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sábado, 30 de abril de 2011

Lecciones de ajedrez 003 (1.1.0)


Agregué y cambié cosas en algunas partes del ensayo. Antes decía esto:
Con esta exorbitancia, insospechada y subestimada, Sessa le ofrece al rey una demostración inofensiva –un simulacro– de «la falsa modestia de los ambiciosos», ante la que se obcecan «los hombres más inteligentes», igual que ante «la apariencia engañosa de los números». Mediante ella, el inventor y primer ajedrecista logra burlar la obcecación del rey, que pretendió no dejarle otra alternativa más que pedir o desobedecer; la maniobra ejemplifica cómo el «verdadero sabio», según concluye su lección el propio Sessa, «se eleva [...] por encima de todas las alternativas». (Problema disuelto, diría Wittgenstein.)
Así, la manera que tuvo Sessa de pasar por encima de la alternativa que el rey quería imponerle fue haciéndose prometer un imposible, para ejercer entonces una generosidad mayor y una reafirmación del desapego censurado; obligó a Iadava a una deuda perpetua y se la condonó en el primer minuto.

Ahora dice esto:
Con esa exorbitancia, insospechada y subestimada, Sessa le hace al rey una demostración obligada de «la falsa modestia de los ambiciosos», ante la que se obcecan «los hombres más inteligentes», igual que ante «la apariencia engañosa de los números».*
Una demostración similar en carne propia, pero de la falsa lealtad de los ambiciosos, le hace con otra “apariencia engañosa” don Illán de Toledo al deán de Santiago, que le pide una iniciación en la magia. En lo que tarda en llegar la hora de preparar la cena, el deán va acumulando poder e incumplimientos hasta detentar el suficiente para animarse a romper con amenazas su promesa. Reacciones veraces en situaciones ilusorias confirman la hipótesis inicial de don Illán.
El inventor y primer ajedrecista logra burlar la obcecación del rey, que pretendió no dejarle otra alternativa más que pedir o desobedecer; la maniobra ejemplifica cómo el «verdadero sabio», según concluye su lección el propio Sessa, «se eleva [...] por encima de todas las alternativas». (Problema disuelto, diría Wittgenstein.)
Así, la manera que tuvo Sessa de pasar por encima de la alternativa que el rey quería imponerle fue haciéndose prometer un imposible, para ejercer entonces una generosidad mayor y una reafirmación del desapego censurado; obligó a Iadava a una deuda perpetua y se la condonó en el primer minuto. Podemos editorializarlo así: una generosidad compensatoria, la mayor del reino, fracasó en imponerse a la mayor generosidad (sinceramente) desinteresada, la que defendió con éxito un sabio pero joven y pobre brahamán. Otro David que derriba a su Goliat, pero con la ayuda externa y divina reemplazada por «la tabla de cálculo de su propia inteligencia».

Al que era hasta ahora el último párrafo del ensayo lo agregué como última oración del párrafo anterior y le quité una aclaración entre guinones. Decía antes:
El reacomodamiento de piezas que restablece el estado de cosas inicial (o uno posicionalmente similar) se completa con la designación de Sessa –en gratitud a la segunda lección– en el lugar que ocupaba el príncipe sacrificado.

A continuación agregué el párrafo del nuevo final. Los dos últimos ahora son así:
En ese acto el dolor se libera de su mayor agravante, que es la falta de sentido, la arbitrariedad, la innecesidad, eso que lo hace un daño ciego y caprichoso. Iadava no encuentra en el ajedrez la alternativa táctica para evitar el sacrificio que acaso había buscado en la caja de arena, pero le encuentra o le acepta un sentido a esa fatalidad (un valor a ese sacrificio) y se recupera. El reacomodamiento de piezas que restablece el estado de cosas inicial (o uno posicionalmente similar) se completa con la designación de Sessa en el lugar que ocupaba el príncipe sacrificado.
La recompensa que el rey pretendía imponerle al inventor saldaba una deuda y cerraba una relación. La gratitud del nombramiento a quien anuló una deuda insaldable abre una relación: establece un acompañamiento permanente entre rey y primer visir, que es la contracara virtuosa de un vínculo perpetuo de acreedor-deudor (no en oro ni en otra suntuosidad, sino en insignificantes granos de trigo, para mayor humillación). En el intercambio, el beneficio es alto para ambos: extracción de la piedra de la melancolía del rey inútilmente rico («¿Qué valor podrían tener a los ojos de un padre inconsolable las riquezas materiales, que no apagan nunca la nostalgia del hijo perdido?», se pregunta retóricamente el narrador) y ascenso social o político del joven y pobre brahamán.


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