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jueves, 9 de diciembre de 2010

Dos visiones 001 (0.1.0)


Hice cambios medios en las secciones 2, 2.1 y 2.2. Hasta ahora, decían esto:

2. Ser para ver

          «Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.»

          Julio Cortázar, “Axolotl”.


          «...quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.»

          Jorge Luis Borges, en el final de “La muralla y los libros”

El lugar es un aula grande, más profunda que ancha pero mucho de ambas. Una o dos filas delante, oblicua al estudiante X, una chica con minifalda se sienta y apoya los pies en el respaldo del asiento de enfrente. Un reflejo pajero le hace darse cuenta a X de que hay una perspectiva no baldosera desde donde se ve el interior de la minifalda (y con tiempos de contemplación, no con la fugacidad del pase de Sharon Stone). Un segundo reflejo le hace imaginarse esa perspectiva y su visión. Como buen “hecho estético”, la minifalda es “la inminencia de una revelación, que no se produce” hasta que se produce, siquiera bajo los efectos de una imaginación poderosa. Tal vez porque lo revelado es una entrepierna y no una cola, X se desliza del pajerismo al divague y pasa de imaginar esa vista a imaginar ser el que la tiene y donde pueda tenerla. Pronto X se cuelga con uno de esos Qué pasaría si... que a veces –no esta– continúa con la extracción de una consecuencia tan o más rigurosa que elegante (lo cual no define un valor, ni en detrimento ni a favor de su inversa; pero sí una dirección en que escalará el valor de ese producido).
En este cuelgue la idea era que si X imaginara con suficiente intensidad que está suspendido en el aire mirando esas piernas hasta el final, lograría (quedar cautivo en la ilusión de) tener esa visión, ubicarse detrás de esa mirada, ver lo que ve ése de frente que se imagina ser. De esta mudanza, que vuelve itinerante la perspectiva de X, pueden decirse algunas cosas. Me voy a limitar a dos: una referida al ver de X, gracias a la cual puede mantener un pie en la ilusión, y la otra referida a su (no) ser visto, gracias a la cual no llega a sacar el otro pie de la realidad.

2.1

Nada impide que se crucen las dos visiones que produce ese desdoblamiento, una por cada posición. X verá el interior íntimo, pero alrededor, de fondo, dos filas más atrás en diagonal, podrá ver también la figura del que está imaginando que ve desde ahí afuera. ¿Se reconoce X cuando se ve o está practicando aquello de “verse a sí mismo como una cosa ajena” o por practicar el paso siguiente, el de “olvidar lo visto”, precisamente para “conservar la mirada”?
Tal vez el hecho de que X pueda verse dentro del cuadro, si aceptamos que puede, sirva de prueba o de indicio de que no se reconoció o de que lo olvidó enseguida: de haberse reconocido lo suficiente, podría haber recordado lo suficiente como para desbaratar la ilusión, podría haber tenido demasiado presente el hecho de que él en realidad era ése, no éste. Si se vio y no se desvaneció, quiere decir que no se reconoció, sería el argumento. El traslado de X a su nueva posición parece posible (o sólo más fácil) cuando su carga consciente es nula, cuando parte de sí sin llevarse; el reconocimiento, en todo caso, no favorece la metamorfosis.

2.2

Otra cuestión es si ése de dos filas atrás de la chica o la chica misma o cualquiera del aula pueden verlo tanto como X' puede verlos a todos (a condición de no verse en ninguno). También acá la respuesta más razonable parece la negativa. Es una conversión selectiva la que hace X: se convierte en uno que puede ver pero no en uno que también puede ser visto (para eso, se habría levantado con toda su humanidad y habría ido hasta donde mejor pudiera verla, lo que seguramente lo habría llevado a no durar ni un round de sociabilidad).
Esa selectividad vouyerista es, a pesar de su estilo onírico, un anclaje del lado de afuera de la ilusión, un pie en la realidad. Dicho de otra manera: para que X no se pudiera creer del todo ser otro o estar en otro lugar, ahí estaban las inverosimilitudes (“tenues... intersticios de sinrazón”) de ver sin ser visto, primero; de no llamar la atención suspendido en el aire, en caso de sí ser visto, segundo; y de estar suspendido en el aire, tercero.


Ahora dice esto:

2. Ser para ver

          «Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin sorpresa, vi mi cara contra el vidrio, en vez del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces mi cara se apartó y yo comprendí.»

          Julio Cortázar, “Axolotl”.


          «...quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.»

          Jorge Luis Borges, en el final de “La muralla y los libros”

El lugar es un aula grande, más profunda que ancha pero mucho de ambas. Una o dos filas delante, oblicua al estudiante X, una chica con minifalda se sienta y apoya los pies en el respaldo del asiento de enfrente. Un reflejo pajero le hace darse cuenta a X de que hay una perspectiva no baldosera desde donde se ve el interior de la minifalda (y con tiempos de contemplación, no con la fugacidad del pase de Sharon Stone). Un segundo reflejo le hace imaginarse esa perspectiva y su visión. Como buen “hecho estético”, la minifalda es “la inminencia de una revelación, que no se produce” hasta que se produce, siquiera bajo los efectos de una imaginación poderosa. (De qué tan poderosa sea depende la conciencia que conservemos del truco.)
Pronto X se cuelga con uno de esos Qué pasaría si... que a veces –no esta– continúa con la extracción de una consecuencia tan o más rigurosa que elegante (lo cual no define un valor, ni en detrimento ni a favor de su inversa; pero sí una dirección en que escalará el valor de ese producido). Tal vez porque lo revelado es una entrepierna y no una cola, X se desliza del pajerismo al divague y pasa de imaginar esa vista a imaginar ser el que la tiene.
Si esa imaginación es absolutamente poderosa, X cabalmente ve lo que ve (o vería, si existiera) ése en el que se convirtió, cosa que olvidó al instante (sin el gradualismo del axolotl). (La mudanza vuelve itinerante la perspectiva de X, no múltiple.) Menos que absoluta (antes del límite de una gradación infinita de poder o libertad), la imaginación no incluye el olvido total ni, por lo tanto, una conversión cabal, sino sus ilusiones sucedáneas. Dicho de otra manera: si X imaginara con suficiente intensidad estar suspendido en el aire mirando esas piernas hasta el final, lograría (quedar cautivo en la ilusión de) tener esa visión, ubicarse detrás de esa mirada, ver lo que ve ése de frente que se imagina ser.
Como ahora la ilusión no es perfecta, convive con rastros de lucidez y memoria. Me voy a referir a dos: uno, el selectivo no ver de X, gracias al cual puede mantener un pie en la ilusión; otro, su indiscriminado no ser visto, gracias al cual no llega a sacar el otro pie de la realidad.

2.1

Nada impide que se crucen las dos visiones que produce ese desdoblamiento, una por cada posición. X verá el interior íntimo, pero alrededor, de fondo, dos filas más atrás en diagonal, podrá ver también la figura del que está imaginando que ve desde ahí afuera. ¿Se reconoce X cuando se ve o está practicando aquello de “verse a sí mismo como una cosa ajena” o por practicar el paso siguiente, el de “olvidar lo visto”, precisamente para “conservar la mirada”?
Tal vez el hecho de que X pueda verse dentro del cuadro, si aceptamos que puede, sirva de prueba o de indicio de que no se reconoció o de que lo olvidó enseguida: de haberse reconocido lo suficiente, podría haber recordado lo suficiente como para desbaratar la ilusión, podría haber tenido demasiado presente el hecho de que él en realidad era ése, no éste. Si se vio y no se desvaneció, quiere decir que no se reconoció, sería el argumento. El traslado de X a su nueva posición parece posible (o sólo más fácil) cuando su carga consciente es nula, cuando parte de sí sin llevarse. El reconocimiento de sí, en todo caso, no favorece la metamorfosis.

2.2

Tampoco el de los otros. La ilusión se cobra un precio más alto que el de ese no verse, que no pasa de ser la omisión de uno: el precio de no ser visto por nadie, que es la omisión de todos (empezando por la chica misma e incluyendo a ése de dos filas atrás de ella). La ilusión se mantiene más fácilmente si ninguno de esa aula puede verlo, mientras él, X', puede ver a todos (a condición de no verse en ninguno). Es una conversión selectiva la que hace X: se convierte en uno que puede ver pero no en uno que también puede ser visto (para eso, se habría levantado con toda su humanidad y habría ido hasta donde mejor pudiera ver ese interior, lo que seguramente lo habría llevado a no durar ni un round de sociabilidad).
Esa selectividad vouyerista es, a pesar de su estilo onírico, un anclaje del lado de afuera de la ilusión, un pie en la realidad. Dicho de otra manera: para que X no se pudiera creer del todo ser otro o estar en otro lugar, ahí estaban las inverosimilitudes (“tenues... intersticios de sinrazón”) de ver sin ser visto, primero; de no llamar la atención suspendido en el aire, en caso de sí ser visto, segundo; y de estar suspendido en el aire, aun si no llama la atención, tercero. Cualquiera de estas constataciones le revelarían a X’, con o sin alivio o humillación, lo mismo que al mago de “Las ruinas circulares” le reveló la experiencia de que las llamas no lo quemaran.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Writing by numbers 001 (1.0.0)


Antes de poner la imagen con las 4 zonas activas, donde están los números que le dan sentido al título del ensayo (que ahora se despliega a lo largo de sendos tooltips), el ensayo, en su primer versión de hace unas horas, seguía el clásico esquema de un epígrafe visual y un texto. Pero en este caso se trata de un comentario sobre la imagen, por lo que ésta ya no cumplía una función de epígrafe, sino de objeto de observación. Así lo publiqué originariamente (versión 0.000, y con el título de la película de Peter Greenaway que está en la URL), para encargarme después de ver qué método me convenía usar para hacer emerger texto de referencias colocadas en la foto:




En la imagen hay, en principio, dos sectores divididos por la diagonal SO-NE, los de dos lugares de tránsito públicos situados en niveles diferentes: la calle y la vereda. Pero sucede que cada uno de esos lugares presenta una subdivisión de proporciones similares: la vereda, entre un cordón (así de delgado) y un amplio resto embaldosado; la calle, entre una acequia de adoquinado sin asfaltar (vecina al cordón) y un amplio resto asfaltado. Situando las respectivas subzonas menores en la diagonal de la imagen, el resto queda repartido a cada lado para las subzonas mayores. La desproporción ya es amplia aun cuando no es total (no vemos el ancho completo de la vereda ni el de la calle).
Sobre la simetría de este diseño Mucho de Calle, Poco de Calle, Poco de Vereda, Mucho de Vereda, se monta el contraste de sus pieles (o viceversa). Por un lado, el Mucho de Calle es un manto oscuro y rugoso de alquitrán, de borde irregular, sin ningún diseño ni mayor trabajo que una nivelación; y su simétrico y colega, el Mucho de Vereda, es un diseño regular de baldosas claras y lisas, que se recortan prolijamente en el borde de la acera que limita con el cordón. Por otro lado, el Poco de Calle es una delgada franja de empedrado que se dejó sin asfaltar, que limita en ángulo recto (en la medida en que la irregularidad de la trama de adoquines lo permite) con la base del Poco de Vereda, un cordón (así de regular) pintado de amarillo, nivelado y comparativamente monolítico.
Normalmente el límite preciso, el rincón donde se unen, está sumergido: a lo largo de ese ángulo recto circula el agua de la acequia que conforman las partes colindantes de la calle y la vereda. La perspectiva favorece la percepción de esa distribución sonetística ABBA al ocultarnos el agua en el desnivel que separa calle de vereda. El agua rompe la simetría o hace de bisagra suya; si es una nueva divisoria, esta vez es una indivisible (salvo que la hagamos navegable): Mucho de Calle – Poco de Calle – Agüita – Poco de Vereda – Mucho de Vereda.

miércoles, 27 de octubre de 2010

De excepciones fatales y residencias liminales 001 (0.0.1)


Anoche amplié las distinciones entre caracterización y categorización. Antes decía esto:
Para ver qué no es dentro del club en el que es, hay que darle una localización más precisa: una definición es una de las dos acciones en las que el verbo ser equivale a un signo de igualdad (en la definición, entre dos clases o conjuntos o universos de cosas; en la identificación, entre dos individuos). (En las otras acciones, el verbo ser equivale a un signo de pertenencia o de inclusión, ya sea en un conjunto –como el de las pipas: categorización– o en un subconjunto –como el de las pipas demasiado cortas: caracterización–.)


Abora dice esto:

Para ver qué no es dentro del club en el que es, hay que darle una localización más precisa: una definición es una de las dos acciones en las que el verbo ser equivale a un signo de igualdad (en la definición, entre dos clases o conjuntos o universos de cosas; en la identificación, entre dos individuos). (Sería más exacto decir que en estas acciones equivale a un signo de co-referencialidad entre dos expresiones, sean de clases o de individuos.) En las otras dos acciones, el verbo ser equivale a un signo de pertenencia (de un individuo en un conjunto –como el de las pipas: categorización– o en un subconjunto –como el de las pipas demasiado cortas: caracterización–) o a un signo de inclusión (de un conjunto en otro –categorización: “Los gatos son felinos”– o en un subconjunto –caracterización: “Los gatos son ágiles”–).


viernes, 22 de octubre de 2010

Como comodines 004 (0.1.3)


Al primer párrafo de la sección 2 le agregue la segunda y última frase encerrada entre paréntesis:
El espacio se computa como un elemento más en el cálculo de combinaciones que llenan la Biblioteca. (Postdata del 22-10-2010: En el ya icónico mensaje «Estamos bien en el refugio los 33», los espacios aportan 6 de los 33 caracteres que contamos con morbo cabalístico –verosimiliza bastante esa cuenta el hecho de que habría sido la misma que habría llevado a cabo un celular si eso hubiese sido un sms o un tweet.)


jueves, 21 de octubre de 2010

Cortina de baño 004 (0.1.3)


Hice cambios menores en el último párrafo de la sección 3. Hasta ahora decía esto:

En el segundo caso, en lugar de repetir la contingencia posicional de la primera tanda hacemos variaciones no aleatorias a partir de ella, de modo que cada sabor pasa por las tres posiciones, lo que supone una distribución equitativa de la preferencia (es decir, una impreferencia). El período tiene una longitud máxima, de 9 empanadas, y una distancia variable (1, 1, 4) entre empanadas del mismo gusto: por caso, V-R-C, R-C-V, C-V-R (y de nuevo V-R-C, si X siguiera comiendo). Como en el centro de la cortina, en la segunda tanda la 4º empanada repetirá alguna de las no vecinas, pero ya no cualquiera de las dos mediatamente anteriores, sino la de mediatez menor. Lo mismo hará la 5º. La 6º sale por descarte y a una distancia máxima de la anterior empanada de ese gusto. Ya en la tercera tanda, las empanadas 7º y 8º se deciden como la 4º y la 5º, y la 9º como la 6º. Con este patrón de distribución, la impreferencia escala un nivel de integración: no sólo se evita la repetición inmediata de sabores, sino también la de secuencias de tres sabores.


Ahora dice esto:

En el segundo caso, en lugar de repetir la contingencia posicional de la primera tanda hacemos variaciones no aleatorias a partir de ella, de modo que cada sabor pase por las tres posiciones. No es la única variación posible, desde ya, pero sí la única que hace, gracias a esa rotación de puestos, una distribución equitativa de las prioridades o preferencias (o sea, la única que supone una impreferencia). El período tiene una longitud máxima, de 9 empanadas, y una distancia variable (1, 1, 4) entre empanadas del mismo gusto: por ejemplo, V-R-C, R-C-V, C-V-R (y de nuevo V-R-C, si X siguiera comiendo). Como en el centro de la cortina, en la segunda tanda la 4º empanada repetirá alguna de las no vecinas, pero ya no cualquiera de las dos mediatamente anteriores, sino la de mediatez menor. Lo mismo hará la 5º. (Es decir: las dos primeras empanadas de una tanda serán las mismas que las dos últimas de la tanda anterior.) La 6º sale por descarte y a una distancia máxima de la anterior empanada de ese gusto. Ya en la tercera tanda, las empanadas 7º y 8º se deciden como la 4º y la 5º, y la 9º como la 6º. Con este patrón de distribución, la impreferencia escala un nivel de integración: no sólo se evita la repetición inmediata de sabores, sino también la de secuencias de tres sabores (a cambio de repetir subsecuencias de dos sabores).

miércoles, 20 de octubre de 2010

Como comodines 003 (0.1.2)


Acabo de agregar una frase al final del primer párrafo y de cambiar "esta" por "la" indeterminación):

Este cero es el reverso de aquel todo.
En la indeterminación pre-real que lo encierra es donde el cuadro


sábado, 16 de octubre de 2010

Cortina de baño 003 (0.1.2)


Hice cambios menores, tanto de agregados como de supresiones.
Al final del penúltimo párrafo de la sección 3, agregué una oración con una referencia al diseño lateral de la cortina (con foto incluida), que discurre con la periodicidad mínima del 1-2-3, 1-2-3, 1-2-3,... que había ejemplificado sólo con empanadas:

...lo suyo es la resignación ante una desigualdad estable y media (o casi: ni 1 ni 4 de distancia, 2). Nuestra cortina conoce este diseño en los laterales y la base que enmarcan el centro floral del epígrafe, que pertenece al segundo caso.


En el final del penúltimo párrafo y en el último párrafo de la sección 2 hice algunas supresiones y agregados. Hasta ahora decía esto:

A lo sumo se sigue que ese criterio no puede ser ninguno basado en preferencias y razones. (Por ejemplo, los burros de Quino salen de la paridad de fuerzas por un acto arbitrario de violencia oportunista de uno de ellos.)
Fuera de esa restricción, nada le impide a X actuar cuando debe optar, ya sea en la tarea cardinal de hacer combos de gustos con algún sacrificio (un sacrificio de 2 sabores, cuando pide 1, 4, 7, 10, ...n+3... empanadas; o un sacrificio de 1 sabor, cuando pide 2, 5, 8, 11, ...n+3... empanadas), o ya sea en la tarea ordinal de decidir en qué orden comer los tres sabores en los pedidos sin sacrificios (los de 3, 6, 9, 12, ...n+3... empanadas). El no poder actuar con fundamento, según un principio de razón suficiente, ejerciendo alguna preferencia, sólo hace que sea perfectamente contingente y arbitraria la acción a ejecutar o ejecutada, no que sea imposible.


Ahora dice esto:

(...) A lo sumo se sigue que ese criterio no puede ser ninguno basado en preferencias y razones, lo cual puede privar de necesidad (y sentido) al acto de decidir, pero no de posibilidad. (Por ejemplo, los burros de Quino salen de la paridad de fuerzas por un acto arbitrario de violencia oportunista de uno de ellos.)
Fuera de esa restricción, entonces, nada le impide a X actuar, siquiera arbitrariamente, cuando debe optar, ya sea en la tarea cardinal de hacer combos de gustos con algún sacrificio (un sacrificio de 2 sabores, cuando pide 1, 4, 7, 10, ...n+3... empanadas; o un sacrificio de 1 sabor, cuando pide 2, 5, 8, 11, ...n+3... empanadas), o ya sea en la tarea ordinal de decidir en qué orden comer los tres sabores en los pedidos sin sacrificios (los de 3, 6, 9, 12, ...n+3... empanadas). De la cuestión cardinal nos hemos ocupado hasta acá; desde acá nos ocuparemos de la cuestión ordinal de armar secuencias de empanadas o flores. Veremos que, después de todo, la arbitrariedad obligada de esos armados puede limitarse a la primera tanda.

viernes, 15 de octubre de 2010

Cortina de baño 002 (0.1.1)


Hice cambios menores en relación con los de esta mañana. El más relevante fue el agregado de la versión de Quino del problema del burro de Buridán, en el paréntesis que cierra el párrafo:

Pero de esto no se sigue que no haya un criterio posible para decidir esos desequilibrios y X esté obligado a sufrir en esos trances la parálisis e inanición del burro que Buridán puso entre dos montones de heno igualmente apetecibles. A lo sumo se sigue que ese criterio no puede ser ninguno basado en preferencias y razones. (Por ejemplo, los burros de Quino salen de la paridad de fuerzas por un acto arbitrario de violencia oportunista de uno de ellos.)


En el punto 4 explicité la idea de que el equilibrio desarmado internamente se rearma haciendo periódica (repetible) una secuencia total, no una parcial. Quedó así:

Un movimiento necesita diferencia de fuerzas; su motor siempre es algún desequilibrio de poder. ¿Puede entonces moverse un sistema en equilibrio estricto de fuerzas? ¿No es contradictoria esta combinación, que pone a cooperar a una necesidad de diferencia con su opuesta, una imposibilidad de diferencia? El truco está en desarmar hacia adentro ese equilibrio para rearmarlo hacia afuera, en una instancia mayor donde se hace periódica (racional) la totalidad, no una de sus partes (por ejemplo, donde se repite una secuencia de 9 empanadas o flores, no una de 3). Es lo que hace la impreferencia cuando salta 1, 1, 4 empanadas (o flores) a lo largo de las tres tandas, en lugar de saltar de 2 en 2. Expresado en distancias mediatas para un total de 3 gustos, mínima, mínima, máxima (para uno de 4, mínima, mínima, mínima, máxima; etc.). El algoritmo de este movimiento de lo equipotente combina el máximo ahorro con el máximo gasto.


Cortina de baño 001 (0.1.0)


Hice varios cambios, entre menores y medios, en el ensayo. La primera versión publicada decía esto:



1.

Imaginemos que X tiene 3 gustos de empanadas igualmente favoritos: verdura (V), roquefort (R) y caprese (C). Si ese fanatismo parejo es máximo, ubica a su trilogía empatada a una distancia infinita (o a cualquier distancia finita) del 4º sabor preferible (y 2º preferencia de X), y hace que X no pueda pedir empanadas de otro sabor aun pidiendo más de 3. También hace que no pueda pedir más empanadas de un sabor que de otro de la terna, si pide 3: si hay dos empanadas de un gusto y una de otro, un gusto quedó afuera; si las tres son del mismo gusto, quedaron dos gustos afuera. Luego, X pide una de cada una.

2.

Por debajo y por encima de ese umbral de 3 (=3·1) empanadas pedidas, las preguntas convergen a una misma respuesta: si X pide 1, la pregunta es cómo puede (con qué criterio) seleccionar un gusto y sacrificar dos; si pide 2, la pregunta es cómo puede (con qué criterio) seleccionar dos gustos y sacrificar uno; si pide 4, la pregunta es cómo puede (con qué criterio) seleccionar un gusto para repetir y sacrificar los otros dos (la misma relación en que selecciona por primera vez cuando pide 1 empanada); si pide 5, debe repetir dos gustos y sacrificar uno (la misma relación en que selecciona por primera vez cuando pide 2); si pide 6 (=3·2), repite las condiciones del umbral de 3: repite los tres gustos sin sacrificar ninguno, de modo que en el total cada gusto tiene 2 empanadas; si pide 9 (=3·3), una segunda repetición umbralesca hará que cada gusto tenga 3 empanadas, como cada diseño de flor tiene tres ejemplares de los 9 que hay en la cortina; etc.
Retomo la pregunta: ¿con qué criterio se arman los combos de selecciones con algún sacrificio de al menos 1 gusto de los 3 de fascinación absoluta e indiscernible (o sea, los combos con un número de empanadas pedidas que no sea un múltiplo de 3)? Por hipótesis, X no puede tener razón suficiente para preferir algún gusto en lugar de otro. Pero de esto no se sigue que no haya un criterio posible para decidir esos desequilibrios y X esté obligado a sufrir en esos trances la parálisis e inanición del burro que Buridán puso entre dos montones de heno igualmente apetecibles. A lo sumo se sigue que ese criterio no puede ser ninguno basado en preferencias. Fuera de esa restricción, nada le impide a X actuar cuando debe optar, ya sea en la tarea cardinal de hacer combos de selecciones de gustos con algún sacrificio (un sacrificio de 2 sabores, cuando pide 1, 4, 7, 10, ...n+3... empanadas; o un sacrificio de 1 sabor, cuando pide 2, 5, 8, 11, ...n+3... empanadas), o ya sea en la tarea ordinal de decidir en qué orden seleccionar para comer los tres sabores en los pedidos sin sacrificios (los de 3, 6, 9, 12, ...n+3... empanadas). El no poder actuar con fundamento, según un principio de razón suficiente, ejerciendo alguna preferencia, sólo hace que sea perfectamente contingente y arbitraria la acción a ejecutar o ejecutada.

3.

Hay una diferencia entre tener un solo gusto preferido y tener 3 igualmente preferidos. Como no puedo no repetir sabor con 9 empanadas de roquefort, el orden en que elija comerlas es indistinto. (Supongamos que tampoco se hacen preferibles por lo tostadas o blancuzcas que se las haya hecho, ni por ninguna otra particularidad desequilibrante.) Con 3 de roquefort, 3 de verdura y 3 capreses, X procede evitando el favoritismo de la repetición inmediata: alterna constantemente y todo lo posible los gustos. Si lo influyen por igual, cada gusto tendrá su primer puesto en una tríada, su segundo en otra y su tercero en otra: he ahí un poder ecuánimemente distribuido entre pares.
Para ver por qué, volvamos a mirar nuestra cortina de baño. El trío de flores de la fila n es el mismo que el de la columna n. Dos flores de la misma clase no pueden ser vecinas inmediatas; lo más cerca que pueden estar es con una flor de por medio; cada dos flores que satisfacen esa vecindad mínimamente mediata, hay una a cuatro de distancia de la anterior de su clase (y más lejos no puede estar).
Las mismas relaciones puede producir el movimiento de una impreferencia. El orden en que X come las primeras tres empanadas es absolutamente contingente: fue el que fue (V-R-C, por ejemplo), pero podría haber sido cualquier otro de los 3!-1=5 restantes: C- R-V o R-C-V o V-C-R o R-V-C o C-V-R. Lo que importa –lo que empieza a imponer una necesidad– es que si X empieza comiendo una empanada de verdura, por ejemplo, la siguiente no puede ser igual (la compulsión está en las antípodas de la impreferencia); debe ser una de roquefort o una caprese. Si es una caprese, la tercera debe ser de roquefort, y viceversa.
Para comer las seis empanadas que quedan hay dos posibilidades: hacerlo en el mismo orden arbitrario que las tres primeras (“que, repetido, sería un orden” necesario) o variar. En el primer caso, habría un período de longitud mínima, de 3 empanadas, y una distancia constante (2, 2, 2) entre iguales: por ejemplo, V-R-C, V-R-C, V-R-C (1-2-3, 1-2-3, 1-2-3, cual marcha militar). En el otro caso, el período tiene una longitud máxima, de 9 empanadas, y una distancia variable (1, 1, 4) entre iguales: por caso, V-R-C, R-C-V, C-V-R, (y de nuevo V-R-C,...). Como en la cortina, en la segunda tanda la cuarta empanada repetirá alguna de las otras, pero ya no cualquiera de las dos mediatamente anteriores, sino la de mediatez menor. Lo mismo hará la quinta. La sexta sale por descarte y a una distancia máxima del anterior ejemplar de ese sabor. Séptima y octava, como cuarta y quinta; novena como sexta. Con este patrón de distribución, no sólo se evita la repetición de sabores, sino también la de tandas (secuencias de sabores).

4.

Un movimiento necesita diferencia de fuerzas; su motor siempre es algún desequilibrio de poder. ¿Puede entonces moverse –diferir en el tiempo a lo largo de una trayectoria– un sistema en equilibrio estricto de fuerzas? ¿No es contradictoria la combinación, que pone a cooperar a una necesidad de diferencia con su opuesta, una imposibilidad de diferencia? Puede prorratear su equilibrio en las veces de ese movimiento: mínimo, mínimo, máximo. Es decir: distribuye su poder o fuerza desigualando a 1 con el máximo e igualando al resto con el mínimo. Su igualdad (su impreferencia) pasa de ser una línea recta a ser una sinuosa, pasa de ser una igualdad puntual a ser una lineal, seriada, según el algoritmo del mínimo, mínimo..., máximo.


La nueva versión dice esto:



1.

Imaginemos que X tiene 3 gustos de empanadas igualmente favoritos: verdura (V), roquefort (R) y caprese (C). Si ese fanatismo parejo es máximo, ubica a su trilogía empatada a una distancia infinita (o a cualquier distancia finita) del 4º sabor preferible (y 2º preferencia de X, que nunca la conocerá), y hace que X no pueda pedir empanadas de otro sabor aun pidiendo más de 3. También hace que no pueda pedir más empanadas de un sabor que de otro de la terna, si pide 3: si hay dos empanadas de un gusto y una de otro, un gusto quedó afuera; si las tres son del mismo gusto, quedaron dos gustos afuera. Como esas repeticiones y estas exclusiones denotan preferencia, de la que por hipótesis carece, X pide una de cada una.

2.

Por debajo y por encima de ese umbral de 3 (=3·1) empanadas pedidas, las preguntas convergen a una misma respuesta: si X pide 1, la pregunta es cómo puede (con qué criterio) seleccionar un gusto y sacrificar dos; si pide 2, la pregunta es cómo puede (con qué criterio) seleccionar dos gustos y sacrificar uno; si pide 4, la pregunta es cómo puede (con qué criterio) seleccionar un gusto para repetir y sacrificar los otros dos (la misma relación en que selecciona por primera vez cuando pide 1 empanada); si pide 5, debe repetir dos gustos y sacrificar uno (la misma relación en que selecciona por primera vez cuando pide 2); si pide 6 (=3·2), repite las condiciones del umbral de 3: repite los tres gustos sin sacrificar ninguno, de modo que en el total cada gusto tiene 2 empanadas; si pide 9 (=3·3), una segunda repetición umbralesca hará que cada gusto tenga 3 empanadas, como cada diseño de flor tiene tres ejemplares de los 9 que hay en la cortina; etc.
Retomo la pregunta: ¿con qué criterio se arman los combos de selecciones con algún sacrificio de al menos 1 gusto de los 3 de fascinación absoluta e indiscernible (o sea, los combos con un número de empanadas pedidas que no sea un múltiplo de 3)? Por hipótesis, X no puede tener razón suficiente para preferir algún gusto en lugar de otro. Pero de esto no se sigue que no haya un criterio posible para decidir esos desequilibrios y X esté obligado a sufrir en esos trances la parálisis e inanición del burro que Buridán puso entre dos montones de heno igualmente apetecibles. A lo sumo se sigue que ese criterio no puede ser ninguno basado en preferencias.
Fuera de esa restricción, nada le impide a X actuar cuando debe optar, ya sea en la tarea cardinal de hacer combos de gustos con algún sacrificio (un sacrificio de 2 sabores, cuando pide 1, 4, 7, 10, ...n+3... empanadas; o un sacrificio de 1 sabor, cuando pide 2, 5, 8, 11, ...n+3... empanadas), o ya sea en la tarea ordinal de decidir en qué orden comer los tres sabores en los pedidos sin sacrificios (los de 3, 6, 9, 12, ...n+3... empanadas). El no poder actuar con fundamento, según un principio de razón suficiente, ejerciendo alguna preferencia, sólo hace que sea perfectamente contingente y arbitraria la acción a ejecutar o ejecutada, no que sea imposible.

3.

Hay una diferencia entre tener un solo gusto preferido y tener 3 igualmente preferidos. Como no puedo no repetir sabor con 9 empanadas de roquefort, el orden en que elija comerlas es indistinto. (Supongamos que tampoco se hacen preferibles por lo tostadas o blancuzcas que se las haya hecho, ni por ninguna otra particularidad desequilibrante.) Con 3 de roquefort, 3 de verdura y 3 capreses, X procede evitando el favoritismo de la repetición inmediata: alterna constantemente y todo lo posible los gustos. Si lo influyen por igual, cada gusto tendrá su primer puesto en una tríada, su segundo en otra y su tercero en otra: he ahí un poder ecuánimemente distribuido, o sea, repartido entre pares genuinos, de igual poder (equipotencia que compensa o desactiva sus diferencias de membresía).
Para ver cómo, volvamos a mirar nuestra cortina de baño. El trío de flores de la fila n es el mismo que el de la columna n. Dos flores de la misma clase no pueden ser vecinas inmediatas; lo más cerca que pueden estar es con una flor de por medio; cada dos flores que satisfacen esa vecindad mínimamente mediata, hay una a cuatro de distancia de la anterior de su clase (y habiendo tres clases, más lejos no puede estar). Las mismas relaciones puede producir el movimiento de una impreferencia.

El orden en que X come las primeras tres empanadas es absolutamente contingente: fue el que fue (V-R-C, por ejemplo), pero podría haber sido cualquier otro de los 3!–1=5 restantes: C-R-V o R-C-V o V-C-R o R-V-C o C-V-R. Lo que importa –lo que impone una necesidad– es que si X empieza comiendo una empanada de verdura, por ejemplo, la siguiente no puede ser igual (la compulsión está en las antípodas de la impreferencia); debe ser una de roquefort o una caprese. Si es una caprese, la tercera debe ser de roquefort, y viceversa.
Para comer las seis empanadas que quedan hay dos posibilidades: hacerlo en el mismo orden arbitrario de las tres primeras (“que, repetido, sería un orden” necesario) o variar. En el primer caso, habría un período de longitud mínima, de 3 empanadas, y una distancia constante (de 2) entre empanadas del mismo gusto: por ejemplo, V-R-C, V-R-C, V-R-C (1-2-3, 1-2-3, 1-2-3, cual marcha militar). Contingentemente, en la primera tanda un sabor quedó primero, otro segundo y otro tercero. La periodización de esa contingencia perpetúa sus posiciones: la empanada de verdura siempre será la primera de su tanda, la de roquefort la segunda y la caprese la tercera. El statu quo perpetuado, como buena compulsión de segundo grado que es (no repite inmediatamente un gusto, pero sí –y cada vez– una tanda de 3 gustos), también está en las antípodas de una impreferencia cabal, una igualdad de poder; lo suyo es la resignación ante una desigualdad estable y media (o casi: ni 1 ni 4 de distancia, 2).
En el segundo caso, en lugar de repetir la contingencia posicional de la primera tanda hacemos variaciones no aleatorias a partir de ella, de modo que cada sabor pasa por las tres posiciones, lo que supone una distribución equitativa de la preferencia (es decir, una impreferencia). El período tiene una longitud máxima, de 9 empanadas, y una distancia variable (1, 1, 4) entre empanadas del mismo gusto: por caso, V-R-C, R-C-V, C-V-R, (y de nuevo V-R-C, si siguiéramos comiendo). Como en la cortina, en la segunda tanda la 4º empanada repetirá alguna de las no vecinas, pero ya no cualquiera de las dos mediatamente anteriores, sino la de mediatez menor. Lo mismo hará la 5º. La 6º sale por descarte y a una distancia máxima de la anterior empanada de ese gusto. Ya en la tercera tanda, 7º y 8º, como 4º y 5º; 9º como 6º. Con este patrón de distribución, la impreferencia escala un nivel de integración: no sólo se evita la repetición inmediata de sabores, sino también la de secuencias de tres sabores.

4.

Un movimiento necesita diferencia de fuerzas; su motor siempre es algún desequilibrio de poder. ¿Puede entonces moverse un sistema en equilibrio estricto de fuerzas? ¿No es contradictoria esta combinación, que pone a cooperar a una necesidad de diferencia con su opuesta, una imposibilidad de diferencia? El truco está en desarmar ese equilibrio para rearmarlo en una instancia mayor. Es lo que hace la impreferencia cuando salta 1, 1, 4 empanadas a lo largo de tres tandas (en lugar de saltar de 2 en 2, por ejemplo). Expresado en distancias mediatas para un total de 3 gustos, mínima, mínima, máxima. El algoritmo de este movimiento combina el máximo ahorro con el máximo gasto.


lunes, 11 de octubre de 2010

Interacciones 001 (0.0.1)


Hice cambios significativos pero todavía leves en la última sección del ensayo. Antes decía esto:
Algo inesperado (el estampido de una bolsa que revienta Susanita) ocurre al mismo tiempo que (coincide con) algo esperado (el estampido de un revólver que en la TV dispara un vaquero). Se impone lo esperado: Mafalda no se asusta por el “¡Bang!” porque está esperando uno, ese al que se lo atribuye. (El género, el de las películas de cowboys en este caso, es lo que nos dice qué se puede esperar que suceda.) La atención de Mafalda está dedicada a lo que espera y es ciega (más específicamente, sorda) a lo que no: escucha el disparo del vaquero y no escucha el estallido de la bolsa reventada. Solapado su “¡Bang!”, Susanita se retira sin haber logrado interactuar con Mafalda.

Ahora dice esto:

Por supuesto, también hay coincidencias neutras. Además de fuerzas que cooperan para producir un efecto hay fuerzas que compiten para imponer el suyo. Si una fuerza no tiene la pre-visibilidad que le da una expectativa ni la visibilidad que le daría el superar a la fuerza con la que compite, permanece tapada, ignorada. Algo inesperado (el estampido de una bolsa que revienta Susanita) ocurre al mismo tiempo que –coincide con– algo esperado (el estampido de un revólver que en la TV dispara un vaquero). A igual o menor fuerza, se impone lo esperado: Mafalda no se asusta por el “¡Bang!” porque está esperando uno, ese al que se lo atribuye. (El género, el de las películas de cowboys en este caso, es lo que nos dice qué se puede esperar que suceda.) La atención de Mafalda está dedicada a lo que espera y es ciega (más específicamente, sorda) a lo que no: escucha el disparo del vaquero y no escucha el estallido de la bolsa reventada (que acá es igual de potente, pero con el mismo resultado podría haber sido menor o insuficientemente superior). Solapado su “¡Bang!”, Susanita se retira sin haber logrado interactuar con Mafalda.


sábado, 9 de octubre de 2010

La personalidad de X 004 (0.3.0)


Entre otras reformas medias, incorporé en la nota al cuerpo la posibilidad de una tercera clase de números según su periodicidad: además de la periodicidad finita y la infinita, la nula. A continuación de la llamada, agregué el problema de la consistencia entre las personalidades si las infinitas que hay son todas las que puede haber.
Ahora quedó así:

Si esta cruza de atributos significa “infinitas circunstancias y cambios”, parece tan imposible “no componer, siquiera una vez, la Odisea” como no encontrar cualquier cadena de, por ejemplo, 8 rasgos de personalidad en el desarrollo infinito del test (o como no encontrar, en el de π, cualquier cadena de 8 dígitos, aunque haya que avanzar en los decimales hasta la posición 79.138.480, por ejemplo).*
Si no es necesario, como mínimo es altamente probable que en una cantidad infinita de chances cualquier cadena finita encuentre su momento y su lugar, y acaso más de una vez. Lo que es el carácter irracional de un número soporta esta visión: la longitud de la cadena de predecesores inmediatos a no repetir a partir de ahí no tiene un coto de aplicación. Redundo: ninguna de esas cadenas predecesoras de decimales puede entrar en un loop, sin importar su longitud finita: ni de 1 dígito, ni de 2, ni de 3, etc., incluyendo 251.312.000 (“número, aunque vastísimo, no infinito”). Si el loop de una cadena infinita fuera posible y necesario (el argumento que lo demostrara nos llevaría a zafar de la perspectiva de que aquello que no puede terminar no puede reiniciar), habría números con períodos decimales de longitud finita (racionales) y números con períodos decimales de longitud infinita (irracionales, que pasarían de ser los números que carecen de rutina a ser los que la tienen más larga). Si fuera sólo posible, mantendríamos la posibilidad de números sin periodicidad alguna, ni finita ni infinita (periodicidad nula o cero).

Como sea, en el desarrollo decimal de un irracional como π se varía un número de veces infinito (como varía de identidad un inmortal) o indefinido (como varía un mortal sometido a sorteos bimestrales o a transmigrar de identidad en identidad). Se burla la repetición compulsiva de cualquier cadena finita, se evita cualquier equilibrio. Si no es imposible, como mínimo parece muy difícil que entre tantas variantes no haya una cualquiera.
Si esa infinidad variada de personalidades de X no incluye a todas, todavía es posible que en la serie no haya contradicciones, inconsistencias; si incluye a todas, ya no.


PD 7:40 p.m.: También transformé en nota al cuerpo (que a sugerencia de Pablo acabo de poner entre etiquetas blockquote) el párrafo sobre “La Biblioteca de Babel”, que era el segundo del apartado 2.

viernes, 8 de octubre de 2010

La personalidad de X 003 (0.2.0)


Antes de la madrugada de hoy, esta frase no tenía un asterisco al final:

Si esta cruza de atributos significa “infinitas circunstancias y cambios”, parece tan imposible “no componer, siquiera una vez, la Odisea” como no encontrar cualquier cadena de, por ejemplo, 8 rasgos de personalidad en el desarrollo infinito del test (o como no encontrar, en el de π, cualquier cadena de 8 dígitos, aunque haya que avanzar en los decimales hasta la posición 79.138.480, por ejemplo).*
Si no es necesario, como mínimo es altamente probable que en una cantidad infinita de chances cualquier cadena finita encuentre su momento y su lugar, y acaso más de una vez. Lo que es el carácter irracional de un número soporta esta visión: la longitud de la cadena de predecesores inmediatos a no repetir a partir de ahí no tiene un coto de aplicación. Redundo: ninguna de esas cadenas predecesoras de decimales puede entrar en un loop, sin importar su longitud finita: ni de 1 dígito, ni de 2, ni de 3, etc. Se varía infinitas o indefinidas veces (como las de la eternidad de una identidad inmortal, las de una identidad sorteada bimestralmente, las de una transmigración de identidad en identidad). Se burla la repetición compulsiva de cualquier cadena finita, se evita cualquier equilibrio. Si no es imposible, como mínimo parece muy difícil que entre tantas variantes no haya una cualquiera.


La versión que quedó de esa nota al cuerpo es un recorte (al que llegué después de un engorde) de lo que escribí antes de irme a dormir: la incluyo tarde pero descansado (debería haber sido la versión 0.2.1 y esta la 0.2.2):

Lo irracional es la elusión constante de una repetición perpetua (en este caso unidimensional, la de una periodización). En un plazo infinito estimamos que se habrán sumado ciegamente infinitos esquives, que para Borges son o incluyen todos (son cuantificaciones o equivalentes o solidarias: o son la misma medida o la infinitud es la medida –el tamaño– de una condición, la de ser la totalidad de esas variaciones singulares). Puede que esta totalidad sólo sea un efecto y no un propósito de los desarrollos de π, del test, de la Biblioteca, de los sorteos, de los avatares o identidades de un inmortal o de un transmigrador (ese propósito, con un efecto seguro, tendría un barrido exhaustivo, por ejemplo). Hasta que esta originalidad combinatoria se agote (porque se practica sobre un número finito de elementos) y entremos en la repetición del Orden, «no hay, en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos».
Si no es necesario, como mínimo es altamente probable que en una cantidad infinita de chances cualquier cadena finita encuentre su momento y su lugar, y acaso más de una vez. Lo que es el carácter irracional de un número soporta esta visión: la longitud de la cadena de predecesores inmediatos a no repetir a partir de ahí no tiene un coto de aplicación. Redundo: ninguna de esas cadenas predecesoras de decimales puede entrar en un loop, sin importar su longitud finita: ni de 1 dígito, ni de 2, ni de 3, etc. Infinitas veces –las de la eternidad de una identidad inmortal, las de una identidad sorteada bimestralmente, las de una transmigración de identidad en identidad– se varía, se desequilibria (se desiguala: se diferencia); se burla la repetición compulsiva de cualquier cadena finita, se evita un equilibrio.


PD 8:10 p.m.: Volví a cambiar la nota al cuerpo; ahora dice así:

Si no es necesario, como mínimo es altamente probable que en una cantidad infinita de chances cualquier cadena finita encuentre su momento y su lugar, y acaso más de una vez. Lo que es el carácter irracional de un número soporta esta visión: la longitud de la cadena de predecesores inmediatos a no repetir a partir de ahí no tiene un coto de aplicación. Redundo: ninguna de esas cadenas predecesoras de decimales puede entrar en un loop, sin importar su longitud finita: ni de 1 dígito, ni de 2, ni de 3, etc., incluyendo 251.312.000 (“número, aunque vastísimo, no infinito”). Si el loop de una cadena infinita fuera posible, habría números con períodos decimales de longitud finita (racionales) y números con períodos decimales de longitud infinita (irracionales, que pasarían de ser los números que carecen de rutina a ser los que la tienen más larga).

Se varía infinitas o indefinidas veces (como las de una identidad inmortal, las de una identidad sorteada bimestralmente, las de una transmigración de identidad en identidad). Se burla la repetición compulsiva de cualquier cadena finita, se evita cualquier equilibrio. Si no es imposible, como mínimo parece muy difícil que entre tantas variantes no haya una cualquiera.


jueves, 7 de octubre de 2010

Como comodines 002 (0.1.1)


Incluí el epígrafe de “La lotería en Babilonia”, reduje el de “El inmortal” y reubiqué (en el último lugar) el de “The unending gift”.
También reformé la penúltima frase del primer párrafo; ahora dice esto:
A la inversa, Cornelio Agrippa, un inmortal, el transmigrador Pitágoras y un bimestral babilonio han sido (o pretenden terminar de ser) todo lo que se pueda ser: persiguen (o han alcanzado) el agotamiento de las variantes, el realizar todas las posibilidades.


La personalidad de X 002 (0.1.1)


Acabo de agregar el epígrafe de “Los teólogos” a la parte 3 del ensayo.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Como comodines 001 (0.1.0)


Hay cambios medios en el comienzo del ensayo. Hasta ahora decía esto:


Futurama, “Un cíclope a la medida” (S02E09).

          «Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi del desdén. Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. [...] Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.»

          En “El inmortal” (Jorge Luis Borges, El Aleph, Emecé, Buenos Aires, 1994, pp. 28 y 29).

          «Un pintor nos prometió un cuadro.
          Ahora, en New England, sé que ha muerto. [...]
          Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará.
          Pensé después: si estuviera ahí, sería con el tiempo esa cosa más, una cosa, una de las vanidades o hábitos de mi casa; ahora es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno.»

          En “The unending gift” (Jorge Luis Borges, Nueva antología personal, Club Bruguera, Barcelona, 1980, p. 81).

Ese cuadro tiene vocación de comodín. Es “capaz de cualquier forma” porque no es –y entonces no está atado a– ninguna (si es cierto que se es algo renunciando a ser cualquier otra cosa). No es un transformista, como Alkazar, que tiene una “verdadera forma” debajo de las cinco que finge tener. El cuadro prometido no tiene una forma desde la que se pueda transformar: no es, salvo por alguna licencia retórica; sin sentidos figurados, sólo puede ser.
En esta indeterminación pre-real que lo encierra es donde el cuadro puede soñar para siempre con cualquier forma, aprovechando que ya nunca llegará a existir para tener una.


Ahora pasa a decir esto:


Futurama, “Un cíclope a la medida” (S02E09).

          «Un pintor nos prometió un cuadro.
          Ahora, en New England, sé que ha muerto. [...]
          Pensé en un lugar prefijado que la tela no ocupará.
          Pensé después: si estuviera ahí, sería con el tiempo esa cosa más, una cosa, una de las vanidades o hábitos de mi casa; ahora es ilimitada, incesante, capaz de cualquier forma y cualquier color y no atada a ninguno.»

          En “The unending gift” (Jorge Luis Borges, Nueva antología personal, Club Bruguera, Barcelona, 1980, p. 81).

          «Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales había logrado la perfección de la tolerancia y casi del desdén. Sabía que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. [...] Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.»

          En “El inmortal” (Jorge Luis Borges, El Aleph, Emecé, Buenos Aires, 1994, pp. 28 y 29).

Ese cuadro tiene vocación de comodín. Es “capaz de cualquier forma” porque no es –y entonces no está atado a– ninguna (si es cierto que se es algo renunciando a ser cualquier otra cosa). No es un transformista, como Alkazar, que tiene una “verdadera forma” debajo de las cinco que finge tener. El cuadro prometido no tiene una forma desde la que se pueda transformar: no es, salvo por alguna licencia retórica; sin sentidos figurados, sólo puede ser. A la inversa, Cornelio Agrippa y un inmortal (y un babilonio, que es lo que cada vez le dicta ser la Lotería), han sido (o pretenden terminar de ser) todo lo que se pueda ser: persiguen (o han alcanzado) el agotamiento de las variantes, el realizar todas las posibilidades. El cuadro prometido del pintor muerto no llegó (ni llegará) a realizar ninguna.
En esta indeterminación pre-real que lo encierra es donde el cuadro puede soñar para siempre con cualquier forma, aprovechando que ya nunca llegará a existir para tener una.

La personalidad de X 001 (0.1.0)


Esto decía hasta ahora:

          «...La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden).»

          En el cuento “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges.

Imaginemos que X va pasando pantallas de un test de personalidad llenas de preguntas con dos opciones, hasta que llega a una pantalla donde le interpretan sus elecciones en una descripción de su personalidad. El test sigue, pero antes revisemos su potencial descriptivo. Si cada término de cada dilema se corresponde con –acaso porque implica– un rasgo de personalidad, por cada secuencia de respuestas hay una personalidad disponible: un conjunto de rasgos consistente (esto excluye que convivan rasgos contradictorios, como la sociabilidad y la insociabilidad, por ejemplo). Si el número de dilemas resueltos antes de llegar a una descripción de personalidad es n, el número de secuencias de respuestas –personalidades– posibles es 2n (por ejemplo, si las preguntas binarias fuesen sólo 2, habría 22 = 4 personalidades posibles: 1A+2A, 1B+2B, 1A+2B, 1B+2A).
Luego de ese resultado, X ve un botón más: “Anti-X”, dice. Lo aprieta y obtiene, por supuesto, la personalidad de quien hubiera optado cada vez por la respuesta que él desechó. X lee la descripción de la personalidad Anti-X y se prepara para encarar otra instancia del test. Cursa entonces una nueva serie de preguntas, referidas a la relación que establece con Anti-X, hasta acceder a una nueva descripción de personalidad: la de X vs Anti-X; llamémosla X1, y no perdamos de vista que es una capa más de la personalidad de X. Como las respuestas de esta segunda instancia binaria también trazaron una secuencia precisa, su inversión produce una nueva personalidad: la de un Anti-(X vs Anti-X); llamémosla Anti-X1. X aprieta el botón correspondiente, lee la descripción y comienza la tercera instancia del test, que conducirá a una personalidad X2 y a su inversa Anti-X2. Y así siguiendo. ¿Qué puede pasar? Se me ocurren tres cosas.

1) Una posibilidad es que las descripciones de personalidad varíen siempre. La acumulación de datos nuevos sobre X, de matices y distinciones, sería incesante y, sobre todo, impredecible (como el desarrollo decimal de un número irracional, donde no puede haber periodización ni, por lo tanto, previsibilidad). Pero a la vez sería esperable encontrar cualquier cadena de, por ejemplo, 8 rasgos de personalidad en ese desarrollo infinito, como en el de π podemos (o podremos) encontrar cualquier cadena de 8 dígitos (aunque haya que avanzar en los decimales hasta la posición 79.138.480, por ejemplo).

2) Otra posibilidad es que aparezca una repetición y algún Xn tenga la misma (descripción de) personalidad que un X anterior. Si ante la misma personalidad X responde lo mismo a las mismas preguntas (o sea, si no es contradictorio y si no cambió de opinión), la personalidad del nuevo Anti-X será idéntica a la del sucesor de aquel primer repetido. Nuevas respuestas idénticas ante una nueva personalidad idéntica llevan a X a una nueva repetición. Bajo estas condiciones, basta una repetición para hacerlo ir en círculo a X a partir de ahí, como un decimal periódico puro (si la personalidad que se repite es la de X, la primera) o mixto (si la repetida es una personalidad posterior, la de un Xn). El período que ordena la Biblioteca infinitamente recurrente y abarca el total de su originalidad es inconmensurablemente largo para las expectativas y la escala de un individuo común (desproporción típicamente kafkiana). Pero no carece de límites, dado que “los tiene el número posible de libros”, que es el total aludido. Luego, es exagerado convocar a un “eterno viajero” para los siglos de travesía necesarios para repetir ese desorden “(que, repetido, sería un orden: el Orden)”; alcanzará con uno suficientemente longevo.
Más corto, el hilo del círculo de personalidades Xn es la personalidad más matizada de X que el test puede ofrecer. Correlativamente, el otro hilo de la periodización, el del círculo de personalidades Anti-Xn, es la anti-personalidad de X más matizada que podemos obtener. Hasta acá, idénticas pudieron ser dos o más descripciones de personalidad de una misma clase.

3) Habiendo dos clases de personalidades en el test, otra posibilidad es que la (descripción de) personalidad de algún Xn sea idéntica a la de un Anti-Xn (o viceversa, según con qué tipo de descripción se produzca la repetición). Tanto más incoherente nos resultará esa igualdad cuanto menor sea la distancia a la que se dé, empezando por la mínima: ¿cómo aceptar que de la inversión de una personalidad resulte la misma personalidad? A cualquier distancia, si la inconsistencia no impide que tenga lugar este tránsito de la relación de identidad y se produce una de esas repeticiones mixtas, su desarrollo circular o periódico no debería diferenciarse del de una repetición entre personalidades de una misma clase.


Esto dice ahora:

Imaginemos que X va pasando pantallas de un test de personalidad llenas de preguntas con dos opciones, hasta que llega a una pantalla donde le interpretan sus elecciones en una descripción de su personalidad. El test sigue, pero antes revisemos su potencial descriptivo. Si cada término de cada dilema se corresponde con –acaso porque implica– un rasgo de personalidad, por cada secuencia de respuestas hay una personalidad disponible: un conjunto de rasgos consistente (esto excluye que convivan rasgos contradictorios, como la sociabilidad y la insociabilidad, por ejemplo). Si el número de dilemas resueltos antes de llegar a una descripción de personalidad es n, el número de secuencias de respuestas –personalidades– posibles es 2n (por ejemplo, si las preguntas binarias fuesen sólo 2, habría 22 = 4 personalidades posibles: 1A+2A, 1B+2B, 1A+2B, 1B+2A).
Luego de ese resultado, X ve un botón más: “Anti-X”, dice. Lo aprieta y obtiene, por supuesto, la personalidad de quien hubiera optado cada vez por la respuesta que él desechó. X lee la descripción de la personalidad Anti-X y se prepara para encarar otra instancia del test. Cursa entonces una nueva serie de preguntas, referidas a la relación que establece con Anti-X, hasta acceder a una nueva descripción de personalidad: la de X vs Anti-X; llamémosla X1, y no perdamos de vista que es una capa más de la personalidad de X. Como las respuestas de esta segunda instancia binaria también trazaron una secuencia precisa, su inversión produce una nueva personalidad: la de un Anti-(X vs Anti-X); llamémosla Anti-X1. X aprieta el botón correspondiente, lee la descripción y comienza la tercera instancia del test, que conducirá a una personalidad X2 y a su inversa Anti-X2. Y así siguiendo. ¿Qué puede pasar? Se me ocurren tres cosas.

1

          «Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea

          En “El inmortal” (Jorge Luis Borges, El Aleph, Emecé, Buenos Aires, 1994, p. 29).

Una posibilidad es que las descripciones de personalidad varíen siempre. La acumulación de datos nuevos sobre X, de matices y distinciones, sería incesante e impredecible (como el desarrollo decimal de un número irracional, donde no puede haber periodización ni, por lo tanto, previsibilidad: no se puede conocer ningún decimal antes de calcularlo). Si esta cruza significa “infinitas circunstancias y cambios”, parece tan imposible “no componer, siquiera una vez, la Odisea” como no encontrar cualquier cadena de, por ejemplo, 8 rasgos de personalidad en el desarrollo infinito del test (o como no encontrar, en el de π, cualquier cadena de 8 dígitos, aunque haya que avanzar en los decimales hasta la posición 79.138.480, por ejemplo).

2

          «...La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden).»

          En el cuento “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges.

Otra posibilidad es que aparezca una repetición y algún Xn tenga la misma (descripción de) personalidad que un X anterior. Si ante la misma personalidad X responde lo mismo a las mismas preguntas (o sea, si no es contradictorio y si no cambió de opinión), la personalidad del nuevo Anti-X será idéntica a la del sucesor de aquel primer repetido. Nuevas respuestas idénticas ante una nueva personalidad idéntica llevan a X a una nueva repetición. Bajo estas condiciones, basta una repetición para hacerlo ir en círculo a X a partir de ahí, como un decimal periódico puro (si la personalidad que se repite es la de X, la primera) o mixto (si la repetida es una personalidad posterior, la de un Xn). El período que ordena la Biblioteca infinitamente recurrente y abarca el total de su originalidad es inconmensurablemente largo para las expectativas y la escala de un individuo común (desproporción típicamente kafkiana). Pero no carece de límites, dado que “los tiene el número posible de libros”, que es el total aludido. Luego, es exagerado convocar a un “eterno viajero” para los siglos de travesía necesarios para repetir ese desorden “(que, repetido, sería un orden: el Orden)”; alcanzará con uno suficientemente longevo.
Más corto, el hilo del círculo de personalidades Xn es la personalidad más matizada de X que el test puede ofrecer. Correlativamente, el otro hilo de la periodización, el del círculo de personalidades Anti-Xn, es la anti-personalidad de X más matizada que podemos obtener. Hasta acá, idénticas pudieron ser dos o más descripciones de personalidad de una misma clase.

3

Habiendo dos clases de personalidades en el test, otra posibilidad es que la (descripción de) personalidad de algún Xn sea idéntica a la de un Anti-Xn (o viceversa, según con qué tipo de descripción se produzca la repetición). Tanto más incoherente nos resultará esa igualdad cuanto menor sea la distancia a la que se dé, empezando por la mínima: ¿cómo aceptar que de la inversión de una personalidad resulte la misma personalidad? A cualquier distancia, si la inconsistencia no impide que tenga lugar este tránsito de la relación de identidad y se produce una de esas repeticiones mixtas, su desarrollo circular o periódico no debería diferenciarse del de una repetición entre personalidades de una misma clase.

sábado, 2 de octubre de 2010

Una colmena infinita 002 (1.0.0)


Publiqué el ensayo con el título “Panal”. Cuando le introduje el epígrafe de Borges, a menos de un día, cambié a “La colmena infinita”. Ahora lo cambio a “Una colmena infinita”.
Los otros cambios están diseminados a lo largo del ensayo. Son tal vez cambios entre menores y medios, pero sumados a los anteriores hacen una versión suficientemente diferente de la original. Sobre todo porque introdujeron un mayor desarrollo o presencia del problema del infinito en el ensayo (progresión divergente vs progresión convergente, los dos modos de crecimiento comparados).
La versión 0.1.0 decía esto:

          «Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: ...»
          En el cuento “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges. El primer argumento de la antinomia babélica recuerda el segundo de la antítesis de la primera antinomia de Kant.*


          «En cuanto al segundo punto, comencemos por suponer lo contrario: que el mundo es finito y limitado, por lo que al espacio respecta. Se encuentra, pues, en un espacio vacío e ilimitado. Tendríamos, por tanto, no sólo una relación de las cosas en el espacio, sino también de las cosas con el espacio. Ahora bien, si tenemos en cuenta que el mundo es un todo absoluto fuera del cual no hay objetos de intuición, ni, consiguientemente, correlato ninguno con el que pueda relacionarse, la relación del mundo con el espacio vacío sería una relación con ningún objeto. Pero semejante relación y, consiguientemente, también la limitación del mundo por el espacio vacío, no es nada. Por tanto, el mundo es ilimitado en relación con el espacio, es decir, es infinito respecto de la extensión.»



          De la “Prueba” de la “Antítesis” de la “Primera oposición de las ideas trascendentales” de la Crítica de la razón pura, de Kant. En su “Observación a la primera antinomia”, Kant discute el punto, pero acaba concediendo:



          «Ahora bien, admitido todo esto, es sin embargo innegable que si se admite un límite del mundo, ya sea según el espacio o ya según el tiempo, hay que admitir por completo estos dos absurdos: el espacio vacío fuera del mundo y el tiempo vacío antes del mundo.»

La solución insinuada será epígrafe de otro ensayo. En este me interesa pensar en un modo de crecimiento, finito o infinito, alternativo al del mundo-Biblioteca. En el nuevo modo, la localización remota del cese de hexágonos, si tal cosa puede suceder, no va a quedar. En todo caso, ya no será extensa sino densamente remota la proliferación de hexágonos, que pueden quedar.
Imaginemos un mundo que con cada proliferación a absorber aumente su densidad y entonces pueda conservar casi su extensión, en vez de un mundo que conserve su densidad y deba aumentar entonces su extensión (como el de la Biblioteca, que se extiende con una velocidad estable y constante de n libros por metro cuadrado o cúbico –o por hexágono).

En el “Simulador de fractal” de la PUEMAC (Instituto de Matemáticas, Universidad Nacional Autónoma de México), el fractal número 13 se llama “Panal”. El dibujo que representa su esquema generador está en la parte superior izquierda de la página; es este:


(“Dimensión de similitud: 2.0” significa que la curva, en el límite de su infinita generación, llena todo el plano.)
Hasta que la perspectiva se enrarezca, reemplacemos los pasos de la construcción del fractal con las alturas que va conquistando una abeja desde que despega. En la primera su mundo se ve así:



La abeja no verá pero intuirá que habita un hexágono, que muy probablemente tiene al menos un hexágono vecino al Oeste; puede entonces conjeturar que tal vez su hexágono es una celda de un panal y su mundo una colmena.
La abeja sigue ganando altura. La perspectiva del nivel 2 le da esta imagen de su mundo:


La abeja corrobora su intuición y su conjetura: el punto del que partió se encuentra en uno de los hexágonos de un panal que por ahora llena todo su campo de visión (por lo que no le supone una forma).
La abeja se aleja un nivel más y este es el paisaje que ve abajo:


Esta vez los hexágonos, entre completos e inconclusos, no llenan el campo visual de la abeja. El panal se insinúa limitado, y despunta ya su forma, que es más que intuible y menos que visible. El carácter limitado del panal, el hecho de conformar una figura, de tener una silueta, es la novedad segura que aporta la visión del nivel 3; la otra novedad, que aventura qué forma tiene el panal, es todavía conjetural.
La vista del nivel 4 confirma o corrige la conjetura; la forma del panal se define:


Es la segunda imagen que no excede el campo visual de la abeja, ahora incluso sin siquiera dar lugar a la ilusión de que eso puede pasar en el nivel siguiente. Ya parece claro que el panal crecerá hacia dentro de una silueta similar a la de una flor de seis pétalos. La gradual conversión visual del destino del néctar en una de sus fuentes podría hacer volver a la abeja, y con las manos vacías (para agravante del engaño).
En el nivel 5, la definición que gana la silueta la empiezan a perder los hexágonos que la forman:


Desde la altura 6, la abeja ya no distingue ni su hexágono de partida ni la forma hexagonal que tienen los vacíos que todavía quedan (y que seguirán quedando, hasta el límite de esa progresión aritmética infinita de pasos que tiene el fractal, donde el espacio se llena):


A esta altura del vuelo la perspectiva ya se hizo extraña: las distancias crecientes van empequeñeciendo los huecos hexagonales en lugar del mundo de nuestra abeja, la que por otra parte revierte su vuelo hacia esa fuente de néctar.




La versión actual (la 1.0.0) dice esto:

          «Acabo de escribir infinita. No he interpolado ese adjetivo por una costumbre retórica; digo que no es ilógico pensar que el mundo es infinito. Quienes lo juzgan limitado, postulan que en lugares remotos los corredores y escaleras y hexágonos pueden inconcebiblemente cesar, lo cual es absurdo. Quienes la imaginan sin límites, olvidan que los tiene el número posible de libros. Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: ...»

          En el cuento “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges. El primer argumento de la antinomia babélica recuerda el segundo de la antítesis de la primera antinomia de Kant.*


          «En cuanto al segundo punto, comencemos por suponer lo contrario: que el mundo es finito y limitado, por lo que al espacio respecta. Se encuentra, pues, en un espacio vacío e ilimitado. Tendríamos, por tanto, no sólo una relación de las cosas en el espacio, sino también de las cosas con el espacio. Ahora bien, si tenemos en cuenta que el mundo es un todo absoluto fuera del cual no hay objetos de intuición, ni, consiguientemente, correlato ninguno con el que pueda relacionarse, la relación del mundo con el espacio vacío sería una relación con ningún objeto. Pero semejante relación y, consiguientemente, también la limitación del mundo por el espacio vacío, no es nada. Por tanto, el mundo es ilimitado en relación con el espacio, es decir, es infinito respecto de la extensión.»



          De la “Prueba” de la “Antítesis” de la “Primera oposición de las ideas trascendentales” de la Crítica de la razón pura, de Kant. En su “Observación a la primera antinomia”, Kant discute el punto, pero acaba concediendo:



          «Ahora bien, admitido todo esto, es sin embargo innegable que si se admite un límite del mundo, ya sea según el espacio o ya según el tiempo, hay que admitir por completo estos dos absurdos: el espacio vacío fuera del mundo y el tiempo vacío antes del mundo.»

1

La solución insinuada será epígrafe de otro ensayo. En este me interesa pensar en un modo de crecimiento alternativo al del mundo-Biblioteca. En el nuevo modo, la localización remota del cese de hexágonos, si tal cosa puede suceder, no va a quedar. En todo caso, ya no será extensa sino densamente remota la proliferación de hexágonos, que pueden quedar. En vez de un crecimiento infinitamente divergente habrá –para cierta perspectiva, al menos– uno infinitamente convergente (o sea, limitado e infinito). Vamos a barajar de nuevo un mazo infinito.
Imaginemos un mundo que con cada proliferación a absorber aumente su densidad y entonces pueda conservar casi su extensión, en vez de un mundo que conserve su densidad y deba aumentar entonces su extensión (como el de la Biblioteca, que se extiende con una velocidad estable y constante de n libros por metro cuadrado o cúbico –o por hexágono).

2

En el “Simulador de fractal” de la PUEMAC (Instituto de Matemáticas, Universidad Nacional Autónoma de México), el fractal número 13 se llama “Panal”. El dibujo que representa su esquema generador está en la parte superior izquierda de la página; es este:


(“Dimensión de similitud: 2.0” significa que la curva, en el límite de su infinita generación, llena todo el plano.)
Hasta que la perspectiva se enrarezca (lo prometo), reemplacemos los pasos de la construcción del fractal con las alturas que va conquistando una abeja desde que despega, imaginemos que en su primer vuelo. En la primera altura, entonces, su mundo se ve así:



La abeja no verá pero intuirá que habita un hexágono, que muy probablemente tiene al menos un hexágono vecino al Oeste; puede entonces conjeturar que tal vez su hexágono es una celda de un panal y su mundo una colmena.
La abeja sigue ganando altura. La perspectiva del nivel 2 le da esta imagen de su mundo:


La abeja corrobora su intuición y su conjetura: el punto del que partió se encuentra en uno de los hexágonos de un panal que por ahora llena todo su campo de visión (por lo que no le supone una forma).
La abeja se aleja un nivel más y este es el paisaje que ve abajo:


Esta vez los hexágonos, entre completos e inconclusos, no llenan el campo visual de la abeja. El panal se insinúa limitado, y despunta ya su forma, que es más que intuible y menos que visible. El carácter limitado del panal, el hecho de conformar una figura, de tener una silueta, es la novedad segura que aporta la visión del nivel 3; la otra novedad, que aventura qué forma tiene el panal, es todavía conjetural.
La vista del nivel 4 confirma o corrige la conjetura; la forma del panal se define:


Es la segunda imagen que no excede el campo visual de la abeja, ahora incluso sin siquiera dar lugar a la ilusión de que eso puede pasar en el nivel siguiente. Ya parece claro que el panal crecerá muchísimo hacia dentro y poquísimo hacia fuera de una silueta similar a la de una flor de seis pétalos. (La gradual conversión visual del destino del néctar en una de sus fuentes podría hacer volver a la abeja, y con las manos vacías, para agravante del engaño.)
En el nivel 5, la definición que gana la silueta la empiezan a perder los hexágonos que la forman:


Desde la altura 6, la abeja ya no distingue ni su hexágono de partida ni la forma hexagonal que tienen los vacíos que todavía quedan (y que seguirán quedando, hasta el límite de esa progresión aritmética infinita de pasos que tiene el fractal –no muy bien llamada “divergente”–, donde el espacio se llena):


A esta altura del vuelo la perspectiva ya se hizo extraña: las distancias crecientes van empequeñeciendo los huecos hexagonales, en lugar del mundo de nuestra abeja. Cumplo con el límite prometido.


viernes, 1 de octubre de 2010

Una colmena infinita 001 (0.1.0)


Acabo de escribirle y agregarle al ensayo sus dos primeros párrafos actuales:
La solución insinuada será epígrafe de otro ensayo. En este me interesa pensar en un modo de crecimiento, finito o infinito, alternativo al del mundo-Biblioteca. En el nuevo modo, la localización remota del cese de hexágonos, si tal cosa puede suceder, no va a quedar. En todo caso, ya no será extensa sino densamente remota la proliferación de hexágonos, que pueden quedar.
Imaginemos un mundo que con cada proliferación a absorber aumente su densidad y entonces pueda conservar casi su extensión, en vez de un mundo que conserve su densidad y deba aumentar entonces su extensión (como el de la Biblioteca, que se extiende con una velocidad estable y constante de n libros por metro cuadrado o cúbico –o por hexágono).

También expandí el crédito del epígrafe con la referencia a Kant y sus citas correspondientes en la nota que abre el asterisco.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Piedras 002 (1.0.0)


Además de algunos cambios leves en lo que ya estaba, le agregué al ensayo en el final otra sección, “1. Reproducción y alimentación”, hecha con párrafos ya escritos y relocalizados y con párrafos nuevos. Esto decía hasta hoy el ensayo:
        «...el silicio tiene valencia 4, igual que el carbono. ¿Puede haber vida basada en el silicio? Es difícil. Empezando porque el silicio no forma cadenas ni redes consigo mismo. Es un átomo demasiado grande para poder formar ese tipo de estructuras. Lo más parecido son las estructuras con oxígeno como unión entre dos átomos de silicio; se forman así cadenas y redes tridimensionales de gran tamaño, pero el resultado es casi siempre una roca.»

        Extraído del post “La vida es carbono”, en el blog colectivo Aulaciencia.


4. Emoción

          «Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
          y más la piedra dura porque esa ya no siente, ...»

          Primeros versos del poema “Lo fatal”, de Rubén Darío.

Si quisiéramos negarle a Darío el manejo de una paradoja o usarla para impugnarlo, nos pondríamos a decir que mal puede ser dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y menos aún la piedra dura, porque ésta ya no siente. Si no, simplemente nos limitaríamos a entender que una envidia lóbrega le proyecta a la piedra dura la blandura de una dicha ganada en mérito de esa misma dureza, y en las antípodas de la blandura doliente donde se fantasea con una insensibilización (al menos, donde se festeja una insensibilidad).
Esta vez me interesa ese proyectarle a la piedra una emoción, no la paradoja que luce. De la serie que inaugura, es la proyección que involucra más presuposiciones.

3. Indagación

          «¡y no saber adónde vamos,
          ni de dónde venimos!...»

          Últimos versos del poema “Lo fatal”, de Rubén Darío.

          Del documental Saturno (Planet Science - Saturn's secrets).

Si esa piedra, además de ser, llegase a saber algo, ese algo sería antes que nada la diferencia entre lo que es y lo que no es ella, el discernimiento de alguna multitud de cosas y el reconocimiento de sí en esa multitud. Un distinguirse de lo otro y una separación de sí: el yo sabe que para aquellos de los que se diferencia al ser, los otros, es un otro entre otros. (Cada yo tiene de distinto lo que el conjunto de lo otro tiene de variado.) Recién entonces la piedra, como cualquiera, puede preguntarse de dónde viene, a la vez de poder elaborar emociones y a la vez o después de poder hablar, que viene después de poder moverse motu proprio (excepto si es una piedra parlanchina). Me muevo, hablo, indago y siento, luego existo.

Respecto de la vida y la conciencia, acaso no hay otredad mayor para un ser humano que una roca, muy detrás de plantas, insectos y animales. De ahí tal vez que uno de los peores terrores imaginarios sea el de una petrificación, como sufrió la desobediente mujer de Lot, y que uno de los milagros más deseados sea el de una metamorfosis inversa, como sucede con Galatea, la escultura de Pigmalión que cobra vida, y con las piedras que tiran a sus espaldas Deucalión y Pirra para repoblar la Tierra devastada por el diluvio. Y de ahí también –supongo– que nos resulte tanto más extraño y fascinante creer animada e intencionada por naturaleza (ya no por metamorfosis) a una piedra.

2. Habla

          “Las rocas hablan. Sólo que ahora no se comunican con nosotros porque están enojadas con la humanidad.”

          Escuchado en un programa new age de TV de mediados de los 90.

Hablar no es la única virtud de discreción absoluta que se le ha atribuido a las piedras. Pero a diferencia, por ejemplo, de la virtud de espantar tigres, que es instrumental, la de hablar es subjetiva: si no es como el habla mecánica de un loro, es signo (como que es producto) de una inteligencia y una autonomía relativa, una conciencia alojada en una roca inerte igual que en un cuerpo con vida, sea humano, animal o vegetal. (En esta mitología, todo puede comunicarse con todo como los hombres entre sí; en esta proyección, las rocas son humanos disfrazados.)
Pero acá, en rigor, el habla es una facultad en estado latente de las piedras, no un hecho manifiesto. El hecho que se nos dice que hay es inaudible. La coartada que explica que no las podamos escuchar, un enojo duro y unánime, las dota de una conducta igual de humana que hablar: ofendidas, las piedras callan.

1. Movilidad

          “Piedra que rueda no junta musgo” (“A rolling stone gathers no moss”)

          Anónimo

          El acróbata Santin Vanzella haciendo equilibrio en la piedra movediza de Tandil (foto de Pedro Momini publicada el 5 de mayo de 1900 en la revista “Caras y Caretas”).

No hay nada personal ni animado en que una piedra ruede por una pendiente, si no lo hace a una velocidad anormal; lo habría en que lo evitara, y más aún en que repechara la pendiente. Lo hay también –está sugerido– en la arena movediza, que en las películas parece tragar a sus víctimas. Igual de sedentaria pero oscilante, la “piedra movediza” de Tandil también lleva metida en su nombre la mirada animista que la ve moverse como si lo decidiera o controlara, como si tuviera –otra vez– autonomía para interactuar con su medio, para tomar iniciativas o reaccionar. Tenemos un ojo puesto en esa sugestión (entre deseada y temida) y otro en su realidad mineral conocida, que es como consumimos una ficción (cuando no la confundimos con la realidad, cautivos de una ilusión poderosa, o cuando no sucumbimos a delirios identificatorios).
Otras sugestiones son más instrumentales que animistas: a la “piedra musical” de Tilcara hay que percutirla para que suene; la piedra movediza, en cambio, inducía a la sospecha incrédula –la sensación– de que actuaba por sí misma, de que hacía equilibrio como hizo sobre ella el acróbata italiano Santin Vanzella (que seguramente ya vendría haciendo equilibrio sobre otros equilibristas en el Circo Raffetto, pero nunca con unos 299.930 kilos de diferencia con –por suerte– el de abajo). La enorme desproporción entre la mole y su exiguo punto de apoyo le da a su hacer, como el de cualquier equilibrista, el carácter de un evitar, con apariencia de hazaña o milagro.

Se aleja de lo mineral el que una piedra se mueva sola (junte o no musgo), y más todavía el que lo haga sin caerse si está apenas apoyada. A este alejamiento lo siguen en magnitud el que una piedra hable (o calle), el que indague sobre su origen, y el que (“aun así”, agregaría Rubén Darío) sea dichosa. Dime de qué y cuánto te alejas y te diré qué eres.


Esto dice desde hoy hasta nuevo aviso:

        «...el silicio tiene valencia 4, igual que el carbono. ¿Puede haber vida basada en el silicio? Es difícil. Empezando porque el silicio no forma cadenas ni redes consigo mismo. Es un átomo demasiado grande para poder formar ese tipo de estructuras. Lo más parecido son las estructuras con oxígeno como unión entre dos átomos de silicio; se forman así cadenas y redes tridimensionales de gran tamaño, pero el resultado es casi siempre una roca.»

        Extraído del post “La vida es carbono”, en el blog colectivo Aulaciencia.


5. Emoción

          «Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
          y más la piedra dura porque esa ya no siente, ...»

          Primeros versos del poema “Lo fatal”, de Rubén Darío.

Si quisiéramos negarle a Darío el manejo de una paradoja o usarla para impugnarlo, nos pondríamos a decir que mal puede ser dichoso el árbol, que es apenas sensitivo, y menos aún la piedra dura, porque ésta ya no siente. Si no, simplemente nos limitaríamos a entender que una envidia lóbrega le proyecta a la piedra dura la blandura de una dicha ganada en mérito de esa misma dureza, y en las antípodas de la blandura doliente donde se fantasea con una insensibilización (al menos, donde se festeja una insensibilidad).
Esta vez me interesa ese proyectarle a la piedra una emoción, no la paradoja que luce. De la serie que inaugura, es la proyección que involucra más presuposiciones.

4. Indagación

          «¡y no saber adónde vamos,
          ni de dónde venimos!...»

          Últimos versos del poema “Lo fatal”, de Rubén Darío.

          Del documental Saturno (Planet Science - Saturn's secrets).

Si esa piedra, además de ser, llegase a saber algo, ese algo sería antes que nada la diferencia entre lo que es y lo que no es ella, el discernimiento de alguna multitud de cosas y el reconocimiento de sí en esa multitud. Un distinguirse de lo otro y una separación de sí: el yo sabe que para aquellos de los que se diferencia al ser, los otros, es un otro entre otros. (Cada yo tiene de distinto lo que el conjunto de lo otro tiene de variado.) Recién entonces la piedra, como cualquiera, puede preguntarse de dónde viene, a la vez de poder elaborar emociones y a la vez o después de poder hablar, que viene después de poder moverse motu proprio (excepto si es una piedra parlanchina). Me muevo, hablo, indago y siento, luego existo.

3. Habla

          “Las rocas hablan. Sólo que ahora no se comunican con nosotros porque están enojadas con la humanidad.”

          Escuchado en un programa new age de TV de mediados de los 90.

Hablar no es la única virtud de discreción absoluta que se le ha atribuido a las piedras. Pero a diferencia, por ejemplo, de la virtud de espantar tigres, que es instrumental, la de hablar es subjetiva: si no es como el habla mecánica de un loro, es signo (como que es producto) de una inteligencia y una autonomía relativa, una conciencia alojada en una roca inerte igual que en un cuerpo con vida, sea humano, animal o vegetal. (En esta mitología, todo puede comunicarse con todo como los hombres entre sí; en esta proyección, las rocas son humanos disfrazados.)
Pero acá, en rigor, el habla es una facultad en estado latente de las piedras, no un hecho manifiesto. El hecho que se nos dice que hay es inaudible. La coartada que explica que no las podamos escuchar, un enojo duro y unánime, las dota de una conducta igual de humana que hablar: ofendidas, las piedras callan.

2. Movilidad

          “Piedra que rueda no junta musgo” (“A rolling stone gathers no moss”)

          Anónimo

          El acróbata Santin Vanzella haciendo equilibrio en la piedra movediza de Tandil (foto de Pedro Momini publicada el 5 de mayo de 1900 en la revista “Caras y Caretas”).

No hay nada personal ni animado en que una piedra ruede por una pendiente, si no lo hace a una velocidad anormal; lo habría en que lo evitara, y más aún en que repechara la pendiente. Lo hay también –está sugerido– en la arena movediza, que en las películas parece tragar a sus víctimas. Igual de sedentaria pero oscilante, la “piedra movediza” de Tandil también lleva metida en su nombre la mirada animista que la ve moverse como si lo decidiera o controlara, como si tuviera –otra vez– autonomía para interactuar con su medio, para tomar iniciativas o reaccionar. Tenemos un ojo puesto en esa sugestión (entre deseada y temida) y otro en su realidad mineral conocida, que es como consumimos una ficción (cuando no la confundimos con la realidad, cautivos de una ilusión poderosa, o cuando no sucumbimos a delirios identificatorios).
Otras sugestiones son más instrumentales que animistas: a la “piedra musical” de Tilcara hay que percutirla para que suene; la piedra movediza, en cambio, inducía a la sospecha incrédula –la sensación– de que actuaba por sí misma, de que hacía equilibrio como hizo sobre ella el acróbata italiano Santin Vanzella (que seguramente ya vendría haciendo equilibrio sobre otros equilibristas en el Circo Raffetto, pero nunca con unos 299.930 kilos de diferencia con –por suerte– el de abajo). La enorme desproporción entre la mole y su exiguo punto de apoyo le da a su hacer, como el de cualquier equilibrista, el carácter de un evitar, con apariencia de hazaña o milagro.

1. Reproducción y alimentación

          «En zonas de la Antártida donde apenas crece otra cosa, puedes encontrar vastas extensiones de líquenes (400 tipos de ellos) devotamente adheridos a todas las rocas azotadas por el viento.
          La gente no pudo entender durante mucho tiempo cómo lo hacían. Dado que los líquenes crecen sobre roca pelada sin disponer de alimento visible ni producir semillas, mucha gente (gente ilustrada) creía que eran piedras que se hallaban en proceso de convertirse en plantas vivas. “¡La piedra inorgánica, espontáneamente, se convierte en planta viva!”, se regocijaba un observador, un tal doctor Hornschuch, en 1819.»

          Bill Bryson, Una breve historia de casi todo (Del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2007; página 400). El regocijo del tal Hornschuch se disuelve en la continuación de la cita.


          «Una inspección más detenida demostró que los líquenes eran más interesantes que mágicos. Son en realidad una asociación de hongos y algas. Los hongos excretan ácidos que disuelven la superficie de la roca, liberando minerales que las algas convierten en alimento suficiente para el mantenimiento de ambos.»

Es sabido que las fantasías transgresoras se excitan ante las declaraciones de intransgredibilidad («“No inflamable” no es un desafío» es una de las frases que tiene que escribir Bart en el pizarrón de la apertura). Y entonces proliferan en la literatura (y afines) cruces y contrabandos entre, por ejemplo, la ficción contenida y la cotidianidad que la contiene, o entre el sueño y la vigilia (la flor de Colerige), o entre lo inanimado y lo animado (Frankenstein y el Golem), etc. O proliferan en las imaginaciones filosóficas paradojas más elegantes que rigurosas, que son superaciones triunfantes de principios restrictivos, como el de no contradicción. (Mientras estas paradojas son el relato del cruce de un límite, las tan o más rigurosas que elegantes son el retrato de un ser o un estar en un límite de series convergentes contradictorias o de una resta de rasgos definitorios.) En el imaginario de las ciencias naturales, los cruces entre zonas incomunicadas, como las de lo inorgánico y lo orgánico, suelen tomar o bien la forma de una metamorfosis de algo corpóreo, o bien la forma de una alquimia o manipulación de los elementos de algo corpóreo, para rediseñarlo a gusto.
Bajo la primera forma, la espontánea metamorfosis de la «piedra inorgánica» en «planta viva» que el tal Hornschuch infirió de su observación de los líquenes, ante la “evidencia” de que no tenían de dónde alimentarse ni cómo reproducirse, hace de estos procesos los requisitos mínimos para la vida corpórea, sus diferencias necesarias y suficientes –su divisoria– con lo inerte. El cruce que Hornschuch festeja en la dirección inversa que Darío, ¿no presume que la planta, el único o el primer vecino a devenir que encuentra la roca en su aventura orgánica, es la forma más básica de vida, que precisamente es la que se reduce a las funciones más básicas de alimentación y reproducción? En especificaciones subsiguientes vendrán la movilidad, el habla, la indagación y la emoción, una trama piramidal de funciones que en la cúspide identificamos con lo humano.
Bajo la segunda forma, notemos que el saber actual de la Biología que corrige a Hornschuch es contemporáneo del saber químico que en el epígrafe general del ensayo le hace un casting al silicio (cuyas cadenas y redes con otros elementos suelen terminar formando una roca) para el papel alternativo de elemento conformador de vida, que tan bien representa en la Tierra el infaltable carbono de todo compuesto orgánico. Luego de una breve postulación, el epígrafe se ocupa de dar las razones del rechazo del postulante, cuya mejor performance alcanza para hacer una roca. Pero lo que para el conocimiento de la Química su elemento no puede, la roca lo logra en creencias (de la new age o de mitos más antiguos y menos laicos) y en ficciones artísticas.

Respecto de la vida y la conciencia, no hay distancia (u otredad) mayor para un ser humano que una piedra, muy detrás de plantas, insectos y animales. De ahí tal vez que uno de los más temidos terrores imaginables sea el de una petrificación, como sufrió la desobediente mujer de Lot, y que uno de los milagros más deseados o agradecidos sea el de una metamorfosis inversa, como sucede con la perfecta Galatea (la escultura de Pigmalión que cobra vida) y con las piedras que tiran a sus espaldas Deucalión y Pirra para repoblar la Tierra devastada por el diluvio griego. Y de ahí también –supongo– que nos resulte tanto más extraño y fascinante creer animada e intencionada por naturaleza (ya no por metamorfosis) a una piedra, como cuando la escuchamos callar, la vemos hacer equilibrio, la sentimos movilizarse o la imaginamos reflexionar o emocionarse (o sea, como cuando la humanizamos).
Se aleja de lo mineral el que una piedra se reproduzca o se alimente, y más todavía el que se mueva sola (junte o no musgo), y aun más el que lo haga sin caerse si está apenas apoyada. A este alejamiento lo siguen en magnitud el que una piedra hable (o calle), el que indague sobre su origen, y el que (“aun así”, agregaría Rubén Darío) sea dichosa. Dime de qué y cuánto te alejas y te diré qué eres.