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viernes, 20 de septiembre de 2013

Lo irrevocable burlado 001 (1.0.0)


Acabo de agregarle al ensayo este final, en formato de acotación:
Es como una licencia poética hablar ahí de revocación, cuando lo que en verdad hubo fue un enterarse X de que nunca se había producido el corte que dio por hecho durante un buen trecho lleno de dichos. Que ese súbito desengaño suscite una sensación similar a la que se tendría si se hubiera revocado un hecho, no quiere decir que se haya revocado un hecho; sigue siendo lo más sensato ver ahí a uno que se anoticia tarde de otro hecho, como fue el corte de la comunicación antes del corte de la relación: sólo para X hubo un corte de la relación; luego, sólo para X la desmentida pudo saber a revocación de ese corte.
Los efectos simbólicos se pueden anular; las acciones, deshacer. Sus colegas físicos son inmunes al Ctrl+Z. Pero sólo desde la subjetividad engañable de X su caso puede ejemplificar la fragilidad revocatoria de los eventos simbólicos. X sufrió la ilusión de haber cerrado la relación y la ilusión de su revocación, antes de llegar a la visión o comprensión de que seguía estando con Z y de que nunca había dejado de estar con ella durante la charla (aunque la sensación fuera de haber vuelto a estar) y de que hacía mucho que había dejado de ser una charla.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Naturalezas 023 (8.0.0)


Entre el jueves y hoy a la madrugada le anduve haciendo varios cambios al ensayo. Los principales son agregados, sobre todo en el final del ensayo, con las actuales secciones 6 y 6.1 (sólo ya estaban los dos últimos párrafos):

6.

En todas las historias de este ensayo hay alguien que está próximo a morir o que está ya en el mismísimo trance de partir (“You look ready” –“Lucís preparado”, podría también traducirse– son las últimas palabras que Bill escucha de Beatrix antes de partir hacia su quinto paso).
Ya hablamos de la agonía monologada de la tortuga y de la agonía dialogada del escorpión y la rana. También hablamos de las agonías de Bill y de su hermano, pero todavía vamos a hablar un poco más. Antes, y como puente, hablemos de la muerte que encontró en El juego de las lágrimas el soldado británico Jody, que un grupo del IRA capturó para canjear por uno de los suyos. Al escondite llegan noticias de que eso no pasará y resuelven ejecutar a Jody a la mañana siguiente:


“Eres un buen hombre, Fergus”, le dice Peter, el jefe del grupo, cuando le concede el permiso de custodiar a Jody en su última noche, algo que “me haría sentir mejor con todo esto” (“It would make me feel better about it”). En definitiva, Jody tendrá razón respecto de Fergus y su naturaleza bondadosa, pero no le servirá para seguir vivo: la fuga no impedida que le da la razón termina cuando la película hace que lo atropellen y lo pisen vehículos del comando oficial que viene a acribillar e incendiar el escondite (si no fuera por eso, Jody se habría salvado del fuego amigo, como se salvó Fergus).*
Salvo por esa amistad del asesino, la suerte de Jody recuerda la que tuvo una rana en Las trillizas de Belleville, de Sylvain Chomet. La rana ha sobrevivido a la explosión con que se la pescó y a la cocción que la llevó al plato del perro, de donde salió atontada para ir a refugiarse en el sillón donde será encontrada:



El deus ex machina de ese accidente amigo deja limpias las manos de Fergus; “La naturaleza no se mancha”, podría haber sido su moraleja del momento. El bueno de Fergus es muy malo en el arte de ultimar, a diferencia de los alevosos Budd y Bill –aunque fallen con la misma presa indefensa– y de las guerreras Elle y Beatrix (ninguna mata a la otra y cada una mata a un hermano valiéndose de una sorpresa traicionera).

6.1

Tan lejos de ser un sádico está el empático Fergus como de ser un masoquista está el apasionado Jody, que lo penúltimo que quiere es sufrir y lo último morir. Tampoco hay sadismo en el escorpión ni masoquismo en la razonable rana que acepta llevarlo. Sádica podría parecer el águila, pero la tortuga ni siquiera la ve culpable de su agonía, que atribuye a su propia necedad de renegada. En nuestra casuística, para encontrar disfrute y dolor en matar hay que llegar a Kill Bill.
En la agonía de Budd, acompañada por Elle con sorna y desprecio, está la mayor escena de odio de la película, y la más sádica. En la agonía de Bill, acompañada por Beatrix con lágrimas y la caricia más tierna, está la mayor escena de amor, y la más masoquista.
Al comienzo de la película, Beatrix se encuentra en el rol de agonizante; Bill la acompaña hasta pegarle el tiro de gracia, después de susurrarle que le gustaría creer que aun en ese trance pueda estar ella lo suficientemente lúcida “como para saber que no hay nada sádico en mis acciones”, que “en este momento, este soy yo en mi máximo masoquismo”. Sobre el final de la película, probablemente Bill haya tenido esa lucidez con Beatrix, que no se la pidió.

En la actual sección 5.1 (ex 4.2.1) también hice cambios y agregados importantes. Desde su cuarto párrafo, antes decía esto:

Elle pro­fun­di­za su res­pues­ta du­ran­te la ago­nía de Budd, mor­di­do por una li­te­ral mamba negra que lo sor­pren­dió desde los bi­lle­tes que pa­ga­ban el sable Hat­to­ri Hanzo de la me­ta­fó­ri­ca. (La li­te­ral que co­me­te la jus­ti­cia poé­ti­ca de ven­gar­la –o de ven­gar­se en nom­bre de la ho­mó­ni­ma o de pa­gar­le a Budd con la misma mo­ne­da o de apli­car­le la Ley del Ta­lión: tu as­fi­xia de pa­ra­li­za­do va por la suya mía de se­pul­ta­da– es otra ino­cu­la­do­ra letal sin ham­bre –aun­que lo suyo no sea bus­car­te si no estás en su dieta, a di­fe­ren­cia del ex­pan­si­vo es­cor­pión, que tam­bién va sin ham­bre en busca de la rana.) Budd, que pa­re­ció pre­gun­tar con tanta cu­rio­si­dad como aje­ni­dad, se­gu­ra­men­te no había sos­pe­cha­do que el desa­rro­llo de la res­pues­ta lo in­vo­lu­cra­ba de un modo di­rec­to y ren­co­ro­so:


Elle la­men­ta la suer­te in­me­re­ci­da que tuvo la mejor gue­rre­ra que co­no­ció, rubia como ella. Como si qui­sie­ra des­agra­viar­la, elige darle al in­digno ver­du­go una con­dig­na “muer­te en carne viva”, como la que él –creen– le dio a Bea.
Las rubias son debilidades para Bill (que a los cinco años se chupaba el pulgar cada vez que en El cartero llama dos veces aparecía Lana Turner) y débiles para Budd. Retrocedamos un poco para reponer un diálogo que quedó entre un frag­men­to y otro de la pe­lí­cu­la. (...)

Ahora dice esto:

Elle profundiza su respuesta durante la agonía de Budd, mordido por una literal mamba negra –otra inoculadora letal– que lo sorprendió desde los billetes que pagaban el sable Hattori Hanzo de la metafórica. Budd, que pareció preguntar con tanta curiosidad como ajenidad, seguramente no había sospechado que el desarrollo de la respuesta lo involucraba de un modo directo y rencoroso:


Elle lamenta la suerte inmerecida que tuvo la mejor guerrera que conoció, rubia como ella. Como si quisiera desagraviarla, elige darle al indigno verdugo una “muerte en carne viva”, como la que él –creen– le dio a Bea. O también, y tal vez mejor: elige hacerle a la digna víctima el regalo póstumo de una venganza literalmente simbólica, ejecutada por la encarnación de su nombre en clave.
El “viejo proverbio klingon” que abre Kill Bill, Vol. 1 (“Revenge is a dish best served cold”) no habla de comer, sino de servir frío el plato de la venganza, como el que Elle le sirve a su homenajeada Bea, que ya no podrá saborearlo (sepultada y muerta como la imagina –si es que la imagina en algún orden). Elle estuvo por hacerle otro regalo a Beatrix cuatro años atrás, cuando su condición no era “tan permanente”:


Si no hay contradicción entre despreciar y respetar a alguien es sólo porque también se puede despreciar a un par. (Es dos veces inclusiva Elle cuando le explica su regalo lujoso a la comatosa Beatrix: una, por el solidario “nuestro descanso”; otra, por el gremial “nuestra clase”, formada por personas entrenadas para dar –y resignadas a recibir– muertes violentas y aterradas.) Pero si se desprecia a uno a quien se considera inferior, el respeto no es verosímil (su primera falta –y la primera violencia– ya es esa consideración). Un menosprecio así siente Budd por las rubias y su viveza.

5.2

Las rubias son debilidades para Bill (que a los cinco años se chupaba el pulgar cada vez que en El cartero llama dos veces aparecía Lana Turner) y débiles para Budd. Retrocedamos un poco para reponer un diálogo que quedó entre un fragmento y otro de la escena en casa de Budd. (...)

Los cambios de divisiones son complicados de consignar uno a uno; también hubo otros retoques menores de texto en otras secciones. Por lo complicado, prefiero mostrar que hasta el jueves el ensayo se veía así (en los espacios vacíos del PDF hay videos).

miércoles, 28 de agosto de 2013

Naturalezas 022 (7.0.1)


No hice agregados ni supresiones: solamente renombré secciones. La que era la 3.2, ahora es la 4; la ex 3.3 ahora es la 4.1; la ex 3.4 es la actual 4.2; y la ex 3.4.1, la actual 4.2.1.

Senido, desino y iempo 001 (1.0.0)


Estos tres últimos días anduve modificando el ensayo desprendido de "Naturalezas". Hasta la madrugada del 25 de agosto, la versión era esta:

1.

“Serás lo que debas ser o no serás nada”, se dice que dijo José de San Martín, y Evita lo adaptó al peronismo.
Otro acceso a la nada alternativo al de esa frustración se consuma al revés, cumpliendo uno con el destino que las circunstancias (o detrás de ellas Dios o su naturaleza individual) le impusieron en la vida, como le sucede a ese vengador satisfecho que es el negro devenido en su ajusticiado; leemos en el cuento “El fin”, de Jorge Luis Borges:
Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.
Ni antes, cuando hay potencialidad (puede y debe...) o futuro (...llegar a matar a Fierro), ni después, cuando hay pérdida (del «destino sobre la tierra», ...) o pasado (...porque «había matado a un hombre»): en “El fin”, sólo se es en el presente del acto que realiza ese deber ser, que es la bisagra entre dos nadas. Para el negro, es el momento que justifica toda una vida.

2.

Si el negro encuentra su destino/sentido (oportunísimo anagrama) matando a Martín Fierro, el sargento Cruz encuentra el suyo cuando pasa a defenderlo; leemos en “Biografía de Isidoro Tadeo Cruz (1829-1874)”:
En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.
Otros actos epifánicos son menos cruentos. En “Las ruinas circulares”, por caso, luego de que el mago ha introducido en la realidad a su hijo soñado, leemos: «El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis». También es un acto de creación, aunque literaria, lo que en “El milagro secreto” justifica la vida de Jaromir Hladík en un instante perpendicular que al año se entronca de nuevo con la historia de su fusilamiento; luego de resumir la obra inconclusa, el narrador dice:
En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo.
La justificación de Hladík es tan privada y secreta como el milagro que la hace posible: «No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía». Trascendencia inmanentista, discurrir atrapado: una justificación de vida que no puede trascender ni como legado para la humanidad superviviente ni como tributo u obsequio al ser trascendente por excelencia, suena a una contradicción en los términos (o un oxímoron o «un ejemplo del monstruo que los lógicos han denominado contradictio in adjecto», como dice Borges de su título “Nueva refutación del tiempo”).*
...porque decir que es nueva (o antigua) una refutación del tiempo es atribuirle un predicado de índole temporal, que instaura la noción que el sujeto quiere destruir.
O también: luce como una «magnífica ironía» de aquel a quien «la maestría de Dios» le «dio los libros y la noche» (como a Hladík un año para terminar su obra y ni un instante para divulgarla).
Hladík sabe que el “trabajo para hacer” que le alarga la vida lo llenará sin posibilidad de desbordarlo: sabe que no trabaja para nadie que no sea él –ni para la posteridad humana ni para la eternidad divina. Lo rige una tautología especial: lo suyo no es existir por existir, pero es justificar por justificar.

Las otras justificaciones son todo lo no tautológicas que no puede ser la de Hladík. En “La busca de Averroes”, la elaboración de una trama deja su lugar a la elaboración de argumentos y la justificación recupera su afán póstumo y público: el médico árabe trabajaba en una «obra monumental que lo justificaría ante las gentes: el comentario de Aristóteles». En la borgeana enumeración de «la variedad de temas que abarcan» sus Obras completas - 1923 / 1985, el prologuista Borges incluye este: «mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas».
Fácilmente se pasa de ser uno justificable como autor de una obra a tener uno, en calidad de personaje, su justificación escrita en un libro (metáfora y modelo de un universo o un destino personal planeados). En “La Biblioteca de Babel” «existen» –el narrador dice haber visto dos– «las Vindicaciones: libros... que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo», aunque «la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero».*
En rigor, también la probabilidad del hallazgo de una Vindicación ajena –para no hablar de dos– debería computarse en cero, si recordamos que «por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias». Sin ir más lejos, el libro con «nociones de análisis combinatorio» que provoca la «extravagante felicidad» de saber o sentir que «el universo estaba justificado», encontrado 500 años atrás, era «un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas» escritas en «un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico». Y el propio favorecido por la casualidad de esas dos lecturas vindicativas nos dice que «el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö».
El último título parece más raro de lo que es: es el final de hlör u fang axaxaxas mlö, que en un idioma del hemisferio austral de Tlön significa Surgió la luna sobre el río. Cada cual con sus propios efectos de totalización, Tlön es a los hechos y las cosas que hacen el mundo («El mundo será Tlön») lo que la Biblioteca total es a los sentidos que lo justifican («No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono»).


La misma minuciosidad vindicativa profesa en el relato “Deutsches Requiem” su narrador, Otto Dietrich zur Linde: «Nadie puede ser, digo yo, nadie puede probar una copa de agua o partir un trozo de pan, sin justificación».
Para el trabajo de sostener un sentido así de infaltable sólo califica Dios: «Aseveran los teólogos que si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, ésta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz», ha dicho Otto zur Linde justo antes. La misma necesidad de atención continua tienen para Berkeley «todos los cuerpos que componen la poderosa fábrica del universo», que «no existen fuera de una mente; no tienen otro ser que ser percibidos; no existen cuando no los pensamos, o sólo existen en la mente de un Espíritu Eterno», según cita Borges en “Nueva refutación del tiempo”.
Pero además de sostener el sentido de una existencia, puede que la divinidad trabaje en darle su forma más acabada a la existencia de un sentido así (perdón por el juego de palabras, en caso de que resulte ser sólo eso o de que distraiga de lo que pueda estar diciendo). Veamos dos variantes posibles de este segundo trabajo.

2.1

De todas estas justificaciones existenciales se puede decir algo similar a lo que dice Otto zur Linde del «pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas», atribuido a Schopenhauer: «esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad».
En principio, ni las piedras ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están y/o se creen llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo (y sólo excepcionalmente lo hacen en roles secundarios). ¿Por qué? Simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma o un espíritu, por ejemplo) y confundirse con la divinidad.
Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico y desencantado existir por existir.

2.1.1

Los líquenes, como la mayoría de las cosas que prosperan en medios difíciles, son de crecimiento lento. A un liquen puede llevarle más de medio siglo alcanzar las dimensiones de un botón de camisa. Los que tienen el tamaño de platos, escribe David Attenborough, es «probable que tengan cientos e incluso miles de años de an­ti­güe­dad». Sería difícil imaginar una existencia menos plena. «Simplemente existen —añade Attenborough—, testimoniando el hecho conmovedor de que la vida existe, incluso a su nivel más simple, por lo que parece, porque sí, por existir.»
Es fácil no reparar en esta idea de que la vida simplemente es. Como humanos nos inclinamos a creer que tiene que tener un objeto. Tenemos planes, aspiraciones y deseos. Queremos sacar provecho constante de toda la existencia embriagadora de la que se nos ha dotado. Pero ¿qué es vida para un liquen? Sin embargo, su impulso de existir, de ser, es igual de fuerte que el nuestro... puede decirse que hasta más fuerte. Si se me dijese que tendría que pasar décadas siendo una costra peluda en una roca del bosque, creo que perdería el deseo de seguir. Los líquenes, en cambio, no. Ellos, como casi todos los seres vivos, soportarán cualquier penalidad, aguantarán cualquier ofensa, por un instante más de existencia. La vida, en suma, sólo quiere ser. [Continúa...]
Pero —y aquí tenemos un punto interesante— no quiere, en general, ser mucho.
Esto tal vez resulte un poco extraño, ya que la vida ha tenido tiempo de sobra para concebir ambiciones. Si imaginásemos los 4.500 millones de años de historia de la Tierra reducidos a un día terrestre normal, la vida empieza muy temprano, hacia las cuatro de la madrugada, con la aparición de los primeros simples organismos unicelulares, pero luego no hay ningún avance más en las dieciséis horas siguientes. Hasta casi las ocho y media de la noche, cuando han transcurrido ya cinco sextas partes del día, no empieza la Tierra a tener otra cosa que enseñar al universo que una inquieta capa de microbios. Luego, por fin, aparecen las primeras plantas marinas, a las que siguen veinte minutos más tarde la primera medusa y la enigmática fauna ediacarana, localizada por primera vez por Reginald Sprigg en Australia. A las 21:04 salen nadando a escena los primeros trilobites, seguidos, de forma más o menos inmediata, por las criaturas bien proporcionadas de Burgess Shale. Poco antes de las 10:00 empiezan a brotar las plantas en la tierra. Poco después, cuando quedan menos de dos horas del día, las siguen las primeras criaturas terrestres.
Gracias a unos diez minutos de meteorología balsámica, a las 22:24, la Tierra se cubre de los grandes bosques carboníferos cuyos residuos nos proporcionan todo nuestro carbón. Aparecen los primeros insectos alados. Poco antes de las 23:00 irrumpen en escena los dinosaurios e imperan durante unos tres cuartos de hora. Veintiún minutos antes de la media noche se esfuman y se inicia la era de los mamíferos. Los humanos surgen un minuto y diecisiete segundos antes de la media noche. El total de nuestra historia registrada, a esta escala, sería de sólo unos cuantos segundos, y la duración de una sola vida humana de apenas un instante. A lo largo de este día notoriamente acelerado, los continentes se desplazan y chocan a una velocidad que parece claramente insensata. Surgen y desaparecen montañas, aparecen y se esfuman cuencas oceánicas, avanzan y retroceden mantos de hielo. Y a través de todo esto, unas tres veces por minuto, en algún punto del planeta hay un pum de bombilla de flash y un fogonazo indica el impacto de un meteorito del tamaño del de Manson o mayor. Es asombroso que haya podido llegar a sobrevivir algo en un medio tan aporreado y desestabilizado. En realidad, no son muchas las cosas que consiguen hacerlo bastante tiempo.
Tal vez un medio más eficaz de hacerse cargo de nuestro carácter ex­tremadamente reciente como parte de este cuadro de 4.500 millones de años de antigüedad, es que extiendas los brazos el máximo posible e ima­gines que la extensión que abarcan es toda la historia de la Tierra. A esa escala, según dice John McPhee en Basin and Range, la distancia entre las puntas de los dedos de una mano y la muñeca de la otra es el Pre­cámbrico. El total de la vida compleja está en una mano, «y con una sola pasada de una lima de granulado mediano podrías eliminar la historia humana».
Por suerte ese momento aún no ha llegado, pero hay bastantes posibi­lidades de que llegue. No quiero introducir una nota sombría precisa­mente en este punto, pero el hecho es que hay otra característica de la vida en la Tierra estrechamente relacionada: que se extingue. Con abso­luta regularidad. Las especies, por mucho que se esfuercen en organizar­se y pervivir, se desintegran y mueren con notable regularidad. Y cuanto mayor es su complejidad, más deprisa parecen extinguirse. Quizás ésta sea una de las razones de que una parte tan grande de la vida no sea de­masiado ambiciosa.


Bill Bryson,
Una breve historia de casi todo
(Del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2007;
Capítulo 22, “Adiós a todo eso”, pág. 401)


Ahora es esta:
1.

“Serás lo que debas ser o no serás nada”, se dice que dijo José de San Martín. Evita fue más específica cuando lo adaptó al peronismo. No hay acá predestinación: hay obligación, hay mandato. No está escrito lo que vas a ser, si incluso podés terminar no siendo nada; está escrito lo que debés ser, incumplir lo cual te lleva a la nada tan temida.
Otro acceso a la nada alternativo al de esa frustración se consuma al revés, cumpliendo uno con el destino que le impusieron las circunstancias (o –detrás de ellas– el individuo Dios o el Deus sive Natura de Baruch Spinoza o la naturaleza de uno o la de todos los que son como uno –o sea, alguna fuerza de control que esté en las antípodas del mero azar o del caos). Es lo que le sucede a ese vengador satisfecho que es el negro devenido en su ajusticiado; leemos en el cuento “El fin”, de Jorge Luis Borges (que da la casualidad de que hoy estaría cumpliendo 114 años):
Limpió el facón ensangrentado en el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie. Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra y había matado a un hombre.
Ni antes, cuando hay potencialidad (puede y debe...) o futuro (...llegar a matar a Fierro), ni después, cuando hay pérdida (del «destino sobre la tierra»...) o pasado (...porque «había matado a un hombre»): en “El fin”, sólo se es en el presente del acto que realiza ese deber ser, que es la bisagra entre dos nadas y el momento que justifica toda una vida.

Si el negro encuentra su destino/sentido (oportunísimo anagrama) matando a Martín Fierro, el sargento Cruz encuentra el suyo cuando pasa a defenderlo; leemos en “Biografía de Isidoro Tadeo Cruz (1829-1874)”:
En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.
De un lado, el moreno espera siete años el duelo en el que finalmente cumple su destino. Del otro lado, a Cruz «lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental», que «agota su historia»; vale decir: él se cruza de manera inesperada con el entrevero en el que «sabe para siempre quién es». Un golpe de suerte lo pone frente a su identidad; al moreno lo pone frente a la suya una paciencia de años, que termina integrando un triunfo rápido muy trabajado.

1.1

En otros actos epifánicos no hay peleas, hay gestación. En “Las ruinas circulares”, por caso, luego de que el mago ha introducido en la realidad a su hijo soñado, leemos: «El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis». También es un acto de creación, aunque literaria, lo que en “El milagro secreto” justifica la vida de Jaromir Hladík en un instante perpendicular que al año se entronca de nuevo con la historia de su fusilamiento; luego de resumir la obra inconclusa, el narrador dice:
En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo.
La justificación de Hladík es tan privada y secreta como el milagro que la hace posible: «No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía». Trascendencia inmanentista, discurrir atrapado: una justificación de vida que no puede trascender ni como legado para la humanidad superviviente ni como tributo u obsequio al ser trascendente por excelencia, suena a una contradicción en los términos (o un oxímoron o «un ejemplo del monstruo que los lógicos han denominado contradictio in adjecto», como dice Borges de su título “Nueva refutación del tiempo”).*
...porque decir que es nueva (o antigua) una refutación del tiempo es atribuirle un predicado de índole temporal, que instaura la noción que el sujeto quiere destruir.
O también: luce como una «magnífica ironía» de aquel a quien «la maestría de Dios» le «dio los libros y la noche» (como a Hladík un año para terminar su obra y ni un instante para divulgarla).
Hladík sabe que el “trabajo para hacer” que le alarga la vida lo llenará sin posibilidad de desbordarlo: sabe que no trabaja para nadie que no sea él –ni para la posteridad humana ni para la eternidad divina. Lo rige una tautología especial: lo suyo no es existir por existir, pero es justificar por justificar.

1.2

Las otras justificaciones son todo lo no tautológicas que no puede ser la de Hladík. En “La busca de Averroes”, la elaboración de una trama deja su lugar a la elaboración de argumentos y la justificación recupera su afán póstumo y público: el médico árabe trabajaba en una «obra monumental que lo justificaría ante las gentes: el comentario de Aristóteles». En la borgeana enumeración de «la variedad de temas que abarcan» sus Obras completas - 1923 / 1985, el prologuista Borges incluye este: «mi extraña vida, cuya posible justificación está en estas páginas».
Fácilmente se pasa de ser uno justificable como autor de una obra a tener uno, en calidad de personaje, su justificación escrita en un libro (metáfora y modelo de un universo o un destino personal planeados). En “La Biblioteca de Babel” «existen» –el narrador dice haber visto dos– «las Vindicaciones: libros... que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo», aunque «la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero».*
En rigor, también la probabilidad del hallazgo de una Vindicación ajena –para no hablar de dos– debería computarse en cero, si recordamos que «por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias». Sin ir más lejos, el libro con «nociones de análisis combinatorio» que provoca la «extravagante felicidad» de saber o sentir que «el universo estaba justificado», encontrado 500 años atrás, era «un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas» escritas en «un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico». Y el propio favorecido por la casualidad de esas dos lecturas vindicativas nos dice que «el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö».
El último título parece más raro de lo que es: es el final de hlör u fang axaxaxas mlö, que en un idioma del hemisferio austral de Tlön significa Surgió la luna sobre el río. Cada cual con sus propios efectos de totalización, Tlön es a los hechos y las cosas que hacen el mundo («El mundo será Tlön») lo que la Biblioteca total es a los sentidos que lo justifican («No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono»).

La misma minuciosidad vindicativa profesa en el relato “Deutsches Requiem” su narrador, Otto Dietrich zur Linde (que es otro cuyo sentido se juega en un duelo): «Nadie puede ser, digo yo, nadie puede probar una copa de agua o partir un trozo de pan, sin justificación». Para el trabajo de sostener un sentido así de infaltable y abarcativo sólo califica Dios: «Aseveran los teólogos que si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, ésta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz», ha dicho Otto zur Linde justo antes.
La misma necesidad de atención continua tienen para Berkeley «todos los cuerpos que componen la poderosa fábrica del universo», que «no existen fuera de una mente; no tienen otro ser que ser percibidos; no existen cuando no los pensamos, o sólo existen en la mente de un Espíritu Eterno», según cita Borges en “Nueva refutación del tiempo”.

2.

De todas estas justificaciones existenciales se puede decir algo similar a lo que dice Otto zur Linde del «pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas», atribuido a Schopenhauer: «esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad».
En principio, ni las piedras ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están y/o se creen llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo (y sólo excepcionalmente lo hacen en roles secundarios). ¿Por qué? Simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma o un espíritu, por ejemplo) y confundirse con la divinidad.
Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico y desencantado existir por existir.

2.1

Lo de tautológico puede ser sólo descriptivo, pero lo de desencantado ya es una opinión. Una opinión propia de quien necesita –y considera necesario– que haya un para qué en el existir, una razón de ser, antes incluso de ponerse a buscar razones para poder afirmarlo (o creyendo que su ansiedad es una: no importa si eso es o no es así; basta que necesitemos lo suficiente que lo sea –para no desmotivarnos, por ejemplo).
Pero sobre ese existir por existir hay otras opiniones. Para David Attenborough, por ejemplo, es un «hecho conmovedor», del que dan testimonio los líquenes con su vida. Quien lo cita y lo glosa, Bill Bryson, se muestra comprensivo con el animal cultural que no repara «en esta idea de que la vida simplemente es»:
Los líquenes, como la mayoría de las cosas que prosperan en medios difíciles, son de crecimiento lento. A un liquen puede llevarle más de medio siglo alcanzar las dimensiones de un botón de camisa. Los que tienen el tamaño de platos, escribe David Attenborough, es «probable que tengan cientos e incluso miles de años de an­ti­güe­dad». Sería difícil imaginar una existencia menos plena. «Simplemente existen —añade Attenborough—, testimoniando el hecho conmovedor de que la vida existe, incluso a su nivel más simple, por lo que parece, porque sí, por existir.»
Es fácil no reparar en esta idea de que la vida simplemente es. Como humanos nos inclinamos a creer que tiene que tener un objeto. Tenemos planes, aspiraciones y deseos. Queremos sacar provecho constante de toda la existencia embriagadora de la que se nos ha dotado. Pero ¿qué es vida para un liquen? Sin embargo, su impulso de existir, de ser, es igual de fuerte que el nuestro... puede decirse que hasta más fuerte. Si se me dijese que tendría que pasar décadas siendo una costra peluda en una roca del bosque, creo que perdería el deseo de seguir. Los líquenes, en cambio, no. Ellos, como casi todos los seres vivos, soportarán cualquier penalidad, aguantarán cualquier ofensa, por un instante más de existencia. La vida, en suma, sólo quiere ser. [Continúa...]
Pero —y aquí tenemos un punto interesante— no quiere, en general, ser mucho.
Esto tal vez resulte un poco extraño, ya que la vida ha tenido tiempo de sobra para concebir ambiciones. Si imaginásemos los 4.500 millones de años de historia de la Tierra reducidos a un día terrestre normal, la vida empieza muy temprano, hacia las cuatro de la madrugada, con la aparición de los primeros simples organismos unicelulares, pero luego no hay ningún avance más en las dieciséis horas siguientes. Hasta casi las ocho y media de la noche, cuando han transcurrido ya cinco sextas partes del día, no empieza la Tierra a tener otra cosa que enseñar al universo que una inquieta capa de microbios. Luego, por fin, aparecen las primeras plantas marinas, a las que siguen veinte minutos más tarde la primera medusa y la enigmática fauna ediacarana, localizada por primera vez por Reginald Sprigg en Australia. A las 21:04 salen nadando a escena los primeros trilobites, seguidos, de forma más o menos inmediata, por las criaturas bien proporcionadas de Burgess Shale. Poco antes de las 22:00 empiezan a brotar las plantas en la tierra. Poco después, cuando quedan menos de dos horas del día, las siguen las primeras criaturas terrestres.
Gracias a unos diez minutos de meteorología balsámica, a las 22:24, la Tierra se cubre de los grandes bosques carboníferos cuyos residuos nos proporcionan todo nuestro carbón. Aparecen los primeros insectos alados. Poco antes de las 23:00 irrumpen en escena los dinosaurios e imperan durante unos tres cuartos de hora. Veintiún minutos antes de la media noche se esfuman y se inicia la era de los mamíferos. Los humanos surgen un minuto y diecisiete segundos antes de la media noche. El total de nuestra historia registrada, a esta escala, sería de sólo unos cuantos segundos, y la duración de una sola vida humana de apenas un instante. A lo largo de este día notoriamente acelerado, los continentes se desplazan y chocan a una velocidad que parece claramente insensata. Surgen y desaparecen montañas, aparecen y se esfuman cuencas oceánicas, avanzan y retroceden mantos de hielo. Y a través de todo esto, unas tres veces por minuto, en algún punto del planeta hay un pum de bombilla de flash y un fogonazo indica el impacto de un meteorito del tamaño del de Manson o mayor. Es asombroso que haya podido llegar a sobrevivir algo en un medio tan aporreado y desestabilizado. En realidad, no son muchas las cosas que consiguen hacerlo bastante tiempo.
Tal vez un medio más eficaz de hacerse cargo de nuestro carácter ex­tremadamente reciente como parte de este cuadro de 4.500 millones de años de antigüedad, es que extiendas los brazos el máximo posible e ima­gines que la extensión que abarcan es toda la historia de la Tierra. A esa escala, según dice John McPhee en Basin and Range, la distancia entre las puntas de los dedos de una mano y la muñeca de la otra es el Pre­cámbrico. El total de la vida compleja está en una mano, «y con una sola pasada de una lima de granulado mediano podrías eliminar la historia humana».
Por suerte ese momento aún no ha llegado, pero hay bastantes posibi­lidades de que llegue. No quiero introducir una nota sombría precisa­mente en este punto, pero el hecho es que hay otra característica de la vida en la Tierra estrechamente relacionada: que se extingue. Con abso­luta regularidad. Las especies, por mucho que se esfuercen en organizar­se y pervivir, se desintegran y mueren con notable regularidad. Y cuanto mayor es su complejidad, más deprisa parecen extinguirse. Quizás ésta sea una de las razones de que una parte tan grande de la vida no sea de­masiado ambiciosa.


Bill Bryson,
Una breve historia de casi todo
(Del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2007;
Capítulo 22, “Adiós a todo eso”, pág. 401)

Sacado el ser humano de la mitología de ese linaje divino y ubicado el homo sapiens en la ínfima ramificación que le corresponde en el Árbol de la Vida, vemos que en su fuerza está su debilidad: criatura cultural y simbolizadora como se hizo, no puede actuar ni desear actuar sin un sentido, «un objeto» (sea de corto, mediano o largo plazo). El «impulso de existir» de un liquen prescinde de esos estímulos exquisitos.


sábado, 24 de agosto de 2013

Naturalezas 021 (7.0.0)


Decidí suprimir la comparación entre el momento-hito de Beatrix y el momento-destino del moreno de "El fin" (que estaba en la sección 3.4, a partir de "'Serás lo que debas ser...'") y todo el resto de las conexiones con Borges y las justificaciones existenciales que hay en su narrativa (que estaban en la sección 4, 4.1, 4.1.1, ya escritas, y 4.2, por escribir). Todo eso va a pasar a formar parte de otro ensayo, que no sé si titular "Justificaciones existenciales", "Justificaciones", "Razones de ser", "Razón de ser", "El sentido de la vida", "Destino y sentido de la vida", "Sentido y destino de la vida", "Vindicación de las vindicaciones", etc.
Como sea que se termine titulando, el nuevo ensayo tiene una versión –1 en el fragmento suprimido del final de "Naturalezas".
La única sutura que tuve que hacer en el ensayo está en el comienzo de la sección 3.4.1 (comparado con el que era):
La mezcla de sensaciones que muestra Beatrix en el momento y a la mañana siguiente de vencer en el último duelo es similar a la que verbaliza, cuando cree encontrarse en un hito similar, su ex compañera Elle Driver (nombre en clave: Serpiente de montaña de California; miembro del Escuadrón Asesino de Víboras Mortíferas, dirigido por Bill).
A la mañana siguiente de haber dejado a Beatrix encerrada...
También le agregué al final del ensayo el "..., que no se la pidió".

viernes, 23 de agosto de 2013

Naturalezas 020 (6.0.0)


Estoy en medio de cambios mayores en la sección 4 (y su hasta recién única subparte, la 4.1, si bien una de las agregadas -la 4.2- todavía está vacía y la otra -la 4.1.1- es una cita). Hasta el comienzo de esta sesión de escritura, en la madrugada, esto es lo que había:


4.

Para terminar, sigamos con Borges. Si el negro encuentra su destino/sentido (oportunísimo anagrama) matando a Martín Fierro, el sargento Cruz encuentra el suyo cuando pasa a defenderlo; leemos en “Biografía de Isidoro Tadeo Cruz (1829-1874)”:
En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.
Otros actos epifánicos son menos cruentos. En “Las ruinas circulares”, por caso, luego de que el mago ha introducido en la realidad a su hijo soñado, leemos: «El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis». También es un acto de creación, aunque literaria, lo que en “El milagro secreto” justifica la vida de Jaromir Hladík en un instante perpendicular que al año se entronca de nuevo con la historia de su fusilamiento; luego de resumir la obra inconclusa, el narrador dice:
En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo.
La justificación de Hladík es tan privada y secreta como el milagro que la hace posible: «No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía». En “La busca de Averroes”, la elaboración de una trama deja su lugar a la elaboración de argumentos y la justificación recupera su afán póstumo y público: el médico árabe trabajaba en una «obra monumental que lo justificaría ante las gentes: el comentario de Aristóteles».
Fácilmente se pasa de ser uno justificable como autor de una obra a tener uno, en calidad de personaje, su justificación escrita en un libro (metáfora y modelo de un universo o un destino personal planeados). En “La Biblioteca de Babel” «existen» –el narrador dice haber visto dos– «las Vindicaciones: libros... que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo», aunque «la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero».*
En rigor, también la probabilidad del hallazgo de una Vindicación ajena –para no hablar de dos– debería computarse en cero, si recordamos que «por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias». Sin ir más lejos, el libro con «nociones de análisis combinatorio» que provoca la «extravagante felicidad» de saber o sentir que «el universo estaba justificado», encontrado 500 años atrás, era «un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas» escritas en «un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico». Y el propio favorecido por la casualidad de esas dos lecturas vindicativas nos dice que «el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö».
El último título parece más raro de lo que es: es el final de hlör u fang axaxaxas mlö, que en un idioma del hemisferio austral de Tlön significa Surgió la luna sobre el río. Cada cual con sus propios efectos de totalización, Tlön es a los hechos y las cosas que hacen el mundo («El mundo será Tlön») lo que la Biblioteca total es a los sentidos que lo justifican («No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono»).


4.1

De todas estas justificaciones existenciales se puede decir algo similar a lo que, en “Deutsches Requiem”, dice Otto Dietrich zur Linde del «pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas», atribuido a Schopenhauer: «esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad».
En principio, ni las piedras ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo (y sólo excepcionalmente lo hacen en roles secundarios). ¿Por qué? Simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma o un espíritu, por ejemplo) y confundirse con la divinidad.
Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico y desencantado existir por existir.

Ahora hay esto, pendiente de continuación:
4.

Para terminar, sigamos con Borges. Si el negro encuentra su destino/sentido (oportunísimo anagrama) matando a Martín Fierro, el sargento Cruz encuentra el suyo cuando pasa a defenderlo; leemos en “Biografía de Isidoro Tadeo Cruz (1829-1874)”:
En 1869 fue nombrado sargento de la policía rural. Había corregido el pasado; en aquel tiempo debió de considerarse feliz, aunque profundamente no lo era. (Lo esperaba, secreta en el porvenir, una lúcida noche fundamental: la noche en que por fin vio su propia cara, la noche que por fin oyó su nombre. Bien entendida, esa noche agota su historia; mejor dicho, un instante de esa noche, un acto de esa noche, porque los actos son nuestro símbolo.) Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos XII de Suecia, en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.
Otros actos epifánicos son menos cruentos. En “Las ruinas circulares”, por caso, luego de que el mago ha introducido en la realidad a su hijo soñado, leemos: «El propósito de su vida estaba colmado; el hombre persistió en una suerte de éxtasis». También es un acto de creación, aunque literaria, lo que en “El milagro secreto” justifica la vida de Jaromir Hladík en un instante perpendicular que al año se entronca de nuevo con la historia de su fusilamiento; luego de resumir la obra inconclusa, el narrador dice:
En el argumento que he bosquejado intuía la invención más apta para disimular sus defectos y para ejercitar sus felicidades, la posibilidad de rescatar (de manera simbólica) lo fundamental de su vida. Había terminado ya el primer acto y alguna escena del tercero; el carácter métrico de la obra le permitía examinarla continuamente, rectificando los hexámetros, sin el manuscrito a la vista. Pensó que aun le faltaban dos actos y que muy pronto iba a morir. Habló con Dios en la oscuridad. Si de algún modo existo, si no soy una de tus repeticiones y erratas, existo como autor de Los enemigos. Para llevar a término ese drama, que puede justificarme y justificarte, requiero un año más. Otórgame esos días, Tú de Quien son los siglos y el tiempo.
La justificación de Hladík es tan privada y secreta como el milagro que la hace posible: «No trabajó para la posteridad ni aun para Dios, de cuyas preferencias literarias poco sabía». Trascendencia inmanentista, discurrir atrapado: una justificación de vida que no puede trascender ni como legado para la humanidad superviviente ni como tributo u obsequio al ser trascendente por excelencia, suena a una contradicción en los términos (o un oxímoron o «un ejemplo del monstruo que los lógicos han denominado contradictio in adjecto», como dice Borges de su título “Nueva refutación del tiempo”).*
...porque decir que es nueva (o antigua) una refutación del tiempo es atribuirle un predicado de índole temporal, que instaura la noción que el sujeto quiere destruir.
O también: luce como una «magnífica ironía» de aquel a quien «la maestría de Dios» le «dio los libros y la noche» (como a Hladík un año para terminar su obra y ni un instante para divulgarla).
Hladík sabe que el “trabajo para hacer” que le alarga la vida lo llenará sin posibilidad de desbordarlo: sabe que no trabaja para nadie que no sea él –ni para la posteridad humana ni para la eternidad divina. Lo rige una tautología especial: lo suyo no es existir por existir, pero es justificar por justificar.

Las otras justificaciones son todo lo no tautológicas que no puede ser la de Hladík. En “La busca de Averroes”, la elaboración de una trama deja su lugar a la elaboración de argumentos y la justificación recupera su afán póstumo y público: el médico árabe trabajaba en una «obra monumental que lo justificaría ante las gentes: el comentario de Aristóteles». En la borgeana enumeración de «la variedad de temas que abarcan» sus Obras completas - 1923 / 1985, el prologuista Borges incluye este: «mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas».
Fácilmente se pasa de ser uno justificable como autor de una obra a tener uno, en calidad de personaje, su justificación escrita en un libro (metáfora y modelo de un universo o un destino personal planeados). En “La Biblioteca de Babel” «existen» –el narrador dice haber visto dos– «las Vindicaciones: libros... que para siempre vindicaban los actos de cada hombre del universo», aunque «la posibilidad de que un hombre encuentre la suya, o alguna pérfida variación de la suya, es computable en cero».*
En rigor, también la probabilidad del hallazgo de una Vindicación ajena –para no hablar de dos– debería computarse en cero, si recordamos que «por una línea razonable o una recta noticia hay leguas de insensatas cacofonías, de fárragos verbales y de incoherencias». Sin ir más lejos, el libro con «nociones de análisis combinatorio» que provoca la «extravagante felicidad» de saber o sentir que «el universo estaba justificado», encontrado 500 años atrás, era «un libro tan confuso como los otros, pero que tenía casi dos hojas de líneas homogéneas» escritas en «un dialecto samoyedo-lituano del guaraní, con inflexiones de árabe clásico». Y el propio favorecido por la casualidad de esas dos lecturas vindicativas nos dice que «el mejor volumen de los muchos hexágonos que administro se titula Trueno peinado, y otro El calambre de yeso y otro Axaxaxas mlö».
El último título parece más raro de lo que es: es el final de hlör u fang axaxaxas mlö, que en un idioma del hemisferio austral de Tlön significa Surgió la luna sobre el río. Cada cual con sus propios efectos de totalización, Tlön es a los hechos y las cosas que hacen el mundo («El mundo será Tlön») lo que la Biblioteca total es a los sentidos que lo justifican («No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera: en algún hexágono»).


La misma minuciosidad vindicativa profesa en el relato “Deutsches Requiem” su narrador, Otto Dietrich zur Linde: «Nadie puede ser, digo yo, nadie puede probar una copa de agua o partir un trozo de pan, sin justificación».
Para el trabajo de sostener un sentido así de infaltable sólo califica Dios: «Aseveran los teólogos que si la atención del Señor se desviara un solo segundo de mi derecha mano que escribe, ésta recaería en la nada, como si la fulminara un fuego sin luz», ha dicho Otto zur Linde justo antes. La misma necesidad de atención continua tienen para Berkeley «todos los cuerpos que componen la poderosa fábrica del universo», que «no existen fuera de una mente; no tienen otro ser que ser percibidos; no existen cuando no los pensamos, o sólo existen en la mente de un Espíritu Eterno», según cita Borges en “Nueva refutación del tiempo”.
Pero además de sostener el sentido de una existencia, puede que la divinidad trabaje en darle su forma más acabada a la existencia de un sentido así (perdón por el juego de palabras, en caso de que resulte ser sólo eso o de que distraiga de lo que pueda estar diciendo). Veamos dos variantes posibles de este segundo trabajo.

4.1

De todas estas justificaciones existenciales se puede decir algo similar a lo que dice Otto zur Linde del «pensamiento de que hemos elegido nuestras desdichas», atribuido a Schopenhauer: «esa teleología individual nos revela un orden secreto y prodigiosamente nos confunde con la divinidad».
En principio, ni las piedras ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están y/o se creen llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo (y sólo excepcionalmente lo hacen en roles secundarios). ¿Por qué? Simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma o un espíritu, por ejemplo) y confundirse con la divinidad.
Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico y desencantado existir por existir.

4.1.1

Los líquenes, como la mayoría de las cosas que prosperan en medios difíciles, son de crecimiento lento. A un liquen puede llevarle más de medio siglo alcanzar las dimensiones de un botón de camisa. Los que tienen el tamaño de platos, escribe David Attenborough, es «probable que tengan cientos e incluso miles de años de an­ti­güe­dad». Sería difícil imaginar una existencia menos plena. «Simplemente existen —añade Attenborough—, testimoniando el hecho conmovedor de que la vida existe, incluso a su nivel más simple, por lo que parece, porque sí, por existir.»
Es fácil no reparar en esta idea de que la vida simplemente es. Como humanos nos inclinamos a creer que tiene que tener un objeto. Tenemos planes, aspiraciones y deseos. Queremos sacar provecho constante de toda la existencia embriagadora de la que se nos ha dotado. Pero ¿qué es vida para un liquen? Sin embargo, su impulso de existir, de ser, es igual de fuerte que el nuestro... puede decirse que hasta más fuerte. Si se me dijese que tendría que pasar décadas siendo una costra peluda en una roca del bosque, creo que perdería el deseo de seguir. Los líquenes, en cambio, no. Ellos, como casi todos los seres vivos, soportarán cualquier penalidad, aguantarán cualquier ofensa, por un instante más de existencia. La vida, en suma, sólo quiere ser. [Continúa...]
Pero —y aquí tenemos un punto interesante— no quiere, en general, ser mucho.
Esto tal vez resulte un poco extraño, ya que la vida ha tenido tiempo de sobra para concebir ambiciones. Si imaginásemos los 4.500 millones de años de historia de la Tierra reducidos a un día terrestre normal, la vida empieza muy temprano, hacia las cuatro de la madrugada, con la aparición de los primeros simples organismos unicelulares, pero luego no hay ningún avance más en las dieciséis horas siguientes. Hasta casi las ocho y media de la noche, cuando han transcurrido ya cinco sextas partes del día, no empieza la Tierra a tener otra cosa que enseñar al universo que una inquieta capa de microbios. Luego, por fin, aparecen las primeras plantas marinas, a las que siguen veinte minutos más tarde la primera medusa y la enigmática fauna ediacarana, localizada por primera vez por Reginald Sprigg en Australia. A las 21:04 salen nadando a escena los primeros trilobites, seguidos, de forma más o menos inmediata, por las criaturas bien proporcionadas de Burgess Shale. Poco antes de las 10:00 empiezan a brotar las plantas en la tierra. Poco después, cuando quedan menos de dos horas del día, las siguen las primeras criaturas terrestres.
Gracias a unos diez minutos de meteorología balsámica, a las 22:24, la Tierra se cubre de los grandes bosques carboníferos cuyos residuos nos proporcionan todo nuestro carbón. Aparecen los primeros insectos alados. Poco antes de las 23:00 irrumpen en escena los dinosaurios e imperan durante unos tres cuartos de hora. Veintiún minutos antes de la media noche se esfuman y se inicia la era de los mamíferos. Los humanos surgen un minuto y diecisiete segundos antes de la media noche. El total de nuestra historia registrada, a esta escala, sería de sólo unos cuantos segundos, y la duración de una sola vida humana de apenas un instante. A lo largo de este día notoriamente acelerado, los continentes se desplazan y chocan a una velocidad que parece claramente insensata. Surgen y desaparecen montañas, aparecen y se esfuman cuencas oceánicas, avanzan y retroceden mantos de hielo. Y a través de todo esto, unas tres veces por minuto, en algún punto del planeta hay un pum de bombilla de flash y un fogonazo indica el impacto de un meteorito del tamaño del de Manson o mayor. Es asombroso que haya podido llegar a sobrevivir algo en un medio tan aporreado y desestabilizado. En realidad, no son muchas las cosas que consiguen hacerlo bastante tiempo.
Tal vez un medio más eficaz de hacerse cargo de nuestro carácter ex­tremadamente reciente como parte de este cuadro de 4.500 millones de años de antigüedad, es que extiendas los brazos el máximo posible e ima­gines que la extensión que abarcan es toda la historia de la Tierra. A esa escala, según dice John McPhee en Basin and Range, la distancia entre las puntas de los dedos de una mano y la muñeca de la otra es el Pre­cámbrico. El total de la vida compleja está en una mano, «y con una sola pasada de una lima de granulado mediano podrías eliminar la historia humana».
Por suerte ese momento aún no ha llegado, pero hay bastantes posibi­lidades de que llegue. No quiero introducir una nota sombría precisa­mente en este punto, pero el hecho es que hay otra característica de la vida en la Tierra estrechamente relacionada: que se extingue. Con abso­luta regularidad. Las especies, por mucho que se esfuercen en organizar­se y pervivir, se desintegran y mueren con notable regularidad. Y cuanto mayor es su complejidad, más deprisa parecen extinguirse. Quizás ésta sea una de las razones de que una parte tan grande de la vida no sea de­masiado ambiciosa.


Bill Bryson,
Una breve historia de casi todo
(Del Nuevo Extremo, Buenos Aires, 2007;
Capítulo 22, “Adiós a todo eso”, pág. 401)

4.2


martes, 20 de agosto de 2013

Naturalezas 019 (5.1.0)


En 3.3, antes decía esto:
Es Bill quien malinterpreta a Beatrix, cuando sugiere que el rol de madre no le hubiera cambiado la naturaleza de asesina: la maternidad con que habría compensado –y justificado– su disfuncional vida falsa en El Paso no vale por lo “maravillosa”, sino por lo liberadora (y no para ella, que más bien se habría sacrificado sometiéndose a esa clase de vida, sino para su hija).

Ahora dice esto:
Es Bill quien malinterpreta a Beatrix, cuando sugiere que el rol de madre no le hubiera cambiado la naturaleza de asesina (en el caso de que se los entienda como roles compatibles; caso contrario, Bill le estaría sugiriendo que la naturaleza asesina le hubiera malogrado el rol de madre). La maternidad con que Beatrix habría compensado –y justificado– su disfuncional vida falsa en El Paso no vale por lo “maravillosa”, sino por lo liberadora (y no para ella, que más bien se habría sacrificado sometiéndose a esa clase de vida, sino para su hija).

Antes de recién entre el final de 3.3 y el comienzo de 3.4 había esto:
...de elegir qué hacer y qué ser, o sea, por un antideterminismo militante.

La película concluye a la mañana siguiente. Vemos primero a Beatrix, sola, abrazando un peluche tendida en el piso del baño cerrado y descargando risas y llantos, hasta terminar repitiendo “gracias”. Luego sale del baño y la vemos abrazada a su hija, sentadas en la cama del cuarto de hotel, mirando en el televisor un dibujo animado de 1946, The Talking Magpies, en el que dos urracas también se acaban de mudar (el cartoon que divierte a B.B. es contemporáneo del comic favorito de su padre). Las caras muestran y prometen felicidad, plácida e intensa. Es la mañana del día cero de una nueva vida.

3.4

“Serás lo que debas ser o no serás nada”, se dice que dijo José de San Martín, y Evita lo adaptó al peronismo. Otro acceso a la nada alternativo al de esa frustración se consuma al revés, cumpliendo con la naturaleza/destino (el destino inscripto en la naturaleza), como le sucede a ese otro vengador satisfecho...
Ahora hay esto:
...de elegir qué hacer y qué ser, o sea, por un antideterminismo militante.

3.4

Cuando B.B. finalmente se duerme (viendo Asesino Shogun), Beatrix vuelve a la planta baja con Bill y empiezan su primer diálogo a solas en cuatro años. Bill está interesado en saciar “unas preguntas sin respuesta”, “antes de que esta historia de venganza llegue a su clímax”. Como vimos, las preguntas se responden y la historia de venganza llega a su clímax (y la vengadora a ser la que debía ser –no por cumplir con una naturaleza de asesina, como creyó Bill, sino porque era justo y se lo merecía, según habían opinado distintas víctimas). La película concluye a la mañana siguiente; recordemos la coda del final feliz.
Vemos primero a Beatrix, sola, abrazando un peluche tendida en el piso del baño cerrado y descargando risas y llantos, hasta terminar repitiendo “gracias”. Luego sale del baño y la vemos abrazada a su hija, sentadas en la cama del cuarto de hotel, mirando en el televisor un dibujo animado de 1946, The Talking Magpies, en el que dos urracas también se acaban de mudar (el cartoon que divierte a B.B. es contemporáneo del comic favorito de su padre). Las caras muestran y prometen felicidad, plácida e intensa. Es la mañana del día cero de una nueva vida.

“Serás lo que debas ser o no serás nada”, se dice que dijo José de San Martín, y Evita lo adaptó al peronismo. Otro acceso a la nada alternativo al de esa frustración se consuma al revés, cumpliendo uno con el destino que las circunstancias (ya que no la naturaleza) le impusieron en la vida, como le sucede a ese otro vengador satisfecho...

También agregué una nueva sección, con un párrafo nuevo de conexión entre la 3.4 y la actual 3.4.1 (no 3.5, porque sigo hablando de cierres e hitos, como en 3.4). Antes, en la 3.4 había una separación de interlineado:
(...) Para el negro, es el momento que justifica una vida (la culminación de un todo: el cierre); para Mamba Negra, el momento que la corta en dos (la culminación de una parte: un hito).

A la mañana siguiente de haber dejado a Beatrix encerrada en un ataúd enterrado, Budd, el hermano de Bill, se interesa por saber qué siente ahora Elle, en el después inmediato a ese corte en su vida, que para ella es –ha sido y está siendo– la muerte de su enemiga Bea. La encuestada dará...

Ahora hay esto:
(...) Para el negro, es el momento que justifica una vida (la culminación de un todo: el cierre); para Mamba Negra, el momento que la corta en dos (la culminación de una parte: un hito).
No sabemos qué siente el hermano del moreno muerto por Fierro una vez “cumplida su tarea de justiciero”; sólo sabemos en qué lo convierte eso (en nadie, como el otro). En cambio, vimos qué siente Beatrix en el momento y a la mañana siguiente de vencer en el duelo definitivo; comparémoslo con lo que siente, cuando cree encontrarse en un hito similar, su ex compañera Elle Driver (nombre en clave: Serpiente de montaña de California; miembro del Escuadrón Asesino de Víboras Mortíferas, dirigido por Bill).

3.4.1

A la mañana siguiente de haber dejado a Beatrix encerrada en un ataúd enterrado, Budd, el hermano de Bill, se interesa por saber qué siente ahora Elle, en el después inmediato a ese corte en su vida, que para ella es –ha sido y está siendo– la muerte de su enemiga Bea. La encuestada dará...

domingo, 18 de agosto de 2013

Naturalezas 018 (5.0.2)


Cambios menores en el penúltimo párrafo de 1.2.1 ("Una ley que regule interacciones humanas..."), en relación con lo que decía en la versión anterior; ahora dice:
Una ley que regule interacciones humanas no puede dejar de sonar absurda o abusiva cuando pretende emular la irrevocabilidad que se le atribuye a los designios naturales (y que le es estrictamente atribuible a uno solo de ellos: la muerte, o sea, el dejar de ser de cualquier identidad, cualquiera sea su naturaleza –o, para decirlo sin compromisos ontológicos, cualquiera sea la categoría a la que se la adscriba, la membresía que se le dé).
En el último párrafo de 3.3 eliminé "de alivio y liberación" detrás de "...descargando risas y llantos".
En 3.4, antes decía:
Es el sentimiento ambiguo de haber perdido al que se ha conseguido eliminar, como un parricida que sufre su orfandad (en la falacia que ilustra, lo que hace es pedir clemencia al juez invocando su condición de huérfano).
Ahora dice:
Es el sentimiento ambiguo de haber perdido al que se ha conseguido eliminar, como un parricida que sufre su orfandad.*
Así termina el apartado dedicado al sexto tipo de “Falacias de atingencia” que identifica Irving M. Copi (Introducción a la Lógica, Primera Parte: El lenguaje, III. Falacias no formales; Eudeba, Buenos Aires, 1969; traducción de Néstor Míguez):
El argumentum ad misericordiam es usado a veces de manera ridícula, como el caso del joven que fue juzgado por un crimen particularmente brutal, el asesinato de su padre y de su madre con un hacha. Puesto frente a pruebas abrumadoras, solicitó piedad sobre la base de que era huérfano.

El último párrafo del ensayo decía esto:
Ni las cosas ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo, simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma, por ejemplo) y confundirse con la divinidad. Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico existir.
Ahora dice esto:
En principio, ni las cosas ni las plantas ni los animales tienen una «teleología individual» (es decir, están llamados a cumplir una misión, un propósito, una finalidad) ni participan en roles protagónicos de «un orden secreto» del universo (y sólo excepcionalmente lo hacen en roles secundarios). ¿Por qué? Simplemente porque no practican el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma o un espíritu, por ejemplo) y confundirse con la divinidad.
Esa diferencia entre naturalezas, unas desalmadas y otras divinamente emparentadas, decide si una existencia ha de tener un destino y, con él, un sentido –o sea, una trascendencia de sí– o si sólo será un tautológico y desencantado existir por existir.

sábado, 17 de agosto de 2013

Naturalezas 017 (5.0.1)


Le restituí el carácter de texto oculto al bloque que habla de "La Biblioteca de Babel" y, dentro, de Tlön (ahora en vez de hacerlo dentro de otro bloque oculto lo hace debajo y aun más indentado).
Agregados hice parciales en dos zonas diferentes del ensayo. Antes, el último párrafo de 1.3 decía:
Esta naturaleza hiperbolizada, llevada al absurdo, tiene de fuerte lo que no tiene de sabia, o sea, es arbitrariamente autoritaria: tiránica. Pero no es el deseo de una autoridad dictatorial lo que hace que se elija contar el cuento para ilustrar el caso, sino el verla como una exageración publicitaria, una caricatura hecha para captar la atención mientras se transmite el mensaje de cuán fuerte es esa naturaleza (magnitud que es la unidad de medida que al exagerarse se multiplica –basta saber por cuánto para conocerla).
Ahora dice:
Esta naturaleza hiperbolizada, llevada al absurdo, tiene de fuerte lo que no tiene de sabia, o sea, es arbitrariamente autoritaria: tiránica. El escorpión es tratado por su naturaleza como los súbditos de otra historia ilustrativa son tratados por su rey, que para mostrarle su poder a un visitante los hace marchar por una montaña hasta despeñarse dócilmente, uno por uno, miles o millones.
Pero puede que no sea el deseo de una autoridad dictatorial lo que haga que se elija contar el cuento para ilustrar el caso, sino el verla como una exageración publicitaria, una caricatura hecha para captar la atención mientras se transmite el mensaje de cuán fuerte es esa naturaleza (magnitud que es la unidad de medida que al exagerarse se multiplica –basta saber por cuánto para conocerla).
En 1.2.1, decía:
Una ley que regule interacciones humanas no puede dejar de sonar absurda o abusiva cuando pretende emular la irreversibilidad que se le atribuye a la naturaleza (y que sólo le es estrictamente atribuible a la muerte, o sea, al fin de esa identidad y su naturaleza).

Ahora dice:
Una ley que regule interacciones humanas no puede dejar de sonar absurda o abusiva cuando pretende emular la irreversibilidad que se le atribuye a la naturaleza (y que sólo le es estrictamente atribuible a la muerte, o sea, al fin de cualquier identidad, cualquiera sea su naturaleza –o, para decirlo sin compromisos ontológicos, cualquiera sea la categoría a la que se la adscriba, la membresía que se le dé).
Donde antes decía "...el prodigio de darse un alma y...", ahora dice: "...el prodigio de darse un alter ego inmortal (un alma, por ejemplo) y...". Luego del punto final del ensayo, le agregué una frase más, pero me arrepentí recién; decía esto:
Si es el primer caso, empieza la competencia en el hábitat de almas: cuál de esos sentidos son subsidiarios, secundarios, protagónicos, etc., como si nos preguntáramos por el alcance y, en general, el valor de esa trascendencia que es parte del disfraz de alma (es decir, que viene incluida entre el cotillón de ese alter ego.)

viernes, 16 de agosto de 2013

Naturalezas 016 (5.0.0)


Hasta hace un rato, el bloque de texto adentrado que ahora cierra la sección 4 se abría cliqueando un asterisco sobre el final de "...es computable en cero". Ahora está visible, aunque todavía dudo que lo merezca (no el primer párrafo, sí el segundo –que presupone el primero.
En los cambios mayores, entre ayer (desde el mediodía y hasta las 20) y hoy (desde las 4 hasta recién, 9:30) retoqué la continuación de la sección 3.4 que había agregado en la versión anterior y la extendí. Ahora se ve así:
A la mañana siguiente de haber dejado a Beatrix encerrada en un ataúd enterrado, Budd, el hermano de Bill, se interesa por saber qué siente ahora Elle, en el después inmediato a ese corte en su vida, que para ella es –ha sido y está siendo– la muerte de su enemiga Bea. La encuestada dará una primera respuesta desproporcionadamente rápida, comparada con lo que tarda en darse a entender la pregunta:


Con los también exagerados rumores sobre su muerte, Beatrix la ha dejado a Elle sin “un trabajo para hacer” que le alargue la vida tanto como lo necesite y le dé sentido (la llene). La pregunta-acertijo de Budd a Elle puede parafrasearse así: ¿Qué sensación o sentimiento reemplazó al tener un trabajo para hacer en la función de llenarte?, que a su vez es probable que equivalga a: ¿De qué sentimiento “R” más que del otro está hecho tu vacío de guerrera retirada (de esa relación compartida, al menos)?
Elle profundiza su respuesta durante la agonía de Budd, mordido por una literal mamba negra que lo sorprendió desde los billetes que pagaban el sable Hattori Hanzo de la metafórica. (La literal es otra inoculadora letal sin hambre –aunque lo suyo no sea buscarte si no estás en su dieta, a diferencia del expansivo escorpión, que también va sin hambre en busca de la rana.) Budd, que pareció preguntar con tanta curiosidad como ajenidad, seguramente no había sospechado que el desarrollo de la respuesta lo involucraba de un modo directo y rencoroso:


Elle lamenta la suerte inmerecida que tuvo la mejor guerrera que conoció, rubia como ella. Como si quisiera desagraviarla, elige darle al indigno verdugo una “muerte en carne viva”, como la que él –creen– le dio a Bea.
Las rubias son debilidades para Bill (que a los cinco años se chupaba el pulgar cada vez que en El cartero llama dos veces aparecía Lana Turner) y débiles para Budd. Retrocedamos un poco para reponer un diálogo que quedó entre un fragmento y otro de la película.
Ni bien da su respuesta rápida, Elle le anticipa a Budd algo de los motivos de ese dulce lamentar de los guerreros, sobre los que profundizará luego. Lo que ahí intenta decirle se aplica a la situación que está por matarlo (El bu·rri·to del te·nien·te lle·va car·ga y no la sien·te) y le queda como moraleja póstuma: no subestimes a las rubias, que pueden ser más listas de lo que crees.
Dicho con más apego al guión, Elle le recomienda a Budd que le dé crédito a la víctima de su emboscada (así la ha capturado), porque nunca ha visto al “búfalo Bill” tratar a alguien como trataba a Beatrix. Budd le responde que su hermano pensaba que era lista y que él intentó convencerlo de que sólo era todo lo lista que podía ser una rubia.
Budd no estará vivo para conocer su error cuando reaparezca Beatrix, porque antes otra rubia lista lo habrá matado con una serpiente emboscada como él. En cuanto a Elle, si para ella la vida de guerrera es la única vivible, Beatrix la dejará muerta en vida cuando la invalide arrancándole el ojo que le quedaba (siguiendo y vengando a su maestro Pai Mei, que le había arrancado el otro poco antes de que Elle lo envenenara, la muy víbora).
En sus clases, Enrique Pezzoni resegmentaba el endecasílabo de Garcilaso «El dulce lamentar de dos pastores» en “El dulce lamen tarde dos pastores”. El dulce que lamen tarde los guerreros de los que habla Budd es una mezcolanza de odio intenso (librarse de sus obligaciones alivia) y alto respeto y/o amor (privarse de sus posibilidades duele). Es el sentimiento ambiguo de haber perdido al que se ha conseguido eliminar, como un parricida que sufre su orfandad (en la falacia que ilustra, lo que hace es pedir clemencia al juez invocando su condición de huérfano).
O como una viuda negra –otra inoculadora venenosa– que llora su viudez, para que le quepa mejor a la acá lamentada Beatrix cuando, como ya vimos, experimente una mezcla similar matando a su odiado (rematador fallido), descartado (padre de su hija) y amado (hombre de su vida) Bill, para decirlo a la inversa de como se le fueron acumulando los roles y los sentimientos.
En la agonía de Budd, acompañada por Elle con sorna y desprecio, está la mayor escena de odio de la película, y la más sádica. En la agonía de Bill, acompañada por Beatrix con lágrimas y la caricia más tierna, está la mayor escena de amor, y la más masoquista.
Al comienzo de la película, Beatrix se encuentra en el rol de agonizante; Bill la acompaña hasta pegarle el tiro de gracia, sólo después de susurrarle que le gustaría creer que aun en ese trance pueda estar ella lo suficientemente lúcida “como para saber que no hay nada sádico en mis acciones”, que “en este momento, este soy yo en mi máximo masoquismo”. Sobre el final de la película, probablemente Bill haya tenido esa lucidez con Beatrix.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Naturalezas 015 (4.4.0)


En la sección 3.4, reformulé la segunda oración; hasta recién decía:
Otro acceso a la nada se consuma cumpliendo la naturaleza/destino (el destino inscripto en la naturaleza), como le sucede a ese otro vengador satisfecho que es el negro especular del cuento “El fin”, de Jorge Luis Borges: ...
Ahora dice:
Otro acceso a la nada alternativo al de esa frustración se consuma al revés, cumpliendo con la naturaleza/destino (el destino inscripto en la naturaleza), como le sucede a ese otro vengador satisfecho que es el negro devenido en su ajusticiado; leemos en el cuento “El fin”, de Jorge Luis Borges: ...
Y agregué los paréntesis al lado de "potencialidad" y de "futuro". También cambié "un" por "el" cierre, en el paréntesis que juega con el de "un hito". Y finalmente agregué la continuación de la sección, donde relaciono la situación del negro y la de Elle sin sus enemigos:
Luego de haber encerrado a Beatrix en un ataúd y de haberla enterrado viva, Budd, el hermano de Bill, parece estar entrevistando a Elle cuando se interesa por saber qué siente ahora, en el después inmediato a ese corte en su vida, que para ella es –ha sido y está siendo– la muerte de su enemiga Bea (mejor dicho, de la que ha dejado de ser desde ese momento su enemiga mortal, esa que se la tenía jurada, tanto como su blanco y su norte):


Con los también exagerados rumores sobre su muerte, Beatrix la ha dejado a Elle sin “un trabajo para hacer” que le alargue la vida tanto como lo necesite y le dé sentido al alargue y a la vida, que la llene. La pregunta-acertijo de Budd a Elle puede parafrasearse así: ¿Qué sensación o sentimiento reemplazó al tener un trabajo para hacer en la función de llenarte?, que a su vez es probable que equivalga a: ¿De qué sentimiento “R” más que del otro está hecho tu vacío de guerrera retirada (al menos, de esa relación complementaria, rota para siempre)?
Elle profundiza su respuesta durante la agonía de Budd, mordido por una literal mamba negra (otra inoculadora venenosa –aunque sólo cuando se siente acorralada, a diferencia del expansivo escorpión que va en busca de la rana):


A Elle la suerte de su sombra la indigna; para vengar y desagraviar a su mejor rival, elige darle a Budd una condigna “muerte en carne viva”, como la que él –creen– le dio a Bea.

lunes, 12 de agosto de 2013

Naturalezas 014 (4.3.1)


Acabo de agregar, en la sección 3.3, el texto incidental que aparece con sangría de cita:
[...] Lo que hubo fue una decisión de escamotearle su hija al padre para que naciera “con la libertad de hacer lo que quisiera”, porque con él “hubiera nacido en un mundo en el que no tendría esa oportunidad”.
Si hay dos mitologías de superhéroe, como dice Bill, según cuál de las dos identidades sea la postiza y cuál la verdadera, puede pensarse que en el club también hay dos moralidades, según cómo sean las decisiones del superhéroe.
Todas son “correctas” (las incorrectas quedan para los villanos y los antihéroes), pero las de Superman, “el gran Boy Scout azul”, además son legítimas (en todo caso, en general no entran en conflicto con la ley). En cambio, forajidos como el Zorro y madres fugitivas como Beatrix tienen una moral de la excepcionalidad: toman “la decisión correcta” poniéndose por encima o por fuera de las leyes que la hacen ilegal (el monopolio de la justicia por parte del Estado o la patria potestad compartida, por ejemplo).
Beatrix le admite a Bill que la decisión de ocultarle a su hija no le pertenecía, pero la legitima invocando la protección de un bien superior al obviado: “la tomé por mi hija”. El bien que se debe y no se puede compartir genera dos legalidades en conflicto. Un héroe, súper o común, es aquel que puede hacernos simpatizar por la no oficial.
El mitófilo Bill, supliendo información deficiente con suposiciones e imaginación (como suele hacerse), había interpretado la fuga de Beatrix como una huida de su naturaleza, ...
También en 3.3, agregué el paréntesis con que ahora termina esta frase:
Es Bill quien malinterpreta a Beatrix: la maternidad con que habría compensado –y justificado– la vida falsa en El Paso no vale por lo “maravillosa”, sino por lo liberadora (y no para ella, que más bien se habría sacrificado sometiéndose a esa clase de vida, sino para su hija).

Naturalezas 013 (4.3.0)


Había puesto "Naturalezas" en el libro "Creer y hacer creer" de la Biblioteca; hoy lo cambié a "Duelos".
La sección 3.3 se agrandó y se ensanchó en sus párrafos centrales. Antes decía esto la parte cambiada:
...ella estaría cumpliendo a la vez con el mandato de su naturaleza, con el mandato de su razón de venganza y con el mandato del título de la película.
Beatrix estaría de acuerdo con la afirmación de haber cumplido con los dos últimos mandatos mencionados, no con el primero. No obstante reconocerle a Bill que disfrutó de cada uno de los asesinatos que la llevaron a él, y que realmente nunca creyó que su vida en El Paso pudiera funcionar, no hubo una naturaleza asesina moviendo a la Mamba Negra ni hubo una reacción de renegada vistiendo a la Novia. Lo que hubo fue una decisión de escamotearle su hija al padre para que naciera “con la libertad de hacer lo que quisiera”, porque con él “hubiera nacido en un mundo en el que no tendría esa oportunidad”.
El mitófilo Bill, supliendo información deficiente con suposiciones e imaginación (como suele hacerse), había interpretado la fuga de Beatrix como una huida de su naturaleza, un intento de disfrazarse de lo que no era para encajar en lo que fantaseaba ser. Ahora se entera de que Beatrix resolvió cambiar de vida cuando supo que pasaría de ser “una mujer, tu mujer” a ser madre, es decir, a ser responsable de una libertad ajena, la de la hija propia. Como el destino de asesina que le impondría el padre de igual profesión o naturaleza era aquello de lo cual quería hacerla libre, Beatrix presenta su decisión como la resolución de una disyuntiva entre (el amor por) su hombre y (el amor por) su hija: “Tuve que elegir. La escogí a ella”.
En definitiva, el parteaguas de la maternidad no se da por un llamado de la naturaleza, sino por una reivindicación de la libertad de elegir qué hacer y qué ser, o sea, por un antideterminismo militante. El fragmento referido es este:


La película concluye a la mañana siguiente. Vemos primero a Beatrix, sola, abrazando un peluche tendida en el piso del baño...

Ahora dice esto:
...ella estaría cumpliendo a la vez con el mandato de su naturaleza, con el mandato de su razón de venganza y con el mandato del título de la película.

Beatrix estaría de acuerdo con la afirmación de haber cumplido con los dos últimos mandatos mencionados, no con el primero. La idea de que ella lo abandonó nomás de renegada, en un intento inútil y frustrúgeno de cambiar su naturaleza asesina y “encajar en la colmena”, es la idea que Bill se hace de los hechos antes de conocerlos mejor. La imagen que tiene del asunto habla más de sus preferencias mitológicas, que le dan forma, que de la red de conexiones de los hechos que lo afectan y sus sentidos.
Tan fascinado está Bill con el armado –que cree hallazgo– de ese nuevo caso de su mitología favorita, que dedica las dos preguntas de la “ronda de calentamiento” a insistir con el punto de que a Beatrix la gobierna una naturaleza asesina, en lugar de dejar las especulaciones y preguntarle ahí mismo por qué lo abandonó. La primera pregunta quiere hacer evidente la falsedad endeble del disfraz, vía creencias y expectativas; la segunda, la autenticidad poderosa de la naturaleza, vía disfrutes. El fragmento continúa al del epígrafe:


Es Bill quien malinterpreta a Beatrix: la maternidad con que habría compensado –y justificado– la vida falsa en El Paso no vale por lo “maravillosa”, sino por lo liberadora. Pero eso él lo sabrá recién cuando ella le responda “la pregunta de los 64.000 dólares”, como hace a continuación (salteé el flashback en el que Beatrix lee el test de embarazo inmediatamente antes de recibir la visita de la asesina Karen Kim, que se retira deseándole felicidades):


Repasemos. No obstante reconocerle a Bill que realmente nunca creyó que su vida en El Paso pudiera funcionar y que disfrutó de cada uno de los asesinatos que la llevaron a él, no hubo una naturaleza asesina moviendo a la Mamba Negra ni hubo una reacción de renegada vistiendo a la Novia. Lo que hubo fue una decisión de escamotearle su hija al padre para que naciera “con la libertad de hacer lo que quisiera”, porque con él “hubiera nacido en un mundo en el que no tendría esa oportunidad”.
El mitófilo Bill, supliendo información deficiente con suposiciones e imaginación (como suele hacerse), había interpretado la fuga de Beatrix como una huida de su naturaleza, un intento de disfrazarse de lo que no era para encajar en lo que fantaseaba ser. Ahora se entera de que Beatrix resolvió cambiar de vida cuando supo que pasaría de ser “una mujer, tu mujer” a ser madre, es decir, a ser responsable de una libertad ajena, la de la hija propia. Como el destino de asesina que le impondría el padre de igual profesión o naturaleza era aquello de lo cual quería hacerla libre, Beatrix presenta su decisión como la resolución de una disyuntiva entre (el amor por) su hombre y (el amor por) su hija: “Tuve que elegir. La escogí a ella”.
En definitiva, el parteaguas de la maternidad no se da por un llamado de la naturaleza, sino por una reivindicación de la libertad de elegir qué hacer y qué ser, o sea, por un antideterminismo militante.

La película concluye a la mañana siguiente. Vemos primero a Beatrix, sola, abrazando un peluche tendida en el piso del baño...

domingo, 11 de agosto de 2013

Naturalezas 012 (4.2.0)


Agregué como sección nueva, la actual 3.2 (la anterior pasó a ser la 3.3 y la siguiente, la 3.4) lo referido a las razones de Bill para dispararle el tiro de gracia a Beatrix:

3.2

El resultado inexorable de ese duelo entre lo cultural y lo natural, desarrollado al interior de una personalidad o de una identidad, metaforiza la vanidad de cualquier tentativa de cambiar lo que es real por naturaleza, que en esta visión es un modo más firme de ser real.
Sobre la misma convicción machaca Bill en la moraleja de su paralelo entre Superman/Clark Kent y Beatrix Kiddo/Arlene Plimpton, como vimos:
Te estoy diciendo asesina. Una asesina de nacimiento y por naturaleza [A natural born killer]. Siempre lo has sido y siempre lo serás. (...) No eres una abeja trabajadora. Eres una abeja asesina renegada. Y no importa cuánta cerveza bebas, o cuántas barbacoas comas, o qué tan grande se te ponga el culo, nada en el mundo podría cambiar esto.
En esos niveles de abstracción esquemática, lejos del barro de la historia que se quiere explicar, en el alto imperio de las leyes generales que revelan obedientes y necesarios los eventos que abajo se ven o se sienten libres y contingentes, la lucha parece «de igual a igual contra uno mismo». Pero para que la presunta naturaleza asesina de Beatrix retomara la iniciativa (despertándose, junto con ella, en “lo que en las películas llaman una tremenda furia de venganza”), necesitó de la ayuda de Bill y su tiro de gracia fallido. ¿Por qué Bill actuó como actuó?
Luego de que Beatrix cuenta los hechos desde su perspectiva y sus razones, como veremos más abajo, Bill hace lo propio:


Bill no intenta matar a Beatrix porque esté en su naturaleza hacerlo, por muy asesino que se asuma, sino por despecho. Lo movió a la masacre una “sobrerreacción” (“I overreacted”, se justifica), no la acción sobredeterminada de “un bastardo que asesina” (“I'm a murdering bastard”, se define). Es la razón de un homicida, pero no la tautológica (o autoderivada) de un porque eso es lo que soy, sino la razón sintética (derivada de algo distinto de sí) de un porque me rompiste el corazón (...y eso tiene consecuencias para un asesino como yo).
Unas palabras más de sorpresa (para Bill) sobre lo sorpresivo (para Beatrix) de esa reacción exagerada y sigue el tan esperado y breve duelo que vimos más arriba, donde literalmente Beatrix le rompe el corazón a Bill.