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jueves, 16 de marzo de 2023

ChatGPT, el gran ilusionista 012 (5.0.0)



Ayer, 15/3/23, pasé finalmente los últimos párrafos del Prólogo al flamante Epílogo, donde les hice varios agregados. Todavía le falta, pero puede que poco.




   «Aunque puedo imitar la interacción humana y generar respuestas que parecen ser interactivas y comprensivas, todo lo que hago es producir lenguaje de una manera automatizada y basada en patrones.»

ChatGPT, 2/3/23



Prólogo

   Sobre el tema general de las interacciones, voy a ampliar la casuística de funcionoides con el más humanoide que hayamos logrado hasta hoy: el ChatGPT. Las capturas de pantalla que usaré son del diálogo que mantuvimos en la madrugada de ayer, 2 de marzo de 2023, sobre su propia condición de ilusionista.
   No es que la conozca; la IA no sabe nada (ni siquiera eso, que no sabe nada, que es lo único que dice saber Sócrates). No sabe pero parece saber (o sea, nos parece que sabe). Y para mayor socraticidad, el diálogo en que lo "demuestra" muestra cuán bien ChatGPT "simula" conocerse a sí mismo: mucho mejor de lo que parece saber de tantas cosas sobre las que manda fruta (por ahora, y sin integración con un buscador, como en Bing Chat).
   Hay que admitir que le corrimos el arco: vino a rendir el Test de Turing, que lo supera fácil, y lo sometemos a pruebas de inteligencia (de coincidencia con la solución a un problema, mejor dicho: esta IA no razona, sólo apuesta por la respuesta que calcula más probable; de ahí las comillas del "demuestra" en el párrafo anterior) y a detectores de mentiras (de falsedades, mejor dicho: esta IA no puede mentir, por falta de intencionalidad; de ahí las comillas del "simula" en la oración de arriba).
   En todo caso, al asombro por lo humano que suena ChatGPT le siguió la crítica por lo humano que todavía no hace o que hace mal o que no tiene (♪ alma, corazón y vida... ♫). Todo eso es cierto, pero a la hora de chatear, ChatGPT pasa por humano, incluso sabiendo que no lo es. ¿Por qué?
   Tal vez porque parece interactuar como el Sócrates del Fedro, de Platón, critica que no lo hagan los escritos, que «hablan como si estuvieran pensando algo, pero si quieres aprender y les preguntas algo acerca de lo que dicen, dan a entender siempre una sola y misma cosa» (otros repiten como un loro).
   En el drama que produce Sócrates comparando peras (conversaciones) con manzanas (escritos), la avidez por (aprender) algo nuevo se topa con la repetición apática de los escritos, pero se reencausa y va a satisfacerse en el transcurso de un diálogo (desde el aquí y ahora de un evento real o representado en un teatro –una conversación– hasta el donde sea y ahora de una transmisión en directo por TV o de un streaming o directo por internet). La moraleja está cantada: en vez de dejar un escrito, un mensaje en el contestador automático, un audio de 5 minutos, ♪♫¿Por qué no charlamo' un ratito, eh?♫♪
   Al igual que los escritos, ChatGPT no piensa pero habla como si estuviera pensando. A diferencia suya, no contesta una sola y misma cosa (ni siquiera ante la misma pregunta; las variaciones estocásticas hacen al disfraz de humano, otro que no repite como un loro). Imita muy bien (muchísimo mejor que antes) a un dialogante cualquiera, como puede ser Sócrates, que tampoco se daría cuenta de que Chat­GPT tiene alma de escrito o, si lo supiera, también actuaría como si hablara con un humano.
   «Lo que procuras a tus alumnos no es la verdadera sabiduría, sino su apariencia», le dice Thamus, el rey de Egipto, al dios Teuth, el inventor de la escritura. De ahí se sigue que la escritura generada por/con esta IA es la apariencia de una apariencia. Pero insisto: incluso conociendo el truco, la ilusión de que hablás con alguien es tan fuerte que actuás como si fuera cierto, tenacidad común a la ilusión artística, a ilusiones lógicas y a ilusiones sensoriales. Hablemos de estas últimas.

   El primer ilusionista es el cerebro, que puede hacernos percibir lo que no hay o no percibir lo que hay (imágenes, sonidos, sabores, sensaciones, etc.). Es tan bueno que
→ De “Rosa y Omar: dos cegueras”, 2.1.1 Sueño lúcido.

   Las otras veces, cuando no nos “engaña”, lo que hace el cerebro es crear una imagen de lo recibido en la interacción con el entorno (mundo exterior e interior: de la piel para afuera y para adentro, estímulos externos e internos). La crea a partir de la información que logra sacar de los datos luego de conectarlos por rasgos/parámetros comunes o afines; o sea, a partir de los patrones que logra captar.
   Es más complejo, sí, pero si a un modelo de lenguaje le cabe también esta descripción, escalando universo de datos, parámetros y conexiones tal vez llegue a hacer lo que por ahora no puede (por ejemplo, cierto tipo de análisis literario) o incluso tener lo que ahora no tiene (una conciencia emergente).*

   Sobre este último punto, que se conecta con lo que se conoce como singularidad tecnológica, pongo dos interacciones de la charla que quedaron afuera porque se iban del tema:


   Comparado con el sistema nervioso de nuestro ancestro el gusano platelminto, que le permite tener una idea de lo que se le acerca cuando se mueve hacia algún lado, nuestro sistema nervioso hace eso y más. Por ejemplo, hace una simbolización de las percepciones con su producto más potente, el lenguaje, y genera escenarios virtuales que nos sirven de simuladores de interacción.
   ChatGPT es un ilusionista imitando a otro ilusionista. Más precisamente, es como un mago que replica el show de otro mago pero usando trucos propios, diferentes: «podría decirse que soy un "simulador" en el sentido de que imito los procesos utilizados por los seres humanos para producir lenguaje, aunque lo hago de una manera diferente y limitada».
   Esa manera diferente es el primer tema de la charla, que automáticamente lo recibió de nombre, y esa limitación es un tema presente en varias respuestas, que pueden sonar excesivamente coherentes por reiterativas (como si la IA no recordara que ya dijo eso –o como si el tuneo humano que recibió la hiciera sobreactuar en ese punto).
   A la tarea de estimar probabilidades y apostar a una palabra como la siguiente de la frase teniendo en cuenta las anteriores, como hace ChatGPT, la hicimos juego en una juntada: cebado por la alta impredecibilidad de las frases de un poemario que había ahí, me puse a ofrecer mucha plata para quien acertara con qué palabra seguía o terminaba el verso que les leía. A la quinta respuesta errada (pero mejor orientada, gracias a las cuatro anteriores), les daba la solución y les leía otro verso interrumpido, confiando en no perder ante gente que debía elegir una entre muchísimas candidatas equiprobables con significados diferentes.

   En “El problema de los géneros discursivos”, Bajtín dice que «al seleccionar las palabras partimos de la totalidad real del enunciado que ideamos». (Lo mismo podría decirse de las letras, que al seleccionarlas partimos de la totalidad de la palabra que ideamos.)
   El sujeto de ese «partimos» es, obviamente, humano. Pero para parecer humano (o sea, para dar respuestas que nos satisfagan), ChatGPT no procede así, «rellenando un todo con palabras necesarias», sino «ensartando palabras», algo que los humanos no hacemos pero a lo que podemos jugar –y ganar o perder mucha plata en el intento. Es una vía no humana al lenguaje humano (a una réplica convincente y funcional, claro: «aunque mi proceso de generación de respuestas es diferente del razonamiento humano, ha demostrado ser efectivo»).
   Ya sea que se vaya haciendo camino al andar o que se tenga un fin y un recorrido previstos, las palabras (o 22 letras, 2 puntuaciones y 1 nada) se agregan de a una. La pregunta es cómo. Por ejemplo, pueden ser agregadas
       no aleatoriamente (como voy seleccionando estas palabras, seguramente precedidas por la totalidad del enunciado; o porque estoy pegando recortes y decidiendo en qué orden),
       o aleatoriamente,
         estilo «divinidad que delira» (como están hechos los libros de “La Biblioteca de Babel”, lo que vuelve improbabilísimo el hallazgo –no la existencia– de uno que repite MCV de punta a punta, o de otro titulado Trueno peinado, y ni hablar de las «casi dos hojas de líneas homogéneas»; pero ese cuento no habría existido si Borges hubiera sido realista con lo que implican 251.312.000 libros hechos de signos combinados de un modo único y con total indiferencia a formar palabras y frases en cualquier idioma),
         estilo tirada de dados (como quería «una secta blasfema», que «sugirió [...] que todos los hombres barajaran letras y símbolos hasta construir, mediante un improbable don del azar, esos libros canónicos» que no podían encontrar revisando anaqueles),
         o estilo estocástico probabilístico, como el de ChatGPT: cada vez, la siguiente palabra sale de un concurso de probabilidad, cuyas ganadoras son la mejor apuesta que puede hacer un modelo de lenguaje.

   ChatGPT lo dirá mejor ya en la segunda respuesta:
   «Mi modelo utiliza técnicas de aprendizaje automático para analizar grandes cantidades de texto y aprender patrones de cómo las palabras se usan juntas en diferentes contextos. Con base en esos patrones, mi modelo es capaz de estimar la probabilidad de que una palabra en particular siga a otra palabra en una oración».
   Esa misma respuesta está hecha a partir de «aprender patrones de cómo las palabras se usan juntas en diferentes contextos». Cómo, no por qué, con qué sentido o siguiendo qué lógica. ChatGPT no entiende ni razona, pero imita tan bien los patrones de uso del lenguaje que tenemos los humanos al entender y razonar que andá a convencerte que no entiende ni razona.
   Al igual que los tlönenses, ChatGPT no busca la verdad; a diferencia de ellos, tampoco el asombro y sí la verosimilitud: «mi objetivo es generar una respuesta coherente y relevante en función de la entrada o pregunta dada». Si es cierto, mejor; pero si no, va igual (si se lo marcás, a veces se disculpa y a veces te porfía).
   Los tlönenses usaban palabras para su ars combinatoria, al igual que la IA y a diferencia de la Biblioteca babélica, donde «por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias». Ninguna de estas tres leguas tiene este chatbot, que tiene leguas de falsedades coherentes y relevantes porque es ciego al sentido y se limita a imitar los patrones de uso humanos para llegar al mismo resultado.

Diálogo

1. Modelo de lenguaje estocástico

PD 12/3/23: Repregunta sobre lo estocástico de la elección

2. El gran simulador


3. IA e inteligencia colectiva

Respuesta alternativa 1


Respuesta alternativa 2




Epílogo

   Ya en la segunda respuesta del diálogo ChatGPT "dice" qué hace:
   «Mi modelo utiliza técnicas de aprendizaje automático para analizar grandes cantidades de texto y aprender patrones de cómo las palabras se usan juntas en diferentes contextos. Con base en esos patrones, mi modelo es capaz de estimar la probabilidad de que una palabra en particular siga a otra palabra en una oración».
   Por si las comillas en "dice" no fueron claras, tengamos presente que esta misma respuesta está hecha a partir de «aprender patrones de cómo las palabras se usan juntas en diferentes contextos». Cómo, no por qué, con qué sentido o siguiendo qué lógica o criterio. ChatGPT no entiende ni razona, pero imita tan muy bien los patrones de uso del lenguaje que tenemos los humanos al entender y razonar que andá a convencerte que no entiende ni razona. Andá a convencerte que no entiende ni razona, cuando su método da resultados iguales o mejores que los tuyos, que entendés y razonás.
   Somos sentidófilos, incluso sentidodependientes; como eso favoreció nuestra supervivencia, nuestro cerebro está entrenado para interpretar, por muchos bloopers que nos cause (no hablo de ver un sentido donde hay otro, sino donde no hay nada, lo que sería una pareidolia intelectiva). Estamos dispuestos a comernos todos los amagues de sentido que nos hagan las cosas, cual gansa empollando huevos pero también cosas más o menos huevoides, desde una bola de billar a un cubo. ¿Cómo no vamos a morder el anzuelo con una carnada muchísimo mejor?
   Esa carnada es muy superior en coherencia y relevancia a la que haya usado cualquier otro humanoide. Pero ninguna de esas dos virtudes garantizan todavía la veracidad (es decir, la coincidencia del resultado verbal de la IA con algo verdadero). Al igual que los tlönenses, ChatGPT no busca la verdad; a diferencia de ellos, tampoco el asombro y sí la verosimilitud: «mi objetivo es generar una respuesta coherente y relevante en función de la entrada o pregunta dada». Si además es cierto verdadera, mejor; pero si no, va igual (y si se lo marcás, a veces se disculpa y a veces te porfía).
   Los tlönenses usaban combinan palabras para su ars combinatoria, al igual que la IA y a diferencia de la Biblioteca babélica, que combina 22 letras, la coma, el punto y el espacio. Esto hace que donde «por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías [como dhcmrlchtdj], de fárragos verbales [como un incesante MCV o como el título Axaxaxas mlö, que «en la conjetural Ursprache de Tlön» significa algo] y de incoherencias [como los títulos Trueno peinado y El calambre de yeso]».
   Ninguna de estas tres leguas tiene este chatbot ChatGPT, que tiene leguas de falsedades coherentes y relevantes porque es ciego al sentido y se limita a imitar los patrones de uso humanos para llegar al mismo resultado. Entre ellas no parece estar el diálogo del 2/3/23.

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