Ayer, 31/3/23, agregué párrafos en la sección 2 del Epílogo, después del último que tenía (la escalera de «una ínfima parte de las cuales», que deglosé mejor), para plantear más clara la diferencia entre cómo la Biblioteca, Cervantes, Menard y ChatGPT generan lenguaje. También agregué en el último párrafo del ensayo una línea sobre el ingrediente repetido pero condimentado diferente. Copio sólo las zonas de cambio:
Gracias a que estas son las consecuencias de que esas sean las unidades de combinación,
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A) es improbabilísimo el hallazgo –no la existencia– de un libro que repite MCV de punta a punta, o de otro titulado Trueno peinado, y ni hablar de las «casi dos hojas de líneas homogéneas» o, peor, de las dos Vindicaciones («que se refieren a personas del porvenir») que el narrador dice haber visto; pero artísticamente funciona: el cuento habría quedado irreconocible si Borges hubiera sido realista con lo que implican 251.312.000 libros hechos de unidades combinadas de un modo único y con total indiferencia a formar palabras y frases en cualquier idioma;
B) el sentido es una ilusión en la Biblioteca de Babel, como dice Pablo («tal vez los libros sean los objetos más insignificantes, los menos existentes de ese mundo») y como saben en aquella «región cerril cuyos bibliotecarios repudian la supersticiosa y vana costumbre de buscar sentido en los libros y la equiparan a la de buscarlo en los sueños o en las líneas caóticas de la mano…»; es otra pareidolia intelectiva, sin manchas de humedad o nubes, sólo con secuencias de signos barajados aleatoriamente,
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una ínfima parte de las cuales forman palabras
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una ínfima parte de las cuales forman frases,
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una ínfima parte de las cuales son coherentes,
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una ínfima parte de las cuales son
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una ínfima parte de las cuales son verdades.
Si tirás una moneda al aire, cada lado tiene, en teoría, la misma probabilidad de salir (0,5 o 50%); si la tirás reiteradamente, a la larga más o menos la mitad de las veces caerá cara. Aleatoriedad pura, ponele. En cambio, el modo de generar lenguaje de ChatGPT es una mezcla de aleatoriedad y apuesta probabilística:
Menard, por su parte, es pura apuesta probabilística. Vamos con él.«...seleccionaré una respuesta aleatoriamente de un conjunto de posibles respuestas, donde la probabilidad de elegir cada respuesta está determinada por una distribución de probabilidad predefinida».
3.
Por hipótesis, en la Biblioteca de Babel está el Quijote, como está cualquier otra combinación de letras, comas, puntos y espacios. Si disponemos de tiempo, es más «inevitable» o «fatal» que lo encontremos en su anaquel ignoto a que Cervantes lo escriba a principios del siglo XVII, o Pierre Menard a principios del XX. Si no disponemos de tiempo, es improbabilísimo que lo encontremos. Pero estar, está.
La «ley fundamental de la Biblioteca» hace que más tarde o más temprano la «divinidad que delira» se tope con el Quijote; no lo busca, lo produce a ciegas.
En cambio, Pierre Menard sí buscó eso: «Yo he contraído el misterioso deber de reconstruir literalmente su obra espontánea», de «repetir en un idioma ajeno un libro preexistente», «simplificado por el olvido y la indiferencia».
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Termino con otra ensalada de metáforas, empezando por la de este exordio y repitiendo un ingrediente, aunque condimentado distinto. ChatGPT es como un perro al que ya no le falta hablar, si nos atenemos a los resultados (el plato) y obviamos cómo los consigue (la cocina). Por un lado, le conocemos el truco; por otro lado, no distinguimos sus respuestas de las que dan personas humanas y le hablamos como la gansa empolla bolas de billar o cubos: por si acaso, a ver si todavía es y queda sin empollar o sin contestar.
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