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sábado, 24 de marzo de 2012

Ante las interpretaciones 010 (3.0.1)


Cambié levemente el agregado anterior y su marco. Ahora dice:
Más adelante nos detendremos en la opinión de que el guardián se engaña. Pero antes me interesa tratar de atar algunos cabos.
Primero hay que resolver qué de esa cita vamos a atar a otra cosa. Se puede adelantar que va a ser la relación entre lo inalterable (una singularidad estable) y lo diverso (inestable, visto como una unidad). Lo diverso son las opiniones, «a menudo, tan sólo una expresión de desesperanza frente a» lo inalterable. ¿Pero qué es lo inalterable (qué lo tiene por atributo): el escrito, como se entiende leyendo literalmente, o el sentido del escrito, como se podría presumir?
Si entendemos que «el escrito es inalterable», lo es como inscripción, como cosa que ha quedado fijada en letras de molde, acuñada, como pieza cuyo modo de circulación será la cita textual, la copia fiel (como circula también una ley): «Te he contado la historia tal como aparece textualmente en el escrito», le dice el capellán a K al comienzo del debate.*
El grado de flexibilidad que tenga una palabra para circular dependerá del valor o poder con que se la haya investido, de mayor –grado mínimo, rigidez– a menor –grado máximo, versión libre–. En flexibilidades bajas o nulas, se repite una fórmula mágica (“Abracadabra pata de cabra”) o una performativa (“Piedra libre a X detrás del árbol”), y se recita o transcribe un poema, por ejemplo (toda excepción se expone a parecer irrespetuosa, y en cualquier caso evitable). En flexibilidades altas, donde al pie de la letra no se le debe tanto respeto, se cuenta un chiste o se refiere una charla, por ejemplo. A menor autoridad detrás de la palabra y poder dentro, menor necesidad de transmitirse intacta, mayor tolerancia a las alteraciones y versiones, mayor redundancia informativa. Si esa autoridad es individual, la palabra tiene autor; si es institucional, no, como en este caso, que es uno de los escritos introductorios de la ley.
En este caso, la desesperación de los glosadores sería la de unos redactores o unos correctores que han llegado tarde, cuando el escrito ya ha sido publicado.
Al igual que con las leyes, si no se pudo ni se puede cambiar la letra de un escrito, se puja por cambiar su “espíritu”: se lo interpreta, aventurándonos más allá de la literalidad, atravesándola (estos son los movimientos que una interpretación debe justificar haber hecho bien, para justificar no haber ido demasiado lejos). De nuevo: lo que no pudo ser corregido antes de hacerse público es rectificado después, interpretaciones mediante. Cada operación se promociona como una comprensión mejorada, superior a una literal (grado cero de interpretación y despegue) y a cualquier otra no literal (con algún despegue interpretativo a fundamentar).
Si lo que dice un escrito es siempre lo que se entiende de lo que dice, si estas son cosas inseparables, entonces las interpretaciones resultan inevitables y la comprensión es el botín que se disputan, a cuya posesión le dan el nombre de verdad. Se pasa así de la diversidad de origen de lo dicho (sin aquella rivalidad no existe) a su soñado destino de sentido único –último e inalterable–, la revelación cabal de su espíritu. Y eso es la verdad de un relato: la utopía o ilusión de una victoria definitiva, la de una interpertación que se queda para siempre con el botín y adquiere una existencia superior –un status universal y absoluto– cuando pone fin a las rivalidades, o sea, cuando impone su pax romana. La ansiedad por alcanzar ese destino glorioso de inmutabilidad puede desesperar a los glosadores, pero no desesperanzarlos; si renunciaran a la esperanza de lograrlo, ni siquiera lo intentarían.

Ahora sí, atemos. La desesperanza ante lo inalterable del escrito recuerda...

El paréntesis aclaratorio que estaba al final de la primera frase del marco ("Más adelante nos detendremos en la opinión de que el guardián se engaña"), pasó al comienzo del apartado 4, que tuvo otros cambios menores. Antes era así:
El tema del relato incrustado es el acceso a la ley. El tema de su análisis es el acceso a su verdad, interpretaciones mediante. El tema de lo que ahí se discute es si el guardián engañó o se engaña; y en caso de haber engañado, si lo hizo estando engañado o no...

Ahora es así:
El tema del relato incrustado es el acceso a la ley. El tema de su análisis es el acceso –interpretaciones mediante– a su sentido verdadero (lo que supone que hay otros y que son falsos o erróneos). El tema de lo que ahí se discute es si el guardián engañó o se engaña (él solo, sin que nadie lo engañe, ni otro ni él a sí mismo, sin ningún agente responsable de que esté engañado y de los dos sea él «el engañado»); y en caso de haber engañado, si lo hizo estando engañado (engañándose) o no; y tanto en un caso como en el otro, si es sancionable o si...

En el siguiente párrafo, el segundo, del apartado 4 también hubo cambios leves. Antes decía esto:
Los accesos a la ley y a la verdad (el sentido inalterable) del relato tienen en común el verse frustrados, y probablemente en ambos casos de manera inesperada (en el segundo, siempre y cuando K crea, como el campesino respecto de la ley, que el sentido de un escrito «debería ser accesible a todos en todo momento»). Como sea, ni el campesino será autorizado a pasar ni el sendero de interpretación por donde el sacerdote pasea a Josef K desembocará en alguna verdad “inalterable”. La idea de que el escrito tiene un sentido destinado como el campesino una puerta de la ley no puede dejar de ser sólo la conjetura de algo deseado. Si hay un sentido que además de consistente es verdadero, no tiene cómo diferenciarse del resto igualmente consistente y demostrar su verdad exclusiva.
Este equilibrio de fuerzas inalterable es una razón para la imposibilidad de acceso a la verdad del inalterable escrito (otra razón, más metodológica o protocolar, es la que vimos que recibe K del sacerdote, que lo acusa precisamente de alterar la historia).

Ahora dice esto:
Los accesos a la ley y al sentido inalterable (la verdad) del relato tienen en común el verse frustrados, y probablemente en ambos casos de manera inesperada (en el segundo, siempre y cuando K crea, como el campesino respecto de la ley, que ese sentido «debería ser accesible a todos en todo momento»). Como sea, ni el campesino será autorizado a pasar ni el sendero de interpretación por donde el sacerdote pasea a Josef K desembocará en alguna verdad inamovible. La idea de que el escrito tiene un sentido destinado como el campesino una puerta de la ley no puede dejar de ser sólo la conjetura de algo deseado. Si hay un sentido que además de consistente es verdadero, no tiene cómo diferenciarse del resto igualmente consistente y demostrar su exclusividad veritativa.
Este equilibrio de fuerzas inalterable es una razón general para la imposibilidad de acceso a la verdad del inalterable escrito (una razón particular, más metodológica o protocolar, es la que vimos que recibe K del sacerdote, que lo acusa precisamente de alterar la historia).

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