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viernes, 15 de mayo de 2020

La Pródiga 022 (8.1.0)



Acabo de terminar de agregar un análisis nuevo en la sección 5, con la inclusión estelar de Moro Simpson. Los párrafos anteriores tienen partes que no cambiaron y partes que sí o que se agregaron:



...se quedó en el 45 (dirían en los 90).
   El público de los 80 no la recibió como el padre al hijo pródigo
(o, sin ir más lejos, como el valle la recibió a ella en la ficción, cuando volvió de Europa después de unos diez años y “bastantes” amantes). No había en esa exhumación algo tan actual como un regreso. Esta vez no era “mejor que desenterrar una estatua”, como dijo el antiguo amigo de Julia cuando Enrique le contó que “en el último rincón del mundo hemos descubierto una mujer extraordinaria, algo así como una reina destronada”. El extravío del personaje rima con el de la película.
   Andando a caballo, un adolescente Neruda anocheció extraviado «en la selva del Sur chileno» pero, «milagrosamente, halló refugio en una mansión de tres hermanas francesas, dueñas de un aserradero también “extraviado” en la extensión selvática y montañosa». El autor de lo citado linkea el caso con el de las tres hermanas de la obra de teatro homónima de Chejov, autor del epígrafe del ensayo “Las tres hermanas”, de Thomas Moro Simpson (Dios, el mamboretá y la mosca).
   El Valle de Piedras Albas es lo suficientemente remoto visto desde la capital como para que no se hayan enterado del regreso de la pródiga pecaminosa (libertina): “Hace tiempo que ha desaparecido; sus parientes la dan por muerta”. Quien lo dice es la misma señora que, en la juntada de la alta sociedad, interrumpe al antiguo amigo en el arranque de su evocación: “¡Por favor! No vaya a contar en voz alta esa historia”. La moral pública está en riesgo y Pura encabeza la retirada: “Es mejor alejarse”, le dice a la señora; “es usted un hombre endiablado”, le dice sonriendo al evocador y lo deja convenientemente a solas con Guillermo.
   En definitiva, Julia Montes está tan apartada de la capital como su pasado amoroso de la moral burguesa. Pero lo suyo no es un destierro, como el de Julia Castro-Alares, sino un retiro voluntario (y espiritual), algo cercano a una reclusión monacal.
   En la capital no la registran y Enrique la presenta exiliada (“una reina destronada”), pero Julia es la poco disimulable dueña de todas esas tierras que los amigos de sus parientes quieren embalsar. Es el centro de un mundo autosuficiente y hospitalario, alternativo al de la capital, no subalterno. Pero ese microcosmos sigue estando dentro de un país.
   Vista desde 1984, si La Pródiga de Soffici tenía algún valor, no era artístico, se opinó (se exageró, opino); su valor era más bien histórico. Y no por haber sido rescatada de la inexistencia (so vo, Bó?), sino porque su primera actriz era el pasado olvidado de la mujer política más recordada –por amor y por odio– de la historia argentina.
   Pero si no hubiera sido eclipsada por esa mujer, Julia Montes
muy probablemente tampoco habría brillado en los 80. Fue como la típica patrulla perdida (y japonesa) que salió de su escondite y encontró un mundo muy diferente al que había cuando ingresó.


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