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domingo, 18 de agosto de 2013

Naturalezas 018 (5.0.2)


Cambios menores en el penúltimo párrafo de 1.2.1 ("Una ley que regule interacciones humanas..."), en relación con lo que decía en la versión anterior; ahora dice:
Una ley que regule interacciones humanas no puede dejar de sonar absurda o abusiva cuando pretende emular la irrevocabilidad que se le atribuye a los designios naturales (y que le es estrictamente atribuible a uno solo de ellos: la muerte, o sea, el dejar de ser de cualquier identidad, cualquiera sea su naturaleza –o, para decirlo sin compromisos ontológicos, cualquiera sea la categoría a la que se la adscriba, la membresía que se le dé).
En el último párrafo de 3.3 eliminé "de alivio y liberación" detrás de "...descargando risas y llantos".
En 3.4, antes decía:
Es el sentimiento ambiguo de haber perdido al que se ha conseguido eliminar, como un parricida que sufre su orfandad (en la falacia que ilustra, lo que hace es pedir clemencia al juez invocando su condición de huérfano).
Ahora dice:
Es el sentimiento ambiguo de haber perdido al que se ha conseguido eliminar, como un parricida que sufre su orfandad.*
Así termina el apartado dedicado al sexto tipo de “Falacias de atingencia” que identifica Irving M. Copi (Introducción a la Lógica, Primera Parte: El lenguaje, III. Falacias no formales; Eudeba, Buenos Aires, 1969; traducción de Néstor Míguez):
El argumentum ad misericordiam es usado a veces de manera ridícula, como el caso del joven que fue juzgado por un crimen particularmente brutal, el asesinato de su padre y de su madre con un hacha. Puesto frente a pruebas abrumadoras, solicitó piedad sobre la base de que era huérfano.

El último párrafo del ensayo decía esto:
Ni las cosas ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo, simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma, por ejemplo) y confundirse con la divinidad. Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico existir.
Ahora dice esto:
En principio, ni las cosas ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo (y sólo excepcionalmente lo hacen en roles secundarios). ¿Por qué? Simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma o un espíritu, por ejemplo) y confundirse con la divinidad.
Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico y desencantado existir por existir.

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