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martes, 27 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 011 (3.0.2)


Amplié el párrafo que sigue a la cita de la sección 3, Parte I. Antes decía:
Más adelante nos detendremos en la opinión de que el guardián se engaña. Pero antes me interesa tratar de atar algunos cabos.

Ahora dice:
La rotación que los personajes hacen en el rol pasivo del engaño no la hacen en el activo, que terminará vacío. La opinión de que «el engañado» no es el campesino sino el guardián no implicará que “el engañador” sea el campesino, en lugar del guardián. Hacia el final, K integrará esa opinión a su conclusión de que ninguno engaña y ambos están engañados (el guardián por ingenuo y el campesino por contagio). Más adelante volveremos sobre este juego de uno u otro, ambos, ninguno que se desarrolla entre la primera inferencia de K, la «opinión» adversa anunciada (que dará vuelta a su sospechoso), y los fundamentos que con ella compondrá K para dar su veredicto sobre el guardián, previo cambio de carátula. Pero antes me interesa tratar de atar algunos cabos.

En la misma sección 3, dos párrafos después modifiqué levemente el bloque que se muestra al cliquear en el asterisco de "comienzo del debate". Primero, cambié "redundancia informativa" por "redundancia semántica". Luego, donde decía:
Si esa autoridad es individual, la palabra tiene autor; si es institucional, no, como en este caso, que es uno de los escritos introductorios de la ley

ahora dice:
Si esa autoridad es individual, la palabra tiene autor; si es institucional, no: la autoridad de ese escrito –como la del guardián– está dada por su pertenencia a la ley (el valor se lo da el membrete, no una firma)

sábado, 24 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 010 (3.0.1)


Cambié levemente el agregado anterior y su marco. Ahora dice:
Más adelante nos detendremos en la opinión de que el guardián se engaña. Pero antes me interesa tratar de atar algunos cabos.
Primero hay que resolver qué de esa cita vamos a atar a otra cosa. Se puede adelantar que va a ser la relación entre lo inalterable (una singularidad estable) y lo diverso (inestable, visto como una unidad). Lo diverso son las opiniones, «a menudo, tan sólo una expresión de desesperanza frente a» lo inalterable. ¿Pero qué es lo inalterable (qué lo tiene por atributo): el escrito, como se entiende leyendo literalmente, o el sentido del escrito, como se podría presumir?
Si entendemos que «el escrito es inalterable», lo es como inscripción, como cosa que ha quedado fijada en letras de molde, acuñada, como pieza cuyo modo de circulación será la cita textual, la copia fiel (como circula también una ley): «Te he contado la historia tal como aparece textualmente en el escrito», le dice el capellán a K al comienzo del debate.*
El grado de flexibilidad que tenga una palabra para circular dependerá del valor o poder con que se la haya investido, de mayor –grado mínimo, rigidez– a menor –grado máximo, versión libre–. En flexibilidades bajas o nulas, se repite una fórmula mágica (“Abracadabra pata de cabra”) o una performativa (“Piedra libre a X detrás del árbol”), y se recita o transcribe un poema, por ejemplo (toda excepción se expone a parecer irrespetuosa, y en cualquier caso evitable). En flexibilidades altas, donde al pie de la letra no se le debe tanto respeto, se cuenta un chiste o se refiere una charla, por ejemplo. A menor autoridad detrás de la palabra y poder dentro, menor necesidad de transmitirse intacta, mayor tolerancia a las alteraciones y versiones, mayor redundancia informativa. Si esa autoridad es individual, la palabra tiene autor; si es institucional, no, como en este caso, que es uno de los escritos introductorios de la ley.
En este caso, la desesperación de los glosadores sería la de unos redactores o unos correctores que han llegado tarde, cuando el escrito ya ha sido publicado.
Al igual que con las leyes, si no se pudo ni se puede cambiar la letra de un escrito, se puja por cambiar su “espíritu”: se lo interpreta, aventurándonos más allá de la literalidad, atravesándola (estos son los movimientos que una interpretación debe justificar haber hecho bien, para justificar no haber ido demasiado lejos). De nuevo: lo que no pudo ser corregido antes de hacerse público es rectificado después, interpretaciones mediante. Cada operación se promociona como una comprensión mejorada, superior a una literal (grado cero de interpretación y despegue) y a cualquier otra no literal (con algún despegue interpretativo a fundamentar).
Si lo que dice un escrito es siempre lo que se entiende de lo que dice, si estas son cosas inseparables, entonces las interpretaciones resultan inevitables y la comprensión es el botín que se disputan, a cuya posesión le dan el nombre de verdad. Se pasa así de la diversidad de origen de lo dicho (sin aquella rivalidad no existe) a su soñado destino de sentido único –último e inalterable–, la revelación cabal de su espíritu. Y eso es la verdad de un relato: la utopía o ilusión de una victoria definitiva, la de una interpertación que se queda para siempre con el botín y adquiere una existencia superior –un status universal y absoluto– cuando pone fin a las rivalidades, o sea, cuando impone su pax romana. La ansiedad por alcanzar ese destino glorioso de inmutabilidad puede desesperar a los glosadores, pero no desesperanzarlos; si renunciaran a la esperanza de lograrlo, ni siquiera lo intentarían.

Ahora sí, atemos. La desesperanza ante lo inalterable del escrito recuerda...

El paréntesis aclaratorio que estaba al final de la primera frase del marco ("Más adelante nos detendremos en la opinión de que el guardián se engaña"), pasó al comienzo del apartado 4, que tuvo otros cambios menores. Antes era así:
El tema del relato incrustado es el acceso a la ley. El tema de su análisis es el acceso a su verdad, interpretaciones mediante. El tema de lo que ahí se discute es si el guardián engañó o se engaña; y en caso de haber engañado, si lo hizo estando engañado o no...

Ahora es así:
El tema del relato incrustado es el acceso a la ley. El tema de su análisis es el acceso –interpretaciones mediante– a su sentido verdadero (lo que supone que hay otros y que son falsos o erróneos). El tema de lo que ahí se discute es si el guardián engañó o se engaña (él solo, sin que nadie lo engañe, ni otro ni él a sí mismo, sin ningún agente responsable de que esté engañado y de los dos sea él «el engañado»); y en caso de haber engañado, si lo hizo estando engañado (engañándose) o no; y tanto en un caso como en el otro, si es sancionable o si...

En el siguiente párrafo, el segundo, del apartado 4 también hubo cambios leves. Antes decía esto:
Los accesos a la ley y a la verdad (el sentido inalterable) del relato tienen en común el verse frustrados, y probablemente en ambos casos de manera inesperada (en el segundo, siempre y cuando K crea, como el campesino respecto de la ley, que el sentido de un escrito «debería ser accesible a todos en todo momento»). Como sea, ni el campesino será autorizado a pasar ni el sendero de interpretación por donde el sacerdote pasea a Josef K desembocará en alguna verdad “inalterable”. La idea de que el escrito tiene un sentido destinado como el campesino una puerta de la ley no puede dejar de ser sólo la conjetura de algo deseado. Si hay un sentido que además de consistente es verdadero, no tiene cómo diferenciarse del resto igualmente consistente y demostrar su verdad exclusiva.
Este equilibrio de fuerzas inalterable es una razón para la imposibilidad de acceso a la verdad del inalterable escrito (otra razón, más metodológica o protocolar, es la que vimos que recibe K del sacerdote, que lo acusa precisamente de alterar la historia).

Ahora dice esto:
Los accesos a la ley y al sentido inalterable (la verdad) del relato tienen en común el verse frustrados, y probablemente en ambos casos de manera inesperada (en el segundo, siempre y cuando K crea, como el campesino respecto de la ley, que ese sentido «debería ser accesible a todos en todo momento»). Como sea, ni el campesino será autorizado a pasar ni el sendero de interpretación por donde el sacerdote pasea a Josef K desembocará en alguna verdad inamovible. La idea de que el escrito tiene un sentido destinado como el campesino una puerta de la ley no puede dejar de ser sólo la conjetura de algo deseado. Si hay un sentido que además de consistente es verdadero, no tiene cómo diferenciarse del resto igualmente consistente y demostrar su exclusividad veritativa.
Este equilibrio de fuerzas inalterable es una razón general para la imposibilidad de acceso a la verdad del inalterable escrito (una razón particular, más metodológica o protocolar, es la que vimos que recibe K del sacerdote, que lo acusa precisamente de alterar la historia).

viernes, 23 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 009 (3.0.0)


Por acumulación de cambios menores y medios, la versión actual del ensayo, la 3, se diferencia de lo que empezó siendo la 2 lo suficiente como para considerar dado el salto.
Esto agregué recién en la sección 3 del ensayo, entre "Pero antes me interesa tratar de atar algunos cabos" y "La desesperanza ante lo inalterable del escrito recuerda la desazón platónica":
Primero hay que resolver qué de esa cita vamos a atar a otra cosa. Se puede adelantar que va a ser la relación entre lo inalterable y lo diverso. Lo diverso son las opiniones, «a menudo, tan sólo una expresión de desesperanza frente a» lo inalterable. ¿Pero qué es lo inalterable (qué lo tiene por atributo): el escrito, como se entiende leyendo literalmente, o el sentido del escrito, como se puede preferir entender (aventurándonos más allá de lo literal, atravesándolo)?
Si entendemos que «el escrito es inalterable», lo es como inscripción, como cosa que ha quedado fijada en letras de molde, acuñada, como pieza cuyo modo de circulación será la cita textual, la copia fiel (como circula también una ley): «Te he contado la historia tal como aparece textualmente en el escrito», le dice el capellán a K al comienzo del debate.*
El grado de flexibilidad que tenga una palabra para circular dependerá del valor o poder con que se la haya investido, de mayor –grado mínimo, rigidez– a menor –grado máximo, versión libre–. En flexibilidades bajas o nulas, se repite una fórmula mágica (“Abracadabra pata de cabra”) o una performativa (“Piedra libre a X detrás del árbol”), y se recita o transcribe un poema, por ejemplo (toda excepción se expone a parecer irrespetuosa, y en cualquier caso evitable). En flexibilidades altas, donde al pie de la letra no se le debe tanto respeto, se cuenta un chiste o se refiere una charla, por ejemplo. A menor autoridad detrás de la palabra y poder dentro, menor necesidad de transmitirse intacta, mayor tolerancia a las alteraciones y versiones, mayor redundancia informativa. Si esa autoridad es individual, la palabra tiene autor; si es institucional, no, como en este caso, que es uno de los escritos introductorios de la ley.

Al igual que con las leyes, si no se pudo ni se puede cambiar la letra de un escrito, se puja por cambiar su espíritu: se lo interpreta, se le hace decir lo que su literalidad no dice (y muchas veces, lo que el exégeta desea que diga). Lo que no pudo ser corregido antes de hacerse público es rectificado después, interpretaciones mediante. Si lo que dice es lo que se entiende de lo que dice, si son cosas inseparables, entonces las interpretaciones resultan inevitables y la comprensión es el botín que se disputan, a cuya posesión le dan el nombre de verdad. Se pasa así de la maleabilidad de origen de lo dicho (sin aquella rivalidad no existe) a su destino de sentido último e inalterable (eso es la verdad de un relato: la utopía o ilusión de una victoria definitiva, la de una interpertación que se queda para siempre con el botín y adquiere una existencia superior –un status universal y absoluto– cuando pone fin a las rivalidades, o sea, cuando impone su pax romana). La ansiedad por alcanzar ese destino glorioso de inmutabilidad puede desesperar a los glosadores, pero no desesperanzarlos; si renunciaran a la esperanza de lograrlo, ni siquiera lo intentarían.

martes, 20 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 008 (2.3.0)


Otra oleada de cambios medios, aunque algunos agregan ideas que no estaban.

1) Parte I, sección 3. Después de la cita que se introduce al comienzo, el párrafo siguiente terminaba con "...sin ningún agente responsable de que esté engañado". Le agregué "y de los dos sea él «el engañado»". A continuación decía: "Ahora me interesa conectar algunas ideas". Ahora dice: "Pero ahora me interesa tratar de atar algunos cabos".

2) Parte I, sección 3, último párrafo. A la primera oración le agregué sobre el final lo que está entre paréntesis: "como el de una duda o el de una dialéctica sin síntesis". También cambié la oración siguiente. Antes decía:
Para el sacerdote, entonces, se puede saber si se está errado, como lo está K, pero no si se está en lo cierto, porque la misma certeza –y con igual derecho– podrá tener el que apuntó para otro lado (incluso el opuesto: por ejemplo, en una interpretación el guardián luce superior al campesino; en otra, «con igual claridad se deduce que es él el que está subordinado al hombre»).

Ahora dice:
Para el sacerdote, entonces, se puede saber si se está errado, como lo está K, pero no si se está en lo cierto, porque la misma certeza –y con igual derecho– podrá tener el que apuntó para otro lado, incluso el opuesto. Por ejemplo, en una interpretación el guardián luce superior al campesino; en otra, «con igual claridad se deduce que es él el que está subordinado al hombre». (El sacerdote le sumará otro argumento a la primera posición más adelante, cuando exponga la opinión contra la que choca K cuando quiere concluir que habría que haber juzgado y sancionado al guardián.)


3)Parte I, sección 4, final del primer párrafo. Antes:
...está sustraído al juicio humano» («Entonces, tampoco que hay que creer que el guardián esté subordinado al hombre»).

Ahora:
...está sustraído al juicio humano» («Entonces, tampoco que hay que creer que el guardián esté subordinado al hombre», dice a continuación el sacerdote –un medium de exégetas– y desequilibra por única vez la balanza de razones que hay para una interpretación (+2) y para su opuesta (+1), sin que eso tenga que ser concluyente).


4) Parte I, sección 4, penúltimo párrafo. Hasta recién:
El afuera del sentido de una misión (o función o servicio) hace del Lacayo Rana, que está ahí, un «perfecto idiota» a quien «es inútil hablarle», y del guardián, que no está ahí, un perfecto inconvencible e insobornable.

Desde ahora:
El sentido de una misión (o función o servicio) hace del Lacayo Rana, que quedó afuera, un «perfecto idiota» a quien «es inútil hablarle», y del guardián, que se mantiene adentro, un perfecto inconvencible e insobornable (un anti-genio cumplidor de deseos).


5) Parte II, sección 3, final del penúltimo párrafo. Cambié lo que hay entre guiones. Ahí donde ahora dice "no tendría el mismo poder de disuasión –y sería desesperanzador– mencionarlos como obstáculos del transgresor si...", antes entre esos guiones decía "sino uno inapelable y vanamente mayor".

6) Parte II, sección 4, final del penúltimo párrafo. Antes:
Que una lectura “cierre” es condición necesaria pero no suficiente para darla por buena; cualquier discurso paranoico también cierra.

Ahora:
Que una lectura “cierre” es condición necesaria pero no suficiente para darla por buena o festejar su puntería; cualquier delirio paranoico, que siempre es un delirio hermenéutico, también cierra.


7) Parte II, final de la sección 4. Hasta ahora decía:
Pero una cosa es abstenerse de afirmarlo y otra es afirmar que «el guardián no quiere entrar», como si eso se dijera en el cuento o se pudiera inferir de su inexistencia (que sólo puede ser relevante si frustra la expectativa de que haya algo en lugar de esa nada, en la que entonces vemos un algo sospechosa o significativamente silenciado y nos ponemos a interpretar qué o por qué).

Ahora dice:
Pero una cosa es abstenerse de afirmarlo y otra es afirmar que «el guardián no quiere entrar», como si eso se dijera en el cuento o se pudiera inferir de que no se lo diga. Una inexistencia sólo puede ser relevante si frustra la expectativa de que haya algo en lugar de esa nada, en la que entonces vemos un algo sospechosa o significativamente silenciado y nos ponemos a interpretar qué o por qué.


8) Parte II, sección 5, penúltimo párrafo. Antes decía:
El razonamiento es que si no se engaña (si «ve con claridad»), puede o no engañar a su vez al campesino. Pero «si el guardián está engañado, entonces su engaño tiene que trasladarse necesariamente al hombre».

Ahora dice:
El razonamiento es que si no se engaña (si «ve con claridad»), puede o no engañar a su vez al campesino (el engaño sería voluntario y, por lo tanto, evitable). Pero «si el guardián está engañado, entonces su engaño tiene que trasladarse necesariamente al hombre» (el engaño es involuntario e inevitable).

lunes, 19 de marzo de 2012

Engaños 002 (0.2.0)


Los últimos dos párrafos del ensayo estaban ocultos bajo un asterisco. Los integré al cuerpo del ensayo, y hacia ahí apunta ahora un link de "Ante las interpretaciones" (en la palabra "responsable").

Ante las interpretaciones 007 (2.2.0)


Ayer eliminé texto del comienzo de la Parte II y lo que era su sección 2 quedó incluida en la 1 (luego, la sección 3 pasó a ser la 2, la 4 pasó a 3, etc.).
Antes decía:
1.

Al relato “Ante la ley” no le faltan lecturas alegóricas ni desciframientos suspicaces de quienes sí creen que ahí hay algún misterio o enigma para resolver. Pero tampoco le faltan lectores que, en lugar de atribuirle a ese breve y denso universo de datos un significado trascendental o alguna pieza que consideran faltante o escondida, buscan distinguir las figuras que forman las redes de implicaciones, afinidades y diferencias que se arman ahí, según las intentan demostrar con sus análisis. (Es como un drawing by numbers, pero poniéndoles uno mismo los números de cada secuencia a los datos seleccionados, como hacen con las estrellas los que dibujan constelaciones en el cielo.)
Sin ir más lejos, el sacerdote que en El proceso cuenta la historia y después la comenta podría ser uno de estos lectores: tanto en sus observaciones como en la exposición de las de otros glosadores, lo que importa es siempre qué se puede implicar o deducir (qué tan lejos se puede llegar infiriendo) a partir de lo que se dice y de lo que no se dice en el relato.

Desde ayer dice:
Al relato “Ante la ley” no le faltan lecturas alegóricas ni desciframientos suspicaces de quienes sí creen que ahí hay algún misterio o enigma para resolver. No es ese el caso del sacerdote: tanto en sus observaciones como en la exposición de las de otros glosadores, lo que importa es siempre qué se puede implicar o deducir (qué tan lejos se puede llegar infiriendo) a partir de lo que se dice y de lo que no se dice en el relato.
Todo ese celo de fundamentación,

Y recién hice otros cambios, entre menores y medios, todos en la Parte II.
1) El penúltimo párrafo de la ahora sección 4 terminaba con un “...imposible salirse de ese puede”. Le agregué a continuación esto:
...imposible salirse de ese puede. Que una lectura “cierre” es condición necesaria pero no suficiente para darla por buena; cualquier discurso paranoico también cierra.

2) El párrafo siguiente, el último del apartado 4, terminaba con un “...como si eso se dijera en el cuento o se pudiera inferir de su silencio”. Ahora termina así:
...como si eso se dijera en el cuento o se pudiera inferir de su inexistencia (que sólo puede ser relevante si frustra la expectativa de que haya algo en lugar de esa nada, en la que entonces vemos un algo sospechosa o significativamente silenciado y nos ponemos a interpretar qué o por qué).

3) El segundo párrafo de la sección 5 terminaba así:
¿Por qué no puedo entrar (si la ley debe ser accesible a todos y si, encima, esta puerta me está destinada a mí solo)? Nada se dice al respecto. Eso no nos impide hablar del asunto, sino hacerlo con la ilusión o la pretensión de estar rellenando presuntos huecos de saber, de andar resolviendo misterios y enigmas.

Cambié la última oración:
Eso nos impide hablar del asunto con la ilusión o la pretensión de estar rellenando presuntos huecos de saber, de andar resolviendo misterios y enigmas. Pero no si lo hacemos sin esa ilusión o pretensión, sino aceptando ese vacío de saber como un dato más del relato.


sábado, 17 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 006 (2.1.0)


Hice retoques y agregados diversos en ambas partes del ensayo.

Parte I:
1) Sale
El Lacayo no está para autorizar el ingreso deseado ni para evitarlo con prohibiciones y con disuasiones físicas o discursivas, como el guardián y el patovica. La situación en la que está en relación con Alicia vuelve absurda su función e inútil su servicio. Alicia no tiene más que abrir y...

y entra
Como buen abrepuertas, el Lacayo se parece más a un portero servicial que a un vigilante con autoridad para negar el paso, como son el guardián y el patovica. Las posiciones del Lacayo y de Alicia en relación con la puerta no son complementarias, lo que pagan con su sentido el llamado de Alicia, por un lado, y la función del Lacayo, por el otro. Alicia no tiene más que abrir y...

2) Luego del largo paréntesis que cierra la oración anterior, agregué esta:
No hay una fuerza que frena a Alicia; hay una situación que la demora el tiempo que le lleva exhibir su absurdo lógico –según el Lacayo– y su ridiculez práctica –según Alicia–. Gracias a que el Lacayo no es lo disuasivo que es el guardián, Alicia puede no ser lo sumisa que es el campesino.

3) Cambié "lo que quiso decir Orson Welles" por "lo que quiso decir la voz en off".

4) A continuación del párrafo que termina con la oración "Una comprensión puede ser estúpida sin ser errónea, ni siquiera antojadiza", agregué este:
Ahí está también para demostrarlo el Lacayo Rana, que será un «perfecto idiota» pero que no deja de tener razón en las tres cosas que llega a contestarle a Alicia: cómo es la situación en la que están (estando «del mismo lado de la puerta»); cuál es «la cuestión principal» en juego («¿Vas a entrar realmente?»); y qué debe o puede hacer Alicia para resolverla («Lo que te plazca», como en el juego sin reglas –o con reglas a las que «nadie les hace caso»– que encontrará dos capítulos después en “El campo de croquet de la Reina”).

5) Cambié el paréntesis del último párrafo del apartado 3. Antes decía:
(incluso el opuesto: el guardián, de una interpretación a otra, puede pasar de engañador a engañado, o mostrar comprensión e incomprensión simultáneas sobre un mismo asunto; en una opinión luce superior al campesino, pero en otra «con igual claridad se deduce que es él el que está subordinado al hombre»)

Ahora dice:
(incluso el opuesto: por ejemplo, en una interpretación el guardián luce superior al campesino; en otra, «con igual claridad se deduce que es él el que está subordinado al hombre»)

6) Cambio en el paréntesis que cierra la tercera oración del primer párrafo del apartado 4. Antes decía:
...en ambos casos de manera inesperada (en el segundo, suponiendo que K cree, como el campesino respecto de la ley, que el sentido de un escrito –sobre todo de uno introductorio a la ley– «debería ser accesible a todos en todo momento»)

Ahora dice:
en ambos casos de manera inesperada (en el segundo, siempre y cuando K crea, como el campesino respecto de la ley, que el sentido de un escrito «debería ser accesible a todos en todo momento»)

7) El párrafo que sigue al que comienza con "Este equilibrio de fuerzas inalterable...", que era y es el segundo de la sección 4, antes decía (y con él terminaba la sección):
La neutralización mutua de interpretaciones rivales equilibradas hace juego con la que vuelve impermeable al guardián a las «muchas tentativas para ser admitido» que realiza el campesino. La equidistancia de razones para preferir algo, que en el Lacayo Rana hace a un «perfecto idiota» a quien «es inútil hablarle», en el guardián hace a un perfecto inconvencible e insobornable, que en los hechos son equivalentes.

Ahora dice:
Esa ausencia de razones desequilibrantes hace juego con la que vuelve impermeable al guardián a las «muchas tentativas para ser admitido» que realiza el campesino. El afuera del sentido de una misión (o función o servicio) hace del Lacayo Rana, que está ahí, un «perfecto idiota» a quien «es inútil hablarle», y del guardián, que no está ahí, un perfecto inconvencible e insobornable.

8) Le agregué un nuevo párrafo final a la sección 4, para que haga de enlace entre la Parte I y la II (la referencia a la "divinidad que delira" la tenía pendiente):
Entremos de lleno en los análisis que, al igual que los «azarosos volúmenes» de la «Biblioteca febril», «corren el incesante albur de cambiarse en otros y que todo lo afirman, lo niegan y lo confunden como una divinidad que delira» (cita de “La Biblioteca de Babel”, de Jorge Luis Borges; el tríptico está completo, o bien: «la tercera letra del nombre [¿CaKafBor? ¿KafCaBor?] ha sido articulada»).

Parte II:
9) En el penúltimo párrafo de la sección 4, que terminaba con "...como si de él dependiera su suerte", agregué este largo paréntesis:
...como si de él dependiera su suerte. (Lo que sí puede decirse a favor de su intuición es que el obstáculo debe ser uno solo: se supone que el permiso de un guardián vale para el de todos; no tendría el mismo poder de disuasión –sino uno inapelablemente mayor– mencionarlos como obstáculos del transgresor si también lo fueran del obediente y admitido. Kafka hace un rizo gigantesco; no necesita rizarlo.)

10) Inserté otra oración parentética en el tercer párrafo de la sección 5. Antes decía esto:
Se trate de una reincidencia casual o voluntaria o se trate del cumplimiento de un deber, lo verificable y previsible es que si hay una pregunta del hombre de campo, hay una respuesta honesta del guardián, sin excepción. Podemos comprobar que esto es así hasta donde se nos dice, por supuesto, porque...

Ahora dice esto:
Se trate de una reincidencia casual o voluntaria o se trate del cumplimiento de un deber, lo verificable y previsible es que si hay una pregunta del hombre de campo, hay una respuesta honesta del guardián, sin excepción. (Son precisamente los dos desempeños con asistencia perfecta en el guardián titular los que faltan en el suplente del borrador descartado, que no impide el cruce y no contesta las preguntas del hombre de campo.)
Podemos comprobar que esto es así hasta donde se nos dice, por supuesto, porque...


viernes, 16 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 005 (2.0.0)


Acabo de dividir en dos partes el ensayo y de agregarle la Parte I.
Por meras razones de adaptación, cambié el comienzo de la ahora Parte II. Antes decía esto:
No le faltan lecturas alegóricas ni desciframientos suspicaces al cuento que Franz Kafka publicó con el título “Ante la ley” e incluyó sin título en el penúltimo capítulo de El proceso, novela inconclusa publicada después de su muerte (las citas serán de esta edición).

Entre leyes hay cornadas 001 (1.0.0)


Eliminé del ensayo lo que precedía a la sección 1, porque la cita “Fragmentos de cuadernos y hojas sueltas” la pasé recién a “Ante las interpretaciones”. Esto es lo que borré:

«Ante la ley se encuentra de pie un guardián. Frente a este guardián se presenta un hombre del campo, y pide entrar a la ley. Pero el guardián dice que en ese momento no puede permitirle el ingreso. El hombre reflexiona y luego pregunta si más tarde podrá entrar. “Es posible”, dice el guardián, “pero ahora no”. En vista de que la puerta que conduce a la ley está abierta, como siempre, y el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para mirar el interior, a través de la puerta. Cuando el guardián lo percibe, se ríe y dice: “Si tanto te atrae, intenta entrar, a pesar de mi prohibición. Pero toma nota de esto: soy poderoso. Y soy tan sólo el guardián de menor jerarquía. De sala en sala van apareciendo otros guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Ya la visión del tercero no puedo ni siquiera yo tolerarla”.»

Así empieza el relato “Ante la ley” (“Vor dem Gesetz”), de Franz Kafka; la cita pertenece a la versión incluida en la novela El proceso (Buenos Aires, Colihue, 2005, páginas 231 y 232; traducción de Miguel Vedda). El campesino “decide que es mejor esperar hasta que llegue la autorización para entrar”, a lo que dedicará el resto de su vida. Kafka escribió una variante de la reacción y actitud del hombre ante la prohibición del guardián. Está recopilada bajo el título general “Fragmentos de cuadernos y hojas sueltas” del libro Consideraciones acerca del pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero (Editorial Alfa Argentina, Buenos Aires, 1975; página 215; traducción de Adrián Neuss):
«Pasé a la carrera al primer centinela. Después me asusté, regresé a toda carrera y le dije: “Pasé por aquí mientras mirabas hacia otro lado”. El centinela miraba hacia adelante, mudo. “Claro que no debería haberlo hecho”, dije. El centinela seguía callado. “¿Tu silencio implica el permiso para pasar...?”»


jueves, 15 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 004 (1.1.2)


Tres agregados menores. Uno, el de la oración parentética que sigue a "como si de él dependiera su suerte":
(Lo que sí puede decirse a favor de su intuición es que el obstáculo debe ser uno solo: se supone que el permiso de un guardián vale para el de todos; no tendría poder de disuasión –sino uno inapelablemente mayor– mencionarlos como obstáculos del transgresor si también lo fueran del obediente y admitido.)

Otro agregado es el del paréntesis con que termina esta oración:
Voluntaria o involuntaria, entronizada en o expulsada del orden universal, para K la mentira del guardián es un dato inamovible, una fija (tan «inalterable» como se dice que es el escrito que quiere interpretar).

El tercer y más importante agregado es el de un párrafo en el final del ensayo, que ahora termina así:
En el medio, te acepta sobornos inútiles «para que no creas que has omitido alguna cosa» y te hace «preguntas apáticas, como las que formulan grandes señores» (esta distancia explica aquella inutilidad).

En realidad, este párrafo lo agregué hoy pero ya estaba escrito desde el 7 de marzo. Pensaba incluirlo en la ampliación más grande que vengo preparando para el principio del ensayo, pero me parece que corresponde al ciclo de cambios anterior.

miércoles, 7 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 003 (1.1.1)


Cambié la división del ensayo y la numeración de las partes, además de hacer algunos agregados y reemplazos menores en el contenido. También le agregué el subtítulo "(Engaños II)". Lo más fácil va a ser reproducir los dos estados. Antes de leía esto:
1.

No le faltan lecturas alegóricas ni desciframientos suspicaces al cuento que Franz Kafka publicó con el título “Ante la ley” e incluyó sin título en el penúltimo capítulo de El proceso, novela inconclusa publicada después de su muerte (las citas serán de esta edición). Pero tampoco le faltan lectores que, en lugar de atribuirle a ese breve y denso universo de datos un significado trascendental o alguna pieza que consideran faltante o escondida, buscan distinguir las figuras que forman las redes de implicaciones, afinidades y diferencias que se arman ahí, según las intentan demostrar con sus análisis. (Es como un drawing by numbers, pero poniéndoles uno mismo los números de cada secuencia a los datos seleccionados, como hacen con las estrellas los que dibujan constelaciones en el cielo.)
Sin ir más lejos, el sacerdote que en El proceso cuenta la historia y después la comenta podría ser uno de estos lectores: tanto en sus observaciones como en la exposición de las de otros glosadores, lo que importa es siempre qué se puede implicar o deducir (qué «tan lejos» se puede llegar infiriendo) a partir de lo que se dice y de lo que no se dice en el relato.

2.

Todo ese celo de fundamentación, instrumentado para prevenir el error o el engaño, es exigido precisamente en una conversación nacida de y acerca del engaño (más precisamente, el creer –engañarse– y/o hacer creer –engañar– que lo que no es es o lo que es no es, parafraseando a Aristóteles). La parte de la conversación dominada por ese tema se abre con la introducción de una parábola canónica y se cierra con la enunciación de su enseñanza. Repasemos ese arco.
En la apertura, el sacerdote, que no se deja sobornar por un elogio, le dice a K que se engaña respecto del tribunal y, como Jesús, para argumentarlo recurre a una historia parangonable. En el medio la debaten, sin tocar el parangón que la motivó. En el cierre –de la conversación y del capítulo–, K repite el engaño de la apertura (no ha aprendido nada); a cambio, esta vez el sacerdote le da la moraleja sobre el tribunal (o la Ley o la justicia): «...no quiere nada de ti. Te recibe cuando llegas y te despide cuando te vas», como el guardián al paisano y el capellán de la prisión al acusado Josef K.

2.1

Ni bien termina la narración que pretendía desengañarlo sobre el tribunal, K se engaña sobre el guardián que está ante la Ley. Las dos faltas que le achaca son omisiones. Primero lo acusa de engañar al campesino, por no decirle antes que esa puerta estaba hecha sólo para él (esta fundamentación la ofrece K después de recibir su primera objeción con la primera muestra del apego textual que –junto al rigor para hacer implicaciones– debería regir el debate, según el capellán: «Allí no se habla de engaño»). En segundo lugar, K acusa al guardián de incumplir su deber, por no haber dejado pasar al hombre por la puerta que le estaba destinada.
Las dos omisiones culpables son de iniciativas, como si el guardián –según objeta también el sacerdote– debiera dar una información que no le piden (fuera de las que completan, combinadas con su apariencia física, el cuadro de disuasión y las condiciones del juego) y como si pudiera dar una autorización que no le dieron (es decir, como si él no debiera esperar la orden de permitir, tanto como el campesino el permiso).

Esta objeción a la segunda imputación de K no es exactamente la que presenta el sacerdote, pero ya está implícita en la que le hace a la primera: decir que «sólo era guardián» implica excusarlo de tener iniciativas por fuera de su deber, como habría sido la de autorizar ese ingreso por cualquier razón distinta de una orden recibida. Tal vez por eso el tema que desarrolla el sacerdote en su respuesta a esta pretensión de K es el de los límites del deber y los movimientos del guardián dentro o fuera de ellos. Repasemos esa respuesta.
Empieza con un segundo reproche por las licencias interpretativas de K («No tienes suficiente respeto por los escritos y alteras la historia»). Sigue con una defensa –presumiblemente propia– de la decisiva consistencia lógica del combo destinación exclusiva de entrada-prohibición pertinaz de acceso («Si... hubiera una contradicción, tendrías razón, y el guardián habría engañado al hombre»). Y finalmente se explaya sobre las fortalezas y debilidades del guardián en el cumplimiento de su función, para lo cual expone varias interpretaciones ajenas que a veces difieren entre sí y siempre con la que tiene K («En todo caso, la figura del guardián asume un aspecto distinto del que crees», redondea triunfal el sacerdote; K lo acepta reconociendo dos factores cruciales para una lectura más sólida: «Tú conoces la historia con más precisión que yo, y desde hace más tiempo»).
De lo que se dice ahí sobre el guardián, el sacerdote expone implicaciones que pueden complementarse pero también disentir, incluso rivalizar. Por ejemplo, una puede sostener que su atadura a la Ley lo hace inferior al visitante libre y de espera voluntaria; otra, que lo hace superior. La reperspectivización que suelen hacer las narraciones kafkianas barajando y dando de nuevo hechos y circunstancias, se hace acá maniobrando con razones y argumentos.

2.2

Según el capellán y otros glosadores, el guardián rebasa los límites de su deber «al anunciarle al hombre la posibilidad de una futura admisión». A semejante inconducta la «tornan comprensible» ciertos «rasgos de carácter» que «debilitan la vigilancia de la entrada». Por un lado, de él para arriba, están «la simplicidad y la presunción», que enturbian su –aun así– correcto entendimiento «acerca de su poder y del poder de los otros guardianes». Por otro lado, de él para abajo, está su naturaleza amistosa, paciente y compasiva para con el campesino.
Si se me permite terciar en el debate (o interrumpir su análisis por uno del cuento), ahí el guardián no hace un anuncio (no toma una iniciativa): responde una pregunta, y tan honestamente como puede. Para usar la letanía del exégeta clerical: «la historia no cuenta» (o «al menos no se lee nada al respecto» o «tampoco se informa» o «no muestra mediante ninguna declaración» o «allí no se habla de») cuál era el deber exacto del guardián. Luego, sólo podemos aventurar inferencias a partir de lo que sí cuenta. El capellán arriesga la suya, con especial cautela: «Parece que, en aquella época, su único deber era rechazar al hombre».
Pero ese rechazo no es lo único que le vemos hacer escrupulosa y sistemáticamente al guardián: tampoco deja nunca de satisfacer la curiosidad del campesino, por la que incluso lo llega a desafiar («Si tanto te atrae, intenta entrar, a pesar de mi prohibición»). Prueba de ello son las respuestas a las dos preguntas narradas (la cita que introduce la segunda permite suponer que hubo más: «Antes de su muerte, en su cabeza, el conjunto de experiencias de todo ese tiempo confluye en una pregunta que aún no le había formulado al guardián»).
Por esa última respuesta, recordemos, K acusa al guardián de haber engañado al hombre; por la primera, la que sigue a la primera denegación de acceso, el sacerdote y otros sospechan que fue «más allá de su deber». Ambas partes ven un error de iniciativa (por omisión, en un caso; por acción, en el otro) ahí donde sólo hay un servicio inmejorablemente cumplido. Es lo que el propio sacerdote le reprocha no entender a K: «...piensa además que sólo era guardián y que, en cuanto tal, ha cumplido con su deber». Eso mismo podría decírseles a los «muchos intérpretes del escrito» que «se admiran de que el guardián haya hecho simplemente esa alusión» sobre una posible futura admisión, porque desentona con alguien que «parece amar la exactitud y cumple rigurosamente su función». Detengámonos dos párrafos a cuestionar esa disonancia y las expectativas que frustra.

2.2.1

Los paliativos de darle un taburete al hombre para que espere sentado y de hacerle «preguntas apáticas» son iniciativas que puede tener el guardián porque no afectan su servicio. Pero en lo que respecta al acceso, el guardián obedece, no decide; actúa limitado por lo que se le permite hacer, ya desde su respuesta al primer pedido: «...dice que en ese momento no puede permitirle el ingreso». Ese profesional bloqueo de iniciativa, ese impedimento para autorizar a voluntad que caracteriza a quien «le parece el único obstáculo para ingresar a la ley», es algo que parece no registrar el rechazado, que «les pide también a las pulgas que lo ayuden y que consigan que el guardián cambie de opinión», como si de él dependiera su suerte.
Registrada o no, lo cierto es que en razón de esa limitación de oficio el guardián no puede saber si más tarde se lo autorizará a entrar al campesino; ni es quien toma la decisión ni se dice que sea una decisión tomada, de la que él pueda haberse enterado y esté fingiendo desconocerla en cada «ahora no» que contesta. Resumiendo: no sólo el solicitante debe recibir el permiso; antes debe recibirlo el guardián, que es quien se lo debe dar. Esa posibilidad está tan abierta como la puerta que se le destina, y posibilidad y puerta se cierran juntas con la muerte de su malogrado beneficiario.

2.3

Salvo que nos atasquemos en una de esas conjeturas tan indemostrables como irrefutables, no hay nada –ni citas textuales ni deducciones no antojadizas– que nos permita afirmar que el guardián sabía desde el primer día (o a partir de cualquier otro) que ese permiso nunca llegaría. Siendo así, no podía contestar “no, nunca” en lugar de «[no sé,] es posible, pero ahora no». Y con el resultado puesto, ni siquiera se nos ocurriría conjeturar que sabía que ese momento sí llegaría (a menos que entonces redoblemos la apuesta y conjeturemos ad hoc que terminó habiendo un cambio de planes o que el tipo entendió mal). Luego, tampoco podía contestar “sí, en tal momento” o “sí, pero no sé cuándo”. Puesto a contestar, lo más preciso y honesto que podía contestar fue lo que contestó. Si lo hizo en cumplimiento de su deber, éste entonces incluiría el contestar lo que se le pregunta y sin engañar; si no, al menos tampoco lo hizo extralimitándose.
En vez de lo que unos comentaristas ven como una extralimitación del guardián, se puede ver una declaración de desconocimiento (si supiera que algo va a ocurrir, no me limitaría a decir que puede ocurrir; si lo hago es porque no sé si va a ocurrir o no, además de saber que es posible o incluso de creer que se dará esa posibilidad en lugar de otra). Y en ese no sé se puede ver lo que le dejó al guardián la orden que recibió, que a su vez se deja reconstruir a partir del dato de ese vacío de saber; si la inferencia funciona, la orden pudo parecerse a esto: “Al que se presente ante esta puerta no lo dejes pasar hasta que yo te diga”. Por lo tanto, el guardián sabe que ahora no puede autorizar el ingreso del campesino, no que nunca podrá (negativa definitiva que podría dar a entender con un solitario “no”).

2.3.1

Se trate de una reincidencia casual o voluntaria o se trate del cumplimiento de un deber, lo verificable y previsible es que si hay una pregunta del hombre de campo, hay una respuesta honesta del guardián, sin excepción. Podemos comprobar que esto es así hasta donde se nos dice, por supuesto, porque más allá no podemos afirmar nada, sino sólo conjeturar: en vez de un es así (hecho señalable o presumible) o un debe ser así (necesidad demostrable), sólo un puede ser así (posibilidad perpetua, tan irrefutable como inverificable e indemostrable). Por ejemplo, puede que el guardián no hable del interior de la ley no porque no lo conozca, sino porque se lo han prohibido (y tal vez también hablar de eso, ya que «tampoco ha contado nada acerca de la prohibición»).
“Nada se dice al respecto” es una versión libre de la objeción más recurrente que el capellán opone a las interpretaciones que dan por cierto (o necesario) lo que a lo sumo es sólo posible. No obstante, su empleo es a veces problemático. Por ejemplo, no se puede afirmar que el guardián, a diferencia del campesino suplicante, quiera entrar a la ley, porque «nada se dice de ello». Pero una cosa es abstenerse de afirmar eso y otra es afirmar que «el guardián no quiere entrar», como si eso se dijera en el cuento o se pudiera inferir de su silencio.

3.

El relato destaca que la última pregunta del insaciable campesino era la primera vez que se hacía en todos esos años. Sin embargo, en ella el campesino se apoya en una presunción de sentido común, la segunda que manifiesta: «Todos quieren acceder a la Ley». (La primera la expresa al comienzo, ni bien se topa con una dificultad inesperada: «la ley debería ser accesible para todos en todo momento».)
Revelada la exclusividad de esa entrada, se hace más evidente que había otra pregunta que el campesino no hizo nunca y podría haber hecho ya después de la primera presunción de sentido común frustrada: ¿por qué? ¿Por qué no puedo entrar (si la Ley debe ser accesible a todos y si, encima, esta puerta me está destinada a mí solo)?

El hecho de que esa entrada le esté destinada y reservada no implica que el campesino tenga automáticamente autorizado el ingreso. Sólo dice que, si ingresa, sólo podría hacerlo por ahí. Pero el ingreso no depende de un diseño de la ley, aunque sin eso sería imposible, sino de una autorización. En ese sentido no es contradictorio tener una entrada destinada y nunca alcanzar la consumación de ese destino, por muy irónico que luzca.
Recordemos qué es “Ante la ley”, según lo introduce el capellán: es uno de los escritos de introducción a la ley. Una de las primeras cosas que se enseña a los que se inician en ella es que la ley puede estar obligada a destinar una entrada a un –tal vez a cada– hombre (o sólo hacerlo, sin obligación) y no por eso estar obligada a autorizar el ingreso. Ni siquiera necesita dar las razones por las que no se lo autoriza. Mientras no sea contradictoria, tiene la libertad (el poder) de ser irónica y producirle un «infortunado azar» a un hombre de campo que viene de lejos a encontrarse con su destinada puerta (también literalmente: ese umbral fue su destino entre la madurez y la senectud reductora y mortal). Ese poder no tiene otro fundamento que la diferencia en que se constituye. ¿Por qué la ley, que es –entre otras cosas– la suma de los poderíos que la custodian, tendría que ofrecerle una razón junto con imponerle una prohibición a un individuo ya mucho menos poderoso que su último y menos poderoso guardián fronterizo, su gendarme? Como el capellán antes de descender del púlpito al encuentro de K, la ley necesita pronunciarse desde cierta distancia para no olvidar su rol. Establecida o confirmada esa brecha jerárquica, la ley no tiene ante quién comparecer o, por ejemplo, dar razones de sus actos y omisiones.

3.1

¿Qué mejor –o peor– para dejar sin explicación que una expectativa frustrada? Dos, para ser precisos: una, la expectativa prospectiva del campesino, que «no esperaba tales dificultades» y que piensa que «la ley debería ser accesible a todos en todo momento»; la otra, la expectativa retrospectiva de los lectores de la historia y del oyente K, que ni bien se enteran, en el remate, que la entrada le estaba destinada al solicitante, se preguntan por qué entonces no se le dio ese permiso, como era de esperarse.
K no le imputa esa denegación de derecho al capricho o arbitrariedad de la ley, sino al engaño e incumplimiento de un funcionario suyo. Convencido primero de la mendacidad del guardián y luego de su ingenuidad, por un lado, y siempre de su violación de deberes de funcionario, por otro, K no puede admitir que alguien así reciba la infalibilidad de la institución a la que sirve, como afirman los últimos comentaristas discutidos («Ha sido designado por la ley para ese servicio; dudar de él significa dudar de la ley»). Para K, en cambio, debe ser despedido por deficiente y «mil veces» perjudicial: «el guardián no es ningún engañador, pero es tan ingenuo que deberían haberlo alejado del servicio». El razonamiento es que si no se engaña (si «ve con claridad»), puede o no engañar a su vez al campesino. Pero «si el guardián está engañado, entonces su engaño tiene que trasladarse necesariamente al hombre». Si considerar infalible al centinela implica, como dice K, «considerar verdadero todo lo que dice», hay una contradicción; si sólo implica considerarlo necesario,*



como afirma el sacerdote, hay para K una subversión de valores: «la mentira es convertida en orden universal». Voluntaria o involuntaria, entronizada en o expulsada del orden universal, para K la mentira del guardián es un dato inamovible, una fija.

3.2

El guardián le prohíbe ingresar al campesino, pero no transgredir su prohibición, a lo que incluso lo incita (no importa si en broma o sólo después de reírse). Para disuadirlo le narra la hostilidad insuperable del interior de la ley, como un carcelero podría narrar la de una prisión rodeada, por ejemplo, de inconmensurables kilómetros de desierto abrasador (la moraleja es la misma: ni esta fuga ni aquel ingreso son incursiones que convenga hacer; no se está donde se quisiera, pero no hay mejor lugar para estar).*
En el lecho de un río, un pez dentro de una pecera está cautivo. En el living de un departamento, esa pecera define el espacio de su libertad posible.

La ley a la que sirve el guardián le otorga al hombre un derecho sin el metaderecho de ejercerlo. Te espero por esta puerta –parece decirle– pero no te dejo pasar, aunque dejo abiertas la puerta y la posibilidad de permitírtelo otro día. No te queda otra que esperar o desesperar e irte: la ley «...no quiere nada de ti. Te recibe cuando llegas y te despide cuando te vas». Y si no te vas tiene la paciencia de esperar que muera con vos tu derecho antes de hacerse cerrar y dejar, como a un ataúd.*
La analogía está privada de ser más fuerte o detallada: si en vez de cerrar y alejarse –“marcharse”–,*
No se dice hacia qué lado se marcha el guardián, pero si se nos hubiese querido dar a entender que lo hizo del lado de adentro de la ley no se hubiese dejado de mencionar; así como está dicho, no es más razonable entender que ingresó y cerró a entender que cerró y se alejó.
se dijera que el guardián ingresó a la ley y cerró, esa puerta equivaldría a la tapa de ese ataúd que sería el afuera de la ley, donde descansarán en paz los restos del pertinaz solicitante.

Ahora se lee esto:
1.

No le faltan lecturas alegóricas ni desciframientos suspicaces al cuento que Franz Kafka publicó con el título “Ante la ley” e incluyó sin título en el penúltimo capítulo de El proceso, novela inconclusa publicada después de su muerte (las citas serán de esta edición). Pero tampoco le faltan lectores que, en lugar de atribuirle a ese breve y denso universo de datos un significado trascendental o alguna pieza que consideran faltante o escondida, buscan distinguir las figuras que forman las redes de implicaciones, afinidades y diferencias que se arman ahí, según las intentan demostrar con sus análisis. (Es como un drawing by numbers, pero poniéndoles uno mismo los números de cada secuencia a los datos seleccionados, como hacen con las estrellas los que dibujan constelaciones en el cielo.)
Sin ir más lejos, el sacerdote que en El proceso cuenta la historia y después la comenta podría ser uno de estos lectores: tanto en sus observaciones como en la exposición de las de otros glosadores, lo que importa es siempre qué se puede implicar o deducir (qué «tan lejos» se puede llegar infiriendo) a partir de lo que se dice y de lo que no se dice en el relato.

2.

Todo ese celo de fundamentación, instrumentado para prevenir el error o el engaño, es exigido precisamente en una conversación nacida de y acerca del engaño (más precisamente, el creer –engañarse– y/o hacer creer –engañar– que lo que no es es o lo que es no es, parafraseando a Aristóteles). La parte de la conversación dominada por ese tema se abre con la introducción de una parábola canónica y se cierra con la enunciación de su enseñanza. Repasemos ese arco.
En la apertura, K le endulza los oídos al sacerdote: «Eres una excepción entre los que pertenecen al tribunal. [...] Contigo puedo hablar con franqueza». El sacerdote, insobornable, le contesta que se engaña respecto del tribunal y, como Jesús, para argumentarlo recurre a una historia parangonable. En el medio la debaten, sin tocar el parangón que la motivó. En el cierre –de la conversación y del capítulo–, K repite el engaño de la apertura (no ha aprendido nada); a cambio, esta vez el sacerdote le da la moraleja sobre el tribunal (o la ley o la justicia): «...no quiere nada de ti. Te recibe cuando llegas y te despide cuando te vas», como el guardián al paisano y el capellán de la prisión al acusado Josef K.

3.

Ni bien termina la narración que pretendía desengañarlo sobre el tribunal, K se engaña sobre el guardián que está ante la ley. Las dos faltas que le achaca son omisiones. Primero lo acusa de engañar al campesino, por no decirle antes que esa puerta estaba hecha sólo para él (esta fundamentación la ofrece K después de recibir su primera objeción con la primera muestra del apego textual que –junto al rigor para hacer implicaciones– debería regir el debate, según el capellán: «Allí no se habla de engaño»). En segundo lugar, K acusa al guardián de incumplir su deber, por no haber dejado pasar al hombre por la puerta que le estaba destinada.
Las dos omisiones culpables son de iniciativas, como si el guardián –según objeta también el sacerdote– debiera dar una información que no le piden (fuera de las que completan, combinadas con su apariencia física, el cuadro de disuasión y las condiciones del juego) y como si pudiera dar una autorización que no le dieron (es decir, como si él no debiera esperar la orden de permitir, tanto como el campesino el permiso).

Esta objeción a la segunda imputación de K no es exactamente la que presenta el sacerdote, pero ya está implícita en la que le hace a la primera: decir que «sólo era guardián» implica excusarlo de tener iniciativas por fuera de su deber, como habría sido la de autorizar ese ingreso por cualquier razón distinta de una orden recibida. Tal vez por eso el tema que desarrolla el sacerdote en su respuesta a esta pretensión de K es el de los límites del deber y los movimientos del guardián dentro o fuera de ellos. Repasemos esa respuesta.
Empieza con un segundo reproche por las licencias interpretativas de K («No tienes suficiente respeto por los escritos y alteras la historia»). Sigue con una defensa –presumiblemente propia– de la decisiva consistencia lógica del combo destinación exclusiva de entrada-prohibición pertinaz de acceso («Si... hubiera una contradicción, tendrías razón, y el guardián habría engañado al hombre»). Y finalmente se explaya sobre las fortalezas y debilidades del guardián en el cumplimiento de su función, para lo cual expone varias interpretaciones ajenas que a veces difieren entre sí y siempre con la que tiene K («En todo caso, la figura del guardián asume un aspecto distinto del que crees», redondea triunfal el sacerdote; K lo acepta reconociendo dos factores cruciales para una lectura más sólida: «Tú conoces la historia con más precisión que yo, y desde hace más tiempo»).
Antes de entrar de lleno en la discusión particular de esas fortalezas y debilidades quiero hacer una observación general sobre el despliegue de los argumentos por los que oscilarán. De lo que se dice ahí sobre el guardián, el sacerdote expone implicaciones que pueden complementarse pero también disentir, incluso rivalizar. Por ejemplo, una puede sostener que su atadura a la Ley lo hace inferior al visitante libre y de espera voluntaria; otra, que lo hace superior. La reperspectivización que suelen hacer las narraciones kafkianas barajando y dando de nuevo hechos y circunstancias, se hace acá maniobrando con razones y argumentos.

4.

Según el capellán y otros glosadores, el guardián rebasa los límites de su deber «al anunciarle al hombre la posibilidad de una futura admisión». A semejante inconducta la «tornan comprensible» ciertos «rasgos de carácter» que «debilitan la vigilancia de la entrada». Por un lado, de él para arriba, están «la simplicidad y la presunción», que enturbian su –aun así– correcto entendimiento «acerca de su poder y del poder de los otros guardianes» (¿un entendimiento que puede ser claro y estar enturbiado a la vez? «Los intérpretes dicen, sobre esto: la comprensión correcta de una cosa y la comprensión errónea de esa misma cosa no se excluyen mutuamente del todo»; en otra traducción se lee: «Los glosadores dicen a este respecto que se puede al mismo tiempo comprender una cosa y engañarse con respecto a ella»). Por otro lado, de él para abajo, está su naturaleza amistosa, paciente y compasiva para con el campesino.
Si se me permite terciar en el debate (o interrumpir su análisis por el de esta zona del cuento), ahí el guardián no hace un anuncio (no toma una iniciativa): responde una pregunta, y tan honestamente como puede. Para usar la letanía del exégeta clerical: «la historia no cuenta» (o «al menos no se lee nada al respecto» o «tampoco se informa» o «no muestra mediante ninguna declaración» o «allí no se habla de») cuál era el deber exacto del guardián. Luego, sólo podemos aventurar inferencias a partir de lo que sí cuenta. El capellán arriesga la suya, con especial cautela: «Parece que, en aquella época, su único deber era rechazar al hombre».
Pero ese rechazo no es lo único que le vemos hacer escrupulosa y sistemáticamente al guardián: tampoco deja nunca de satisfacer la curiosidad del campesino, por la que incluso lo llega a desafiar («Si tanto te atrae, intenta entrar, a pesar de mi prohibición»). Prueba de ello son las respuestas a las dos preguntas narradas (la cita que introduce la segunda permite suponer que hubo más: «Antes de su muerte, en su cabeza, el conjunto de experiencias de todo ese tiempo confluye en una pregunta que aún no le había formulado al guardián»).
Por esa última respuesta, recordemos, K acusa al guardián de haber engañado al hombre; por la primera, la que sigue a la primera denegación de acceso, el sacerdote y otros sospechan que fue «más allá de su deber». Ambas partes ven un error de iniciativa (por omisión, en un caso; por acción, en el otro) ahí donde sólo hay un servicio inmejorablemente cumplido. Es lo que el propio sacerdote le reprocha no entender a K: «...piensa además que sólo era guardián y que, en cuanto tal, ha cumplido con su deber». Eso mismo podría decírseles a los «muchos intérpretes del escrito» que «se admiran de que el guardián haya hecho simplemente esa alusión» sobre una posible futura admisión, porque desentona con alguien que «parece amar la exactitud y cumple rigurosamente su función». Detengámonos dos párrafos a cuestionar esa disonancia y las expectativas que frustra.

Los paliativos de darle un taburete al hombre para que espere sentado y de hacerle «preguntas apáticas» son iniciativas que puede tener el guardián porque no afectan su servicio. Pero en lo que respecta al acceso, el guardián obedece, no decide; actúa limitado por lo que se le permite hacer, ya desde su respuesta al primer pedido: «...dice que en ese momento no puede permitirle el ingreso». Ese profesional bloqueo de iniciativa, ese impedimento para autorizar a voluntad que caracteriza a quien «le parece el único obstáculo para ingresar a la ley», es algo que parece no registrar el rechazado, que «les pide también a las pulgas que lo ayuden y que consigan que el guardián cambie de opinión», como si de él dependiera su suerte.
Registrada o no, lo cierto es que en razón de esa limitación de oficio el guardián no puede saber si más tarde se lo autorizará a entrar al campesino; ni es quien toma la decisión ni se dice que sea una decisión tomada, de la que él pueda haberse enterado y esté fingiendo desconocerla en cada «ahora no» que contesta. Resumiendo: no sólo el solicitante debe recibir el permiso; antes debe recibirlo el guardián, que es quien se lo debe dar. Esa posibilidad está tan abierta como la puerta que se le destina, y posibilidad y puerta se cierran juntas con la muerte de su malogrado beneficiario.

5.

Salvo que nos atasquemos en una de esas conjeturas tan indemostrables como irrefutables, no hay nada –ni citas textuales ni deducciones no antojadizas– que nos permita afirmar que el guardián sabía desde el primer día (o a partir de cualquier otro) que ese permiso nunca llegaría. Siendo así, no podía contestar “no, nunca” en lugar de «[no sé,] es posible, pero ahora no». Y con el resultado puesto, ni siquiera se nos ocurriría conjeturar que sabía que ese momento sí llegaría (a menos que entonces redoblemos la apuesta y conjeturemos ad hoc que terminó habiendo un cambio de planes o que el tipo entendió mal). Luego, tampoco podía contestar “sí, en tal momento” o “sí, pero no sé cuándo”. Puesto a contestar, lo más preciso y honesto que podía contestar fue lo que contestó. Si lo hizo en cumplimiento de su deber, éste entonces incluiría el contestar lo que se le pregunta y sin engañar; si no, al menos tampoco lo hizo extralimitándose.
Ahí donde unos comentaristas ven una extralimitación del guardián se puede ver una declaración de desconocimiento (si supiera que algo va a ocurrir y quisiera comunicarlo, no me limitaría a decir que puede ocurrir; si lo hago es porque no sé si va a ocurrir o no, además de saber que es posible o incluso de creer que se dará esa posibilidad en lugar de otra). Y en ese no sé se puede ver lo que le dejó al guardián la orden que recibió, que a su vez se deja reconstruir a partir del dato de ese vacío de saber; si la inferencia funciona, la orden pudo parecerse a esto: “Al que se presente ante esta puerta no lo dejes pasar hasta que yo te diga”. Por lo tanto, el guardián sabe que ahora no puede autorizar el ingreso del campesino, no que nunca podrá (negativa definitiva que podría dar a entender con un solitario “no”).

Se trate de una reincidencia casual o voluntaria o se trate del cumplimiento de un deber, lo verificable y previsible es que si hay una pregunta del hombre de campo, hay una respuesta honesta del guardián, sin excepción. Podemos comprobar que esto es así hasta donde se nos dice, por supuesto, porque más allá no podemos afirmar nada, sino sólo conjeturar: en vez de un es así (hecho señalable o presumible) o un debe ser así (necesidad demostrable), sólo un puede ser así (posibilidad perpetua, tan irrefutable como inverificable e indemostrable). Por ejemplo, puede que el guardián no hable del interior de la ley no porque no lo conozca, sino porque se lo han prohibido (y tal vez también hablar de eso, ya que «tampoco ha contado nada acerca de la prohibición»). Imposible comprobarlo, imposible refutarlo: imposible salirse de ese puede.
“Nada se dice al respecto” es una versión libre de la objeción más recurrente que el capellán opone a las interpretaciones que dan por cierto (o necesario) lo que a lo sumo es sólo posible. No obstante, su empleo es a veces problemático. Por ejemplo, no se puede afirmar que el guardián, a diferencia del campesino suplicante, quiera entrar a la ley, porque «nada se dice de ello». Pero una cosa es abstenerse de afirmarlo y otra es afirmar que «el guardián no quiere entrar», como si eso se dijera en el cuento o se pudiera inferir de su silencio.

6.

El relato destaca que la última pregunta del insaciable campesino era la primera vez que se hacía en todos esos años. Sin embargo, en ella el campesino se apoya en una presunción de sentido común, la segunda que manifiesta: «Todos se empeñan en llegar a la ley». (La primera la expresa al comienzo, ni bien se topa con una dificultad inesperada: «la ley debería ser accesible para todos en todo momento».)
Revelada la exclusividad de esa entrada, se hace más evidente que había otra pregunta que el campesino no hizo nunca y podría haber hecho ya después de la primera presunción de sentido común frustrada: ¿por qué? ¿Por qué no puedo entrar (si la ley debe ser accesible a todos y si, encima, esta puerta me está destinada a mí solo)? Nada se dice al respecto.

El hecho de que esa entrada le esté destinada y reservada no implica que el campesino tenga automáticamente autorizado el ingreso. Sólo dice que, si ingresa, sólo podría hacerlo por ahí. Pero el ingreso no depende de un diseño de la ley, aunque sin eso sería imposible, sino de una autorización. En ese sentido no es contradictorio tener una entrada destinada y nunca alcanzar la consumación de ese destino, por muy irónico que luzca.
Recordemos qué es “Ante la ley”, según lo introduce el capellán: es uno de los escritos de introducción a la ley. Una de las primeras cosas que se enseña a los que se inician en ella es que la ley puede estar obligada a destinar una entrada a un –tal vez a cada– hombre (o sólo hacerlo, sin obligación) y no por eso estar obligada a autorizar el ingreso. Ni siquiera necesita dar las razones por las que no se lo autoriza. Mientras no sea contradictoria, tiene la libertad (el poder) de ser irónica y producirle un «infortunado azar» a un hombre de campo que viene de lejos a encontrarse con su destinada puerta (también literalmente: ese umbral fue su destino entre la madurez y la senectud reductora y mortal). Ese poder no tiene otro fundamento que la diferencia en que se constituye. ¿Por qué la ley, que es –entre otras cosas– la suma de los poderíos que la custodian, tendría que ofrecerle una razón junto con imponerle una prohibición a un individuo ya mucho menos poderoso que su último y menos poderoso guardián fronterizo, su gendarme? Como el capellán antes de descender del púlpito al encuentro de K, la ley necesita pronunciarse desde cierta distancia para no olvidar su rol. Establecida o confirmada esa brecha jerárquica, la ley no tiene ante quién comparecer o, por ejemplo, dar razones de sus actos y omisiones.

¿Qué mejor –o peor– para dejar sin explicación que una expectativa frustrada? Dos, para ser precisos: una, la expectativa prospectiva del campesino, que «no esperaba tales dificultades» y que piensa que «la ley debería ser accesible a todos en todo momento»; la otra, la expectativa retrospectiva de los lectores de la historia y del oyente K, que ni bien se enteran, en el remate, que la entrada le estaba destinada al solicitante, se preguntan por qué entonces no se le dio ese permiso, como era de esperarse.
K no le imputa esa denegación de derecho al capricho o arbitrariedad de la ley, sino al engaño e incumplimiento de un funcionario suyo. Convencido primero de la mendacidad del guardián y luego de su ingenuidad, por un lado, y siempre de su violación de deberes de funcionario, por otro, K no puede admitir que alguien así reciba la infalibilidad de la institución a la que sirve, como afirman los últimos comentaristas discutidos («Ha sido designado por la ley para ese servicio; dudar de él significa dudar de la ley»). Para K, en cambio, debe ser despedido por deficiente y «mil veces» perjudicial: «el guardián no es ningún engañador, pero es tan ingenuo que deberían haberlo alejado del servicio». El razonamiento es que si no se engaña (si «ve con claridad»), puede o no engañar a su vez al campesino. Pero «si el guardián está engañado, entonces su engaño tiene que trasladarse necesariamente al hombre».
Si considerar infalible al centinela implica, como dice K, «considerar verdadero todo lo que dice», hay una contradicción (no se puede no acertar y no fallar). Si sólo implica considerarlo necesario,*



como afirma el sacerdote, hay para K una subversión de valores: «la mentira es convertida en orden universal». Voluntaria o involuntaria, entronizada en o expulsada del orden universal, para K la mentira del guardián es un dato inamovible, una fija.

7.

El guardián le prohíbe ingresar al campesino, pero no transgredir su prohibición, a lo que incluso lo incita (no importa si en broma o sólo después de reírse). Para disuadirlo le narra la hostilidad insuperable del interior de la ley, como un carcelero podría narrar la de una prisión rodeada, por ejemplo, de inconmensurables kilómetros de desierto abrasador (la moraleja es la misma: ni esta fuga ni aquel ingreso son incursiones que convenga hacer; no se está donde se quisiera, pero no hay mejor lugar para estar).*
En el lecho de un río, un pez dentro de una pecera está cautivo. En el living de un departamento, esa pecera define el espacio de su libertad posible.

La ley a la que sirve el guardián le otorga al hombre un derecho sin el metaderecho de ejercerlo. Te espero por esta puerta –parece decirle– pero no te dejo pasar, aunque dejo abiertas la puerta y la posibilidad de permitírtelo otro día. No te queda otra que esperar o desesperar e irte: la ley «...no quiere nada de ti. Te recibe cuando llegas y te despide cuando te vas».
Y si no te vas tiene la paciencia de esperar que muera con vos tu derecho antes de hacerse cerrar y dejar, como se hace con un ataúd.*
La analogía está privada de ser más fuerte o detallada: si en vez de cerrar y alejarse –“marcharse”–,*
No se dice hacia qué lado se marcha el guardián, pero si se nos hubiese querido dar a entender que lo hizo del lado de adentro de la ley no se hubiese dejado de mencionar; así como está dicho, no es más razonable entender que ingresó y cerró a entender que cerró y se alejó.
se dijera que el guardián ingresó a la ley y cerró, esa puerta equivaldría a la tapa de ese ataúd que sería el afuera de la ley, donde descansarán en paz los restos del pertinaz solicitante.

sábado, 3 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 002 (1.1.0)


Eliminé este párrafo, que venía después del segundo de la sección 3, el que empieza con "Revelada la exclusividad de esa entrada,..." y termina con "esa puerta me está destinada a mí solo":
Con el agravante de ese agregado, la pregunta se traslada a los lectores ávidos de explicaciones (ante un guardián y un relato que ya no están para responder). Pero esa pregunta del millón no sólo no la hace el campesino: tampoco la hacen Josef K, el capellán ni los comentaristas comentados. La diferencia es que mientras el campesino tenía a quién hacérsela, los lectores y glosadores (incluyéndonos), no. Si K la hubiese planteado, el capellán podría haberle contestado, como tantas veces: “Nada se dice al respecto”. No hay respuesta, y no podemos inventarla. Pero eso no significa que no podamos hablar del asunto.

La sección 4 que venía a continuación se fusionó con la anterior (doble espacio) y la 4.1 se transformó en 3.1, y la 5 en 3.2.

Al siguiente párrafo le agregué la nota con asterisco que tiene al final:
El guardián le prohíbe ingresar al campesino, pero no transgredir su prohibición, a lo que incluso lo incita (no importa si en broma o sólo después de reírse). Para disuadirlo le narra la hostilidad insuperable del interior de la ley, como un carcelero podría narrar la de una prisión rodeada, por ejemplo, de inconmensurables kilómetros de desierto abrasador (la moraleja es la misma: ni esta fuga ni aquel ingreso son incursiones que convenga hacer; no se está donde se quisiera, pero no hay mejor lugar para estar).*
En el lecho de un río, un pez dentro de una pecera está cautivo. En el living de un departamento, esa pecera define el espacio de su libertad posible.


viernes, 2 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 001 (1.0.0)


Hice cambios en varias secciones del ensayo. En la 2.3, que terminaba en “al menos tampoco lo hizo extralimitándose”, agregué este párrafo:

En vez de lo que unos comentaristas ven como una extralimitación del guardián, se puede ver una declaración de desconocimiento (si supiera que algo va a ocurrir, no me limitaría a decir que puede ocurrir; si lo hago es porque no sé si va a ocurrir o no, además de saber que es posible o incluso de creer que se dará esa posibilidad en lugar de otra). Y en ese no sé se puede ver lo que le dejó al guardián la orden que recibió, que a su vez se deja reconstruir a partir del dato de ese vacío de saber; si la inferencia funciona, la orden pudo parecerse a esto: “Al que se presente ante esta puerta no lo dejes pasar hasta que yo te diga”. Por lo tanto, el guardián sabe que ahora no puede autorizar el ingreso del campesino, no que nunca podrá (negativa definitiva que podría dar a entender con un solitario “no”).


La sección 4 fue aumentada (agregué y cambié texto), subdividida (hay un 4.1) y dividida (hay un 5). Antes decía esto:
4.

El hecho de que esa entrada le esté destinada y reservada no implica que el campesino tenga automáticamente autorizado el ingreso. Sólo dice que, si ingresa, sólo podría hacerlo por ahí. Pero el ingreso no depende de un diseño de la ley, aunque sin eso sería imposible, sino de una autorización. En ese sentido no es contradictorio tener una entrada destinada y nunca alcanzar la consumación de ese destino, por muy irónico que luzca.
Recordemos qué es “Ante la ley”, según lo introduce el capellán: es uno de los escritos de introducción a la ley. Una de las primeras cosas que se enseña a los que se inician en ella es que la ley puede estar obligada a destinar una entrada a un –tal vez a cada– hombre (o sólo hacerlo, sin obligación) y no por eso estar obligada a autorizar el ingreso. Ni siquiera necesita dar las razones por las que no se lo autoriza. Mientras no sea contradictoria, tiene la libertad (el poder) de ser irónica y producirle un «infortunado azar» a un hombre de campo que viene de lejos a encontrarse con su destinada puerta (también literalmente: ese umbral fue su destino entre la madurez y la senectud reductora y mortal). Ese poder no tiene otro fundamento que la diferencia en que se constituye. ¿Por qué la ley, que es –entre otras cosas– la suma de los poderíos que la custodian, tendría que ofrecerle una razón junto con imponerle una prohibición a un individuo ya mucho menos poderoso que su último y menos poderoso guardián fronterizo, su gendarme?
Como el capellán de la prisión, la ley necesita pronunciarse desde cierta distancia para no olvidar su rol. Establecida o confirmada esa brecha jerárquica, la ley no tiene ante quién comparecer o, por ejemplo, dar razones de sus actos y omisiones. ¿Y qué mejor para dejar sin explicación que la frustración de una expectativa? De dos, para ser precisos: una, la prospectiva del campesino, que «no esperaba encontrarse con estas dificultades; creía que la ley debía ser accesible a todos y en todo momento»; la otra, la expectativa retrospectiva de los lectores de la historia, que ni bien se enteran, en el remate, que la entrada le estaba destinada al solicitante, se preguntan por qué entonces no se le dio ese permiso, como era de esperarse.
El guardián le prohíbe ingresar al campesino, pero no transgredir su prohibición, a lo que incluso lo incita (no importa si en broma o sólo después de reírse). La ley a la que sirve el guardián le otorga al hombre un derecho sin el metaderecho de ejercerlo. Te espero por esta puerta –parece decirle– pero no te dejo pasar, aunque dejo abiertas la puerta y la posibilidad de permitírtelo otro día. No te queda otra que esperar o desesperar e irte: la ley «...no quiere nada de ti. Te recibe cuando llegas y te despide cuando te vas».


Ahora dice esto:
4.

El hecho de que esa entrada le esté destinada y reservada no implica que el campesino tenga automáticamente autorizado el ingreso. Sólo dice que, si ingresa, sólo podría hacerlo por ahí. Pero el ingreso no depende de un diseño de la ley, aunque sin eso sería imposible, sino de una autorización. En ese sentido no es contradictorio tener una entrada destinada y nunca alcanzar la consumación de ese destino, por muy irónico que luzca.
Recordemos qué es “Ante la ley”, según lo introduce el capellán: es uno de los escritos de introducción a la ley. Una de las primeras cosas que se enseña a los que se inician en ella es que la ley puede estar obligada a destinar una entrada a un –tal vez a cada– hombre (o sólo hacerlo, sin obligación) y no por eso estar obligada a autorizar el ingreso. Ni siquiera necesita dar las razones por las que no se lo autoriza. Mientras no sea contradictoria, tiene la libertad (el poder) de ser irónica y producirle un «infortunado azar» a un hombre de campo que viene de lejos a encontrarse con su destinada puerta (también literalmente: ese umbral fue su destino entre la madurez y la senectud reductora y mortal). Ese poder no tiene otro fundamento que la diferencia en que se constituye. ¿Por qué la ley, que es –entre otras cosas– la suma de los poderíos que la custodian, tendría que ofrecerle una razón junto con imponerle una prohibición a un individuo ya mucho menos poderoso que su último y menos poderoso guardián fronterizo, su gendarme? Como el capellán antes de descender del púlpito al encuentro de K, la ley necesita pronunciarse desde cierta distancia para no olvidar su rol. Establecida o confirmada esa brecha jerárquica, la ley no tiene ante quién comparecer o, por ejemplo, dar razones de sus actos y omisiones.

4.1

¿Qué mejor –o peor– para dejar sin explicación que una expectativa frustrada? Dos, para ser precisos: una, la expectativa prospectiva del campesino, que «no esperaba tales dificultades» y que piensa que «la ley debería ser accesible a todos en todo momento»; la otra, la expectativa retrospectiva de los lectores de la historia y del oyente K, que ni bien se enteran, en el remate, que la entrada le estaba destinada al solicitante, se preguntan por qué entonces no se le dio ese permiso, como era de esperarse.
K no le imputa esa denegación de derecho al capricho o arbitrariedad de la ley, sino al engaño e incumplimiento de un funcionario suyo. Convencido primero de la mendacidad del guardián y luego de su ingenuidad, por un lado, y siempre de su violación de deberes de funcionario, por otro, K no puede admitir que alguien así reciba la infalibilidad de la institución a la que sirve, como afirman los últimos comentaristas discutidos: «Ha sido designado por la ley para ese servicio; dudar de él significa dudar de la ley». Para K, en cambio, debe ser despedido por deficiente y «mil veces» perjudicial: «el guardián no es ningún engañador, pero es tan ingenuo que deberían haberlo alejado del servicio». El razonamiento es que si no se engaña (si «ve con claridad»), puede o no engañar a su vez al campesino. Pero «si el guardián está engañado, entonces su engaño tiene que trasladarse necesariamente al hombre». Si considerar infalible al centinela implica, como dice K, «considerar verdadero todo lo que dice», hay una contradicción; si sólo implica considerarlo necesario,*
como afirma el sacerdote, hay para K una subversión de valores: «la mentira es convertida en orden universal». Voluntaria o involuntaria, entronizada en o expulsada del orden universal, para K la mentira del guardián es un dato inamovible, una fija.

5.

El guardián le prohíbe ingresar al campesino, pero no transgredir su prohibición, a lo que incluso lo incita (no importa si en broma o sólo después de reírse). Para disuadirlo le narra la hostilidad insuperable del interior de la ley, como un carcelero podría narrar la de una prisión rodeada, por ejemplo, de inconmensurables kilómetros de desierto abrasador (la moraleja es la misma: ni esta fuga ni aquel ingreso son incursiones que convenga hacer; no se está donde se quisiera, pero no hay mejor lugar para estar).
La ley a la que sirve el guardián le otorga al hombre un derecho sin el metaderecho de ejercerlo. Te espero por esta puerta –parece decirle– pero no te dejo pasar, aunque dejo abiertas la puerta y la posibilidad de permitírtelo otro día. No te queda otra que esperar o desesperar e irte: la ley «...no quiere nada de ti. Te recibe cuando llegas y te despide cuando te vas». Y si no te vas tiene la paciencia de esperar que muera con vos tu derecho antes de hacerse cerrar y dejar, como a un ataúd.*
La analogía está privada de ser más fuerte o detallada: si en vez de cerrar y alejarse –“marcharse”–,*
No se dice hacia qué lado se marcha el guardián, pero si se nos hubiese querido dar a entender que lo hizo del lado de adentro de la ley no se hubiese dejado de mencionar; así como está dicho, no es más razonable entender que ingresó y cerró a entender que cerró y se alejó.
se dijera que el guardián ingresó a la ley y cerró, esa puerta equivaldría a la tapa de ese ataúd que sería el afuera de la ley, donde descansarán en paz los restos del pertinaz solicitante.