror a no tener ningún punto de referencia, ni siquiera uno con el que engañarse. En una multitud confusa (como en un laberinto de espejos o en un bosque cerrado) uno se pierde porque no puede saber cuál de los muchos puntos de referencia candidateados –y parecidos entre sí: confundibles– es el verdadero. En un vacío, no hay candidatos a ser puntos de referencia; no hay ni puede haber referencias.

Es la misma diferencia que hay en “Los dos reyes y los dos laberintos”, relato de Borges, entre el elaborado laberinto de Babilonia (obra de «arquitectos y magos») y el (anti)laberinto del rey árabe, el natural desierto (pero de a pie y a tres días de cabalgata, con el rey de Babilonia inútilmente libre para moverse). Qué más económico que lograr tanto con tan poco, con la nada de un mero desierto «donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso».
Con una extensión opuesta a la del desierto árabe y un resultado idéntico, tampoco tiene muros que veden el paso el laberinto de la pesadilla kafkiana que hay en otro cuento de Borges, “El inmortal”:
Insoportablemente soñé con un exiguo y nítido laberinto: en el centro había un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veían, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabía que iba a morir antes de alcanzarlo.
Hay laberintos borgeanos más grandes que el desierto y menores que el «exiguo y nítido» de esa pesadilla. Vayamos de menor a mayor.
En “El jardín de senderos que se bifurcan”, Ts’ui Pên se retiró trece años hace más de cien «para escribir una novela que fuera todavía más populosa que el Hung Lu Meng y para edificar un laberinto en el que se perdieran todos los hombres». Su bisnieto Yu Tsun acaba de despachar la primera empresa, que llegó a hacerse pública («Esa publicación fue insensata. El libro es un acervo indeciso de borradores contradictorios»), y empieza a despachar la segunda, que quedó «invisible», cuando su interlocutor, Stephen Albert, lo interrumpe primero y lo corrige después:
En cuanto a la otra empresa de Ts'ui Pên, a su Laberinto...
—Aquí está el Laberinto –dijo indicándome un alto escritorio laqueado.
—¡Un laberinto de marfil! –exclamé–. Un laberinto mínimo...
—Un laberinto de símbolos –corrigió–. Un invisible laberinto de tiempo.
La corrección no es menor; y más bien no puede ser mayor. Cuando pasa de físico a simbólico, el labertino pasa de mínimo (cuando es malentendido como una maqueta o modelo a escala) a máximo (cuando es entendido metafóricamente –«un laberinto de símbolos»– y metafísicamente –«un invisible laberinto de tiempo», que es el «esctrictamente infinito»):
Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas la posibilidades.
A la pesadilla de no poder alcanzar lo que parece estar tan al alcance, le sigue el descubrimiento de la Ciudad de los Inmortales, que no será exigua pero sí «nítida». Para llegar a ella, el narrador («yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma») debe atravesar un laberinto subterráneo de estilo babilónico, durante el cual «consideré increíble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan», también ellos. La Ciudad es aun peor, pero no por potenciar lo «inextricable», sino por vaciarlo de sentido o finalidad (es decir, por hacerlo inhumano):
Yo había cruzado un laberinto, pero la nítida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrías, está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecía de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increíbles escaleras inversas, con los peldaños y la balaustrada hacia abajo. [...] No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.
De la autoría del laberinto («Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos») dependerá si es descifrable o no; lo humano es descifrable y lo indescifrable es inhumano. En “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, lo «complejamente insensato» de la Ciudad de los Inmortales se aplica al mundo real que uno inventado está reemplazando con éxito:
¿Cómo no someterse a Tlön, a la minuciosa y vasta evidencia de un planeta ordenado? Inútil responder que la realidad también está ordenada. Quizá lo esté, pero de acuerdo a leyes divinas –traduzco: a leyes inhumanas– que no acabamos nunca de percibir. Tlön será un laberinto, pero es un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres.
«Un caos de palabras heterogéneas», una pululación monstruosa, una mixtura de incompatibilidades: la Ciudad de los Inmortales es como era la novela de Ts’ui Pên, El jardín de senderos que se bifurcan, antes de que Stephen Albert le diese orden y sentido con su interpretación. Repasemos la previa de esta exégesis, que también es laberíntica.
Yu Tsun reacciona a un consejo de orientación («el consejo de siempre doblar a la izquierda») recordando «que tal era el procedimiento común para descubrir el patio central de ciertos laberintos». (En “Abejancán el Bojarí, muerto en su laberinto”, «Dunraven dijo que en el interior de la casa había muchas encrucijadas, pero que, doblando siempre a la izquierda, llegarían en poco más de una hora al centro de la red».)
Siguiendo el consejo para no perderse, el chino Yu Tsun llega a la casa del sinólogo Stephen Albert, quien hará que deje de estar perdido en el «laberinto de símbolos» que compuso su bisabuelo Ts’ui Pên. Pero en el camino, antes de enterarse del carácter metafórico del laberinto ancestral, Yu Tsun lo da por perdido y lo imagina reiteradamente:
...su novela era insensata y nadie encontró el laberinto. Bajo los árboles ingleses medité en ese laberinto perdido: lo imaginé inviolado y perfecto en la cumbre secreta de una montaña, lo imaginé borrado por arrozales o debajo del agua, lo imaginé infinito, no ya de quioscos ochavados y de sendas que vuelven, sino de ríos y provincias y reinos... Pensé en un laberinto de laberintos, en un sinuoso laberinto creciente que abarcara el pasado y el porvenir y que implicara de algún modo los astros.
El laberinto físico, que supo ser «exiguo», volvió a crecer: pasó de tener las dimensiones de un desierto a tener las de «ríos y provincias y reinos», y a implicar a los astros; pasó de encerrar el presente angustioso de una presa a abarcar el pasado y el porvenir del universo. Yu Tsun imagina el laberinto perdido de su bisabuelo Ts’ui Pên, que debía ser infinito, como Marco Flaminio Rufo opina sobre la Ciudad perdida de los Inmortales:
Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz.
O sea: nadie en el mundo podrá no sentirse perdido.


Ahora se ve sin el bloque sobre los laberintos borgeanos, excepto su primera frase. El bloque entero (incluida esa primera frase) va a pasar a formar otro ensayo, que tendrá de epígrafe lo que precede al bloque (desde "El horror al vacío..."). La parte 3 ahora se ve así:



3. Extravíos

Hasta acá vimos condiciones de funcionamiento y casos disfuncionales de los signos de orientación (puntos de referencia); es el turno de hacer foco en su uso. Un usuario en problemas con signos de esos es algún tipo de extraviado.
La nada que juega de destino de un link roto puede jugar también de ámbito sin referencias. El horror al vacío es el horror a no tener ningún punto de referencia, ni siquiera uno con el que engañarse. En una multitud confusa (como en un laberinto de espejos o en un bosque cerrado) uno se pierde porque no puede saber cuál de los muchos puntos de referencia candidateados –y parecidos entre sí: confundibles– es el verdadero. En un vacío, no hay candidatos a ser puntos de referencia; no hay ni puede haber referencias.

Es la misma diferencia que hay en “Los dos reyes y los dos laberintos”, relato de Borges, entre el elaborado laberinto de Babilonia (obra de «arquitectos y magos») y el (anti)laberinto del rey árabe, el natural desierto (pero de a pie y a tres días de cabalgata, con el rey de Babilonia inútilmente libre para moverse). (Sigue...)


La otra parte que suprimí para poner en un ensayo pendiente de publicación es el bloque sobre Bajtín y Steinen y Zermelo que estaba en la sección 3.2; reproduzco también la parte donde se insertaba, que quedó:


A la larga, un enunciado es una sociedad de palabras vinculadas entre sí inmediata o mediatamente; llevarlo a cabo es ir satisfaciendo esos vínculos (con la complejidad mínima de necesitar distinguir uno mediato de uno inmediato, y esto cada vez y con cada societaria).
Lo que Bajtín dice sobre el ensartar palabras como método para construir un enunciado, K. von den Steinen lo dice sobre el «añadir una unidad a otra unidad» como método para llegar al número 2. Lo glosa Lenz en La oración y sus partes, que a su vez es citado por Emilio M. Martínez Amador en su Diccionario gramatical y de dudas del idioma (Editorial Sopena, Barcelona, 1974; página 926, entrada NUMERALES):
«...como lo prueba muy bien K. von den Steinen, con añadir una unidad a otra unidad no se llega al número 2. Lo particular no está en que el número se compone de unidades primitivas, sino en que todo número es a la vez una nueva unidad. De consiguiente, el primer número no es uno, sino dos; y el número dos no se ha formado añadiendo uno a uno (lo que eternamente queda como «uno más uno»), sino dividiendo una unidad en dos mitades, dos unidades inferiores, cuya unidad superior es la base ya existente de la cual se parte. Von den Steinen muestra que en varios idiomas el nombre del número dos se relaciona etimológicamente con la palabra que significa «partir leñas», «quebrar palos». Dos es el palo quebrado, el que «junto con otro igual» ha formado antes una unidad» (La oración y sus partes, 103).
Es un punto de llegada –destino, meta, objetivo– el todo de los que ensartan palabras en la esperanza de hacer una frase, igual que el de quienes quieren hacer un 2 sumando una unidad a otra. En cambio, el todo de los que rellenan y de los que dividen es un punto de partida: «al seleccionar las palabras partimos de la totalidad real del enunciado» y el número dos «se ha formado [...] dividiendo una unidad en dos mitades, dos unidades inferiores, cuya unidad superior es la base ya existente de la cual se parte».
Y ya que estamos, podemos agregar un tercer término a la serie, uno conjuntista: para Zermelo, si uno habla apropiadamente, «no habla del conjunto de todas las cosas que tienen una cierta propiedad; las 'cosas' vienen de algún conjunto A cuya existencia ya ha sido establecida»; habla «del conjunto de todos los x en A que tienen la propiedad».
Bajtín, K. von den Steinen y Zermelo parecen estar diciendo que la única manera de llegar a la totalidad es partiendo de ella.

martes, 13 de junio de 2017

Las direcciones del tiempo 008 (3.2.0)


Acabo de reformar mucho la parte en que pienso por qué elegir arriba para poner el futuro. Ahora el ensayo se ve así (comparable con la versión 3.1.0):



1.

Algo común a todas las figuraciones que nos hacemos del tiempo es que es un flujo, una corriente: “El tiempo pasa”. (Y gracias a eso –o por culpa suya–, “Todo pasa”.) La pregunta es en qué dirección.
Pero una pregunta previa es cómo definimos la dirección, de qué a qué decimos que se mueve el tiempo. Borges, por ejemplo, en “Historia de la eternidad” ve igual de «ilógica» la «creencia común» de que fluye del pasado al futuro y «la contraria», que dice que discurre del futuro al pasado (la idea escolástica «del tiempo como fluencia de lo potencial en lo actual» «es afín» a la idea de los versos de Unamuno: “Nocturno el río de las horas fluye / desde su manantial que es el mañana / eterno...”).
Puede que no sean creencias contrarias sobre un mismo tema, el tiempo. Me parece que la «creencia común» habla de un navegante que VA hacia algún destino, sí o sí futuro, mientras que Unamuno habla del «río de las horas» navegado, que VIENE de un futuro, tiempo de «lo potencial».
Si hablaran de lo mismo serían direcciones excluyentes: hablarían de un navegante (o de un río de horas) que va o que viene. Pero como hablan de cosas distintas, ese ir y ese venir no se contradicen; sólo contrastan.
Si hablaran de lo mismo, con el principio de tercero excluido la lógica le prohibiría al tiempo no elegir una de las dos opciones y con el principio de no contradicción le prohibiría elegir las dos. Ni ninguna ni ambas: una. Si te movés en un riel,

no podés ni ir ni venir
+
no podés ir y venir (a la vez)
=
tenés que ir o venir.
Contradictorios serían si fueran las dos direcciones que toma, a la vez y en el mismo sentido, el navegante (o el río de horas). Pero la cruza de la «creencia común» y los versos de Unamuno (o las ideas escolásticas) sólo dejaría afirmar que navegamos río arriba.
En vez de pasado-futuro, en este ensayo los extremos del viaje serán 2 estados (estado de menor entropía-estado de mayor entropía) y 6 ubicaciones (izquierda-derecha, adelante-atrás, arriba-abajo). O sea, 8 cambios –1 irreversible y 7 reversibles– de eso cuyo devenir o permanencia significamos en español con el verbo estar.

2.

Si ninguna fuerza la contrarresta, la gravedad decide la dirección de un flujo de agua, como el de un río o el de un acueducto (para no hablar de grados más altos, como los 90 de una cascada). En cambio, a la flecha del tiempo –tiempo que un río viene metaforizando hace siglos– la decide la segunda ley de la termodinámica: siempre se pasa de un estado menos aleatorio a otro más aleatorio (o sea, de un estado de menor a uno de mayor entropía); nunca al revés: es sentido único porque es irreversible.

Además de un cambio de estado, el flujo del tiempo puede definirse en términos de un cambio de ubicación. Y a diferencia del tiempo físico, nuestras representaciones del tiempo y su movimiento tienen más de 1 dirección; de hecho, las tienen todas. El tiempo se mueve en todas las direcciones opuestas posibles (o sea, en todas las direcciones) cuando lo graficamos montándolo sobre los 3 carriles de nuestro espacio 3D: adelante-atrás, izquierda-derecha, arriba-abajo y 3 veces viceversa. Hay, entonces, 6 sentidos en el menú de los que una cultura puede atribuirle al flujo del tiempo cuando lo espacializa.
En un espacio tetradimensional, una cuarta línea perpendicular daría 2 sentidos nuevos: 8 en total; y otros 2 en un espacio pentadimensional: 10; y, en general, 2·n sentidos en un espacio n-dimensional, que es un espacio con n perpendiculares entre sí, que son n carriles bidireccionales donde una cultura puede poner a fluir el tiempo.

2.1

Empiezo por las 2 direcciones laterales. Elegimos una según en qué dirección se lea una línea en nuestra cultura: si leemos de izquierda a derecha, como en la cultura occidental, pondremos el futuro a la derecha; si leemos de derecha a izquierda, como en la cultura árabe, lo pondremos a la izquierda. Dime cómo rastrillas leyendo y te diré cómo lateralizas el tiempo.
Leyendo o "leyendo". El barrido que defina la lateralización del tiempo será de alguna otra cosa si no es de palabras escritas porque la lengua es sólo oral. Si
Puerto Gaboto: génesis y desarrollo social del primer pueblo argentino, Ricardo N. González (2014)
una cultura
que no tiene escritura ubica a la izquierda el futuro, será porque habrá en ella otro barrido significativo que se hace con esa dirección. Es una hipótesis. Y aun cuando se la demuestre para tal o cual caso, todavía restaría repetir ese éxito con las demás culturas ágrafas.

2.2

Pero el sentido en que escaneamos no decide también cuál de las 2 direcciones longitudinales elegimos, si con el futuro adelante o con el futuro atrás. Lo que decide acá –arriesgo– es si montamos el tiempo sobre rieles de conocimiento o sobre rieles de deseo o voluntad. Saber o querer: that is the question.

Por ejemplo, para la cultura aymara no sabemos (no vemos) lo que está detrás y no sabemos el futuro: por lo tanto, el futuro está detrás; sabemos (vemos) lo que está delante y sabemos el pasado: por lo tanto, el pasado está delante. Nos movemos hacia el futuro, pero de espaldas, mirando (conociendo) el pasado que tenemos delante y de cuyos hitos nos vamos alejando permanentemente. Para mi cultura, en cambio, nos movemos hacia el futuro de frente, dejando a nuestras espaldas el pasado.
Estas metáforas del tiempo vienen a ser como los asientos de algunos colectivos (en Buenos Aires, al menos): están los que miran el venir de las cosas y los que miran el irse. La segunda situación, y no la primera, metaforiza no sólo el movimiento del tiempo, sino sus implicaciones gnoseológicas: el desconocimiento del futuro y el conocimiento del pasado, como le pasa al que viaja en uno de esos asientos que miran para atrás.
Lo que importa ya no es lo que ignoramos o conocemos, sino lo que podemos esperar (viene) o buscar (vamos) y lo que no (ya sea porque llegó o lo alcanzamos o porque pasó la oportunidad para). En un caso, el futuro es el tiempo de lo desconocido por conocer; en el otro, el tiempo de lo deseado o perseguido: metas, objetivos, propósitos, fines, etc. (todas cosas que conviene tener a la vista si vamos a probar puntería o a avanzar hacia ellas). En un caso se flota a la deriva, se sigue la corriente, que corre de lo desconocido a lo conocido, y se registran las novedades que va deparando el viaje; en el otro se navega hacia un destino y se agendan intenciones. En un caso somos recolectores; en el otro, agricultores (planeamos) o cazadores (perseguimos).

2.3

Las últimas direcciones del elenco 3D son las 2 verticales. Las introduzco con 2 ejemplos de sendas clases de asombro. Un asombro por acción es, por ejemplo, asombrarse de que en otra cultura se ponga al futuro atrás en vez de adelante o a la izquierda en vez de a la derecha (o al revés, para completar los ejemplos). Un asombro por omisión es asombrarse porque te cae la ficha de que arriba o abajo no son posiciones donde las culturas suelan poner el futuro.
Es un eje poco o nada usado para representar al tiempo fluyendo. O al menos para hacerlo espontáneamente, por propia iniciativa. Porque si me preguntás te puedo decir si para mí el tiempo va para arriba o para abajo, pero si me dejás elegir te voy a decir, por ejemplo, que va para adelante (si estoy en medio de un espacio 3D) o para la derecha (si estoy frente a un espacio 2D, como una hoja). E incluso quienes lo ven ir para atrás o para la izquierda seguramente preferirán uno de estos dos ejes para verlo moverse, y no el de arriba-abajo.
Quizás es esta falta de hábito y práctica lo que hace que acá no haya, dentro de una misma cultura, una dirección unánime, obvia, como en los carriles lateral y longitudinal. Las preferencias por un futuro elevado o por uno profundo están repartidas, cosa que no pasa con un futuro frontal o uno diestro (que más que preferidos son inadvertidamente obligatorios: saben a naturales). ¿Qué tan repartidas? Una encuesta podría aportar datos, si no fuera porque va a quedar todo en 0%:*

Jueves 1 de junio de 2017. Acaba de cerrar la encuesta. Juro que ese voto no fue mío.



Diez veces más respuestas obtuve preguntándole de una a un grupo; 5 pusieron el futuro arriba y 5 abajo. Cada respuesta la recibí graficada en una hoja anónima. Así que, como en la encuesta de arriba, me perdí algo que aparece en las respuestas que charlando me dan amig@s y conocid@s: las deliberaciones y vacilaciones previas; la inseguridad sobre la opción elegida; la necesidad de justificarla, de contar qué criterio se usó, qué razón se tuvo, etc. Esa previa, muchas veces sinuosa, hace parecer aun más raro el reparto parejo de las preferencias, que se mantiene (seguramente no con la ecuanimidad exacta de aquel 5 a 5, aunque no llevo la cuenta).
Puede que esa paridad, si un estudio más serio la confirma, sea la de una pulseada entre dos criterios para elegir. Con uno ponemos el futuro abajo porque así leemos (y escribimos) una hoja; el futuro de lo que vamos leyendo o escribiendo está abajo, delante de nuestro avance. Con el otro criterio ponemos el futuro arriba porque ahora es uno el que viaja, no su mirada, y porque "abajo" tiene mala fama. Vamos con estas dos razones.
La primera se refiere al bienestar del navegante. No sólo vemos al tiempo moviéndose; también nos vemos moviéndonos con él. Si tenemos que elegir entre elevarnos e internarnos en profundidades oceánicas o mineras, probablemente elegiremos la opción que a nuestra imaginación le resulte menos claustrofóbica.
La segunda razón para la preferencia por un flujo ascendente se refiere a la fama que tiene cada posición. Es cierto que todas pueden estar connotadas, positiva o negativamente: en mi cultura, es de hábiles ser diestro y lo siniestro desasosiega (pintó Freud); si te dan la derecha te dan un OK y hacer algo por izquierda es ilegal; y es bueno ir para adelante: retroceder, jamás. Pero me parece –pero puedo estar engañándome– que las posiciones arriba y abajo están más cargadas que las otras. Abajo es lo malo: el infierno, la oscuridad, la confusión, la desaprobación del pulgar, el castigo, la muerte, y no sigo porque es un bajón. Arriba es lo bueno: el cielo, la luz, la verdad, la aprobación del pulgar, el premio, la vida y alta llanta, todo re top. Qué destino de viaje preferir parece obvio, pero por las dudas lo digo así: puede que esas connotaciones contribuyan a que elijamos imaginar el futuro arriba. Hazte la fama y échate a subir.
Así como el futuro físico es más aleatorio que el pasado, el futuro anímico es –o deseamos que sea– más alto que el pasado. Abundan las arengas en esa dirección: ¡Pum para arriba, caracúlicos!; ¡Levántate y anda, Lázaro!; "Sube por la ladera, peregrino, hasta la cumbre de tu elevación" (otra sobredosis hippie, pero de altura); etc.

2.3.1

Pero que sea la corriente menos usada para poner a fluir el tiempo no significa que no sea usada (o esté implicada) en el diseño de otras cosas. O en la manera de llamarlas: hablar de un ascensor (o elevador) es privilegiar una de las dos metas que puede tener ese subibaja vertical, la que ubica el futuro del viaje arriba. De modo similar, el futuro de una suma –su resultado– está abajo para algunos y arriba para otros. El tiempo pasó de ser algo a definir o graficar a ser un insumo de otra cosa.
Agrego otros 2 ejemplos de orientación implícita en el diseño. Para el primero vuelve a decidir la dirección con que leemos y escribimos, que es doble: además de izquierda a derecha o de derecha a izquierda en el renglón, de arriba abajo o de abajo arriba en la página. En las culturas donde escribimos y leemos de arriba abajo, el pasado está arriba (por ahí empezamos un CV o una cronología biográfica, si no la hacemos regresiva) y el futuro –o su víspera, el presente– está abajo (y a partir de ahí sólo se puede seguir a pura imaginación o conjetura).

2.3.2

Para el segundo ejemplo, en la otra dirección vertical, está el apilamiento que hace un blog.
    Toma 1
Al apilar entradas las ordenamos de la más reciente a la más antigua: el futuro arriba, el pasado abajo. Pero al pasar de página con la barra de navegación –flujo horizontal– retrocedemos hacia el futuro (ascendemos en la pila con "Página anterior") o avanzamos hacia el pasado (descendemos en la pila con "Página siguiente"):

              
    Toma 2
Recorremos la pila, cuya cronología fluye de abajo arriba, con la metáfora libresca de pasar las hojas de un libro (a nuestro modo: con la siguiente a la derecha). Nótese que para moverse entre entradas no es relevante en qué dirección leemos/barremos un renglón, sino un libro. La navegación de un blog en árabe, si apilan y hojean como acá, debería ser igual que la de este blog.

Otra metáfora de navegación podría tener una corriente en sentido inverso. O la misma metáfora libresca, pero en una cultura que pase las hojas de atrás para adelante (es decir, con las novedades a la izquierda).
Como sea que la flecha horizontal se invierta, los flujos se amigan: ya no hay uno cuyo avance es un retroceso en la cronología de la pila y otro cuyo retroceso es un avance en ella; con ese cambio hay un flujo cuyo avance (un deslizamiento hacia la izquierda) es un avance (un ascenso) en la cronología y otro cuyo retroceso lateral (hacia la derecha) es un retroceso cronológico (un descenso en la pila). Y esto es la mitad del asunto, porque aquella discordancia se disipa con cualquiera de estas dos modificaciones: cambiando la orientación de la barra (hacerla fluir de derecha a izquierda), como recién; o cambiando la orientación de la pila (hacerla fluir de arriba abajo).

Imagino que es la comodidad de tener lo último a mano lo que nos hace preferir apilar; imaginate si el post nuevo lo tuvieras que ir a buscar siempre al fondo de todo. La novedad abajo es la distribución propia de una página o de un libro (a lo rollo: "como dijimos más arriba", escribe a veces el infrascrito); y es también la que hay dentro de cada post. Pero dentro de la colección de entradas que es un blog la novedad conviene dejarla arriba, bien visible.
Así ubicada, librificar un blog requiere publicar al revés de como se va a leer: si querés hacer de cada post el capítulo de una obra, para que te queden ordenados (Capítulo I, II, III...) el mayor lo tenés que publicar primero y el menor último (como hizo Anto en su novela Más grande que El Globo).

Lo reciente es lo más cercano que podemos estar del presente, de tan fugaz que es. Todo lo que hay acá (todo lo que está presente) es pasado: hay un ensayo que es el último y lo siguen debajo los otros. El futuro es eventual, nunca real: es el próximo ensayo que publique, que todavía no existe.
Como vos, yo y cualquiera, el blog morirá cuando ya no tenga más futuro: cuando ya no haya ningún ensayo pendiente sobrevolando la línea de flotación (que tiene de ancho la brecha entre la fecha actual y la del último ensayo publicado; debajo empiezan las profundidades del pasado).

Las direcciones del tiempo 007 (3.1.0)



Ayer y anteayer le hice cambios a la última versión del ensayo, tanto agregados como supresiones. Hasta recién se veía así:



1.

Algo común a todas las figuraciones que nos hacemos del tiempo es que es un flujo, una corriente: “El tiempo pasa”. (Y gracias a eso –o por culpa suya–, “Todo pasa”.) La pregunta es en qué dirección.
Pero una pregunta previa es cómo definimos la dirección, de qué a qué decimos que se mueve el tiempo. Borges, por ejemplo, en “Historia de la eternidad” ve igual de «ilógica» la «creencia común» de que fluye del pasado al futuro y «la contraria», que dice que discurre del futuro al pasado (la idea escolástica «del tiempo como fluencia de lo potencial en lo actual» «es afín» a la idea de los versos de Unamuno: “Nocturno el río de las horas fluye / desde su manantial que es el mañana / eterno...”).
Puede que no sean creencias contrarias sobre un mismo tema, el tiempo. Me parece que la «creencia común» habla de un navegante que VA hacia algún destino, sí o sí futuro, mientras que Unamuno habla del «río de las horas» navegado, que VIENE de un futuro, tiempo de «lo potencial».
Si hablaran de lo mismo serían direcciones excluyentes: hablarían de un navegante (o de un río de horas) que va o que viene. Pero como hablan de cosas distintas, ese ir y ese venir no se contradicen; sólo contrastan.
Si hablaran de lo mismo, con el principio de tercero excluido la lógica le prohibiría al tiempo no elegir una de las dos opciones y con el principio de no contradicción le prohibiría elegir las dos. Ni ninguna ni ambas: una. Si te movés en un riel,

no podés ni ir ni venir
+
no podés ir y venir (a la vez)
=
tenés que ir o venir.
Contradictorios serían si fueran las dos direcciones que toma, a la vez y en el mismo sentido, el navegante (o el río de horas). Pero la cruza de la «creencia común» y los versos de Unamuno (o las ideas escolásticas) sólo dejaría afirmar que navegamos río arriba.
En vez de pasado-futuro, en este ensayo los extremos del viaje serán 2 estados (estado de menor entropía-estado de mayor entropía) y 6 ubicaciones (izquierda-derecha, adelante-atrás, arriba-abajo). O sea, 8 cambios –1 irreversible y 7 reversibles– de eso cuyo devenir o permanencia significamos en español con el verbo estar.

2.

Si ninguna fuerza la contrarresta, la gravedad decide la dirección de un flujo de agua, como el de un río o el de un acueducto (para no hablar de grados más altos, como los 90 de una cascada). En cambio, a la flecha del tiempo –tiempo que un río viene metaforizando hace siglos– la decide la segunda ley de la termodinámica: siempre se pasa de un estado menos aleatorio a otro más aleatorio (o sea, de un estado de menor a uno de mayor entropía); nunca al revés: es sentido único porque es irreversible.

Además de un cambio de estado, el flujo del tiempo puede definirse en términos de un cambio de ubicación. Y a diferencia del tiempo físico, nuestras representaciones del tiempo y su movimiento tienen más de 1 dirección; de hecho, las tienen todas. El tiempo se mueve en todas las direcciones opuestas posibles (o sea, en todas las direcciones) cuando lo graficamos montándolo sobre los 3 carriles de nuestro espacio 3D: adelante-atrás, izquierda-derecha, arriba-abajo y 3 veces viceversa. Hay, entonces, 6 sentidos en el menú de los que una cultura puede atribuirle al flujo del tiempo cuando lo espacializa.
En un espacio tetradimensional, una cuarta línea perpendicular daría 2 sentidos nuevos: 8 en total; y otros 2 en un espacio pentadimensional: 10; y, en general, 2·n sentidos en un espacio n-dimensional, que es un espacio con n perpendiculares entre sí, que son n carriles bidireccionales donde una cultura puede poner a fluir el tiempo.

2.1

Empiezo por las 2 direcciones laterales. Elegimos una según en qué dirección se lea una línea en nuestra cultura: si leemos de izquierda a derecha, como en la cultura occidental, pondremos el futuro a la derecha; si leemos de derecha a izquierda, como en la cultura árabe, lo pondremos a la izquierda. Dime cómo rastrillas leyendo y te diré cómo lateralizas el tiempo.
Leyendo o "leyendo". El barrido que defina la lateralización del tiempo será de alguna otra cosa si no es de palabras escritas porque la lengua es sólo oral. Si
Puerto Gaboto: génesis y desarrollo social del primer pueblo argentino, Ricardo N. González (2014)
una cultura
que no tiene escritura ubica a la izquierda el futuro, será porque habrá en ella otro barrido significativo que se hace con esa dirección. Es una hipótesis. Y aun cuando se la demuestre para tal o cual caso, todavía restaría repetir ese éxito con las demás culturas ágrafas.

2.2

Pero el sentido en que escaneamos no decide también cuál de las 2 direcciones longitudinales elegimos, si con el futuro adelante o con el futuro atrás. Lo que decide acá –arriesgo– es si montamos el tiempo sobre rieles de conocimiento o sobre rieles de deseo o voluntad. Saber o querer: that is the question.

Por ejemplo, para la cultura aymara no sabemos (no vemos) lo que está detrás y no sabemos el futuro: por lo tanto, el futuro está detrás; sabemos (vemos) lo que está delante y sabemos el pasado: por lo tanto, el pasado está delante. Nos movemos hacia el futuro, pero de espaldas, mirando (conociendo) el pasado que tenemos delante y de cuyos hitos nos vamos alejando permanentemente. Para mi cultura, en cambio, nos movemos hacia el futuro de frente, dejando a nuestras espaldas el pasado.
Estas metáforas del tiempo vienen a ser como los asientos de algunos colectivos (en Buenos Aires, al menos): están los que miran el venir de las cosas y los que miran el irse. La segunda situación, y no la primera, metaforiza no sólo el movimiento del tiempo, sino sus implicaciones gnoseológicas: el desconocimiento del futuro y el conocimiento del pasado, como le pasa al que viaja en uno de esos asientos que miran para atrás.
Lo que importa ya no es lo que ignoramos o conocemos, sino lo que podemos esperar (viene) o buscar (vamos) y lo que no (ya sea porque llegó o lo alcanzamos o porque pasó la oportunidad para). En un caso, el futuro es el tiempo de lo desconocido por conocer; en el otro, el tiempo de lo deseado o perseguido: metas, objetivos, propósitos, fines, etc. (todas cosas que conviene tener a la vista si vamos a probar puntería o a avanzar hacia ellas). En un caso se flota a la deriva, se sigue la corriente, que corre de lo desconocido a lo conocido, y se registran las novedades que va deparando el viaje; en el otro se navega hacia un destino y se agendan intenciones. En un caso somos recolectores; en el otro, agricultores (planeamos) o cazadores (perseguimos).

2.3

Las últimas direcciones del elenco 3D son las 2 verticales. Las introduzco con 2 ejemplos de sendas clases de asombro. Un asombro por acción es, por ejemplo, asombrarse de que en otra cultura se ponga al futuro atrás en vez de adelante o a la izquierda en vez de a la derecha (o al revés, para completar los ejemplos). Un asombro por omisión es asombrarse porque te cae la ficha de que arriba o abajo no son posiciones donde las culturas suelan poner el futuro.
Es un eje poco o nada usado para representar al tiempo fluyendo. O al menos para hacerlo espontáneamente, por propia iniciativa. Porque si me preguntás te puedo decir si para mí el tiempo va para arriba o para abajo, pero si me dejás elegir te voy a decir, por ejemplo, que va para adelante (si estoy en medio de un espacio 3D) o para la derecha (si estoy frente a un espacio 2D, como una hoja). E incluso quienes lo ven ir para atrás o para la izquierda seguramente preferirán uno de estos dos ejes para verlo moverse, y no el de arriba-abajo.
Quizás es esta falta de hábito y práctica lo que hace que acá no haya, dentro de la misma cultura, una dirección unánime, obvia, como en los carriles lateral y longitudinal. Las preferencias por un futuro elevado o por uno profundo están repartidas, cosa que no pasa con un futuro frontal o uno diestro (que más que preferidos son inadvertidamente obligatorios: saben a naturales). Una encuesta podría aportar datos, si no fuera porque va a quedar todo en 0%:*

Jueves 1 de junio de 2017. Acaba de cerrar la encuesta. Juro que ese voto no fue mío.



Como conviene tener más de 1 respuesta, les vengo haciendo la pregunta a amigos y conocidos. No son muchos, obvio, pero la repetición de ciertas cosas en las respuestas me hace ver tendencias, patrones. Por ejemplo, las deliberaciones y vacilaciones previas y la inseguridad sobre la opción elegida (algo que no puede verse en el voto de una encuesta). O el hecho de apoyar la elección explicitando sobre la marcha el criterio que se usó, la razón que se tuvo, que varían bastante. ¿Y el reparto es equitativo? No llevo la cuenta, pero la impresión es que sí o que predomina la opción de situar el futuro arriba. ¿Por qué? Imagino que por al menos dos razones, que bien pueden coexistir. Las ordeno de menor a mayor peso o frecuencia.
La primera se refiere al bienestar del navegante. No sólo vemos al tiempo moviéndose; también nos vemos moviéndonos con él. Si tenemos que elegir entre elevarnos e internarnos en profundidades oceánicas o mineras, probablemente elegiremos la opción que a nuestra imaginación le resulte menos claustrofóbica.
La segunda razón para la preferencia por un flujo ascendente se refiere a la fama que tiene cada posición. Es cierto que todas pueden estar connotadas, positiva o negativamente: en mi cultura, es de hábiles ser diestro y lo siniestro desasosiega (pintó Freud); si te dan la derecha te dan un OK y hacer algo por izquierda es ilegal; y es bueno ir para adelante: retroceder, jamás.
Pero me parece –pero puedo estar engañándome– que las posiciones arriba y abajo están más cargadas que las otras. Abajo es lo malo: el infierno, la oscuridad, la confusión, la desaprobación del pulgar, el castigo, la muerte, y no sigo porque es un bajón. Arriba es lo bueno: el cielo, la luz, la verdad, la aprobación del pulgar, el premio, la vida y alta llanta, todo re top. Qué destino de viaje preferir parece obvio, pero por las dudas lo digo así: puede que esas connotaciones contribuyan a que elijamos imaginar mayoritariamente el futuro arriba. Hazte la fama y échate a subir.
El futuro físico es más aleatorio que el pasado; el futuro anímico es –o deseamos que sea– más alto que el pasado. Abundan las arengas en esa dirección: ¡Pum para arriba, caracúlicos!; ¡Levántate y anda, Lázaro!; "Sube por la ladera, peregrino, hasta la cumbre de tu elevación" (otra sobredosis hippie, pero de altura); etc.

2.3.1

Pero que sea la corriente menos usada para poner a fluir el tiempo no significa que no sea usada (o esté implicada) en el diseño de otras cosas. O en la manera de llamarlas: hablar de un ascensor (o elevador) es privilegiar una de las dos metas que puede tener ese subibaja vertical, la que ubica el futuro del viaje arriba. De modo similar, el futuro de una suma –su resultado– está abajo para algunos y arriba para otros. El tiempo pasó de ser algo a definir o graficar a ser un insumo de otra cosa.
Agrego otros 2 ejemplos de orientación implícita en el diseño. Para el primero vuelve a decidir la dirección con que leemos y escribimos, que es doble: además de izquierda a derecha o de derecha a izquierda en el renglón, de arriba abajo o de abajo arriba en la página. En las culturas donde escribimos y leemos de arriba abajo, el pasado está arriba (por ahí empezamos un CV o una cronología biográfica, si no la hacemos regresiva) y el futuro –o su víspera, el presente– está abajo (y a partir de ahí sólo se puede seguir a pura imaginación o conjetura).

2.3.2

Para el segundo ejemplo, en la otra dirección vertical, está el apilamiento que hace un blog.
    Toma 1
Al apilar entradas las ordenamos de la más reciente a la más antigua: el futuro arriba, el pasado abajo. Pero al pasar de página con la barra de navegación –flujo horizontal– retrocedemos hacia el futuro (ascendemos en la pila con "Página anterior") o avanzamos hacia el pasado (descendemos en la pila con "Página siguiente"):

              
    Toma 2
Recorremos la pila, cuya cronología fluye de abajo arriba, con la metáfora libresca de pasar las hojas de un libro (a nuestro modo: con la siguiente a la derecha). Nótese que para moverse entre entradas no es relevante en qué dirección leemos/barremos un renglón, sino un libro. La navegación de un blog en árabe, si apilan y hojean como acá, debería ser igual que la de este blog.

Otra metáfora de navegación podría tener una corriente en sentido inverso. O la misma metáfora libresca, pero en una cultura que pase las hojas de atrás para adelante (es decir, con las novedades a la izquierda).
Como sea que la flecha horizontal se invierta, los flujos se amigan: ya no hay uno cuyo avance es un retroceso en la cronología de la pila y otro cuyo retroceso es un avance en ella; con ese cambio hay un flujo cuyo avance (un deslizamiento hacia la izquierda) es un avance (un ascenso) en la cronología y otro cuyo retroceso lateral (hacia la derecha) es un retroceso cronológico (un descenso en la pila). Y esto es la mitad del asunto, porque aquella discordancia se disipa con cualquiera de estas dos modificaciones: cambiando la orientación de la barra (hacerla fluir de derecha a izquierda), como recién; o cambiando la orientación de la pila (hacerla fluir de arriba abajo).

Imagino que es la comodidad de tener lo último a mano lo que nos hace preferir apilar; imaginate si el post nuevo lo tuvieras que ir a buscar siempre al fondo de todo. La novedad abajo es la distribución propia de una página o de un libro (a lo rollo: "como dijimos más arriba", escribe a veces el infrascrito); y es también la que hay dentro de cada post. Pero dentro de la colección de entradas que es un blog la novedad conviene dejarla arriba, bien visible.
Así ubicada, librificar un blog requiere publicar al revés de como se va a leer: si querés hacer de cada post el capítulo de una obra, para que te queden ordenados (Capítulo I, II, III...) el mayor lo tenés que publicar primero y el menor último (como hizo Anto en su novela Más grande que El Globo).

Lo reciente es lo más cercano que podemos estar del presente, de tan fugaz que es. Todo lo que hay acá (todo lo que está presente) es pasado: hay un ensayo que es el último y lo siguen debajo los otros. El futuro es eventual, nunca real: es el próximo ensayo que publique, que todavía no existe.
Como vos, yo y cualquiera, el blog morirá cuando ya no tenga más futuro: cuando ya no haya ningún ensayo pendiente sobrevolando la línea de flotación (que tiene de ancho la brecha entre la fecha actual y la del último ensayo publicado; debajo empiezan las profundidades del pasado).

sábado, 10 de junio de 2017

Las direcciones del tiempo 006 (3.0.0)


En relación con la versión que había quedado ayer (la 005), hice varios cambios en diversas zonas del ensayo. La mayoría son agregados, aunque también hubo algunas supresiones. Ahora se ve así:




1.

Algo común a todas las figuraciones que nos hacemos del tiempo es que es un flujo, una corriente: “el tiempo pasa”. (Y gracias a eso –o por culpa suya–, “todo pasa”.) La pregunta es en qué dirección.
Pero una pregunta previa es cómo definimos la dirección, de qué a qué decimos que se mueve el tiempo. Borges, por ejemplo, en “Historia de la eternidad” ve igual de «ilógica» la «creencia común» de que fluye del pasado al futuro y «la contraria», que dice que discurre del futuro al pasado (la idea escolástica «del tiempo como fluencia de lo potencial en lo actual» «es afín» a la idea de los versos de Unamuno: “Nocturno el río de las horas fluye / desde su manantial que es el mañana / eterno...”).
Me parece que la «creencia común» habla de un navegante que VA hacia algún destino, sí o sí futuro, mientras que Unamuno habla del «río de las horas» navegado, que VIENE de un futuro, tiempo de «lo potencial». Si hablaran de lo mismo serían direcciones excluyentes: hablarían de un navegante (o de un río de horas) que va o que viene, no ambas movidas a la vez. Pero como hablan de cosas distintas, ese ir y ese venir no se contradicen; sólo contrastan.
En vez de pasado-futuro, en este ensayo los extremos del viaje serán 2 estados (estado de menor entropía-estado de mayor entropía) y 6 ubicaciones (izquierda-derecha, adelante-atrás, arriba-abajo). O sea, 7 cambios de eso cuyo devenir o permanencia significamos en español con el verbo estar.

2.

Si ninguna fuerza la contrarresta, la gravedad decide la dirección de un flujo de agua, como el de un río o el de un acueducto. En cambio, a la flecha del tiempo –tiempo que un río viene metaforizando hace siglos– la decide la segunda ley de la termodinámica: siempre se pasa de un estado menos aleatorio a otro más aleatorio (o sea, de un estado de menor a uno de mayor entropía); nunca al revés: es sentido único porque es irreversible.

Además de un cambio de estado, el flujo del tiempo puede definirse en términos de un cambio de ubicación (y no en 1 dirección específica, sino en cualquiera). A diferencia del tiempo físico, nuestras representaciones del tiempo y su movimiento tienen más de 1 dirección; de hecho, las tienen todas. El tiempo se mueve en todas las direcciones opuestas posibles (o sea, en todas las direcciones) cuando lo graficamos montándolo sobre los 3 carriles de nuestro espacio 3D: adelante-atrás, izquierda-derecha, arriba-abajo y 3 veces viceversa. Hay, entonces, 6 sentidos en el menú de los que una cultura puede atribuirle al flujo del tiempo cuando lo espacializa.
En un espacio tetradimensional, una cuarta línea perpendicular daría 2 sentidos nuevos: 8 en total; y otros 2 en un espacio pentadimensional: 10; y, en general, 2·n sentidos en un espacio n-dimensional, que es un espacio con n perpendiculares entre sí, que son n carriles bidireccionales donde una cultura puede poner a fluir el tiempo.

2.1

Empiezo por las 2 direcciones laterales. Elegimos una según en qué dirección se lea una línea en nuestra cultura: si leemos de izquierda a derecha, como en la cultura occidental, pondremos el futuro a la derecha; si leemos de derecha a izquierda, como en la cultura árabe, lo pondremos a la izquierda. Dime cómo rastrillas leyendo y te diré cómo lateralizas el tiempo.
Leyendo o "leyendo". El barrido que defina la lateralización del tiempo será de alguna otra cosa si no es de palabras escritas porque la lengua es sólo oral. Por ejemplo: si la cultura chaná, que no tiene escritura, ubica a la izquierda el futuro, será porque habrá en ella otro barrido significativo que se hace con esa dirección. Es una hipótesis. Y aun cuando se la demuestre con la chaná, todavía restaría repetir ese éxito con las demás culturas ágrafas.

2.2

Pero el sentido en que escaneamos no decide también cuál de las 2 direcciones longitudinales elegimos, si con el futuro adelante o con el futuro atrás. Lo que decide acá –arriesgo– es si montamos el tiempo sobre rieles de conocimiento o sobre rieles de deseo o voluntad. Saber o querer: that is the question.

Por ejemplo, para la cultura aymara –igual que para la chaná– no sabemos (no vemos) lo que está detrás y no sabemos el futuro: por lo tanto, el futuro está detrás; sabemos (vemos) lo que está delante y sabemos el pasado: por lo tanto, el pasado está delante. Nos movemos hacia el futuro, pero de espaldas, mirando (conociendo) el pasado que tenemos delante y de cuyos hitos nos vamos alejando permanentemente. Para mi cultura, en cambio, nos movemos hacia el futuro de frente, dejando a nuestras espaldas el pasado ("lo pasado es pisado"). Lo que importa ya no es lo que ignoramos o conocemos, sino lo que podemos esperar (viene) o buscar (vamos) y lo que no –ya sea porque llegó o lo alcanzamos o porque pasó la oportunidad para.
Estas metáforas del tiempo vienen a ser como los asientos de algunos colectivos (en Buenos Aires, al menos): están los que miran el venir de las cosas y los que miran el irse. La segunda situación, y no la primera, metaforiza no sólo el movimiento del tiempo, sino sus implicaciones gnoseológicas: el desconocimiento del futuro y el conocimiento del pasado, como le pasa al que viaja en uno de esos asientos que miran para atrás.
En un caso, el futuro es el tiempo de lo desconocido por conocer; en el otro, el tiempo de lo deseado o perseguido: metas, objetivos, propósitos, fines, etc. (todas cosas que conviene tener a la vista si vamos a probar puntería o a avanzar hacia ellas). En un caso se flota a la deriva, se sigue la corriente, que corre de lo desconocido a lo conocido, y se registran las novedades que va deparando el viaje; en el otro se navega hacia un destino y se agendan intenciones. En un caso somos recolectores; en el otro, cazadores.

2.3

Las últimas direcciones del elenco 3D son las 2 verticales. Las introduzco con 2 ejemplos de sendas clases de asombro. Un asombro por acción es, por ejemplo, asombrarse de que en otra cultura se ponga al futuro atrás en vez de adelante o a la izquierda en vez de a la derecha, por ejemplo (o al revés, para completar los ejemplos). Un asombro por omisión es asombrarse porque te cae la ficha de que arriba o abajo no son posiciones donde las culturas suelan poner el futuro.
Es un eje poco o nada usado para representar al tiempo fluyendo. O al menos para hacerlo espontáneamente, por propia iniciativa. Porque si me preguntás te puedo decir si para mí el tiempo va para arriba o para abajo, pero si me dejás elegir te voy a decir, por ejemplo, que va para adelante (si estoy en medio de un espacio 3D) o para la derecha (si estoy frente a un espacio 2D, como una hoja). E incluso quienes lo ven ir para atrás o para la izquierda seguramente preferirán uno de estos dos ejes para verlo moverse, y no el de arriba/abajo.
Quizás es esta falta de hábito y práctica lo que hace que acá no haya una dirección única o, en el peor de los casos, que distintos culturizados de la misma cultura repartan como al azar sus preferencias por un futuro elevado o por uno profundo (cosa que no pasa, en Occidente, con un futuro frontal o uno diestro, que más que preferidos son inadvertidamente obligatorios: saben a naturales). Una encuesta podría aportar datos, si no fuera porque va a quedar todo en 0%:*

Jueves 1 de junio de 2017. Acaba de cerrar la encuesta. Juro que ese voto no fue mío.



Pero la inutilidad de la encuesta no tapa el hecho de que el peor de los casos –el reparto parejo y cuasi aleatorio de las preferencias– no es el más probable. Aun sin el adiestramiento de un hábito, hay una preferencia por situar el futuro arriba. ¿Por qué? Imagino que por al menos dos razones, que bien pueden coexistir. Las ordeno de menor a mayor peso o frecuencia.
La primera se refiere al bienestar del navegante. No sólo vemos al tiempo moviéndose; también nos vemos moviéndonos con él. Si tenemos que elegir entre elevarnos e internarnos en profundidades oceánicas o mineras, probablemente elegiremos la opción que a nuestra imaginación le resulte menos claustrofóbica.
La segunda razón para la preferencia por un flujo ascendente se refiere a la fama que tiene cada posición. Es cierto que todas pueden estar connotadas, positiva o negativamente: en mi cultura, es de hábiles ser diestro y lo siniestro desasosiega (pintó Freud); si te dan la derecha te dan un OK y hacer algo por izquierda es ilegal; y es bueno ir para adelante: retroceder, jamás.
Pero me parece –pero puedo estar engañándome– que las posiciones arriba y abajo están más cargadas que las otras. Abajo es el infierno, la oscuridad, la confusión, la desaprobación del pulgar, el castigo, la muerte, y no sigo porque es un bajón. Arriba es el cielo, la luz, la verdad, la aprobación del pulgar, el premio, la vida y alta llanta, todo re top.
Qué destino de viaje preferir parece obvio, pero por las dudas lo digo así: puede que esas connotaciones contribuyan a que elijamos imaginar mayoritariamente el futuro arriba (no digo en un 100%, y menos reflejando 1 caso, pero sí mayoritariamente, y al menos en una cultura con esas valorizaciones –u otras distintas pero del mismo signo: con el pulgar en la misma dirección). Hazte la fama y échate a subir.
El futuro físico es más aleatorio que el pasado; el futuro anímico es –o deseamos que sea– más alto que el pasado. Abundan las arengas en esa dirección: ¡Pum para arriba, caracúlicos!; ¡Levántate y anda, Lázaro!; "Sube por la ladera, peregrino, hasta la cumbre de tu elevación" (otra sobredosis hippie, pero de altura); etc.

2.3.1

Pero que sea la corriente menos (o nada) usada para poner a fluir el tiempo no significa que no sea usada (o esté implicada) en el diseño de otras cosas. O en la manera de llamarlas: hablar de un ascensor (o elevador) es privilegiar una de las dos metas que puede tener ese subibaja vertical, la que ubica el futuro del viaje arriba. De modo similar, el futuro de una suma –su resultado– está abajo para algunos y arriba para otros. El tiempo pasó de ser algo a definir o graficar a ser un insumo de otra cosa.
Agrego otros 2 ejemplos de orientación implícita en el diseño. Para el primero vuelve a decidir la dirección con que leemos y escribimos, que es doble: además de izquierda a derecha o de derecha a izquierda en el renglón, de arriba abajo o de abajo arriba en la página. En las culturas donde escribimos y leemos de arriba abajo, el pasado está arriba (por ahí empezamos un CV o una cronología biográfica, si no la hacemos regresiva) y el futuro –o su víspera, el presente– está abajo (y a partir de ahí sólo se puede seguir a pura imaginación o conjetura).

2.3.2

Para el segundo ejemplo, en la otra dirección vertical, está el apilamiento que hace un blog. Al apilar entradas las ordenamos de la más reciente a la más antigua: el futuro arriba, el pasado abajo. Pero al pasar de página con la barra de navegación –flujo horizontal– avanzamos hacia el pasado (descendemos en la pila con "Página siguiente") o retrocedemos hacia el futuro (ascendemos en la pila con "Página anterior"). Toma 2: recorremos la pila, cuya cronología fluye de abajo arriba, con la metáfora libresca de pasar las hojas de un libro (a nuestro modo: con la siguiente a la derecha). Nótese que para moverse entre entradas no es relevante en qué dirección leemos/barremos un renglón, sino un libro. La navegación de un blog en árabe, si apilan y hojean como acá, debería ser igual que la de este blog.
Otra metáfora de navegación podría tener una corriente en sentido inverso. O la misma metáfora libresca, pero en una cultura que pase las hojas de atrás para adelante (es decir, con las novedades a la izquierda). Como sea que la flecha horizontal se invierta, los flujos se amigan: ya no hay uno cuyo avance es un retroceso en la cronología de la pila y otro cuyo retroceso es un avance en ella; con ese cambio hay un flujo cuyo avance (un deslizamiento hacia la izquierda) es un avance (un ascenso) en la cronología y otro cuyo retroceso lateral (hacia la derecha) es un retroceso cronológico (un descenso en la pila). Y esto es la mitad del asunto, porque aquella discordancia se disipa con cualquiera de estas dos modificaciones: como recién, cambiando la orientación de la barra (hacerla fluir de derecha a izquierda); o cambiando la orientación de la pila (hacerla fluir de arriba abajo).

La kafkeo toda. También podría argumentarse que la discordancia es ilusoria. Más precisamente, esa foto está editada: término siguiente y retroceso cronológico coexisten pero no interactúan. Porque una cosa es que haya un "buen orden", donde cada término, si no es el último, tiene uno siguiente. Y otra cosa es el criterio usado para ordenar (acá, cronológico y ascendente); no importa si el resultado de aplicarlo armoniza semánticamente o no con "siguiente".

Imagino que es la comodidad de tener lo último a mano o a la vista lo que nos hace preferir apilar; imaginate si el post nuevo lo tuvieras que ir a buscar siempre al fondo de todo. La novedad abajo es la distribución propia de una página o de un libro (a lo rollo: "como dijimos más arriba", escribe a veces el infrascrito); y es también la que hay dentro de cada post. Pero dentro de la colección de entradas que es un blog la novedad conviene dejarla arriba, bien visible. Así ubicada, librificar un blog requiere publicar al revés de como se va a leer: si querés hacer de cada post el capítulo de una obra, para que te queden ordenados (Capítulo I, II, III...) el mayor lo tenés que publicar primero y el menor último (como hizo Anto en su novela Más grande que El Globo).

Lo reciente es lo más cercano que podemos estar del presente, de tan fugaz que es. Todo lo que hay acá (todo lo que está presente) es pasado: hay un ensayo que es el último y lo siguen debajo los otros. El futuro es eventual, nunca real: es el próximo ensayo que publique, que todavía no existe. Como vos, yo y cualquiera, el blog morirá cuando ya no tenga más futuro: cuando ya no haya ningún ensayo pendiente sobrevolando la línea de flotación (que tiene de ancho la brecha entre la fecha actual y la del último ensayo publicado; debajo empiezan las profundidades del pasado).


Las direcciones del tiempo 005 (2.1.0)


Hice agregados en relación con la última versión registrada (y puede que me haya salteado un registro del cambios en el medio). Desde ayer el ensayo se veía así:



1.

Algo común a todas las figuraciones que nos hacemos del tiempo es que es un flujo, una corriente: “el tiempo pasa”. (Y gracias a eso –o por culpa suya–, “todo pasa”.) La pregunta es en qué dirección.
Pero una pregunta previa es cómo definimos la dirección, de qué a qué decimos que se mueve el tiempo. Borges, por ejemplo, en “Historia de la eternidad” ve igual de «ilógica» «la creencia común» de que fluye del pasado al futuro y «la contraria», que dice que discurre del futuro al pasado (la idea escolástica «del tiempo como fluencia de lo potencial en lo actual» «es afín» a la idea de los versos de Unamuno: “Nocturno el río de las horas fluye / desde su manantial que es el mañana / eterno...”).
En vez de pasado-futuro, en este ensayo los extremos del viaje serán 2 estados (estado de menor entropía-estado de mayor entropía) y 6 ubicaciones (izquierda-derecha, adelante-atrás, arriba-abajo).

2.

Si ninguna fuerza la contrarresta, la gravedad decide la dirección de un flujo de agua, como el de un río o el de un acueducto. En cambio, a la flecha del tiempo –tiempo que un río viene metaforizando hace siglos– la decide la segunda ley de la termodinámica: siempre se pasa de un estado menos aleatorio a otro más aleatorio (o sea, de un estado de menor a uno de mayor entropía); nunca al revés: es sentido único porque es irreversible.

Además de un cambio de estado, el flujo del tiempo puede definirse en términos de un cambio de ubicación (y no en 1 dirección específica, sino en cualquiera). A diferencia del tiempo físico, nuestras representaciones del tiempo y su movimiento tienen más de 1 dirección; de hecho, las tienen todas. El tiempo se mueve en todas las direcciones opuestas posibles (o sea, en todas las direcciones) cuando lo graficamos montándolo sobre los 3 carriles de nuestro espacio 3D: adelante-atrás, izquierda-derecha, arriba-abajo y 3 veces viceversa. Hay, entonces, 6 sentidos en el menú de los que una cultura puede atribuirle al flujo del tiempo cuando lo espacializa: cuando traduce o vuelca su unidimensionalidad en nuestra tridimensionalidad.

2.1

Empiezo por las 2 direcciones laterales. Elegimos una según en qué dirección se lea una línea en nuestra cultura: si leemos de izquierda a derecha, como en la cultura occidental, pondremos el futuro a la derecha; si leemos de derecha a izquierda, como en la cultura árabe, lo pondremos a la izquierda. Dime cómo rastrillas leyendo y te diré cómo lateralizas el tiempo.

2.2

Pero el sentido en que escaneamos no decide también cuál de las 2 direcciones longitudinales elegimos, si con el futuro adelante o con el futuro atrás. Lo que decide acá –arriesgo– es si montamos el tiempo sobre rieles de conocimiento o sobre rieles de deseo o voluntad. Saber o querer: that is the question.

Por ejemplo, para la cultura aymara no sabemos (no vemos) lo que está detrás y no sabemos el futuro: por lo tanto, el futuro está detrás; sabemos (vemos) lo que está delante y sabemos el pasado: por lo tanto, el pasado está delante. Nos movemos hacia el futuro, pero de espaldas, mirando (conociendo) el pasado que tenemos delante y de cuyos hitos nos vamos alejando permanentemente. Para mi cultura, en cambio, nos movemos hacia el futuro de frente, dejando a nuestras espaldas el pasado.
Estas metáforas del tiempo vienen a ser como los asientos de algunos colectivos (en Buenos Aires, al menos): están los que miran el venir de las cosas y los que miran el irse. La segunda situación, y no la primera, metaforiza no sólo el movimiento del tiempo, sino sus implicaciones gnoseológicas: el desconocimiento del futuro y el conocimiento del pasado, como le pasa al que viaja en uno de esos asientos que miran para atrás.
En un caso, el futuro es el tiempo de lo desconocido por conocer; en el otro, el tiempo de lo deseado o perseguido: metas, objetivos, propósitos, fines, etc. (todas cosas que conviene tener a la vista si vamos a probar puntería). En un caso se flota a la deriva, se sigue la corriente, que corre de lo desconocido a lo conocido, y se registran las novedades que va deparando el viaje; en el otro se navega hacia un destino y se agendan intenciones. En un caso somos recolectores; en el otro, cazadores.

2.3

Las últimas direcciones del elenco 3D son las 2 verticales. Las introduzco con 2 ejemplos de sendas clases de asombro. Un asombro por acción es, por ejemplo, asombrarse de que en otra cultura se ponga al futuro atrás en vez de adelante o a la izquierda en vez de a la derecha, por ejemplo (o al revés, para completar los ejemplos). Un asombro por omisión es asombrarse porque te cae la ficha de que arriba o abajo no son posiciones donde las culturas suelan poner el futuro.
Es un eje poco o nada usado para representar al tiempo fluyendo. O al menos para hacerlo espontáneamente, por propia iniciativa. Porque si me preguntás te puedo decir si para mí el tiempo va para arriba o para abajo, pero si me dejás elegir te voy a decir, por ejemplo, que va para adelante (si estoy en medio de un espacio 3D) o para la derecha (si estoy frente a un espacio 2D, como una hoja). E incluso quienes lo ven ir para atrás o para la izquierda seguramente preferirán uno de estos dos ejes para verlo moverse, y no el de arriba/abajo.
Quizás es esta falta de hábito y práctica lo que hace que acá no haya una dirección única y, en el peor de los casos, que distintos culturizados de la misma cultura repartan como al azar sus preferencias por un futuro elevado o por uno profundo (cosa que no pasa, en Occidente, con un futuro frontal o uno diestro, que más que preferidos son inadvertidamente obligatorios: saben a naturales). Podría poner a prueba esta afirmación con una encuesta, si no fuera porque va a quedar todo en 0%:*

Jueves 1 de junio de 2017. Acaba de cerrar la encuesta. Juro que ese voto no fue mío.



PD del 5-6-17: O podría ponerme a pensar por qué, sin el adiestramiento de un hábito, puede haber –si es que la hay– una preferencia por situar el futuro arriba. No sólo vemos al tiempo moviéndose; también nos vemos moviéndonos con él. Si tenemos que elegir entre elevarnos e internarnos en profundidades oceánicas o mineras, probablemente elegiremos la opción que a nuestra imaginación le resulte menos claustrofóbica.
Puede haber otra razón para la preferencia por un flujo ascendente. Todas las posiciones pueden estar connotadas, positiva o negativamente. En nuestra cultura, es de hábiles ser diestro y es de feos, sucios y malos ser siniestro; si te dan la derecha te dan un OK y hacer algo por izquierda es ilegal. Y es bueno ir para adelante: retroceder, jamás. Pero me parece –pero puedo estar engañándome– que las posiciones arriba y abajo están más cargadas que las otras. Abajo es el infierno, la oscuridad, la confusión, la desaprobación del pulgar, el castigo, la muerte y no sigo porque es un bajón. Arriba es el cielo, la luz, la verdad, la aprobación del pulgar, el premio, la vida y alta llanta, todo re top.
Qué destino de viaje preferir parece obvio, pero por las dudas lo digo así: puede que esas connotaciones contribuyan a que elijamos imaginar mayoritariamente el futuro arriba (no digo en un 100%, y menos reflejando 1 caso, pero sí mayoritariamente, y al menos en una cultura con esas valorizaciones –u otras distintas pero del mismo signo: con el pulgar en la misma dirección).
El futuro físico es aleatorio; el futuro anímico es alto. Así que ¡pum para arriba, caracúlicos!; ¡Levántate y anda, Lázaro!; "Sube por la ladera, peregrino, hasta la cumbre de tu elevación" (otra sobredosis hippie, pero de altura); etc.

2.3.1

Pero que sea la corriente menos (o nada) usada para poner a fluir el tiempo no significa que no sea usada (o esté implicada) en el diseño de otras cosas. O en la manera de llamarlas: hablar de un ascensor (o elevador) es privilegiar una de las dos metas que puede tener ese subibaja vertical, la que ubica el futuro del viaje arriba. De modo similar, el futuro de una suma –su resultado– está abajo para algunos y arriba para otros. El tiempo pasó de ser algo a definir o graficar a ser un insumo de otra cosa.
Agrego otros 2 ejemplos de orientación implícita en el diseño. Para el primero vuelve a decidir la dirección con que leemos y escribimos, que es doble: además de izquierda a derecha o de derecha a izquierda en el renglón, de arriba abajo o de abajo arriba en la página. En las culturas donde escribimos y leemos de arriba abajo, el pasado está arriba (por ahí empezamos un CV o una cronología biográfica, si no la hacemos regresiva) y el futuro –o su víspera, el presente– está abajo (y a partir de ahí sólo se puede seguir a pura imaginación o conjetura).

2.3.2

Para el segundo ejemplo, en la otra dirección vertical, está el apilamiento que hace un blog. Al apilar entradas las ordenamos de la más reciente a la más antigua: el futuro arriba, el pasado abajo. Pero al pasar de página con la barra de navegación –flujo horizontal– avanzamos hacia el pasado (descendemos en la pila con "Página siguiente") o retrocedemos hacia el futuro (ascendemos en la pila con "Página anterior"). Toma 2: recorremos la pila, cuya cronología fluye de abajo arriba, con la metáfora libresca de pasar las hojas de un libro (a nuestro modo: con la siguiente a la derecha). Nótese que para moverse entre entradas no es relevante en qué dirección leemos/barremos un renglón, sino un libro. La navegación de un blog en árabe, si apilan y hojean como acá, debería ser igual que la de este blog.
Otra metáfora de navegación podría tener una corriente en sentido inverso. O la misma metáfora libresca, pero en una cultura que pase las hojas de atrás para adelante (es decir, con las novedades a la izquierda). Como sea que la flecha horizontal se invierta, los flujos se amigan: ya no hay uno cuyo avance es un retroceso en la cronología de la pila y otro cuyo retroceso es un avance en ella; con ese cambio hay un flujo cuyo avance (un deslizamiento hacia la izquierda) es un avance (un ascenso) en la cronología y otro cuyo retroceso lateral (hacia la derecha) es un retroceso cronológico (un descenso en la pila). Y esto es la mitad del asunto, porque aquella discordancia se disipa con cualquiera de estas dos modificaciones: como recién, cambiando la orientación de la barra (hacerla fluir de derecha a izquierda); o cambiando la orientación de la pila (hacerla fluir de arriba abajo).

La kafkeo toda. También podría argumentarse que esta discordancia es ilusoria. Más precisamente, esa foto está editada: término siguiente y retroceso cronológico coexisten pero no interactúan. Porque una cosa es que haya un "buen orden", donde cada término, si no es el último, tiene uno siguiente. Y otra cosa es el criterio usado para ordenar (acá, cronológico y ascendente); no importa si el resultado de aplicarlo armoniza semánticamente o no con "siguiente".

Imagino que es la comodidad de tener lo último a mano o a la vista lo que nos hace preferir apilar; imaginate si el post nuevo lo tuvieras que ir a buscar siempre al fondo de todo. La novedad abajo es la distribución propia de una página o de un libro (a lo rollo: "como dijimos más arriba", escribe a veces el infrascrito); y es también la que hay dentro de cada post. Pero dentro de la colección de entradas que es un blog la novedad conviene dejarla arriba, bien visible. Así ubicada, librificar un blog requiere publicar al revés de como se va a leer: si querés hacer de cada post el capítulo de una obra, para que te queden ordenados (Capítulo I, II, III...) el mayor lo tenés que publicar primero y el menor último (como hizo Anto en su novela Más grande que El Globo).

Lo reciente es lo más cercano que podemos estar del presente, de tan fugaz que es. Todo lo que hay acá (todo lo que está presente) es pasado: hay un ensayo que es el último y lo siguen debajo los otros. El futuro es eventual, nunca real: es el próximo ensayo que publique, que todavía no existe. Como vos, yo y cualquiera, el blog morirá cuando ya no tenga más futuro: cuando ya no haya ningún ensayo pendiente sobrevolando la línea de flotación (que tiene de ancho la brecha entre la fecha actual y la del último ensayo publicado; debajo empiezan las profundidades del pasado).


martes, 6 de junio de 2017

Las direcciones del tiempo 004 (2.0.0)



En relación con la versión anterior, hoy le hice varios cambios al ensayo, todos agregados (en distintas partes levemente y mucho en la parte de los flujos de un blog). Ahora quedó así:



1.

Algo común a todas las figuraciones que nos hacemos del tiempo es que es un flujo, una corriente: “el tiempo pasa”. (Y gracias a eso –o por culpa suya–, “todo pasa”.) La pregunta es en qué dirección.
Pero una pregunta previa es cómo definimos la dirección, de qué a qué decimos que se mueve el tiempo. Borges, por ejemplo, en “Historia de la eternidad” ve igual de «ilógica» «la creencia común» de que fluye del pasado al futuro y «la contraria», que dice que fluye del futuro al pasado (la idea escolástica «del tiempo como fluencia de lo potencial en lo actual» «es afín» a la idea de los versos de Unamuno: “Nocturno el río de las horas fluye / desde su manantial que es el mañana / eterno...”).
En vez de pasado-futuro, en este ensayo los extremos del viaje serán 2 estados (estado de menor entropía-estado de mayor entropía) y 6 ubicaciones (izquierda-derecha, adelante-atrás, arriba-abajo).

2.

Si ninguna fuerza la contrarresta, la gravedad decide la dirección de un flujo de agua, como el de un río o el de un acueducto. En cambio, a la flecha del tiempo –tiempo que un río viene metaforizando hace siglos– la decide la segunda ley de la termodinámica: siempre se pasa de un estado menos aleatorio a otro más aleatorio (o sea, de un estado de menor a uno de mayor entropía); nunca al revés: es sentido único porque es irreversible.

Además de un cambio de estado, el flujo del tiempo puede definirse en términos de un cambio de ubicación (y no en 1 dirección específica, sino en cualquiera). A diferencia del tiempo físico, nuestras representaciones del tiempo y su movimiento tienen más de 1 dirección; de hecho, las tienen todas. El tiempo se mueve en todas las direcciones opuestas posibles (o sea, en todas las direcciones) cuando lo graficamos montándolo sobre los 3 carriles de nuestro espacio 3D: adelante-atrás, izquierda-derecha, arriba-abajo y 3 veces viceversa. Hay, entonces, 6 sentidos en el menú de los que una cultura puede atribuirle al flujo del tiempo cuando lo espacializa: cuando traduce o vuelca su unidimensionalidad en nuestra tridimensionalidad.

2.1

Empiezo por las 2 direcciones laterales. Elegimos una según en qué dirección se lea en nuestra cultura: si leemos de izquierda a derecha, como en la cultura occidental, pondremos el futuro a la derecha; si leemos de derecha a izquierda, como en la cultura árabe, lo pondremos a la izquierda. Dime cómo rastrillas leyendo y te diré cómo lateralizas el tiempo.

2.2

Pero el sentido en que escaneamos no decide también cuál de las 2 direcciones longitudinales elegimos, si con el futuro adelante o con el futuro atrás. Lo que decide acá –arriesgo– es si montamos el tiempo sobre rieles de conocimiento o sobre rieles de deseo o voluntad. Saber o querer: that is the question.

Por ejemplo, para la cultura aymara no sabemos (no vemos) lo que está detrás y no sabemos el futuro: por lo tanto, el futuro está detrás; sabemos (vemos) lo que está delante y sabemos el pasado: por lo tanto, el pasado está delante (si tuviéramos los ojos en la nuca, esa distribución sería la inversa). Nos movemos hacia el futuro, pero de espaldas, mirando (conociendo) el pasado que tenemos de frente y vamos dejando atrás. Para nuestra cultura, en cambio, nos movemos hacia el futuro de frente, dejando a nuestras espaldas el pasado (de nuevo: el futuro está delante porque miramos para adelante; si mirásemos desde la nuca, lo pondríamos atrás).
Estas metáforas del tiempo vienen a ser como los asientos de algunos colectivos (en Buenos Aires, al menos): están los que miran el venir de las cosas y los que miran el irse. La segunda situación, y no la primera, metaforiza no sólo el movimiento del tiempo, sino sus implicaciones gnoseológicas: el desconocimiento del futuro y el conocimiento del pasado, como le pasa al que viaja en uno de esos asientos que miran para atrás.
En un caso, el futuro es el tiempo de lo desconocido por conocer; en el otro, el tiempo de lo deseado o perseguido: metas, objetivos, propósitos, fines, etc. (todas cosas que conviene tener a la vista si vamos a probar puntería). En un caso se flota a la deriva, se sigue la corriente, que corre de lo desconocido a lo conocido, y se registran las novedades que va deparando el viaje; en el otro se navega hacia un destino y se agendan intenciones. En un caso somos recolectores; en el otro, cazadores.

2.3

Las últimas direcciones del elenco 3D son las 2 verticales. Las introduzco con 2 ejemplos de sendas clases de asombro. Un asombro por acción es, por ejemplo, asombrarse de que en otra cultura se ponga al futuro atrás en vez de adelante o a la izquierda en vez de a la derecha, por ejemplo (o al revés, para completar los ejemplos). Un asombro por omisión es asombrarse porque te cae la ficha de que arriba o abajo no son posiciones donde las culturas suelan poner el futuro.
Es un eje poco o nada usado para representar al tiempo fluyendo. O al menos para hacerlo espontáneamente, por propia iniciativa. Porque si me preguntás te puedo decir si para mí el tiempo va para arriba o para abajo, pero si me dejás elegir te voy a decir que va para adelante o para la derecha, por ejemplo. E incluso quienes lo ven ir para atrás o para la izquierda seguramente preferirán uno de estos dos ejes para verlo moverse, y no el de arriba/abajo.
Quizás es esta falta de hábito y práctica lo que hace que acá no haya una dirección única y, en el peor de los casos, que distintos culturizados de la misma cultura repartan como al azar sus preferencias por un futuro elevado o por uno profundo (cosa que no pasa, en Occidente, con un futuro frontal o uno diestro, que más que preferidos son inadvertidamente obligatorios: saben a naturales). Podría poner a prueba esta afirmación con una encuesta, si no fuera porque va a quedar todo en 0%:*

Jueves 1 de junio de 2017. Acaba de cerrar la encuesta. Juro que ese voto no fue mío.



PD del 5-6-17: O podría ponerme a pensar por qué, sin el adiestramiento de un hábito, puede haber –si es que la hay– una preferencia por situar el futuro arriba. No sólo vemos al tiempo moviéndose; también nos vemos moviéndonos con él. Si tenemos que elegir entre elevarnos e internarnos en profundidades oceánicas o mineras, probablemente elegiremos la opción que a nuestra imaginación le resulte menos claustrofóbica.
Puede haber otra razón para la preferencia por un flujo ascendente. Todas las posiciones pueden estar connotadas, positiva o negativamente. En nuestra cultura, es bueno ser diestro y malo ser siniestro; si te dan la derecha te dan un OK y hacer algo por izquierda es ilegal. Y es bueno ir para adelante: retroceder, jamás. Pero me parece –pero puedo estar engañándome– que las posiciones arriba y abajo están más cargadas que las otras. Abajo es el infierno, la oscuridad, la confusión, la desaprobación, el castigo, la muerte... Arriba es el cielo, la luz, la verdad, la aprobación, el premio, la vida...
Qué destino de viaje preferir parece obvio, pero por las dudas lo digo así: puede que esas connotaciones contribuyan a que elijamos imaginar mayoritariamente el futuro arriba (no digo en un 100%, y menos reflejando 1 caso, pero sí mayoritariamente; al menos en una cultura con esas valorizaciones –u otras distintas pero del mismo signo: con el pulgar en la misma dirección).

2.3.1

Pero que sea la corriente menos (o nada) usada para poner a fluir el tiempo no significa que no sea usada (o esté implicada) en el diseño de otras cosas. O en la manera de llamarlas: hablar de un ascensor (o elevador) es privilegiar una de las dos metas que puede tener ese subibaja vertical, la que ubica el futuro del viaje arriba. De modo similar, el futuro de una suma –su resultado– está abajo para algunos y arriba para otros. El tiempo pasó de ser algo a definir o graficar a ser un insumo de otra cosa.
Agrego otros 2 ejemplos de orientación implícita en el diseño. Para el primero vuelve a decidir la dirección con que leemos y escribimos, que es doble: además de izquierda a derecha o de derecha a izquierda en el renglón, de arriba abajo o de abajo arriba en la página. En las culturas donde escribimos y leemos de arriba abajo, el pasado está arriba (por ahí empezamos un CV o una cronología biográfica, si no la hacemos regresiva) y el futuro –o su víspera, el presente– está abajo (y a partir de ahí sólo se puede seguir a pura imaginación o conjetura).

2.3.2

Para el segundo ejemplo, en la otra dirección vertical, está el apilamiento que hace un blog. Al apilar entradas las ordenamos de la más reciente a la más antigua: el pasado abajo, el futuro arriba. Pero al pasar de página con la barra de navegación –flujo horizontal– avanzamos hacia el pasado (descendemos en la pila con "Página siguiente") o retrocedemos hacia el futuro (ascendemos en la pila con "Página anterior"). Así de enrevesadas son las cosas en esta ensalada de metáforas. Vamos de nuevo.
Recorremos la pila, cuya cronología fluye de abajo arriba, con la metáfora libresca de pasar las hojas de un libro (a nuestro modo: con la siguiente a la derecha). Nótese que para moverse entre entradas no es relevante en qué dirección leemos/barremos un renglón, sino un libro. La navegación de un blog en árabe, si apilan y hojean como nosotros, debería ser igual que la nuestra.
Otra metáfora de navegación podría tener una corriente en sentido inverso. O la misma metáfora libresca, pero en una cultura que pase las hojas de atrás para adelante (es decir, con las novedades a la izquierda). Como sea que la flecha horizontal se invierta, los flujos se amigan: ya no hay uno cuyo avance es un retroceso en la cronología de la pila y otro cuyo retroceso es un avance en ella; con ese cambio hay un flujo cuyo avance (un deslizamiento hacia la izquierda) es un avance (un ascenso) en la cronología y otro cuyo retroceso lateral (hacia la derecha) es un retroceso cronológico (un descenso en la pila). Y esto es la mitad del asunto, porque aquella discordancia se disipa con cualquiera de estas dos modificaciones: como recién, cambiando la orientación de la barra (hacerla fluir de derecha a izquierda); o cambiando la orientación de la pila (hacerla fluir de arriba abajo).

Imagino que es la comodidad de tener lo último a mano o a la vista lo que nos hace preferir apilar; imaginate si el post nuevo lo tuvieras que ir a buscar siempre al fondo de todo. La novedad abajo es la distribución propia de una página o de un libro (a lo rollo: "como dijimos más arriba", escribe a veces el infrascrito); y es también la que hay dentro de cada post. Pero dentro de la colección de entradas que es un blog la novedad conviene dejarla arriba, bien visible. Así ubicada, librificar un blog requiere publicar al revés de como se va a leer: si querés hacer de cada post el capítulo de una obra, para que te queden ordenados (Capítulo I, II, III...) el mayor lo tenés que publicar primero y el menor último (como hizo Anto en su novela Más grande que El Globo).

Lo reciente es lo más cercano que podemos estar del presente, de tan fugaz que es. Todo lo que hay acá (todo lo que está presente) es pasado: hay un ensayo que es el último y lo siguen debajo los otros. El futuro es eventual, nunca real: es el próximo ensayo que publique, que todavía no existe. Como vos, yo y cualquiera, el blog morirá cuando ya no tenga más futuro: cuando ya no haya ningún ensayo pendiente sobrevolando la línea de flotación (que tiene de ancho la brecha entre la fecha actual y la del último ensayo publicado; debajo empiezan las profundidades del pasado).