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miércoles, 11 de mayo de 2022

Teléfono no roto 011 (4.0.1)



En la madrugada de ayer cambié el final de la sección 4. Antes decía esto:



A la izquierda del relator hay seis seres estancados, atorados en una espera, todos humanos. A la derecha hay seis seres semovientes, cinco humanos y uno canino (seres animados estaría mejor, pero cortaría la aliteración y el foco en la movilidad general y los movimientos particulares). Su omisión podría no estar estipulada; podría ser una necesidad de verosimilitud, de congruencia con una aldea de otra época. Y si el pintor hubiera decidido no omitirlos, habría tenido que disfrazarlos de aldeanos para que no se vieran anacrónicos y delataran el truco.



Ahora dice esto (con dos agregados de hoy, 11/5/22):



   En la escena hay 13 seres semovientes. A la izquierda de uno de ellos, el relator, hay seis seres estancados, como secuestrados en una espera, todos humanos. A la derecha hay otros seis, cinco humanos y uno canino, que están en movimiento (5) o en pausa (1), pero libres para hacer una cosa o la otra (no tanto el perro, pero más que en la fila de enfrente). Están dentro del área del encuadre y recorte, pero no están en la tela.
   O fueron omitidos por el relator, si sólo dicta lo que no se mueve, o fueron omitidos por el pintor, que habría tenido que disfrazarlos de aldeanos para que no se vieran anacrónicos y delataran el truco. Pero igual de decisiva para crear la ilusión de aldea antigua fue la omisión de algo no semoviente. Tanto, que merece una sección propia; pero no será la que viene ni la otra.



En el final de la sección 4 agregué la referencia a “El sueño”:



   Un solapamiento similar se daría si coincidieran siempre y al mismo ritmo las imágenes del sueño de X y las imágenes de la película que se está perdiendo por haberse quedado dormido.
   Dada esa coincidencia estricta, el director de la película El sueño no necesita filmar dos escenas idénticas, sino una y comentarla, decir que es la segunda o algo así. Análogamente,
Magritte pudo pintar un solo paisaje y simular dos, uno en la tela y el otro detrás y alrededor de la tela; Quino, en cambio, tuvo que dibujar dos: el que vemos junto con el relator, del otro lado de la calle, y el que vemos junto con el pintor, en la tela (lejos del otro, no delante).



También le agregué (recién) un final del primer párrafo (recién) y dos párrafos más (ayer, hasta Infinitea) al primer bloque de acotación o subtema de la sección 6, que empieza con «Si literalmente fuera su aldea la que pinta...» (y que probablemente independice y desarrolle como ensayo del 15 de mayo):



...o en la litografía de Escher Galería de grabados (para autorrepresentaciones no visuales están las literarias y la filosófica que Borges usa en “Magias parciales del Quijote; ninguna tan parecida a esta imaginación como la del mapa de Royce).
Para que la pintura dictada tenga todos los detalles y además se autorrepresente, el relator debe dejar para el final del nivel describir lo que ve a través de esa ventana. En el nivel siguiente describirá de nuevo una nube, tejados, chimeneas, un empedrado, etc., pero lo último será, cada vez, el portal al otro nivel: la ventana por donde se ve a un pintor pintando un cuadro donde hay una ventana por donde se ve a un pintor pintando un cuadro donde hay una...
Es un autorretrato infinito, pero más sorprendente es ver la ventana y su contenido achicarse infinitamente. Si viajáramos a través de los infinitos niveles reduciendo progresiva y proporcionalmente nuestros cuerpos, el viaje se parecería a la eternidad animada que diseñó David Packer en Infinitea:





Lo último de esta madrugada del 11 de mayo: acabo de reemplazar el primero de esos párrafos agregados por esto:



   Para que la pintura dictada tenga todos los detalles y además se autorrepresente, el relator debe dejar para el final la descripción de lo que ve a través de esa ventana. En el nivel siguiente describirá de nuevo una salamandra, una pava, un teléfono sobre una banqueta, y así hasta llegar a un pintor que es así y asá y que pinta un cuadro donde hay una nube, tejados, chimeneas, un empedrado, y así hasta llegar al portal que da al otro nivel y recomienza el dictado: la ventana por donde se ve a un pintor pintando un cuadro donde hay una ventana por donde se ve a un pintor pintando un cuadro donde hay una ventana por donde...
   En rigor, no es necesariamente un recomienzo. El relator no está obligado a dictar todo en el mismo orden. Podría hacerlo, y estaría recorriendo esas cosas como leería los libros de la Biblioteca periódica «un eterno viajero», que «comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden)». Si se repitieran en otro desorden no habría problema, siempre y cuando fueran los 251.312.000 que hay por período.
   La diferencia es que al eterno viajero puede no importarle cuál es el último libro leído de cada ciclo (“Puesto menor”), pero al relator algo así debe importarle siempre. Mientras encare la descripción de la ventana en último lugar, puede ordenar las demás cosas como quiera. Machaco: da lo mismo que describa primero la salamandra y después la banqueta o al revés; lo único que importa es que la ventana la relate luego de todo lo que la rodea.
   Es un autorretrato infinito, pero más sorprendente es...

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